CUANDO EL DIBUJO TAMBIÉN CUENTA
El año pasado saludábamos la aparición de Toni Galmés como dibujante de comics, tras una sólida trayectoria en el mundo del cuento ilustrado. Poco después recibía un premio en el Salón de Barcelona por aquella primera obra, Molly Wind. Ahora presenta un trabajo muy diferente.
Su dibujo base mantiene el estilo que ya se apreciaba en la “bibliotecaria a caballo”, con citas a la mejor tradición del cómic franco-belga, pero también al manga, sobre todo en la caracterización y gestualidad de sus personajes. Pero la técnica de color, los acabados, han cambiado mucho. Deja atrás las gamas digitales y abraza las delicadas acuarelas que caracterizan su labor como ilustrador. El autor explicaba que los editores franceses valoraban mucho esa manualidad, frente a la frialdad de los colores de ordenador, que tienden a igualar las soluciones y a empobrecer el producto final. En este volumen Galmés se encarga de todo el apartado gráfico, del lápiz al color pasando por la narrativa. Aspecto este último no menor. En su anterior entrega no apreciamos grandes atrevimientos en la puesta en escena, que se mantenía en unas formas de contar tan tradicionales como eficaces. Pero ahora da un paso adelante y supongo que se notan los años que se pasó dibujando storyboards para agencias. Hay una mirada muy cinematográfica, una exactitud y una variedad en la composición de página, que aportan una gran fluidez y un extra de entretenimiento a la lectura. Es un sólido narrador y su bolsa está llena de trucos. Salta de páginas con una única viñeta a viñetas con fondos troceados, fracciona la acción en pequeñas imágenes para realzar algún momento, emplea muy bien los blancos, vacíos que aligeran el álbum, y puntúa alto en la expresión de las emociones, algo fundamental en un relato como éste. Su habilidad con el color y la técnica de la acuarela encajan bien en un libro donde los paisajes juegan un papel relevante y los entornos naturales aportan un necesario alivio en momentos de extremada dureza. Sus fondos acaban convirtiéndose en un personaje más, que dulcifica algunos de los pasajes más delicados.
Si en Molly Wind Galmés contaba con un cómplice de excepción, la guionista Catalina González Vilar, aquí se ha asociado con Marion Achard, con una historia del género de la “memoria histórica”. En Francia el gran tema es
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Si algo caracteriza la industria del cómic español es su precariedad. Muchos dibujantes sobreviven con encargos en otros ámbitos como el de la ilustración, o a base de premios y subvenciones. Pero el torrente de novedades no se detiene.
LEZO. PARTE II: LA DEFENSA DE CARTAGENA
Ángel Miranda, Ramón Vega, Guillermo Mogorrón y Miguel Ángel Abad
Entre las últimas novedades del mercado encontramos agradables sorpresas, como la segunda entrega de “Lezo”.
Sus autores lo han publicado gracias a un nutrido grupo de mecenas, indicados al final de la obra. Ya reseñé en su momento el primer volumen y este mantiene las características iniciales, con un dibujo bienintencionado pero en ocasiones confuso y un gran color.
Se trata de recuperar una figura histórica muy llamativa y de la que apenas se nos ha contado nada. A mí me parece una obra necesaria y agradezco su aire clásico, como de película de Michael Curtiz, con todo el vigor de la modernidad en su puesta en escena.
ROCO VARGAS. MEMORIA DE UN FUTURO QUE NO FUE
Daniel Torres
Norma editorial, España, 2024
96 páginas, 24 euros
Mucho más tranquila es la apuesta de Daniel Torres, que nos brinda un nuevo episodio de su aventurero espacial Rocco Vargas, a quien descubrimos en los ochenta en las páginas de la revista “El Cairo”. Torres ha recorrido un largo camino desde entonces, convirtiéndose merecidamente en uno de los dibujantes españoles más internacionales. El problema de estas “Memorias” que presenta es que es escasamente narrativo. El héroe es entrevistado no por un periodista sino por un dibujante llamado (¡oh, sorpresa!) Daniel Torres.
A partir de ahí el álbum se configura como una recolección de estampitas sin apenas estructura dramática que las unifique. El autor se ha dado el gustazo de dibujar unas ilustraciones excelentes, que no esconden su deuda con la obra de Moebius. Pero si cualquier seguidor de Torres puede disfrutar sin complejos con sus imágenes, quienes esperen algo a la altura de “El octavo día” se sentirán decepcionados. Aquí se trata simplemente de sumergirse en sus evocadoras ilustraciones y poco más. No es para quejarse, teniendo en cuenta su capacidad para la mímesis gráfica y las referencias cruzadas. Los lectores podrán entretenerse un buen rato descifrando las diferentes claves gráficas y simbólicas de sus láminas.
CORTO MALTÉS. LA LÍNEA DE LA VIDA
J. Díaz Canales y Rubén Pellejero
Norma editorial, España, 2024
80 páginas, 23 euros
Otro dibujante de larga trayectoria, Rubén Pellejero, firma una nueva entrega de Corto Maltés. Como en anteriores episodios nos sorprende su capacidad para imitar el trabajo de Pratt, mejorando sus fondos y la caracterización de los personajes. Lamentablemente los guiones mantienen esa estructura de acá para allá que definía las aventuras del Corto original. Mucho andar para no llegar a ninguna parte.
Debo confesar que no soy un gran fan del contexto en que se desarrolla esta aventura. Un México que tal parece el de la clásica novela de Graham Greene “El poder y la Gloria”, con la que ya patinó el gran Ford. Me aburre el rollo “Pedro Páramo”, esos paisajes soleados llenos de gente desesperada. Vargas Llosa consiguió animar esos delirios donde la exaltación religiosa y la pobreza se dan la mano para provocar cataclismos en “La guerra del fin del mundo”, trasladando la acción a Brasil. En México, para mí la gran excepción es “Los profesionales”, la energética peli de Brooks que explica la revolución sin aburrir al personal. Pero si no, siempre acabamos en “Gringo viejo” o “Bajo el volcán”, relatos en los que la miseria y la amargura convierten en una pasta intragable todo intento narrativo. Este es un producto muy bien fabricado, que olvido al finalizar su lectura. Dormir, tal vez soñar.
CRAVE
María Llovet
Norma editorial, España, 2024
176 páginas, 28 euros
Lo mejor para el final. Hace tiempo que le sigo la pista a un talento ya bastante consolidado. María Llovetlleva años alternando obras de producción propia (guión y dibujo) con encargos para el mercado americano, que imagino son los que le dan de comer. Con un dibujo veloz y de entintado sucio y descarado, nos ha acostumbrado a sus mundos góticos, sexys y salvajes. En una primera aproximación podríamos suponer que nos encontramos ante productos modernillos dirigidos a seguidores de “Crepúsculo” y similares, con vampiros guapos chupando todo lo que se les ofrece y lánguidas protagonistas entregadas sin reparos a los placeres de la carne. Todo eso está en la obra de María Llovet, pero también una voluntad narrativa y unas ganas de contar historias diferentes, que la honran.
En un momento de empacho de autoras-víctimas que se empeñan en explicarrnos lo mal que lo pasaron sus abuelas, cómo las acosaron en el instituto o sus angustias mentales y sexuales, resulta refrescante sumergirse en las páginas de una creadora que lo primero que busca es entretenernos. Y a lo grande. Y, además, aborda temas tan actuales como universales. Como pura diversión les aconsejo que le echen un vistazo a “Loud”. Por momentos uno se siente en una película de Gaspar Noe o de Tarantino. Afortunadamente, más el segundo que el primero. Llovet tiende a abusar de las viñetas horizontales y en ocasiones su ritmo es tan veloz que cuesta situarse o tenemos la sensación de que la viñeta no nos cuenta bien la acción. Pero en general su puesta en escena es tan vertiginosa como eficaz. Con grandes secuencias como la de los disparos y las balas voladores. Si “Loud” era una obra muy visual, sin apenas textos y con onomatopeyas muy bien empleadas, en “Crave” apuesta por mezclar todas las herramientas textuales de la modernidad, con profusión de diálogos a través de móviles e interacciones entre la acción real y la virtual.
El cómic va de una aplicación que interfiere en las vidas de los protagonistas hasta casi dirigirlas. Todo es trepidante, fresco y sexy, una lectura sin complejos para disfrutar. Si estos dos trabajos les gustan están de suerte porque Llovet tiene otros muchos anteriores a los que echar un vistazo. No la pierdan de vista.
LE GRAND CONAN
Hace dos años celebrábamos la primera entrega de la versión francesa de Conan. “Clavos rojos” es su séptimo libro, un título que para muchos lectores está indeleblemente asociado a los nombres de Roy Thomas y Barry W. Smith.
Como se sabe, hace tiempo que se liberaron los derechos de Howard y su amigo Lovecraft y desde entonces han proliferado las adaptaciones más diversas dedicadas a los universos de estos dos creadores. Conan ha tenido una fortuna especial en su reencarnación francesa. Aunque los equipos creativos han ido variando, la media se mantiene muy alta. Nunca decepcionan y eso que el listón está muy alto. Fue Roy Thomas quien consideró, a finales de los setenta del pasado siglo, que adaptar las aventuras del bárbaro cimmerio al cómic sería una buena idea. En aquel momento nadie estaba haciendo nada parecido. El dinero que se gastaron en los derechos se lo ahorraron contratando a un joven dibujante inglés, que por entonces todavía se estaba despegando de su modelo inicial, Jack Kirby. Los lectores pudieron comprobar con asombro cómo su dibujo mejoraba número a número. Alcanzó su culminación con “Clavos rojos”, la obra que ahora se ha adaptado en Francia. Sin los delirios barrocos que le definirían años más tarde, en este episodio Smith demostraba las infinitas posibilidades de sus plumillas, aplicadas a tramados que envolvían con sensualidad unas figuras llenas de dinamismo y vigor. Todo al servicio de un relato sobre una sociedad decadente, al borde mismo de la extinción, con sus últimos representantes paseándose por escenarios delirantes, en pasajes cargados de erotismo y violencia. Thomas como siempre reproducía lo mejor de la prosa de Howard y la ponía al servicio de un mecanismo narrativo muy bien engrasado, con personajes atractivos y una atmósfera tan opresiva como atrayente. Era una obra maestra que perdurará.
Y, sin embargo, la versión francesa consigue estar a la altura. El texto es
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Clara Lodewick
Garbuix Books, España, 2024
160 páginas, 24,95 euros
AQUELLA POR LA QUE LLEGÓ EL ESCÁNDALO
La secuencia inicial de “Merel” nos muestra a la protagonista en un concurso de patos. Su ejemplar no gana el premio y ella se lo lleva de vuelta a casa. Por las primeras páginas desfilan algunos de los actores de este pequeño drama rural.
Esta novela gráfica tiene personajes y ambientes poco habituales en un medio tan urbano como el cómic. Ya sean mainstream o indies, la mayoría se sitúan en ciudades llenas de sofisticados neuróticos. Como mucho, se nos permite en ocasiones echar un vistazo a unos suburbios cargados de familias disfuncionales y adictas al consumo, con problemas de pasta. El campo permanece como “lo otro”. El lugar donde la traumatizada urbanita de “Historia de una rata mala” iba a curarse, a recuperar la inocencia perdida. O bien como un espacio de explotación, donde unos siervos ignorantes son machacados por el empresario de turno. En todo caso, se trata de un lugar salvaje y sin intelectuales ni animalistas a la vista, así que ¡tengan cuidado! En el campo matan pájaros y perros, están avisados.
“Merel” salta por encima de los tópicos y describe la normalidad de un pueblo contemporáneo, con sus envidias entre vecinos, sus líos sentimentales, su aburrimiento y sus chismorreos. La protagonista es una ganadera de mediana edad, una señora libre que hace lo que le viene en gana. Se ocupa de sus animales, tiene algunos amantes, aunque no llega a comprometerse con ninguno, y una buena relación con sus paisanos.
Un día todo eso se acaba. Una pareja en crisis es la que detona el drama. La esposa enfadada dispara un rumor sobre las costumbres de Merel. Rumor que salta de un vecino a otro. Una de las virtudes de este trabajo es que nos recuerda que la institución del chivo expiatorio no es un invento nacido con los móviles o las redes sociales. Lo que esos dispositivos permiten es acelerar procesos que siempre nos han acompañado. Nos gusta el conflicto, lo buscamos, como deseamos lo mismo que el de al lado. Ese mecanismo mimético que tan bien describió René Girard, está muy presente en nuestra sociedad moderna, con los influencers como nuevos mediadores que dictan lo que debemos desear, cómo debemos ser. Pero esas innovaciones tecnológicas no dejan de ser impulsoras de procesos muy arcaicos. Como los que aparecen en “Merel”. Desde el momento en
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