COLAN: FUNDIDO EN NEGRO
El pasado día 23 de junio moría Gene Colan, una de las últimas leyendas del comic americano, conocido especialmente por dibujar series como la terrorífica Tumba de Drácula.
Colan pertenece a una generación mágica, el grupo de dibujantes que nació en la década de los 20. Gente como Wood (1927), Frazetta (1928), Ditko (1927), Severin (1921), Heath (1926), Kubert (1926), Cardy (1920) o Buscema (1927). Muchos ya nos han dejado aunque algunos todavía permanecen en pie. Ellos definieron los tebeos que leemos ahora mismo, ampliando los géneros conocidos y explorando nuevas fronteras para la fantasía y la emoción. Compartieron no pocas experiencias vitales, como la entrada en el ejército al final de la IIGM.
Colan no se matriculó en la Escuela de Artes Visuales como muchos de sus compañeros de generación, sino en la Art Students League y ya en 1944 nos lo encontramos dibujando su primer encargo profesional, Wing Comics. A lo largo de la década de los cincuenta alternaría los trabajos en dos de las editoriales más poderosas, Marvel y DC, o Atlas y National que era como se las conocía por entonces. Dibujaba series de guerra para la innumerable lista de revistas dedicadas al tema (Battle, Battle Action, Battle Ground, Battlefront, G.I. Tales, Marines in Battle, Navy Combat o Navy Tales). También se encargó de ilustrar las aventuras del astro de la pantalla Hopalong Cassidy.
En los sesenta se suma al pequeño grupo organizado por el editor Stan Lee, que en muy pocos años revolucionará la industria del comic. Empleando lo que se conoció como “método Marvel”, pronto se convirtió en uno de los dibujantes más populares de la casa, encargándose de personajes tan conocidos como Daredevil, Iron Man o el Doctor Extraño. O El capitán América, a quien a finales de los sesenta acompañará El halcón, uno de los primeros casos en los que un afroamericano co-protagonizaba un comic. No sería el último personaje de color dibujado por Colan, que confesaba le encantaba dibujar todo tipo de gente diferente.
En los setenta destacan sobre todo La Tumba de Drácula, una serie de horror en la que no sólo aparecía el famoso Conde sino también el cazador de vampiros Blade, que más tarde saltaría a la gran pantalla en una serie de películas que desagradaron a Colan, según comentaba en una larga entrevista para The comic Journal (2001). Sin abandonar el terror lo encontramos también colaborando con Warren en revistas como Creepy o Eerie, que ahora se están reeditando. Luego volvió a la DC, donde se haría cargo de personajes tan importantes como Batman o el Espectro. Sus últimos años estuvieron marcados por diversas enfermedades que incluso le afectaron la visión, algo terrible para un dibujante. Pero prácticamente continuó dibujando hasta el final.
Colan se caracteriza por un dibujo frenético y muy ligado a la fotografía, sobre todo en dos aspectos. Por un lado el empleo de la luz: le gustaban mucho las sombras masivas, los fuertes contrastes y las grandes masas negras. Pero también en cuanto a las angulaciones. Declaraba que Scorsese le había impresionado en El cabo del Miedo por sus encuadres. No me extraña ya que él mismo era muy amigo de ladear los puntos de vista y emplear constantemente picados y contrapicados. Su dibujo, cargado de sugerencias y sutilezas, necesitaba de un buen entintador. Voló muy alto cuando Palmer le puso los negros o cuando él mismo los ponía acompañándolos con aguadas y quizás no tanto con otros autores. De hecho consiguió que uno de sus tebeos fuese publicado a lápiz, sin entintar. Era curioso, pero carecía de la fuerza de sus mejores páginas para Drácula o Warren, donde la oscuridad de sus negros presagiaba que nuestras peores pesadillas podían alcanzarnos.
Descanse en paz.
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viernes, 29 de julio de 2011
viernes, 22 de julio de 2011
Flujo. Predilección por Tina.
¿TRAGAS O ESCUPES?
Flujo. Predilección por Tina.
Dave Cooper.
La Cúpula. Barcelona, 2011.
242 páginas. 20 euros.
El protagonista de este tebeo de Dave Cooper bien podría ser su alter-ego: un pintor en busca de inspiración lleno de fantasías insatisfechas tiene un desafortunado encuentro con una gorda sin demasiado relleno en la mollera. El resultado es una obra turbadora y absorbente que renueva el viejo tema de “La mujer y el pelele”, que tantas veces hemos visto en el cine.
En resumen: él sueña con manejarla como su juguete sexual de uso exclusivo pero al final es ella la que lo manipula como le viene en gana. No me quejo. En muchos casos las historias de siempre siguen siendo las mejores y más si se nos sirven con medios tan sofisticados como los empleados por Cooper. No en el ámbito de la narrativa. Ahí no se complica y emplea un largo flash-back, adoptando el punto de vista del protagonista. El resultado es efectivo, no se nos distrae con falsas modernidades y se presentan los hechos con sencillez permitiendo que todo fluya. Su gran baza es un dibujo fresco, moderno y expresivo que en ocasiones lo emparenta con creadores tan especiales como Boucq (sobre todo en la portada). Realiza un trabajo denso y poderoso, muy apegado a lo real a pesar de cierta tendencia a la caricatura. Se aleja de otras muestras de su obra que habíamos visto por ejemplo en NSLM, donde unos personajes casi de dibujos animados lo aproximaban al mundo estilístico del surrealismo pop. Por supuesto, aún quedan trazas de ello en esta novela gráfica pero en general transita una delicada frontera, entre el realismo y la distorsión, especialmente convincente.
En cuanto al argumento, recorre las estaciones habituales. Primero el encuentro entre el pintor y su musa, un engendro al que poco a poco vamos conociendo y deseando. Aquí aparece una de las grandes bazas de esta obra, como es la habilidad de Cooper para mostrarnos una mujer, casi una niña, de atractivo poco convencional, pero que pronto se desvela como deseable y perturbadora. Recorremos ese camino guiados por la mirada del protagonista, que, como ocurre en todas estas historias de manipulación, primero sueña con tomar el control y luego se sumerge en una pesadilla de la que parece no podrá escapar.
Lo más interesante es cómo el autor consigue separarse de las recurrentes tramas pornográficas. Aquí no se parte de un cuerpo maravilloso y proporcionado, de acuerdo a los cánones establecidos de belleza, sino de la carne que se desborda y suda, que es transformada por la fantasía del espectador. “Es como si me gustase cuando me dices lo que tengo que hacer” es la frase que desata todo el proceso. El cuerpo de Tina se convierte en el campo de aterrizaje de los sueños del pintor. No sólo eso, Cooper también acierta al alternar esas fantasías satisfechas con los momentos de decepción. Como la secuencia de la primera felación o cuando aparecen otros personajes en escena, fracturando el cuadro perfecto y aislado del exterior que intenta construir el protagonista.
Como todos sabemos, estas historias de amour fou nunca acaban bien y aquí no encontramos una excepción. El final está a la altura, es original y deprimentemente realista. Lo más decepcionante son las páginas dedicadas al momento de “flujo”. Supongo que el autor no quería regodearse dibujando a sus personajes en diferentes posturitas sexuales, o prefería que los lectores completaran esa parte, pero resulta un arrebato poético un poco desentonado en el conjunto del relato. Paradójicamente, aunque este tebeo habla de sueños y fantasías, nos ofrece una veracidad poco común.
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Flujo. Predilección por Tina.
Dave Cooper.
La Cúpula. Barcelona, 2011.
242 páginas. 20 euros.
El protagonista de este tebeo de Dave Cooper bien podría ser su alter-ego: un pintor en busca de inspiración lleno de fantasías insatisfechas tiene un desafortunado encuentro con una gorda sin demasiado relleno en la mollera. El resultado es una obra turbadora y absorbente que renueva el viejo tema de “La mujer y el pelele”, que tantas veces hemos visto en el cine.
En resumen: él sueña con manejarla como su juguete sexual de uso exclusivo pero al final es ella la que lo manipula como le viene en gana. No me quejo. En muchos casos las historias de siempre siguen siendo las mejores y más si se nos sirven con medios tan sofisticados como los empleados por Cooper. No en el ámbito de la narrativa. Ahí no se complica y emplea un largo flash-back, adoptando el punto de vista del protagonista. El resultado es efectivo, no se nos distrae con falsas modernidades y se presentan los hechos con sencillez permitiendo que todo fluya. Su gran baza es un dibujo fresco, moderno y expresivo que en ocasiones lo emparenta con creadores tan especiales como Boucq (sobre todo en la portada). Realiza un trabajo denso y poderoso, muy apegado a lo real a pesar de cierta tendencia a la caricatura. Se aleja de otras muestras de su obra que habíamos visto por ejemplo en NSLM, donde unos personajes casi de dibujos animados lo aproximaban al mundo estilístico del surrealismo pop. Por supuesto, aún quedan trazas de ello en esta novela gráfica pero en general transita una delicada frontera, entre el realismo y la distorsión, especialmente convincente.
En cuanto al argumento, recorre las estaciones habituales. Primero el encuentro entre el pintor y su musa, un engendro al que poco a poco vamos conociendo y deseando. Aquí aparece una de las grandes bazas de esta obra, como es la habilidad de Cooper para mostrarnos una mujer, casi una niña, de atractivo poco convencional, pero que pronto se desvela como deseable y perturbadora. Recorremos ese camino guiados por la mirada del protagonista, que, como ocurre en todas estas historias de manipulación, primero sueña con tomar el control y luego se sumerge en una pesadilla de la que parece no podrá escapar.
Lo más interesante es cómo el autor consigue separarse de las recurrentes tramas pornográficas. Aquí no se parte de un cuerpo maravilloso y proporcionado, de acuerdo a los cánones establecidos de belleza, sino de la carne que se desborda y suda, que es transformada por la fantasía del espectador. “Es como si me gustase cuando me dices lo que tengo que hacer” es la frase que desata todo el proceso. El cuerpo de Tina se convierte en el campo de aterrizaje de los sueños del pintor. No sólo eso, Cooper también acierta al alternar esas fantasías satisfechas con los momentos de decepción. Como la secuencia de la primera felación o cuando aparecen otros personajes en escena, fracturando el cuadro perfecto y aislado del exterior que intenta construir el protagonista.
Como todos sabemos, estas historias de amour fou nunca acaban bien y aquí no encontramos una excepción. El final está a la altura, es original y deprimentemente realista. Lo más decepcionante son las páginas dedicadas al momento de “flujo”. Supongo que el autor no quería regodearse dibujando a sus personajes en diferentes posturitas sexuales, o prefería que los lectores completaran esa parte, pero resulta un arrebato poético un poco desentonado en el conjunto del relato. Paradójicamente, aunque este tebeo habla de sueños y fantasías, nos ofrece una veracidad poco común.
viernes, 15 de julio de 2011
Cuadernos ucranianos
PESADILLAS SOVIÉTICAS
Cuadernos ucranianos.
Igort
Ediciones Sinsentido. Madrid, 2011.
176 páginas. 24 euros.
Las historias sobre la antigua URSS llevan camino de convertirse en un nuevo subgénero de terror. Todo lo que descubrimos en ellas es pavoroso y sobrecogedor. En todo caso, todavía está por llegar ese gran tebeo sobre el extinto paraíso socialista. Lo que hasta ahora hemos leído vale más por las buenas intenciones que por los resultados. Últimamente se han publicado dos novelas gráficas sobre dos asuntos bien dispares de consecuencias similares: un montón de personas inocentes sufren a causa del todopoderoso estado soviético. La primera es Chernóbil: La zona de los españoles Bustos y Sánchez. Como podrán suponer se nos cuenta el tristemente célebre desastre nuclear. El problema es que es tan poético y sutil que cuesta entrar en la narración. Y el dibujo, muy mejorable en acabados, movimiento de las figuras y expresiones faciales, no ayuda mucho. Supongo que tiene un valor testimonial y poco más, es una obra claramente fallida.
No es mucho mejor el intento del italiano Igort. Si Chernóbil describe los trágicos sucesos que ayudaron al derrumbe del imperio, Cuadernos ucranianos nos ayuda a entender la fundación del régimen soviético. Casi desde el principio Lenin se enfrenta a la mayoría del pueblo ruso en general y a los campesinos en particular. Ese odio entre el estado y una clase a la que despreciaban pero de la que dependían para sobrevivir permanecerá y con el tiempo provocará terribles luchas en las que por supuesto los kulaks tenían todas las de perder. Toda esta historia ha sido descrita con precisión por diversos autores. El libro negro del comunismo, obra monumental e imprescindible, es una referencia obligada. O el espléndido Imperio de Kapuscinski, que dedica un estremecedor capítulo a la tragedia ucraniana. Allí cita los supuestos casos de canibalismo que las exigencias recaudatorias del poder central provocaron en la región. Las hambrunas ucranianas constituyen uno de esos escándalos terribles que debieran explicarse en las aulas al lado de horrores de similar trascendencia como el holocausto judío o el camboyano.
Así que bienvenida sea una novela gráfica sobre asunto tan ingrato. Su tema la excusa y en cierta medida la justifica, pero también aumenta nuestra nivel de exigencia. Lo cierto es que el autor no consigue estar a la altura de lo tratado. Primero por lo pretencioso del volumen, poniendo el énfasis en el dibujo y las divagaciones formales. No tengo problemas con su estilo pero sin duda un tratamiento más sobrio habría resultado más adecuado. Al menos podía haberse preocupado por la longitud de sus textos, en muchos casos con anchos de columna ilegibles. Luego apesta su forzada “objetividad”. ¿Se imaginan un libro sobre Auschwitz donde se diera voz a un miembro de las SS? Igort coquetea con la idea de que “no todo estaba tan mal” en la antigua Unión Soviética. Como lo que nos presenta son memorias de una serie de personajes ucranianos le parece adecuado incluir el testimonio de un adepto al régimen. Queda como una nota desafinada, más cuando intenta justificarse aludiendo a la actual situación de corrupción y abandono.
En fin, el álbum tiene una virtud indudable, más allá de su torpeza narrativa. Nos transporta al infierno. No sólo por los actos de canibalismo, que se presentan como cotidianos, lo más normal del mundo. También por la absoluta desolación que recorre las páginas. Asistimos a una interminable colección de desgracias y pesares, hombres abandonados de la mano de Dios que ven cómo sus vidas son degradadas por un poder inhumano que apenas les presta atención. Ahí es donde el autor consigue conmovernos, cuando se concentra en lo individual, en la tragedia de Nicolai, de Serafima, de María… Leer más...
Cuadernos ucranianos.
Igort
Ediciones Sinsentido. Madrid, 2011.
176 páginas. 24 euros.
Las historias sobre la antigua URSS llevan camino de convertirse en un nuevo subgénero de terror. Todo lo que descubrimos en ellas es pavoroso y sobrecogedor. En todo caso, todavía está por llegar ese gran tebeo sobre el extinto paraíso socialista. Lo que hasta ahora hemos leído vale más por las buenas intenciones que por los resultados. Últimamente se han publicado dos novelas gráficas sobre dos asuntos bien dispares de consecuencias similares: un montón de personas inocentes sufren a causa del todopoderoso estado soviético. La primera es Chernóbil: La zona de los españoles Bustos y Sánchez. Como podrán suponer se nos cuenta el tristemente célebre desastre nuclear. El problema es que es tan poético y sutil que cuesta entrar en la narración. Y el dibujo, muy mejorable en acabados, movimiento de las figuras y expresiones faciales, no ayuda mucho. Supongo que tiene un valor testimonial y poco más, es una obra claramente fallida.
No es mucho mejor el intento del italiano Igort. Si Chernóbil describe los trágicos sucesos que ayudaron al derrumbe del imperio, Cuadernos ucranianos nos ayuda a entender la fundación del régimen soviético. Casi desde el principio Lenin se enfrenta a la mayoría del pueblo ruso en general y a los campesinos en particular. Ese odio entre el estado y una clase a la que despreciaban pero de la que dependían para sobrevivir permanecerá y con el tiempo provocará terribles luchas en las que por supuesto los kulaks tenían todas las de perder. Toda esta historia ha sido descrita con precisión por diversos autores. El libro negro del comunismo, obra monumental e imprescindible, es una referencia obligada. O el espléndido Imperio de Kapuscinski, que dedica un estremecedor capítulo a la tragedia ucraniana. Allí cita los supuestos casos de canibalismo que las exigencias recaudatorias del poder central provocaron en la región. Las hambrunas ucranianas constituyen uno de esos escándalos terribles que debieran explicarse en las aulas al lado de horrores de similar trascendencia como el holocausto judío o el camboyano.
Así que bienvenida sea una novela gráfica sobre asunto tan ingrato. Su tema la excusa y en cierta medida la justifica, pero también aumenta nuestra nivel de exigencia. Lo cierto es que el autor no consigue estar a la altura de lo tratado. Primero por lo pretencioso del volumen, poniendo el énfasis en el dibujo y las divagaciones formales. No tengo problemas con su estilo pero sin duda un tratamiento más sobrio habría resultado más adecuado. Al menos podía haberse preocupado por la longitud de sus textos, en muchos casos con anchos de columna ilegibles. Luego apesta su forzada “objetividad”. ¿Se imaginan un libro sobre Auschwitz donde se diera voz a un miembro de las SS? Igort coquetea con la idea de que “no todo estaba tan mal” en la antigua Unión Soviética. Como lo que nos presenta son memorias de una serie de personajes ucranianos le parece adecuado incluir el testimonio de un adepto al régimen. Queda como una nota desafinada, más cuando intenta justificarse aludiendo a la actual situación de corrupción y abandono.
En fin, el álbum tiene una virtud indudable, más allá de su torpeza narrativa. Nos transporta al infierno. No sólo por los actos de canibalismo, que se presentan como cotidianos, lo más normal del mundo. También por la absoluta desolación que recorre las páginas. Asistimos a una interminable colección de desgracias y pesares, hombres abandonados de la mano de Dios que ven cómo sus vidas son degradadas por un poder inhumano que apenas les presta atención. Ahí es donde el autor consigue conmovernos, cuando se concentra en lo individual, en la tragedia de Nicolai, de Serafima, de María… Leer más...
viernes, 8 de julio de 2011
Gauguin. Dos viajes a Tahití.
BIOGRAFÍAS Y VIÑETAS
Li-An y L. Croix
Gauguin. Dos viajes a Tahití.
Glénat. Barcelona, 2011.
104 páginas, 17,95 euros.
El género biográfico no resulta extraño en el mundo del cómic. Recientemente Zapico nos sorprendía con su acercamiento a Joyce y todavía está fresca la reedición del Kafka de Crumb. La colección original, denominada “para principiantes” estaba cargada de biografías interesantes, como la escrita por Mairowitz (el mismo guionista de Kafka) sobre Wilhelm Reich. Eran ágiles, nada complacientes y venían llenas de datos. Evidentemente no todos los artistas tenían la habilidad y el genio de Crumb, que fue capaz de llevar su encargo a otro nivel.
Pero la media era muy decente, sobre todo si la comparamos con las hagiografías que perpetraba otro aficionado al género como era el mexicano Rius. La revisión de sus versiones de Mao o Lenin casi da ganas de reír, si la realidad que se esfuerza por ocultar no fuera tan trágica. Hizo un buen trabajo de propaganda, con el repertorio habitual de héroes “populares” como Marx o el Ché. Este último ha visto cómo su vida era trasladada a las viñetas en repetidas ocasiones, por autores tan dispares como Breccia o Spain Rodríguez. En España durante la transición se hicieron bastantes esfuerzos en esa misma línea y muchos de ustedes sin duda recordarán tebeos como aquellos Dossiers de Usero, que glosaban las hazañas de Durruti y compañía. Luego las operaciones de agit-prop fueron diluyéndose, al menos en el terreno de las vidas de héroes.
Volviendo a Latinoamérica, hay una tradición que explica ese enfoque casi religioso y muy poco crítico adoptado por Rius y compañía. Novaro fue quien protagonizó el intento más prolongado y riguroso en el campo de las biografías en particular y la divulgación en general. Aquí conocimos a esta editorial mexicana sobre todo por sus traducciones de tebeos americanos, clásicos del Oeste, superhéroes y tebeos de humor. Pero también nos llegaron no pocas de sus Vidas Ejemplares o sus adaptaciones de la Biblia. El afán biográfico de la editorial no se detuvo en las vidas de santos y mártires, fueron mucho más lejos contando las andanzas de inventores y descubridores, de músicos y literatos.
De alguna manera el comic parece que se presta a la divulgación y no resulta extraño que personajes célebres o simplemente de moda protagonicen sus propios tebeos. Para no olvidar la lisérgica versión de la vida de Carroll que Talbot desliza entre las páginas de su enloquecida Alice in Sunderland. O la dramatización de las teorías de Bertrand Russell que nos brindaba Logicomix. Aunque no todas las biografías tienen la calidad de esta producción griega.
Como muestra una que acaba de llegarnos sobre Gauguin, aunque en este caso el personaje real simplemente sirve como punto de partida para contarnos una fabulación sobre la vida en la colonia y las contradicciones entre nuestras fantasías y la cruda realidad. Lo cierto es que el tebeo funciona cuando se mantiene fiel a los hechos y aburre cuando empieza a desbarrar. Si les interesa este pintor les recomiendo la novela de Vargas Llosa El paraíso en la otra esquina, donde narra en paralelo las andanzas de Gauguin y su abuela, Flora Tristán, una activista y luchadora a favor de los derechos de los más desfavorecidos. El autor nos muestra diferentes aspiraciones utópicas, sin sermonearnos. No es en mi opinión una de las mejores obras del peruano, pero aún así es un millón de veces mejor que la novela gráfica publicada por Glénat. Leer más...
Li-An y L. Croix
Gauguin. Dos viajes a Tahití.
Glénat. Barcelona, 2011.
104 páginas, 17,95 euros.
El género biográfico no resulta extraño en el mundo del cómic. Recientemente Zapico nos sorprendía con su acercamiento a Joyce y todavía está fresca la reedición del Kafka de Crumb. La colección original, denominada “para principiantes” estaba cargada de biografías interesantes, como la escrita por Mairowitz (el mismo guionista de Kafka) sobre Wilhelm Reich. Eran ágiles, nada complacientes y venían llenas de datos. Evidentemente no todos los artistas tenían la habilidad y el genio de Crumb, que fue capaz de llevar su encargo a otro nivel.
Pero la media era muy decente, sobre todo si la comparamos con las hagiografías que perpetraba otro aficionado al género como era el mexicano Rius. La revisión de sus versiones de Mao o Lenin casi da ganas de reír, si la realidad que se esfuerza por ocultar no fuera tan trágica. Hizo un buen trabajo de propaganda, con el repertorio habitual de héroes “populares” como Marx o el Ché. Este último ha visto cómo su vida era trasladada a las viñetas en repetidas ocasiones, por autores tan dispares como Breccia o Spain Rodríguez. En España durante la transición se hicieron bastantes esfuerzos en esa misma línea y muchos de ustedes sin duda recordarán tebeos como aquellos Dossiers de Usero, que glosaban las hazañas de Durruti y compañía. Luego las operaciones de agit-prop fueron diluyéndose, al menos en el terreno de las vidas de héroes.
Volviendo a Latinoamérica, hay una tradición que explica ese enfoque casi religioso y muy poco crítico adoptado por Rius y compañía. Novaro fue quien protagonizó el intento más prolongado y riguroso en el campo de las biografías en particular y la divulgación en general. Aquí conocimos a esta editorial mexicana sobre todo por sus traducciones de tebeos americanos, clásicos del Oeste, superhéroes y tebeos de humor. Pero también nos llegaron no pocas de sus Vidas Ejemplares o sus adaptaciones de la Biblia. El afán biográfico de la editorial no se detuvo en las vidas de santos y mártires, fueron mucho más lejos contando las andanzas de inventores y descubridores, de músicos y literatos.
De alguna manera el comic parece que se presta a la divulgación y no resulta extraño que personajes célebres o simplemente de moda protagonicen sus propios tebeos. Para no olvidar la lisérgica versión de la vida de Carroll que Talbot desliza entre las páginas de su enloquecida Alice in Sunderland. O la dramatización de las teorías de Bertrand Russell que nos brindaba Logicomix. Aunque no todas las biografías tienen la calidad de esta producción griega.
Como muestra una que acaba de llegarnos sobre Gauguin, aunque en este caso el personaje real simplemente sirve como punto de partida para contarnos una fabulación sobre la vida en la colonia y las contradicciones entre nuestras fantasías y la cruda realidad. Lo cierto es que el tebeo funciona cuando se mantiene fiel a los hechos y aburre cuando empieza a desbarrar. Si les interesa este pintor les recomiendo la novela de Vargas Llosa El paraíso en la otra esquina, donde narra en paralelo las andanzas de Gauguin y su abuela, Flora Tristán, una activista y luchadora a favor de los derechos de los más desfavorecidos. El autor nos muestra diferentes aspiraciones utópicas, sin sermonearnos. No es en mi opinión una de las mejores obras del peruano, pero aún así es un millón de veces mejor que la novela gráfica publicada por Glénat. Leer más...
viernes, 1 de julio de 2011
Logicomix
UNOS TIPOS NO TAN LÓGICOS
Logicomix
Doxiadis y Papadimitriou
Sins Entido. Madrid, 2011.
352 páginas, 24 euros.
Una novela gráfica sobre Bertrand Russell firmada por unos autores griegos de los que nunca había oído hablar. Suena a plato rematadamente indigesto pero a veces debemos revisar nuestras premisas.
Se indaga no sólo en la vida del filósofo sino también en su trabajo, explicando en qué consistieron sus descubrimientos matemático-filosóficos. Para ello se emplean largos pasajes donde los autores hablan de su propia obra y reflexionan respecto al material que deben y no incluir en ella. Con material tan difícil se construye una novela gráfica apasionante, entrecruzando con habilidad algunos de los lances sentimentales de Russell con sus indagaciones filosóficas y sus decisiones político-vitales. Casi desde el principio se nos desvela una trama muy poco oculta, un leit-motiv: la lógica parece el fruto podrido de unos dementes. Se juega a lo largo de todo el relato con ese asunto, de la misma forma en que las novelas de misterio ofrecen falsas pistas para mantener intrigado al lector. Pero además se nos brinda una narración que puede disfrutarse a muchos niveles diferentes.
Por un lado, el simplemente pedagógico. Logicomix explica muchas cosas. Por sus páginas desfilan personajes de la talla de Wittgenstein, Whitehead o Gödel. Se nos desvelan las relaciones entre ellos, así como sus diferencias y enfrentamientos. También se nos cuentan algunas de sus teorías y conceptos más importantes. Los autores son lo suficientemente rigurosos como para señalar en los apéndices en qué momentos se han desviado de la historia “real” y, dentro de la narración, indicar qué partes no van a contar. Por ejemplo la relación entre la lógica y los ordenadores, algo que se esboza pero que queda fuera del relato a causa de sus propias restricciones dramáticas.
Logicomix es sobre todo un drama moderno con un héroe trágico, ese Russell que se enfrenta a los fantasmas de la locura que rondan por las diferentes ramas de su familia. Incapaz de completar su personal utopía de orden y lógica absolutos se despliegan ante nosotros algunas de sus contradicciones y pasiones, componiendo un retrato complejo y no exento de humor. Algo complicado cuando tu protagonista se dedica a elucubrar sobre conceptos tan abstrusos como los tipos lógicos. La “teoría de tipos” es el truco de Russell y Whitehead para escapar de la contradicción que veían en la base de las matemáticas. El asunto se resume con la frase “el mapa no es el territorio”, que nos recuerda los peligros de todo proceso de simplificación y explicación de lo real. En el tebeo, Russell nos previene contra la amenaza de los totalitarismos que, con la excusa de salvar a la humanidad, nos bendicen con nuevos horrores. Al final, cada uno debe surcar su propio camino hasta dar con la verdad. En la versión de los autores griegos el filósofo se presenta como alguien lúcido, consciente de sus errores y de las paradojas que han recorrido su filosofía. Es un retrato al tiempo duro y amable. Sus líos de faldas ayudan sobre todo a humanizarlo, sus debilidades carnales lo hacen más vulnerable y cercano. Aunque la forma en que se aleja de la realidad y maltrata a quienes lo rodean es sin duda inhumana y cruel. Pero se redime al aceptar sus errores y denunciar los abusos cometidos en nombre de la disciplina que ayudó a crear, la lógica.
El dibujo, aparentemente sencillo, resuelve con decisión muchos pasajes realmente áridos. Alecos Papadatos maneja con corrección los aspectos relativos a la gestualidad y actuación de los personajes, algo crucial en una obra tan dialogada como ésta. En ocasiones, sobre todo en las partes en que el guionista discute con su asesor científico, recurre a grandes escenarios sobre los que pasean los actores. Es un procedimiento que, si se emplea con moderación, resulta agradable y efectivo.
Dejo para el final la que considero parte más débil y forzada de la obra. Entiendo que el guionista emplee ese ensayo teatral como excusa narrativa, le permite airear el relato, sacar a los personajes del estudio donde se fragua el tebeo y ponerlos a pasear por Atenas. También se entiende el argumento final donde se traza un paralelismo entre los dilemas que debían resolver los protagonistas de las viejas tragedias griegas y los problemas de los padres de la lógica moderna. Pero la puesta en escena es atropellada y cierra mal un trabajo admirable en otros muchos aspectos. Leer más...
Logicomix
Doxiadis y Papadimitriou
Sins Entido. Madrid, 2011.
352 páginas, 24 euros.
Una novela gráfica sobre Bertrand Russell firmada por unos autores griegos de los que nunca había oído hablar. Suena a plato rematadamente indigesto pero a veces debemos revisar nuestras premisas.
Se indaga no sólo en la vida del filósofo sino también en su trabajo, explicando en qué consistieron sus descubrimientos matemático-filosóficos. Para ello se emplean largos pasajes donde los autores hablan de su propia obra y reflexionan respecto al material que deben y no incluir en ella. Con material tan difícil se construye una novela gráfica apasionante, entrecruzando con habilidad algunos de los lances sentimentales de Russell con sus indagaciones filosóficas y sus decisiones político-vitales. Casi desde el principio se nos desvela una trama muy poco oculta, un leit-motiv: la lógica parece el fruto podrido de unos dementes. Se juega a lo largo de todo el relato con ese asunto, de la misma forma en que las novelas de misterio ofrecen falsas pistas para mantener intrigado al lector. Pero además se nos brinda una narración que puede disfrutarse a muchos niveles diferentes.
Por un lado, el simplemente pedagógico. Logicomix explica muchas cosas. Por sus páginas desfilan personajes de la talla de Wittgenstein, Whitehead o Gödel. Se nos desvelan las relaciones entre ellos, así como sus diferencias y enfrentamientos. También se nos cuentan algunas de sus teorías y conceptos más importantes. Los autores son lo suficientemente rigurosos como para señalar en los apéndices en qué momentos se han desviado de la historia “real” y, dentro de la narración, indicar qué partes no van a contar. Por ejemplo la relación entre la lógica y los ordenadores, algo que se esboza pero que queda fuera del relato a causa de sus propias restricciones dramáticas.
Logicomix es sobre todo un drama moderno con un héroe trágico, ese Russell que se enfrenta a los fantasmas de la locura que rondan por las diferentes ramas de su familia. Incapaz de completar su personal utopía de orden y lógica absolutos se despliegan ante nosotros algunas de sus contradicciones y pasiones, componiendo un retrato complejo y no exento de humor. Algo complicado cuando tu protagonista se dedica a elucubrar sobre conceptos tan abstrusos como los tipos lógicos. La “teoría de tipos” es el truco de Russell y Whitehead para escapar de la contradicción que veían en la base de las matemáticas. El asunto se resume con la frase “el mapa no es el territorio”, que nos recuerda los peligros de todo proceso de simplificación y explicación de lo real. En el tebeo, Russell nos previene contra la amenaza de los totalitarismos que, con la excusa de salvar a la humanidad, nos bendicen con nuevos horrores. Al final, cada uno debe surcar su propio camino hasta dar con la verdad. En la versión de los autores griegos el filósofo se presenta como alguien lúcido, consciente de sus errores y de las paradojas que han recorrido su filosofía. Es un retrato al tiempo duro y amable. Sus líos de faldas ayudan sobre todo a humanizarlo, sus debilidades carnales lo hacen más vulnerable y cercano. Aunque la forma en que se aleja de la realidad y maltrata a quienes lo rodean es sin duda inhumana y cruel. Pero se redime al aceptar sus errores y denunciar los abusos cometidos en nombre de la disciplina que ayudó a crear, la lógica.
El dibujo, aparentemente sencillo, resuelve con decisión muchos pasajes realmente áridos. Alecos Papadatos maneja con corrección los aspectos relativos a la gestualidad y actuación de los personajes, algo crucial en una obra tan dialogada como ésta. En ocasiones, sobre todo en las partes en que el guionista discute con su asesor científico, recurre a grandes escenarios sobre los que pasean los actores. Es un procedimiento que, si se emplea con moderación, resulta agradable y efectivo.
Dejo para el final la que considero parte más débil y forzada de la obra. Entiendo que el guionista emplee ese ensayo teatral como excusa narrativa, le permite airear el relato, sacar a los personajes del estudio donde se fragua el tebeo y ponerlos a pasear por Atenas. También se entiende el argumento final donde se traza un paralelismo entre los dilemas que debían resolver los protagonistas de las viejas tragedias griegas y los problemas de los padres de la lógica moderna. Pero la puesta en escena es atropellada y cierra mal un trabajo admirable en otros muchos aspectos. Leer más...
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