AMENAZADOS
La actualidad se ha sincronizado para coincidir con la última obra de Bastien Vivès y Martin Quenehen, que aborda el tema del terrorismo. Lo hace desde su peculiar estilo, visual y sugerente, dejando que cada lector extraiga sus propias conclusiones.
La historia trata sobre un héroe incierto, un policía de pueblo cuyo padre acaba de morir. En el cementerio el desconsolado hijo se culpa por no haber estado en el momento en que su progenitor lo necesitaba. A lo largo de la presentación el tono recuerda un poco al de la película de Eastwood “El francotirador” (2015). Ya saben que es una de las tres que ha dedicado a héroes imposibles y que una buena parte de la crítica ha despreciado con entusiasmo. Las tres retrataban a personajes reales. En el caso de “15:17 tren a París” (2016) incluso actuaban los verdaderos protagonistas, interpretando lo que habían vivido. La tercera fue “Richard Jewel” (2019), una obra maestra a la que la prensa machacó. La cuestión es que las tres tenían como personajes principales a palurdos, tipos de pueblo no demasiado listos y muy alejados de los cínicos estereotipos actuales. A estos héroes sin brillo solo les movía un instinto: el de ayudar, el de servir y proteger. Y lo hacían como buenamente podían. En el caso de “El francotirador” matando a los enemigos desde la distancia que le permitía su rifle de largo alcance. Su mayor angustia no era saber a cuántos había liquidado sino a cuántos de sus compañeros no había podido salvar. Esa voluntad de proteger, de defender las vidas de los inocentes, es lo que parece caracterizar al obsesivo protagonista de Vivès. Pronto la cosa se complica.
Entra en escena un parisino y su hija, que vienen al pueblo a recuperarse. La mujer de él ha sido asesinada en un atentado terrorista. Esto, unido al silencioso encanto de la niña, despierta el interés de Jimmy, el policía. En una secuencia espléndida sigue al
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Panini Comics. Barcelona, 2020.
136 páginas, 17,10 euros.
VIETNAM-AFGANISTÁN
Garth Ennis vuelve a confirmar con esta nueva entrega del Castigador que es el mejor guionista del mundo. Muy pocos se acercan al nivel de emoción y profundidad dramática que él alcanza.
Siempre se tiene la sensación de que ya ha dicho todo lo que tenía que decir sobre el personaje, uno de los anti-héroes más populares de Marvel. Comenzó adoptando un tono humorístico, acompañado con eficacia por el llorado Steve Dillon. Aunque en alguna ocasión ha retomado ese registro, en general luego transformó la serie en un policiaco de tintes rigurosamente dramáticos. Es una saga en la que se habla mucho de corrupción, de hombres que se venden, que traicionan sus ideales, bien en las calles de cualquier gran ciudad, bien en escenarios bélicos como Afganistán. No podemos olvidar que la personalidad de Frank Castle, el protagonista, se forja durante la guerra de Vietnam, un lugar al que Ennis vuelve una y otra vez.
En esta nueva aventura plantea primero la aparición de un doble, un profesional que está barriendo de las calles un montón de basura soviética. Ese falso Castigador resulta ser un veterano paraca ruso, con el que Frank entabla una inusual amistad.
El ruso, curtido en mil batallas, se ha embarcado en
EL CÓMIC QUE TODO DIBUJANTE DE COMICS DEBERÍA LEER
Tomine es uno de esos autores que consiguen que cada nuevo trabajo parezca mejor que el anterior. Es, sin duda, un creador de referencia al que no se le puede perder la pista.
Como siempre, emplea un dibujo directo y despojado de todo artificio. El álbum adopta la forma de un cuaderno de apuntes, con su fondo cuadriculado en azul suave y sus esquinas redondeadas. Como si el dibujante hubiera ido anotando desde los inicios de su carrera una serie de anécdotas relacionadas con el oficio y que agrupa para la ocasión. Esos relatos van de lo emotivo a lo ridículo, pasando por lo trascendental y, con mayor abundancia, lo cómico. Tomine ha construido un gran poema de amor a la profesión a la que ha dedicado su vida, sin despegarse de la realidad y fijando su atención en los aspectos más patéticos y las situaciones más bochornosas, que no son pocas. Como organizador y asistente a convenciones y actos sobre el cómic, testifico que todo lo que cuenta parece cierto y que la realidad resulta mucho más exagerada que el argumento más enloquecido que puedan imaginar.
El volumen queda definido por esa primera cita de Clowes: “Esto es como ser el jugador de bádminton más famoso del mundo”. Tomine se esfuerza por alcanzar la gloria en una actividad minoritaria y que apenas despierta interés alguno, ni en el público ni en los medios. Ese desprestigio cultural propicia un constante flujo de situaciones frustrantes, como sesiones de firmas en las que el organizador debe llamar a los asistentes por teléfono para que acuda alguien, mesas redondas en las que hay más personas sobre la mesa que entre el público, etc. Con todo, se aprecia una cierta mejoría a lo largo del tiempo. El autor consigue ascender algo en su lento camino hacia la fama y la fortuna, aunque siempre con la sombra de Clowes o Gaiman persiguiéndole, autores más conocidos y con los que a veces le confunden. Lo que cuenta podía haber dado lugar a un relato deprimente, pero él adopta un tono desenfadado que rebaja las situaciones más embarazosas. El autor no se queja (no mucho) y asume su falta de prestigio con un saludable humor.
Para el recuerdo quedan muchos pasajes inolvidables. Como las burlas que cosecha el joven
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La actualidad nos devuelve al año 2005, cuando Käre Bluitgen, una autora de libros infantiles, no conseguía encontrar un ilustrador para su obra “El Corán y la vida del profeta”. Casos como el de Theo Van Gogh, asesinado el año anterior en plena calle por un islamista, y otros similares habían provocado el miedo. Esto llevó al periódico Jyllands-Posten a publicar doce caricaturas de Mahoma, para comprobar si aún existía algo parecido a la libertad de prensa.
Semanas después la fiscalía, presionada por once embajadas, investigó a los dibujantes y no los consideró culpables de delito alguno. Así que un grupo de imanes daneses recorrió Oriente Próximo explicando “el dolor y el tormento” que todo aquello les había causado. Luego vino el boicot a los productos daneses en Oriente Próximo; en 2006 ardieron las embajadas de Dinamarca y Noruega en Siria, también la embajada danesa en Líbano; más de cien personas murieron en las manifestaciones que se produjeron; un ministro indio ofreció más de un millón de libras por la cabeza de uno de los caricaturistas; los casos de intento de atentado justificados por las caricaturas se multiplicaron; algunos periódicos europeos (pocos) decidieron publicar los dibujos, en solidaridad con sus colegas daneses. En 2010 un energúmeno intentó matar al dibujante danés Kurt Westergaard, de 74 años. La policía intervino a tiempo, como ya hizo en 2008 y en 2009, frustrando otros intentos de asesinato. Los dibujantes que participaron en el proyecto necesitan escolta, han tenido que cambiar de casa y en cualquier momento un desequilibrado puede acabar con sus vidas. En enero de 2015 Charlie Hebdo, el semanario satírico francés, sufrió un tiroteo a manos de dos terroristas islámicos. Doce personas murieron en el atentado: varios dibujantes, dos policías, un corrector... En septiembre de 2020 la revista volvía a publicar los dibujos que provocaron el ataque, con una portada que indicaba "Todo esto por esto". Era un día antes del inicio del juicio a 14 personas acusadas de ayudar a los dos atacantes islamistas de 2015. El 25 de septiembre se produjo otro ataque frente al antiguo local de Charlie Hebdo, con dos heridos de gravedad.
A principios de octubre, durante una clase de instrucción moral y cívica (el equivalente a nuestra “educación para la ciudadanía”), Samuel Paty, profesor de geografía e historia de 47 años y padre de un niño, mostró algunas de las caricaturas de Mahoma para hablar de la libertad de expresión. Invitó a quien no quisiera verlas a salir del aula. La escuela recibió quejas después
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Manuel Caldas Editor. Portugal, 2020. 68 páginas, 29 euros.
UN MACARRA CON ESTILO
Manuel Caldas sigue restaurando clásicos y publicándolos en volúmenes imprescindibles. Al maravilloso Tarzán de Manning le sigue ahora este fenomenal Johnny Comet.
No es la primera vez que se rescata material de Frank Frazetta. El autor, conocido sobre todo por sus populares contribuciones en el campo de la ilustración de fantasía, se inició profesionalmente como dibujante de comics. Ayudó a Al Capp en su serie Lil Abner, dibujó algunas portadas e historietas en EC y, entre otros personajes, participó en White Indian y Thunda. Para prensa estuvo ocupado a principios de los cincuenta con una serie que aborda dos pasiones muy americanas: chicas guapas y coches tuneados.
Tom Wolfe recreaba ese mundo en un clásico ensayo que aquí se tradujo como El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron. Son dos obsesiones alrededor de la belleza. Por un lado vehículos de formas seductoras que pueden transportarnos a vertiginosa velocidad, que casi nos hacen volar. Y que directamente se llevaron fuera de este mundo a creadores atraídos por esa fugacidad, actores como James Dean o dibujantes como Alex Raymond, ambos fallecidos en accidentes de carretera. Ese vértigo que facilitan las máquinas tiene un equivalente en mujeres representadas de la forma más seductora posible. Bien a través de una cuidada estética fotográfica en el cine o con el dulce hiperrealismo que emplean los mejores ilustradores de “good girl art”, de Vargasa Elvgreen, pasando por Earl Moran, George Petty o John La Gatta. En comic uno de los grandes en este terreno es Frazetta. Curiosamente, al final de su recorrido en Johnny Comet fue ayudado por otro colega, como él muy interesado en mujeres imponentes: Wally Wood. Pero este último nunca tuvo las habilidades gráficas de su amigo, como él mismo reconoció en alguna ocasión. Es difícil igualar a Frazetta cuando representa el movimiento, la sensualidad, el vigor o la tensión de la figura humana.
El autor se empleó en muchas ocasiones como modelo para los héroes que salían en sus imágenes. En fotos suyas de joven percibimos de inmediato un cierto aire salvaje, indomable, el mismo componente primitivo que él supo transmitir con tanta firmeza en sus obras. Era un natural, no hay el artificio, la engorrosa sofisticación que aparece en tantos ilustradores de fantasía. En Frazetta todo es directo y
Aunque en general no les prestamos atención, en la sección de comic infantil pueden encontrarse verdaderas joyas. Allá van algunas sugerencias.
Luke Pearson
Hilda
Bárbara Fiore. 2020
80 páginas. 18 €
Lo primero una vieja conocida, “Hilda” de Luke Pearson. Sigue en plena forma y recientemente se presentaba el volumen “Hilda y el rey de la montaña” que cerraba el ciclo iniciado con el anterior, “Hilda y el bosque de piedra”. Habíamos dejado a la protagonista convertida en un pétreo trol pero en la nueva entrega la madre acude al rescate y todo termina bien.
La atrevida paginación, el fascinante color y la fantasía desbordante siguen siendo algunos de sus rasgos principales. Si a ello suman la excelente y cuidada edición entenderán que la considere una serie imprescindible.
Una autora que apenas necesita presentación es Pénélope Bagieu. Recientemente citaba su “California Dreamin’”, una novela gráfica sobre la cantante Mama Cass, y todos hemos disfrutado con sus biografías de mujeres interesantes, “Valerosas”, que ya han sido trasladadas al mundo de la animación en Francia.
En una clave más infantil ha dibujado una adaptación de Roald Dahl, “Las brujas”. Conociendo al autor de la obra original ya podrán suponer que el relato presenta algunos atrevimientos que muchos pedagogos desaconsejarían. La Bagieu parece sintonizar a la perfección con Dahl, con sus abuelas fumadoras, sus situaciones de terror absoluto y sus constantes transgresiones del orden establecido. Pueden leerle este álbum a sus hijos, pero también disfrutar con su lectura sin complejos y a solas. La narración es trepidante y entretenida y el final apropiadamente salvaje. Un gran divertimento.
La editorial mallorquina Dolmen sigue lanzando al mercado propuestas interesantes. Mantienen su política de reedición de clásicos imprescindibles pero también se arriesgan con apuestas muy actuales.
Entre estas últimas se cuentan sus traducciones de Howard Chaykin, una estrella novedosa y provocadora en los noventa, difuminada y casi sin brillo en los últimos años. Se insiste en sus cualidades, sobre todo por lo que tienen de ataque directo a los valores del imperio americano.
En “Hey Kids!” mantiene y refuerza su tendencia a la subversión y a revisar la versión “oficial”. Dirige los dardos hacia su propio oficio, con una confusa Historia del Comic en la que mezcla una miríada de personajes, épocas diversas y localizaciones que se entremezclan hasta despistar al lector más espabilado. Los expertos aseguran que es un gran narrador. Siento decir que solo a veces. En general, patina a lo grande. Como autor, juega con los límites del medio y los fuerza más allá de lo habitual. Eso es muy loable, pero no tanto lo que consigue con esas piruetas narrativas.
A las pocas páginas es casi imposible seguir el relato. Habla de una etapa que conocemos bien. Sabemos cómo era el ambiente cuando los veteranos volvían del frente, lo que pasó con la EC, la crisis de los cincuenta, la ocultación de las autoras y de los dibujantes afroamericanos, el boom de los superhéroes en los sesenta, la explosión de ventas de los noventa, etc.
Podemos identificar a algunos de los personajes principales, Stan Lee y Jack Kirby (con su inconfundible puro) y también a ese autor que roba los originales de los demás, una “costumbre” que muchos atribuyen a Gil Kane. Pero, supongo que para evitarse demandas, Chaykin no usa su nombre real. No solo eso, si en los tres citados podemos distinguir al original tras la máscara, en el resto la cosa se complica ya que aleatoriamente mezcla características de varios dibujantes para componer los suyos. Así que ese proceso de “reconocimiento e identificación” que, en otras circunstancias podría haber sido hasta gratificante, aquí deviene un ejercicio fútil y sin sentido. Por otro lado podría haber desarrollado más sus arquetipos, el artista judío, el gay, el lo que sea… Pero no lo hace. Pone en marcha a su abundante troupe y nos muestra cómo reaccionan ante diferentes circunstancias. Pero los saltos temporales y espaciales son tan constantes y abrumadores que mantener la atención puesta en lo que pasa es una tarea casi sobrehumana.
No todo es despreciable. Creo que acierta al describir esa sensación de estafa de unos autores que vieron cómo los personajes que crearon llenaban los bolsillos de editores y ejecutivos sin escrúpulos ni talento. Esa alienación que viven al ser invitados en gigantescos salones donde jóvenes aficionados veneran a sus criaturas y lo ignoran todo sobre ellos resulta conmovedora. Pero eso se explica en un contexto lioso e incomprensible. Así que, resumiendo, a mí me interesa muchísimo lo que cuenta Chaykin. Pero no cómo lo cuenta. Es un galimatías.
La Cúpula. Barcelona, 2019.
124 páginas, 17 euros.
MUJERES LIBRES Desde que abandonara “Odio”, la serie con la que se hizo popular en los noventa, Peter Bagge se ha dedicado a narrar las vidas de algunas mujeres realmente interesantes.
Y no demasiado conocidas. O, al menos, no son las mismas que aparecen repetidamente en esos libros para niñas empoderadas que colonizan las librerías infantiles. Cierto es que algunas de esas biografías están bien. Sobre todo las de la brillante Pénélope Bagieu, que recientemente presentó “California Dreamin’”. Da la sensación de que preparaba una de sus breves historietas para “Valerosas” sobre Mama Cash, una de las cantantes de The Mamas & the Papas. Y que se enamoró del material y lo dejó crecer hasta que se convirtió en una novela gráfica. Su dibujo mantiene la fuerza habitual y, como siempre, narra con fluidez y desparpajo. Si acaso, toda la parte de psicodelia y adicciones varias resulta un poco cansina, pero en general es muy recomendable.
Volviendo a Bagge, es justo reconocer sus esfuerzos documentando personajes controvertidos y que requieren de una laboriosa investigación. En algunos casos ese trabajo se concreta en obras tan redondas como su cómic sobre Margaret Sanger. En cambio sus aproximaciones a Zora Neale Hurston o a Rose Wilder Lane son más irregulares, pero no perderán el tiempo si las leen. Al contrario, están llenas de información sorprendente y amena. Lo que ocurre es que en ocasiones es tal la cantidad de personajes y hechos que se incluyen que la narración se resiente.
En el caso de Rose Wilder Lane la sensación es agridulce. Por un lado abruma el caudal de referencias históricas, con hechos como la hambruna soviética o la masacre armenia despachados en pocas viñetas. Por otro, esa misma velocidad acaba desequilibrando una obra que transmite cierta sensación de urgencia. Bagge tiene mucho que contar pero no dispone del espacio suficiente. Los pasajes más cotidianos, con la protagonista discutiendo con su madre, sus novios o sus amigas, están entre lo mejor de un torrente vital que las viñetas apenas consiguen contener. Por cierto, la protagonista es la hija de Laura Ingells. Ese nombre evoca inmediatamente la serie que en los setenta rellenó no pocas tardes de domingo: “La casa de la pradera”. Un culebrón que primero fue novela para transformarse mucho más tarde en ficción televisiva. En el apartado de notas se incluye una foto del padre real de Laura y el de la tele, el peludo Michael Landon. Como suele decirse, cualquiera parecido con la realidad es mera coincidencia. Bagge explora muy bien la relación de la heroína con su madre, que le pasó sus novelas autobiográficas donde contaba su infancia en la durísima frontera americana. Rose corregía los manuscritos y
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SE ACABARON LAS LOCURAS La revista “Mad” comenzó a publicarse en 1952. El pasado año se anunciaba su cierre, más o menos. La versión en español se intentó en 1974, sin demasiado éxito.
El prolongado desenlace
En 1975 se interrumpió. Aunque el primer ejemplar lucía el conocido logo del original americano, luego cambió a “Locuras” anunciándose como “la versión celtibérica de Mad”. No funcionó, tan solo se editaron seis números. Como tampoco lo hicieron posteriores intentos de traducción muchos años más tarde. Sus últimas versiones presentaban un horrendo color digital y, aunque se mantenían algunos de los autores más populares, ya nada era lo mismo. Parecía una variante un poco refinada de “El Jueves”.
En 1974 constituía un producto muy diferente a lo habitual en los quioscos, tanto por su apariencia como por sus contenidos. Posiblemente fue esa frescura, que caracterizó sus etapas más recordadas, lo que peor encajó por aquí. Acostumbrados a un humor extremadamente elusivo y simbólico, el de “La Codorniz” primero y “Hermano Lobo” después, cuando la dictadura empezó a aflojar no se deseaba la visión amable de “Mad” sino la crudeza del primer “Papus”. “Mad – Locuras” cayó por blandito, porque no encontró un público entre niños ni adultos. Para unos era quizás demasiado sofisticado, para los otros poco agresivo.
La revisión de aquellos gloriosos seis números es muy gratificante. En el primero nos daba la bienvenida una portada de, como se suele decir, rabiosa actualidad. Alfredito E. Neuman, la clásica mascota de rasgos orientales, sonreía mientras un apestoso humo verde le cubría media cara. En el texto se decía “¡Polución! ¿Dónde está? Yo no la veo”. En el interior nos esperaban todos los grandes autores que protagonizaron el “Mad” clásico. Con una sorprendente excepción, la de Mort Drucker. Si alguien ejemplifica con su trabajo lo que esperamos de la publicación era él, un genial caricaturista que firmó innumerables adaptaciones de películas y series. Retrataba los rostros más populares y jamás falló con el parecido de sus protagonistas. Nos dejó el pasado 9 de abril, casi centenario.
En “Locuras” aparecieron primero algunos de sus sustitutos, autores tan capaces como Ángelo Torres o Jack Davis. Drucker llegó más tarde, firmando una fenomenal parodia de “El Padrino”. Le acompañaban el expresivo Don Martin, el increíble Wolverton, el estilizado Bob Clarke, el peculiar Dave Berg o Sergio Aragonés, ocupando los márgenes y varias páginas del interior. Y uno de mis favoritos, Al Jaffe, que firmaba el enorme gag de la mosca en los planos.
En aquellos seis números se desplegó todo el arsenal de trucos de la revista. Por primera vez leíamos sátiras de series de televisión tan celebradas como “Kung-fu”. También resultaba novedosa la forma en que abordaban temas de actualidad, del arte a la publicidad pasando por las relaciones entre padres e hijos o entre parejas. Llamaba mucho la atención la variedad de estilos, de la pureza cómica de Paul Cocker Jr. al detallismo de Jaffe o el extraño realismo de Berg, pasando por la inclasificable línea del cubano Prohias. Algo muy sorprendente eran las contraportadas que se doblaban, un truco visual que consistía en esconder un dibujo a los lados de otro aparentemente “normal”. Cuando se plegaba sobre sí mismo se desvelaba la figura escondida, algo que inevitablemente molaba mucho.
Si esos primeros números fueron lo más, los sucesivos intentos de introducción de “Mad” en España nos mostraron cómo el modelo degeneraba y pocos de los nuevos autores alcanzaban la calidad de los antiguos.
Los últimos productos publicados en relación con la revista son unos cuentos donde se narran las aventuras de héroes populares como Superman o Batman, en una clave infantil y no demasiado graciosa. Esa decadencia explica que la editorial haya decidido interrumpir la publicación mensual, dejando abierta la posibilidad de lanzar reediciones o algún número especial.
El conocido planteamiento
Curiosamente la etapa de “Mad” a la que se accede con más facilidad es la primera. Ello se debe a su vinculación con la mítica E.C. Junto con otros productos de aquella época dorada, se ha reeditado con regularidad. Pero cuando
EL ORIGEN DE CORTO MALTÉS
Díaz Canales y Pellejero continúan narrando las aventuras de Corto Maltés, un personaje a quien descubríamos en “La balada del mar salado” flotando en medio del océano y amarrado a unas tablas.
Su creador, el difunto Hugo Pratt, nunca explicó cómo había llegado allí. A partir de esa anécdota se construye esta tercera colaboración entre el guionista Díaz Canales y el dibujante Rubén Pellejero. Sus anteriores entregas han constituido un éxito tanto entre los lectores tradicionales como entre aficionados más jóvenes, que se convierten en seguidores de Corto tras descubrirlo en estas nuevas aventuras. No participo del entusiasmo generacional hacia un héroe que siempre me ha parecido demasiado listillo y distante. Con todo, puedo reconocer que esa frialdad y la contención narrativa de Pratt agraden a muchos, que parecen disfrutar con una saga llena de referencias literarias y de ritmo característico.
De nuevo destaca el trabajo de Pellejero. Podría considerarse que en su voluntad de permanecer fiel al original traiciona su propio estilo, ofreciendo un producto por debajo de sus capacidades. Su punto de vista es otro. Con otros rasgos Corto dejaría de ser reconocible. Lo mismo pasaría si no empleara algunos de los recursos narrativos clásicos de la serie, como esas panorámicas contemplativas con las que cierra casi todas las planchas. O ese tiempo de más que notamos en los conversaciones y los cruces de miradas. El dibujante no siente que le estén forzando a adoptar un estilo con el que no se identifica. Al contrario, afirma estar disfrutando con un trabajo que además de
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UNA INESPERADA HEROÍNA
La dibujante británica Posy Simmonds tiene dos obras traducidas en España. “Cassandra Darke” es su tercera entrega y posiblemente la mejor. Y eso es mucho decir.
Posy lleva años colaborando en prensa, lo que explica sus extraños formatos. Como el alargado vertical de “Gemma Bovery” o las proporciones casi cuadradas de “Tamara Drewe”, que vuelve a usar en su nueva entrega (23 x 26 cm). Son los espacios que le permiten en el suplemento para el que trabaja.
También ha heredado de la prensa una llamativa densidad tipográfica, una auténtica selva de letras. Cuando se entra en sus historias la relación entre imágenes y textos resulta equilibrada, a su delicado dibujo se suma una escritura aún más precisa. Nos arrastra llevándonos de una sorpresa a la siguiente mientras nos permite descubrir y disfrutar con sus vívidos protagonistas.
En “Cassandra Darke” abandona a esa élite literaria y universitaria que protagonizaba sus libros anteriores y desplaza su mirada hacia el universo del arte. Su heroína es tan inapropiada como incorrecta, una vieja solitaria y mezquina, incapaz de hacerle un favor a nadie. Pronto la encontramos en la cárcel, acusada de un delito de estafa que ni se molesta en negar. Esa voluntad para sobreponerse con entereza y frialdad a todo revés del destino es el primer elemento que provoca cierta simpatía hacia un personaje decididamente incómodo. Luego la historia bascula hacia el género negro cuando
Penguin Random House. Barcelona, 2019.
152 páginas, 17,90 euros.
BUÑUEL CONTRA PAPÁ NOEL
Un viejo chiste cuenta la historia de unas cabras que se encuentran en el campo. Una de ellas mordisquea un trozo de película y una compañera le pregunta: “¿Qué tal la peli?”. A lo que la primera responde “La novela era mejor”.
En este caso el origen de “Buñuel en el laberinto de las tortugas” no es una novela sino una novela gráfica, escrita y dibujada por Fermín Solís. Y no puede decirse que las viñetas originales fueran mejores que su adaptación cinematográfica. La presencia del también dibujante de comics José Luis Ágreda, en este caso como director de arte, aporta una estilización a los personajes principales de la película que rebaja agradablemente el grotesco tono del original. También se han suavizado las gamas de color y se ha reorientado el argumento. Por supuesto la historia inicial se mantiene.
Se cuentan los pormenores del rodaje de “Las Hurdes. Tierra sin pan”, el famoso documental que Buñuel rodó entre su primera etapa, surrealista y parisina, la de “El perro andaluz” y “La edad de oro”, y la mexicana comenzando con “Los Olvidados”, que rodaría muchos años después. La pregunta que subyace es porqué el director pasó del formalismo inicial a la agitación social que en teoría suponen “Las Hurdes”.
Lógicamente, la presencia del documental adquiere más importancia en el filme que en el cómic. Se entremezclan fragmentos de la película de Buñuel con recreaciones de su rodaje. Algunas se corresponden con las escenas más salvajes de la cinta, sobre todo aquellas que no serán del agrado de los animalistas, como la del burro masacrado por las abejas o la de las cabras.
Planeta Cómic. Barcelona, 2020.
232 páginas, 8,5 euros.
LOS VIVOS Y LOS MUERTOS
Poco antes de iniciarse el confinamiento se lanzaba el último número de la saga Los Muertos Vivientes, una ficción que saltó del papel a la televisión, abandonando su público original de “comic-zombies” para convertirse en un fenómeno global y tremendamente popular.
Su creador,Robert Kirkman, fue una de las estrellas del pasado Festival de Angulema, localidad a la que acudió a finales del pasado enero y donde ya se escuchaban avisos contra la Covid. Los primeros casos en Francia se habían registrado en París y en Burdeos, una ciudad muy cercana a la pequeña villa de Angulema. Un mes más tarde nuestro querido gobierno seguía insistiendo en que no se sabía nada y que aquello era poco más que una gripe. El encuentro con Kirkman no defraudó, se mostró cercano y divertido, provocando las risas de los franceses cuando hacía como que se echaba a dormir mientras traducían sus palabras.
Venía acompañado de una exposición donde la escenografía pesaba más que los contenidos pero que sin embargo tenía un muy interesante tramo final, páginas originales de The Walking Dead, con un capítulo que todavía no conocíamos. Se trataba del último número de la serie, recientemente publicado. He escrito en numerosas ocasiones sobre esta ficción, siempre con admiración y respeto hacia el trabajo de Kirkman y su compañero en las tareas gráficas,Charlie Adlard, al que considero un gran narrador y en buena medida responsable también del éxito del producto.
El guión se asegura de cerrar la trama abierta en episodios anteriores, una crítica de una sociedad en la que aparentemente todo va bien, pero gracias a un sistema de castas donde la libertad queda excluida. Por un lado se deja claro que no hay prosperidad sin libertad, algo que “Los enemigos del comercio” tienden a olvidar (durante el encierro me he leído la obra magna de Escohotado y se la recomiendo). Por otro se incide en el gran asunto de la saga, el tema central sobre el que pivotan todos sus capítulos: nuestra estancia en este mundo es pasajera, nuestra vida, breve.
El estreno de la película dedicada a Harley Quinn ha propiciado un pequeño boom. A la serie de animación sobre la (ex) novia del Joker se suman varios comics, tanto nuevos como reeditados.
Harleen. Libro Uno Stjepan Sejic ECC. España, 2020.
de A priori el más interesante debería de ser el que viene firmado por Stjepan Sejic, conocido sobre todo por su serie “Sunstone”.
Si en aquella fantasía sado-maso encontraba un delicado equilibrio entre la monería y la brutalidad y su encantador dibujo suavizaba las aristas de un relato protagonizado por pavas aficionadas al látigo y el cuero, aquí no acaba de dar con el tono adecuado.
Construye una especie de “Harley Quinn Año 1”, donde se nos narran los antecedentes de la psicóloga chiflada. Pero todo resulta redundante y pretencioso y acabamos hartos de personajes encantadores y sonrisas monas. Falla en las escenas de acción, que se quedan en cromos muy poco dinámicos, se le encasquillan las actuaciones de los personajes, teatrales y poco convincentes, y no acierta con el Joker, a quien retrata como una especie de estrella del rock, un señor Grey no exento de atractivo. Demasiadas páginas para contar más bien nada. Y además, es solo el primer episodio.
Paul Dini & Bruce Timm. Harley y Hiedra ECC. España, 2018. 136 páginas, 15,95 euros.
Mucho más afortunada es la reedición de “Harley y Hiedra”. Conecta con la última versión del personaje, que se ha librado del pesado de su ex, el Joker, e intenta vivir su propia vida acompañada por su mejor amiga, Hiedra Venenosa. Esta última, compañera en el crimen y con la que comparte piso, no oculta en la serie de animación unos sentimientos de los que Harley parece no percatarse nunca.
La cuestión es que el volumen incluye tres historias, la última de las cuales firma Joe Chiodo y es preferible olvidar.
La primera es un divertimento de Ronnie del Carmen, simpática, muy bien dibujada y de narrativa chispeante. Por supuesto lo mejor corre a cargo de los creadores originales de Harley. Si en su momento el comic de presentación, “Mad Love”, constituyó una auténtica cumbre de lectura obligada y revisión más que recomendable, Paul Dini y Bruce Timm vuelven a demostrar que son los que mejor entienden al personaje y su volátil psicología. Harley es una chiflada pero también un arlequín, una payasa, y en ningún momento debería de abandonar su tono desenfadado, siempre tan atolondrada como chispeante.
En una clásica estructura en tres actos se nos cuenta en primer lugar la entrada y fuga de la cárcel. En el nudo las chicas se trasladan a las selvas amazónicas en busca de una misteriosa planta. Ya de vuelta a casa se detienen en Hollywood donde deciden rodar una enloquecida película. Finalmente Batman pone a todo el mundo en su sitio y las chicas vuelven al trullo, más o menos. Por el camino se nos brindan algunas pinceladas sobre la imposible relación entre esas dos amigas tan diferentes y las viñetas se saturan de chistes que en ocasiones recuerdan los tiempos más gloriosos de Mad.
El increíble dibujo de Timm asegura un ritmo trepidante y las dosis justas de humor y sensualidad. Él y Dini tienen el secreto de una fórmula que parece fácil de imitar pero que nadie asimila (y desarrolla) tan bien como ellos. Hay apuntes ecológicos y cierta burla de las costumbres de la meca del cine. Pero sobre todo lo que cuenta es la sucesión de hechos, el encadenado de secuencias y bromas hasta la traca final. Un cómic sin pretensiones, maravillosamente dibujado y que no deberían perderse.
"TENÉIS QUE APRENDER..." Tras las adaptaciones cinematográficas y varias secuelas, la saga de Millar y Romita Jr. no parecía capaz de ofrecer nuevas alegrías. Sin embargo, esta última entrega resulta tan sorprendente como satisfactoria.
Primero un apunte para el buen estado de forma de Romita Jr. No lo tenía fácil. Su padre es una figura legendaria, un dibujante sólido al que asociamos con una de las etapas más brillantes de Spider-Man. A su lado el hijo siempre parecía más estilizado y blandito. Pero ha hecho de ese rasgo virtud, se ha concentrado en los personajes y sus emociones y con cada nuevo trabajo nos deslumbra. Resulta muy convincente y apropiado para el “Superman Año I” que está facturando con Miller. Y no se me ocurre un artista mejor para este nuevo “Quick-Ass”. Porque Romita Jr. es muy eficaz en las escenas de acción, que suele despachar en espectaculares y enormes viñetas, pero también expresa muy bien la poética, los sentimientos de sus actores. Y eso, en guiones como los del dúo Miller-Millar, es crucial.
Respecto al argumento lo más destacable es su protagonista. Millar abandona a Peter Parker y a todos los quinceañeros bienintencionados que aquel representa y desplaza su concepto hacia territorios muy diferentes. El “Quick-Ass” original partía de una idea muy simple: todos podemos ser héroes. Es una cuestión de convicciones y disciplina. Hay que tener la voluntad necesaria para enfrentarse al mal. En este caso la heroína es una suerte de “Teniente O’Neill” que cuando regresa de pelear en Oriente Medio descubre que su maridito artista la ha dejado colgada.
Sus planes de volver a la universidad deben aplazarse ante la necesidad de encontrar un trabajo con el que alimentar a sus hijos. Esas primeras secuencias que sitúan los sucesos que se desarrollarán a continuación son especialmente eficaces. Millar describe a una auténtica heroína de clase trabajadora, esa veterana que ha de adaptarse a una nueva situación que para nada encaja con lo que tenía planeado. Se nos brinda una descripción muy objetiva de la vida de algunos ciudadanos no demasiado afortunados, al tiempo que se nos recuerda la escasa atención que los políticos prestan a sus problemas. Millar aprovecha para criticar a Trump, a quien retrata como la solución desesperada que buscan muchos de esos desgraciados abandonados por el sistema.
La protagonista de este nuevo “Quick-Ass” no es la Capitana Marvel, pero al final consigue ser una super-heroína mucho más empoderada que todas las pavas glamurosas que hemos visto desfilar últimamente por tebeos y salas de cine. Decide que los malos amasan mucha pasta y que ella tiene las habilidades necesarias para conseguir ese dinero. Se pelea con unos cuantos mafiosos y reparte sus ganancias entre los más necesitados, empezando por ella y su familia. Luego la cosa se complica cuando su cuñado, que trabaja para el jefe de una banda, está a punto de descubrirla. No quiero desvelarles mucho más. Tan solo apuntar que todo en el relato de Millar es emocionante, en un crescendo de violencia y acción sucia y trepidante que culmina en un final satisfactorio y que nos deja con ganas de más. Se presta especial atención a algunos problemas como el “ahí-te-quedas” o el maltrato, que queda reflejado en uno de los pasajes más intensos del álbum.
No es solo que esté bien escrito, es que se disfruta de principio a fin y además los malos reciben su merecido. ¿Qué más se puede pedir? ¡No se lo pierdan!
Mad. Grandes genios del humor. Vol. I ECC Ediciones. España, 2017. 77 páginas, 9,95 euros.
En 2015 se publicó en USA un recopilatorio con las historietas de Wood para los primeros 23 números de “Mad”. Dos años después se tradujo aquí, disminuyendo innecesariamente el formato original y recortando el contenido. Se suponía que un segundo volumen, que no llegó a aparecer, incluiría el material restante.
Kurtzman (director de la publicación) y Wood nunca se llevaron muy bien. Habían colaborado en series bélicas y a Wood le irritaba la voluntad de controlarlo todo del editor-guionista. Él prefería trabajar a su aire y Kurtzman en cambio acostumbraba a no dejar nada al azar, facturando innumerables apuntes y bocetos que sus dibujantes debían seguir sin desviarse.
Para Wood “Mad” constituía un nuevo desafío ya que se había especializado en un estilo más realista. Toda la plasticidad heredada de Eisner salió a la superficie, exageró el carácter caricaturesco de las caras y poco más. Su entintado, su volumétrica iluminación y su amor por los detalles permanecieron, al servició del humor. Aunque se ha insistido en su capacidad para cambiar de una clave seria a otra humorística, conviene recordar que no fue el único.
Le acompañaron los mismos tipos que, como él, firmaban sólidas historias de guerra en los otros títulos de Kurtzman. Severin y Elder sobre todo, también Jack Davis. Así como este último apenas disimulaba su inclinación hacia la distorsión más expresiva, a los dos primeros no se les notaba tanto. El dibujo de Severin era más estructuralmente serio y él también saltó al humor sin problemas. Costaría más imaginar a Al Williamson cambiando de registro. Pero Frazetta lo hacía sin pestañear. Como muchos dibujantes clásicos han afirmado, si se domina el dibujo realista, el giro hacia el humor no es tan complicado. El camino inverso, de la distorsión al realismo, parece más difícil. No se trata de quitarle méritos a Wood, solo situarlo en el contexto en el que su transformación cómica tuvo lugar.
En los primeros números en color no había muchas sorpresas. Los guiones contenían historias similares a las que el dibujante facturaba para las revistas de ciencia-ficción, con un enfoque humorístico: “Blobs!” (“¡Masas informes!”) en el nº 1 (1952) y “Gookum!” (“¡Babamoco!”) en el 2 (1952). Luego parodiaron el horror en “V-Vampires!” en el 3 (1953) y a partir de ahí dio comienzo una larga serie dedicada a los más populares personajes de comic. Se abordaban asuntos que podían interesar a los jóvenes lectores, ya fueran películas, música o comics. Cualquier nicho cultural medianamente popular servía. Wood se especializó en satirizar otros tebeos y en la adaptación humorística de películas de éxito como “The Wild One” (1953), convertida en “Wild 1/2” en el nº 15 (1954) o “On the Waterfront” que en el 21 (1955) se transformó en la divertida e histérica “Under The Waterfront!”. Las convenciones narrativas fueron puestas a prueba: en “Julius Caesar!” en el 17 (1954) se interpelaba directamente al lector, en “3-Dimensions” en el 12 (1954) se “rompía” la página destruyendo las viñetas como espacio verosímil y en la antológica “Sound effects!” en el 20 (1955) las onomatopeyas alcanzaban el límite de sus posibilidades.
Cuando Kurtzman decidió largarse para fundar su propia revista, Wood se negó a acompañarlo. No estaba dispuesto a trabajar en exclusiva ni para él ni para nadie. “Mad” acabaría siendo la publicación en la que duró más tiempo. Cuando se transformó en un magazine en B/N todo cambió. Wood dejó las viñetas de lado y realizó espectaculares ilustraciones con las técnicas y los formatos más variados: lavados a la acuarela, papel dobletono, tramas adhesivas... Como el Comics Code había destrozado a las publicaciones de comics, el dibujante consiguió encargos para la revista de Ciencia-ficción “Galaxy” y también para otras editoriales. Así que a finales de los 50 pasó a trabajar casi en exclusiva como ilustrador.
De esa etapa normalmente se insiste en sus imágenes más elaboradas, composiciones con cientos de personajes, complejas perspectivas y cuidada realización. Los ejemplos son tan numerosos como apabullantes: “The New, Improved, Rotten Circus” en el nº 41 (1958), “Alfred E. Neuman’s Family Tree” en el 44 (1959) o “Museum of Madison Avenue” en el 70 (1962), entre otros. Pero, dejando aparte el sudor y las lágrimas, Wood también ofreció en “Mad” su cara más delicada, su faceta más artística y seductora. No olvidemos quién le acompañaba. Su competencia era feroz y debió de constituir un acicate para alguien tan competitivo como él. Muchas de sus piezas fueron de una calidad extraordinaria, comparable a la de los mejores ilustradores de los cincuenta.
La lista de obras interesantes sería muy extensa pero se pueden citar: “MAD’s Up-To-Date Version of The Night Before Christmas” en el nº 52 (1960), “New Movie Monsters From Madison Avenue” y “MAD Goes To An Alfred Hatchplot Movie” en el 53 (1960), tan modernas como divertidas, “Open Office Week” en el nº 67 (1961), otra maravillosa demostración de su habilidad para dibujar niños encantadores, etc.
Lo que llama la atención en muchas de ellas es la variación constante de la línea y la iconicidad de los dibujos. Wood tenía mil caras y en “Mad” las mostró casi todas. No se aprecian correctamente sus habilidades artísticas hasta que no se repasan con cuidado sus aportaciones a la revista. Y además, tenía gracia.
Algunas de aquellas imágenes han podido contemplarse recientemente en el Festival de Angouleme, en la expo “Los mundos de Wood”.
Casi hasta el final estuvo dibujando parodias sobre tiras de comic, donde primaba más la imitación del estilo original que su propia interpretación. También en ese género se pueden citar unos cuantos tour de force. Como “Comic Strip Heroes (Taken From Real Life)” en el nº 48 (1959), la alucinante y barroca “The MAD “Comic” Opera” en el 56 (1960), o “The Comic Strip Characters’ Christmas Party” en el 68 (1962).
Al final de su larga trayectoria en la revista ya estaba cansado y se nota. Pero la media de sus colaboraciones es de un nivel muy alto, por no mencionar la apabullante cantidad de material que llegó a facturar. Como él mismo reconoció años después, entre sus entregas para “Mad” se cuentan algunas de las mejores piezas de su carrera artística.
Las últimas aportaciones al mercado americano del asturiano Javi Rodríguez certifican lo mucho que ha mejorado su arte. Página tras página demuestra su sabiduría narrativa con estructuras tan eficaces como innovadoras.
Cuando empezó creo que nadie habría apostado por la carrera que ha conseguido desarrollar. Compañero de Germán García,Javi era quien tenía un dibujo con menos posibilidades. Así, aunque ambos comenzaron compartiendo esfuerzos en el ingrato campo de la autoedición, García enseguida consiguió introducirse en el mercado americano, dibujando “X-Men” primero y “Superman” después. Luego desapareció, pero esa es otra historia. Mientras, Javi se había atrincherado en “El Víbora” donde firmaba series costumbristas como “Paraíso”. Su dibujo, muy limitado y lleno de carencias, no le presagiaba un gran futuro. Pero consiguió meter la patita en los U.S.A. trabajando como colorista. Así nos lo encontramos en el “Daredevil” de Samnee y Waid, donde también dibujó algunos episodios. Yo debo reconocer que no lo vi. Estaba cegado por el brillante estilo de Samnee, sintético y elegante y sin duda uno de los mejores artistas de comic en la actualidad. Pero es que la labor de Rodríguez ya estaba bien. Sus estructuras habían mejorado y su color se diferenciaba rotundamente de lo habitual. Amante de las gamas ácidas, sus tonos siempre van cargados de sorpresas. Sus cromatismos son tan expresivos como narrativos, su color nunca es decorativo.
Desde entonces no ha parado y sus últimos encargos se merecen una revisión. Creo que todavía no le han emparejado con un guionista a la altura de sus capacidades pero en gran medida no importa. Con sus aportaciones consigue que las historias que ilustra parezcan mejores. Eso le pasó con su fascinante recorrido por “Spider-Woman”, donde los episodios del embarazo y el parto de la superheroína son impagables. Y la calidad no baja en los capítulos que siguen. Dennis Hopeless firmó los argumentos. Conviene recordar que el propio Rodríguez se encarga de colorear muchos de sus entregas. Y que se agradece y mucho la presencia de Álvaro López a las tintas. Cuando cede los trastos de entintar a otros autores la calidad se resiente. Pero el equipo López-Rodríguez es perfecto.
Recientemente volvían a demostrarlo en “Exiliados”, colección de la que han aparecido dos volúmenes (sin contar los de anteriores equipos creativos). El guionista es Saladin Ahmed, aunque en algunos episodios comparte el crédito de la escritura con el dibujante. Así que vayan sumando: dibujante a lápiz, colorista, guionista ¡y también un portadista más que decente! La cosa va de viajes en el tiempo, un asunto que siempre se presta a la acción desenfrenada y a una cierta sensación de todo-es-posible-ya-con-otro-salto-temporal-lo-arreglamos. Los continuos saltos de escenario aseguran el lucimiento del dibujante. La trama presta cierta atención a los personajes y consigue ser bastante entretenida.
Dejo para el final lo que me parece su trabajo más llamativo, su participación en la “Historia del Universo Marvel”. Otra vez de la mano de Mark Waid, su guionista en “Daredevil”. Rodríguez acepta un desafío que en el pasado habría quedado en manos de bestias como George Perez o Jose Luis García López. Páginas y páginas en las que se amontonan héroes de diferentes épocas y donde se nos explica la intrincada historia del cosmos marvelita. En mi caso me ha permitido ponerme al día respecto a las últimas incorporaciones y movimientos dentro de una maraña de personajes que no deja de crecer. Me sitúo fácilmente en algunos pasajes mientras que en otros intento asimilar los cambios. Afortunadamente se acompañan estas historietas con una pequeña guía que define a cada protagonista, explicando su origen y fecha de aparición, algo realmente útil. Lógicamente, la tarea de un dibujante en un producto de este tipo es descomunal y especialmente compleja. No solo porque debe representar centenares de héroes que han de identificarse a la primera. También porque apenas hay una acción propiamente dicha y las planchas corren el riesgo de quedar reducidas a bellas ilustraciones sin continuidad ni coherencia. El artista se las apaña para conseguir unas imágenes muy dinámicas y trasladar la sensación de que “pasan cosas”, de que estamos ante una verdadera narración y no una acumulación de bonitos cromos.
Así es cómo llegamos al meollo de la cuestión. El dibujo de Rodríguez ha mejorado, de eso no cabe duda. Se acerca al modelo Kirby, un estilo no del todo realista ni del todo caricaturesco, con caras y cuerpos en ocasiones arquetípicos pero funcionales. Ya no tiene nada de qué avergonzarse, ha ganado mucho en movilidad y en las actuaciones de sus protagonistas. Pero ese no es el terreno donde realmente marca la diferencia. No, el motivo por el que voy a prestar atención a partir de ahora a todo lo que publique es su increíble puesta en escena. Cada página es una lección de narrativa. Algunos dibujantes lo intentan aquí y allá. Rodríguez no, vemos cómo de una manera constante y sostenida busca fórmulas que le permitan animar sus planchas. Conocemos a los padres y abuelos de esos recursos. El tatarabuelo es por supuesto MacCay. Pero no hace falta recordar al pequeño Nemo. Yo mencionaría en primer lugar a Steranko, a quien se nota ha analizado en profundidad. También a Gulacy, Luca Gianni, Ware o Aja. Y lo ha hecho bien. Considero que algunos de los últimos experimentos narrativos fallan por un motivo: se imponen al relato. Se mantienen como un artificio que sobrevuela la historia, desconectados del alma de la narración. Como lectores se nos impone un recurso que es aparentemente muy ingenioso pero que en la práctica resulta inútil al cargarse el ritmo. Es difícil definir cuándo ocurre esto y cuándo no. Si pienso en una comparación cinematográfica podría mencionar la actitud de Hitchcok, que dirige la mirada del espectador guiándole de forma absolutamente seductora. Pero también ha habido una enorme cantidad de autores pretenciosos que han intentado imponernos sus formalismos y solo han conseguido aburrirnos.
En fin, el caso es que Javier Rodríguez se ha lanzado a la construcción de estratagemas visuales que consiguen llevar sus planchas a otro nivel. Cuando creíamos que lo habíamos visto todo él nos demuestra que quedan muchos recursos por explorar y que algunos son tremendamente entretenidos. Seguro que muchos les sonarán de la paleta de trucos de otros autores. Pero a mí me cuesta recordar quienes son los que los están empleando con la naturalidad y frescura que él demuestra.
Los ejemplos son muy numerosos pero voy a citar unos pocos. Al final de “Exiliados” acumula una serie de splashs presididas por las siluetas de los héroes. En su interior distribuye pequeñas viñetas que cuentan historias. En el episodio oriental de la misma serie encontramos un formalismo que emplea a menudo: la repetición de un personaje que se desplaza por un fondo que ocupa la página, señalando diferentes tiempos. Incluye una versión muy sofisticada de ese procedimiento en el episodio de los piratas.
En una apabullante doble página el malo atraviesa un barco mientras los héroes intentan detenerlo. Rodríguez distribuye los bocadillos de forma que guían al lector de la esquina inferior izquierda a la derecha, sazonados con pequeñas viñetas insertadas y otras ocurrencias muy ingeniosas. En “Spiderwoman” la plancha en que intenta evitar que los huéspedes de un restaurante coman carne humana es antológica. También la doble en que se fuga de la gasolinera. Son planchas inteligentes, chulas, muy visuales y en absoluto pretenciosas. ¡Toda una novedad!
INMORTALES CON MUCHA MARCHA Greg Rucka firma un guión trepidante que el argentino Leandro Fernández eleva a un nivel superior. A partir de una excusa argumental aparentemente simple levantan un trepidante y arrollador espectáculo visual.
Esta es una de esas obras que obligan al lector a preguntarse: ¿qué habían hecho antes estos dos tíos? Yo nunca le había prestado demasiada atención al guionista, pero prometo revisar sus trabajos anteriores. El dibujante había colaborado con Ennis en varios episodios de Punisher y allí ya demostró su talento, aunque con un estilo diferente, no tan simplificado, y una puesta en escena más contenida donde primaban las omnipresentes viñetas horizontales.
La cuestión es que aquí firman una obra que encuentra en la sencillez su mayor virtud. No quiero decir que el argumento carezca de profundidad. Al contrario, parte de una premisa que Rucka no intenta explicar, un auténtico McGuffin que funciona a la perfección. Se trata de un grupo de inmortales que se van encontrando a lo largo de los siglos, sobreviviendo al fallecimiento de todos sus familiares y amigos. Al final, viven juntos como grupo y se las apañan para cargar con una experiencia vital que les lleva en muchos casos a desear un descanso que nunca llega.
Al contrario que en la inefable película de Christopher Lambert, estos inmortales no intentan matarse entre sí sino que se comportan como una auténtica familia, cuidando en todo momento unos de otros. A partir de esa idea el guionista se las apaña para introducir algunas reflexiones sobre el sentido de la vida o nuestra relación con los seres queridos, entre otros asuntos no menores. Pero no es eso lo que percibe el lector. Al contrario, la estructura dramática se construye sobre una cacería, con un villano que desea descubrir el secreto de los protagonistas y los acosa. La heroína, una auténtica hembra alfa con miles de años a sus espaldas y bastante aburrida de la vida, da la bienvenida al grupo a una nueva recluta, mientras intenta sobrevivir a una persecución sanguinaria y brutal.
El que consigue aportar la dosis extra de rock&roll es Leandro Fernández. Desde la página uno se encarga de demostrar que ha asimilado bien las lecciones que aprendió con su maestro Risso y que está dispuesto a llevarlas un paso más allá. Acompañado por un color plano muy ajustado a su labor, su estilo se simplifica al máximo, buscando ese contraste extremo que nos devuelve a la clásica línea Toth-Steranko-Mignola-Milazzo-Pellejero y pocos más. Pero no se queda solo en un trazo elegante y unas manchas dramáticas. Es que además su puesta en escena no descansa nunca. Se plantea estructuras de disposición de viñetas innovadoras y variadas. Ese tipo de experimentos se saldan en ocasiones con dolores de cabeza para el lector, mareado por jueguecitos con los que artistas sin talento intentan distraernos para que no nos fijemos en sus debilidades. No es el caso. Fernández narra bien, se ajusta a la historia, los personajes son expresivos y actúan con claridad y todo fluye con naturalidad y un dinamismo embriagador.
Como ha ocurrido con otras grandes obras en el pasado, aquí los autores concilian muy bien entretenimiento y sofisticación. Hay una verdadera reflexión sobre las ganas de vivir, la amistad o el sentido de la muerte, pero no se nos da la chapa al respecto. Al contrario, disfrutamos siguiendo a unos personajes interesantes a los que no dejan de pasarles cosas. Y queremos saber más sobre ellos. No se lo pierdan.