Diábolo Ediciones. Madrid, 2010
238 páginas. 34,95 euros
CUANDO A ES A
Steve Ditko es uno de los dibujantes más peculiares del siglo XX. Ahora se publica un volumen que permite echar un vistazo a la primera etapa de su carrera.
Existe un documental de Jonathan Ross para la BBC que repasa toda la trayectoria de este creador. Al final, con la ayuda del conocido guionista Neil Gaiman, intentan entrevistarlo en su oficina de Manhattan. Ditko viene a ser algo así como el Salinger del comic y su fama es merecida. Recibe a los dos flemáticos ingleses, les regala unos tebeos, pero se niega a ser grabado o fotografiado. Lleva años esforzándose por permanecer apartado de la curiosidad pública e insistiendo en una premisa que comparte con otros autores: todo lo que tiene que decir ya lo ha hecho a través de su obra.
Nacido en Pensilvania en 1927, coincidió con otros brillantes compañeros de generación como Kurtzman, Severin o Wood en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York. Como ellos, se matriculó gracias a una beca del ejército. Allí su primer mentor, el dibujante de Batman Jerry Robinson, invitó al joven Stan Lee a dar una conferencia y parece que fue así como se conocieron. Antes de que juntos crearan los personajes por los que serán recordados, Spiderman y el Doctor Extraño, tuvo ocasión de curtirse en las innumerables editoriales que surtían de revistas el exótico mercado del comic de los cincuenta.
En Strange Suspense podemos disfrutar con la brutalidad de muchas historietas realizadas justo antes de que los editores se autocensuraran creando el Comics Code, una regulación interna devastadora para la industria, que ya no levantaría cabeza hasta la siguiente década.
Este recopilatorio es correcto, aunque basta compararlo con otros esfuerzos recientes, como The Art of Steve Ditko de Craig Yoe, con un formato mayor, para darse cuenta de que la reproducción del color es mejorable. Pero el material que se nos ofrece es tan bizarro y estimulante que no conviene quejarse mucho. Más bien jalear la aparición de estas rarezas y confiar en que alguien se atreva a traducir otras etapas del autor, que permanecen inéditas por aquí.
Lo que mejor conocemos es su breve pero intensa estancia en Marvel en los sesenta. Spiderman aparece en Amazing Fantasy nº 15 (1962) y pronto consigue su propia revista. El Doctor Extraño se presentó en Strange Tales nº 110 (1963) y Ditko también participó en otras series como Iron Man o Hulk. Aunque no tardó mucho en abandonar la editorial, tan breve recorrido le bastó para cimentar su leyenda. Los lectores ya no olvidarían a aquel dibujante de aire estilizado, con manos siempre dibujadas en gestos imposibles y unos acabados tan limpios y contrastados como poco realistas.
Por no mencionar la imaginación que derrochaban los escenarios místicos por los que paseaba Extraño o lo alucinante de algunos de sus comparsas. En cuanto a Spiderman, la clave era la empatía que desprendía aquel quinceañero atrapado siempre entre graves dilemas morales y al que directamente sepultaría bajo maquinaria en el célebre nº 33, una apropiada metáfora visual de la angustia que aplastaba al personaje.
Como es sabido, tras abandonar Marvel por discrepancias con Stan Lee, Ditko desarrolló una errática carrera en la que creó varios personajes que nunca consiguieron el impacto de sus héroes en Marvel. Aunque algunos como Question disfrutaron años más tarde de un renacimiento en manos del brillante Dennis O’Neil, en general ni Hawk and Dove, Creeper, Stalker o el Destructor alcanzaron la fama del mago que vivía en Greenwich Village o del atribulado trepamuros. En relación con la eterna disputa sobre el origen de Spiderman, son muy interesantes las palabras de Lee en el citado documental. Con su cortesía habitual, reconoce los méritos de Ditko en su creación visual… pero afirma que el concepto original fue sólo suyo.
El personaje más controvertido de Ditko tras abandonar Marvel fue Mr. A, un justiciero enmascarado que dibujó para el fanzine de su amigo Wally Wood, witzend (1967). Se ha repetido en numerosas enciclopedias que allí expresó sus ideas de extrema derecha, con un héroe a la manera de Harry el sucio, un tipo que no distingue las zonas grises y que castiga a los malos sin atender a circunstancias atenuantes. Alan Moore reconoció haberse inspirado en él para crear a Roschach, uno de los protagonistas más populares de Watchmen. Preguntado Ditko al respecto declaró: “Ah, sí, es ese héroe que es como Mr. A, ¡pero que está loco!”. Moore se reía al contar la anécdota porque para todos los miembros de su generación Mr. A es el enfermo mental.
Para explicar las ideas reaccionarias de Ditko se cita a Ayn Rand, la escritora que dio lugar al movimiento objetivista y cuya influencia el dibujante nunca ha negado. De hecho hay quien afirma que se enamoró de ella y que esa es la razón por la que siempre ha permanecido soltero. Como fuere, tanto Mr. A como la señora Rand cambian bastante cuando se estudian de cerca y no a partir de comentarios ajenos o de fuentes secundarias. El primero es una rareza, pero no tanto en el universo de Ditko. Su radical discurso en torno al bien y el mal ya impregna las planchas de Spiderman. Lo que ocurre es que Mr. A supone un paso más en la línea lógica establecida por Rand. Hay que defender al inocente y castigar al culpable. En una escena una asistenta social intenta ayudar a un delincuente, que la premia pegándole un tiro. Interviene entonces el héroe y el malo queda colgando del asta de una bandera. Incluso entonces ella defiende al jovenzuelo, ante la impasible mirada de Mr. A, que se la lleva a un hospital mientras el malo se despeña.
En los siguientes episodios Ditko despliega sus argumentos en historietas narrativamente interesantes pero discursivas en exceso. No es de extrañar que sus lectores le abandonaran cuando se revisan las proclamas que suelta en diferentes entregas de witzend. Discursos sobre la neutralidad, la vida y la muerte, la violencia… Demasiado para los jovenzuelos que se habían identificado con las penurias de Peter Parker, el eterno adolescente, y que habían alucinado con los psicodélicos fondos del Dr. Extraño. Fondos que, por supuesto, no surgían del consumo de drogas como algunos suponían, sino tan sólo de su imaginación.
Más recientemente, Ditko ha continuado publicando panfletos que agrupan material diverso. En algunos de ellos ajusta sus cuentas pendientes con Lee, al que acusa directamente de aprovecharse de su trabajo. Llega a incluir la carta pública en la que el editor reconocía sus méritos y su participación en la autoría de Spiderman. Todo esto en medio de una marea de planchas en las que apenas se incluyen dibujos y dominan rótulos con conceptos como “justicia”, “verdad”, “miedo”, etc. Considero que aún deben pasar algunos años para poder juzgar con objetividad estos últimos trabajos de Ditko.
La obra de Ayn Rand también es algo más compleja de lo que algunas reseñas pueden hacernos suponer. Nos cuenta su juventud en la Rusia soviética, paraíso socialista del que huyó en 1926 para refugiarse en los USA. En Los que vivimos (1936), su primera novela, ya percibimos la fuerza de su narrativa y la inteligencia a la hora de transmitir sus ideas. No puede decirse que sea partidaria de los regímenes totalitarios, como conocedora de primera mano de sus virtudes. Sin embargo, sus personajes se alinean desmintiendo sus antipatías personales.
Tenemos a la protagonista, como en sus siguientes novelas una mujer fuerte y poco convencional, un trasunto de la autora. Aquí se enamora de un decadente aristócrata sólo porque eso es lo que más molesta a un sistema que desprecia. Pero después el comisario encargado de vigilarla resulta más humano y digno de compasión que ese novio hundido en la autocompasión y sin ninguna virtud apreciable, más allá de su belleza exterior.
Luego vino Himno, un relato que primero fue concebido como obra de teatro y que padeció muchas dificultades editoriales. Vio la luz en Inglaterra en 1937, mientras que en los USA era rechazado. La novela describe un futuro distópico donde la humanidad ha vuelto a la Edad Media y la palabra “Yo” está prohibida, todo se hace en nombre de un impersonal “Nosotros”.
Sorprendentemente, en el país del individualismo está narración permaneció censurada casi una década. En 1946 apareció una primera edición, luego se editó en tapa dura en 1953 y finalmente en 1961 alcanzó un público masivo con una nueva edición como libro de bolsillo. En 1995 ya había vendido dos millones y medio de copias. Para la misma Rand Himno era una suerte de ensayo general, de acercamiento un tanto poético a muchos de los conceptos que desplegaría en sus entregas posteriores.
Más intensa resulta El Manantial (1943), sin duda su trabajo más popular en España, entre otras razones porque al año siguiente de su publicación fue llevada al cine por King Vidor, con Gary Cooper en el papel del arquitecto Roach. Es un relato abrumador lleno de secuencias subyugantes. Si la película es excelente, en la novela podemos apreciar algunas sutilezas perdidas en la síntesis cinematográfica.
Como la actitud de la autora ante el movimiento moderno, que critica abiertamente en su vertiente europea, frente a la vitalidad de ciertos creadores americanos, como Sullivan o Lloyd Wright en quien su protagonista se inspira sin disimulo. Mención aparte para secundarios como el crítico, un gusano que dice hablar en nombre del pueblo pero que finalmente defiende sus propios intereses, ocultos entre una hojarasca de palabrería sin contenido real. Todo el apasionante pasaje de la catedral, la estatua y el escultor desaparece de la adaptación fílmica y es una parte importante del libro.
Como en su primera obra, El Manantial está llena de personajes heroicos, que luchan contra circunstancias adversas sin dudar jamás, atentos solo a su propio criterio y a una voluntad que les permite sobreponerse a los peores inconvenientes. La autora lleva estos parámetros hasta el límite en su obra maestra, La rebelión de Atlas (1957), que primero pensó en llamar La huelga. De nuevo la protagonista es una mujer fuerte y apasionada, en este caso rodeada por un pelotón de inútiles que apenas pueden tolerar su presencia ya que ella pone en evidencia la vacuidad de sus vidas.
Esta es la obra más “filosófica” de Rand, donde sus ideas se transmiten de forma explícita, pero, salvo en el interminable discurso de su héroe John Galt, no permite que esos conceptos anulen la fuerza dramática del relato. Más adelante tuvo ocasión de desarrollarlos en diferentes ensayos con nombres tan provocadores como La virtud del egoísmo (1964), Capitalismo, el ideal desconocido (1966) o Filosofía ¿Quién la necesita? (1982). También definió sus principios estéticos en El manifiesto romántico (1969). Si no tienen suficiente con todo la anterior, prueben con El nuevo intelectual (1961). Todas estas obras han sido traducidas al español y publicadas por la editorial argentina Grito Sagrado, que las ha envuelto con una estética Art Decó apropiada para los temas que tratan, pero que no obstante les aporta un indefinible aire religioso, como de secta, que no creo fuera del gusto de la autora.
La rebelión de Atlas está llena de momentos intensos como el primer viaje de Dagny y Rearden en la línea John Galt, la visita de la protagonista al valle en que las personas más brillantes de la tierra se han refugiado, todos los pasajes amorosos entre Dagny y Rearden…
Es un trabajo monumental que describe un mundo no muy diferente del actual. Cuando revisamos esos capítulos en que se nos cuenta cómo la crisis económica va diezmando las fuerzas del país nos sentimos en unos escenarios familiares, donde los irresponsables están al mando y los hombres capaces son relegados o abandonan sus puestos por la impotencia que les provoca ver a los más ineptos dirigir las empresas, las fábricas, las compañías y todo lugar productivo del que pueda extraerse un beneficio rápido y fácil. Aprendemos a distinguir a los vagos y maleantes que en nombre del bien común consiguen llevar a una sociedad a la ruina. Es también una potente declaración anticristiana, al menos contra uno de sus argumentos, que ha sido recogido por otras creencias no estrictamente religiosas. Me refiero a la compasión hacia el débil, que Rand niega señalándola como fuente de todo mal.
Muy al contrario, defiende el egoísmo, un egoísmo lógico y creativo como motor de toda sociedad libre y próspera. Por eso sus héroes son músicos, industriales, inventores, empresarios… aquellos que mueven el mundo y que pueden, en cualquier momento, detenerlo. Esta es la última gran novela sobre el progreso, una ilusión para muchos autores, que lo niegan incluso atribuyéndole adjetivos tan despreciables como “sostenible”. Rand no tiene esos problemas, ni sus héroes. Escupen sobre el relativismo y la subjetividad afirmando la existencia de una realidad ajena e independiente del espectador. A es A. Eso les permite vivir una vida plena y fructífera. Y enfrentarse al mal, que se presenta bajo la forma de los saqueadores, tipos incapaces de tener una idea o de trabajar con sus manos y que desarrollarán teorías que les permitirán vivir de los logros ajenos, en nombre de abstracciones como “la sociedad” o “el pueblo”.
Con semejante panorama conceptual resulta comprensible que ni Rand ni sus seguidores como Ditko fuesen bien recibidos. Pero las palabras de una y los dibujos del otro aún nos alcanzan y conmueven mientras la fuerza de sus ideas permanece y se abre camino en la maraña creada por la falsa compasión y la negación del individuo. La Rebelión de Atlas arranca con una pregunta: ¿quién es John Galt? Yo les animo a que descubran la respuesta. Merece la pena.
Ayn Rand murió de un ataque al corazón el 6 de marzo de 1982. Fumadora compulsiva, había sobrevivido a un cáncer de pulmón en 1974. A su entierro asistieron algunos de sus más fieles seguidores, como Allan Greenspan, que en su juventud escribió libros defendiendo la vuelta al patrón oro y que en su madurez se convirtió casi en el reverso tenebroso de las doctrinas liberales apoyadas por su mentora. El ataúd de Rand fue coronado con un adorno floral que formaba el signo del dólar.
Mientras, su alumno y admirador Steve Ditko todavía permanece en pie, ensimismado en su trabajo y completamente ajeno a lo que el mundo pueda pensar o decir de él, como el perfecto héroe randiano. Es uno de los últimos supervivientes de una generación milagrosa, que redefinió el mundo de la fantasía poblando nuestra imaginación de nuevas y salvajes visiones. Algunos de sus compañeros se quemaron con rapidez, como Wally Wood (1927-1981), nacido el mismo año que él. Frazetta (1928-2010) y Al Williamson (1931-2010) nos abandonaron el pasado año, como un aviso de que toda una época y su memoria está a punto de desaparecer. Junto con Ditko permanecen en pie tres de los últimos gigantes, tres especialistas en el género bélico: el veterano John Severin (1921), el gran Russ Heath (1926) y su amigo Joe Kubert (1926). A ellos podríamos añadir algunos nombres más, como Cardy o Romita. Pero el tiempo se agota…
Leer más...
Muy al contrario, defiende el egoísmo, un egoísmo lógico y creativo como motor de toda sociedad libre y próspera. Por eso sus héroes son músicos, industriales, inventores, empresarios… aquellos que mueven el mundo y que pueden, en cualquier momento, detenerlo. Esta es la última gran novela sobre el progreso, una ilusión para muchos autores, que lo niegan incluso atribuyéndole adjetivos tan despreciables como “sostenible”. Rand no tiene esos problemas, ni sus héroes. Escupen sobre el relativismo y la subjetividad afirmando la existencia de una realidad ajena e independiente del espectador. A es A. Eso les permite vivir una vida plena y fructífera. Y enfrentarse al mal, que se presenta bajo la forma de los saqueadores, tipos incapaces de tener una idea o de trabajar con sus manos y que desarrollarán teorías que les permitirán vivir de los logros ajenos, en nombre de abstracciones como “la sociedad” o “el pueblo”.
Con semejante panorama conceptual resulta comprensible que ni Rand ni sus seguidores como Ditko fuesen bien recibidos. Pero las palabras de una y los dibujos del otro aún nos alcanzan y conmueven mientras la fuerza de sus ideas permanece y se abre camino en la maraña creada por la falsa compasión y la negación del individuo. La Rebelión de Atlas arranca con una pregunta: ¿quién es John Galt? Yo les animo a que descubran la respuesta. Merece la pena.
Ayn Rand murió de un ataque al corazón el 6 de marzo de 1982. Fumadora compulsiva, había sobrevivido a un cáncer de pulmón en 1974. A su entierro asistieron algunos de sus más fieles seguidores, como Allan Greenspan, que en su juventud escribió libros defendiendo la vuelta al patrón oro y que en su madurez se convirtió casi en el reverso tenebroso de las doctrinas liberales apoyadas por su mentora. El ataúd de Rand fue coronado con un adorno floral que formaba el signo del dólar.
Mientras, su alumno y admirador Steve Ditko todavía permanece en pie, ensimismado en su trabajo y completamente ajeno a lo que el mundo pueda pensar o decir de él, como el perfecto héroe randiano. Es uno de los últimos supervivientes de una generación milagrosa, que redefinió el mundo de la fantasía poblando nuestra imaginación de nuevas y salvajes visiones. Algunos de sus compañeros se quemaron con rapidez, como Wally Wood (1927-1981), nacido el mismo año que él. Frazetta (1928-2010) y Al Williamson (1931-2010) nos abandonaron el pasado año, como un aviso de que toda una época y su memoria está a punto de desaparecer. Junto con Ditko permanecen en pie tres de los últimos gigantes, tres especialistas en el género bélico: el veterano John Severin (1921), el gran Russ Heath (1926) y su amigo Joe Kubert (1926). A ellos podríamos añadir algunos nombres más, como Cardy o Romita. Pero el tiempo se agota…