CUANDO DOS SON MULTITUD
¡Háblame de amor!
Aline y R. Crumb
La Cúpula, 2011.
264 páginas, 35 euros.
Crumb continúa imparable. Por un lado se han agrupado en un bonito tomo sus portadas para discos y otros productos relacionados con la música. También se han editado sus colaboraciones con su mujer, historietas dibujadas a cuatro manos, un fenómeno único en el mundo.
Debo decir que así como me lancé con entusiasmo sobre su volumen musical me resistí a comprar ese grueso tomo con Aline Kominsky. Ya conocía algunos de esos tebeos, publicados en uno de aquellos célebres cuatro libritos de la editorial Pastanaga, concretamente en R. Crumb Head Comix. Allí salía “Aline’n’Bob go to the Whole Earth Jamboree” y lo recordaba como una broma de mal gusto. La mezcla del encantador y potente dibujo de Crumb con los garabatos de aficionada de su mujer me resultaban directamente intolerables. Así que cuando descubrí en la librería este recopilatorio mi primera reacción fue mantenerme alejado de él y reservar mi dinero para valores seguros, como el último Wormwood de Ennis, que por cierto les recomiendo.
De paso añadir que La Cúpula va camino de convertirse en una de las editoriales que más mima sus productos. Todos sus recopilatorios son pequeñas joyitas de coleccionista. A los deliciosos recopilatorios de Shelton, todos ellos recomendables, se ha sumado recientemente el integral del Peter Punk de Max, editado en las mejores condiciones posibles y con un papel envidiable. Por supuesto cuando se trata de Crumb, uno de sus autores estrella, no se descuidan. Pero no fue esa atención al detalle lo que me llevó a adquirir esta entrega del matrimonio sino una entrevista aparecida en un diario. En ella Aline declaraba con no poco cachondeo que le daba igual que los frikis se quejaran de que sólo la publicaban por ser “la mujer de” y que evitaban sus dibujos para mirar únicamente los de Crumb. Me pareció que tenía el suficiente cachondeo y la ironía necesaria como para darle otra oportunidad. Quizás su torpeza gráfica escondiese un sorprendente talento cómico.
En realidad no es así. Es cierto que ella es la principal crítica de su dibujo. No se hace ilusiones al respecto y algunos de los mejores pasajes del libro se corresponden con su lectura de cartas de aficionados quejándose. Por ejemplo: “Déjala en la cocina y dedícate a dibujar. Quizá folle muy bien, pero mantenla apartada de la puta página”. Hay que tener mucha seguridad en uno mismo para no permitir que semejantes opiniones te afecten. En el caso de la señora de Crumb esa es la sensación que tenemos al concluir la lectura. Tiene un ego enorme que se traduce en toneladas de bocadillos donde duda sobre qué traje ponerse o presume de su perfecto físico, todo bastante banal. Y no es que Crumb aborde temas más profundos, en realidad nos ha acostumbrado a seguirle a los lugares más tontos. En una historieta se dedica a contarnos una de sus mañanas, con su desayuno, sus chapuzas caseras, su visita a correos, etc. Pero él sí tiene talento. Y de alguna manera introduce ritmo, variedad e interés en la narración.
Así que el tomo oscila entre lo divertido, cada vez que Crumb gana protagonismo, y lo irritante, cuando es su mujer la que llena las páginas de cabezas parlanchinas y nos da la paliza con sus disquisiciones. No todos los frutos de esa colaboración son despreciables, por supuesto. A pesar de que no encuentro la gracia en la mezcla de estilos algunas de esas historietas conjuntas se siguen con curiosidad. Descubrimos nuevas facetas de la huída a Francia del matrimonio Crumb, de su vida allí y de lo que opinan de los franceses (y las francesas, a las que no ponen nada bien). También de cómo les afectó el documental de Zwigoff o de cómo le va a la hija de ambos, que también dibuja. Por supuesto, muchos detalles de su activa vida sexual, incluso más de los que nos gustaría conocer, como las habilidades tántricas de Aline. Sueltan opiniones y apoyan a indeseables como Michael Moore, demuestran que una pareja “abierta” puede funcionar y muchas cosas más.
No es el mejor Crumb, pero no hay Crumb malo.
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viernes, 27 de enero de 2012
viernes, 20 de enero de 2012
Fighting American. Simon & Kirby
DOS BROMISTAS
Fighting American
Joe Simon y Jack Kirby
Ediciones Kraken, 2011.
206 páginas, 35 euros.
El pasado mes de diciembre morían dos grandes autores, con apenas una semana de diferencia, Jerry Robinson y Joe Simon. El primero, colaborando con Bob Kane, ayudó a consolidar el mito de Batman y el segundo creó con su compañero Jack Kirby uno de los héroes más populares: el Capitán América.
Ambos tuvieron carreras largas y productivas. Robinson dibujó luego para los periódicos y llegó a escribir una historia de las tiras de prensa. Se discute su participación en la génesis del Joker, el archienemigo de Batman. Kane la negaba pero Robinson siempre declaró que fue él quien le aportó su característico aspecto. También se le atribuye el bautizo del compañero del hombre murciélago, a partir del clásico Robin Hood.
En cuanto a Simon, su “matrimonio” con Kirby es uno de los más afortunados de la edad dorada del comic. Se repartían las tareas de forma desordenada, dibujando uno, entintando el otro y pariendo guiones ambos. Así como Kirby es célebre por sus trifulcas con algunos editores, sobre todo con Stan Lee, nunca cuestionó la participación de Simon en los tebeos que crearon juntos. De todos ellos el más conocido es, por supuesto, el Capitán América, un héroe patriótico que se les ocurrió al inicio de la década de los cuarenta. Se habían conocido un año antes, cuando Simon trabajaba para Victor Fox, el editor con peor fama de la industria. Decidieron unir sus fuerzas pero pronto la guerra los separó. Tras licenciarse se encontraron con un mercado muy diferente, en el que los superhéroes apenas tenían cabida.
La situación cambia a partir de los cincuenta. La guerra de Corea genera una nueva oleada patriótica y los editores deciden volver a pulsar esa tecla. La Marvel resucita al Capitán America, sin consultar a sus creadores. Así que estos contestan pariendo un nuevo héroe, que consigue resistir en los quioscos unos números más que el original. En todo caso, las tendencias se modificaban con rapidez y los supertipos no volverían a ponerse de moda hasta inicios de los sesenta y para entonces el equipo Kirby-Simon ya se había disuelto.
Para repasar esa relación creativa entre estos dos gigantes yo les aconsejo que le echen un vistazo al espléndido libro de Evanier sobre Kirby, publicado aquí por Rossell. Más recientemente se recuperaba Fighting America, la serie con la que Kirby y Simon replicaron a la resurrección del Capi. La calidad de la restauración es discutible, no tanto por el color, que siendo digital al menos se aproxima a los tonos planos originales. Lo peor es el tratamiento de la línea negra, en general empastada y pasada de densidad, lo que ensucia mucho la sensación general. Aparte de esto, el planteamiento no es precisamente original. Se nos presenta a un héroe con un origen similar al del Capitán América, un alfeñique con muchas ganas de servir a su país. En su misión es ayudado por el típico adolescente atolondrado.
Más allá de ese esquema tan repetido, la serie presenta ciertas sorpresas. Por un lado nos permite disfrutar de un Kirby no del todo formado, que nos maravilla con ciertas escenografías de lucha y con personajes realmente fabulosos por su variedad y por su aspecto bizarro. Además, llama la atención la lucha de los protagonistas contra los “rojos”, innumerables enemigos comunistas que intentan acabar con la democracia. Unido a esto la que considero principal aportación de este recopilatorio: su humor. Todo tiene un tono de cachondeo irreprimible. Simon y Kirby se lo pasan bien y transmiten esa sensación al lector, alcanzando cotas realmente delirantes. Para no olvidar la carta que un joven campesino soviético escribe a los degenerados capitalistas, enfrentando los perritos calientes, las tartas y los filetes a… la sopa de remolacha. Seguida por supuesto de un gran postre: macedonia de remolacha. Leer más...
Fighting American
Joe Simon y Jack Kirby
Ediciones Kraken, 2011.
206 páginas, 35 euros.
El pasado mes de diciembre morían dos grandes autores, con apenas una semana de diferencia, Jerry Robinson y Joe Simon. El primero, colaborando con Bob Kane, ayudó a consolidar el mito de Batman y el segundo creó con su compañero Jack Kirby uno de los héroes más populares: el Capitán América.
Ambos tuvieron carreras largas y productivas. Robinson dibujó luego para los periódicos y llegó a escribir una historia de las tiras de prensa. Se discute su participación en la génesis del Joker, el archienemigo de Batman. Kane la negaba pero Robinson siempre declaró que fue él quien le aportó su característico aspecto. También se le atribuye el bautizo del compañero del hombre murciélago, a partir del clásico Robin Hood.
En cuanto a Simon, su “matrimonio” con Kirby es uno de los más afortunados de la edad dorada del comic. Se repartían las tareas de forma desordenada, dibujando uno, entintando el otro y pariendo guiones ambos. Así como Kirby es célebre por sus trifulcas con algunos editores, sobre todo con Stan Lee, nunca cuestionó la participación de Simon en los tebeos que crearon juntos. De todos ellos el más conocido es, por supuesto, el Capitán América, un héroe patriótico que se les ocurrió al inicio de la década de los cuarenta. Se habían conocido un año antes, cuando Simon trabajaba para Victor Fox, el editor con peor fama de la industria. Decidieron unir sus fuerzas pero pronto la guerra los separó. Tras licenciarse se encontraron con un mercado muy diferente, en el que los superhéroes apenas tenían cabida.
La situación cambia a partir de los cincuenta. La guerra de Corea genera una nueva oleada patriótica y los editores deciden volver a pulsar esa tecla. La Marvel resucita al Capitán America, sin consultar a sus creadores. Así que estos contestan pariendo un nuevo héroe, que consigue resistir en los quioscos unos números más que el original. En todo caso, las tendencias se modificaban con rapidez y los supertipos no volverían a ponerse de moda hasta inicios de los sesenta y para entonces el equipo Kirby-Simon ya se había disuelto.
Para repasar esa relación creativa entre estos dos gigantes yo les aconsejo que le echen un vistazo al espléndido libro de Evanier sobre Kirby, publicado aquí por Rossell. Más recientemente se recuperaba Fighting America, la serie con la que Kirby y Simon replicaron a la resurrección del Capi. La calidad de la restauración es discutible, no tanto por el color, que siendo digital al menos se aproxima a los tonos planos originales. Lo peor es el tratamiento de la línea negra, en general empastada y pasada de densidad, lo que ensucia mucho la sensación general. Aparte de esto, el planteamiento no es precisamente original. Se nos presenta a un héroe con un origen similar al del Capitán América, un alfeñique con muchas ganas de servir a su país. En su misión es ayudado por el típico adolescente atolondrado.
Más allá de ese esquema tan repetido, la serie presenta ciertas sorpresas. Por un lado nos permite disfrutar de un Kirby no del todo formado, que nos maravilla con ciertas escenografías de lucha y con personajes realmente fabulosos por su variedad y por su aspecto bizarro. Además, llama la atención la lucha de los protagonistas contra los “rojos”, innumerables enemigos comunistas que intentan acabar con la democracia. Unido a esto la que considero principal aportación de este recopilatorio: su humor. Todo tiene un tono de cachondeo irreprimible. Simon y Kirby se lo pasan bien y transmiten esa sensación al lector, alcanzando cotas realmente delirantes. Para no olvidar la carta que un joven campesino soviético escribe a los degenerados capitalistas, enfrentando los perritos calientes, las tartas y los filetes a… la sopa de remolacha. Seguida por supuesto de un gran postre: macedonia de remolacha. Leer más...
viernes, 13 de enero de 2012
Príncipe Valiente. H. Foster.
EN LOS TIEMPOS DEL REY ARTURO
Príncipe Valiente.
Hal Foster.
Planeta DeAgostini.
No han abundado las historietas medievales, sin embargo las pocas que se han dibujado se cuentan entre lo mejor del medio. Ahora mismo asistimos a la enésima reedición de El Príncipe Valiente, la obra maestra de Foster.
Cuando alguien decide dedicar sus esfuerzos a la Edad Media el resultado suele ser abrumador, enormes sagas que sorprenden por su volumen y ambición. Es el caso de Las torres de Bois Maury, el monumental trabajo de Hermann. O La crónica de Leodegundo, obra maldita del cómic español, una historia que cuenta ya con docenas de álbumes a sus espaldas y que no ha conseguido salir del estrecho ámbito en que ha sido publicada. Con una reducida tirada en bable, Gaspar Meana no ha encontrado un editor que se anime a editar sus historietas en un idioma que le permita alcanzar públicos más amplios. Así que permanece enterrado en encargos que apenas le permiten sobrevivir mientras que una de las colecciones más interesantes que se han creado en España es ignorada por la mayoría. Una muestra más de la cortedad de nuestros editores que marginan un trabajo muy bien documentado y convincente en el plano dramático, una saga que se inicia con la entrada del Islam en España y que viaja desde Asturias hasta los confines más lejanos del imperio árabe, ofreciéndonos una visión completa y compleja de un apasionante momento histórico.
Foster compartía el amor por el detalle de los autores citados pero sus fuentes no eran tan fiables como las actuales y sus licencias, por tanto, mayores. En todo caso eso preocupa bien poco a sus lectores, que enseguida se dejan llevar por el brío de sus historias y la vitalidad de sus personajes. El creador de El Príncipe Valiente participaba de una tradición fascinada por los mundos del medievo, que se remonta al siglo XIX. De Morris a Viollet le Duc la mitificación de una época más bien desconocida servía a un diverso y paradójico conjunto de intenciones. Su idealización nos brindaba un paraíso en el que todo era realizado con cuidado y mimo y las relaciones entre clases eran más justas y humanas, una sociedad jerarquizaba en la que los dirigentes servían de espejo a imitar para los más desfavorecidos.
Esa fábula pasó de forma natural al mundo de la pintura. Howard Pyle, uno de los padres de la moderna ilustración, dio vida a las aventuras del rey Arturo y sus mariachis en un espléndido conjunto de láminas con elaborados tramados en B/N. Su alumno predilecto, N. C. Wyeth, ilustró las andanzas del sonriente bribón que robaba a los ricos para ayudar a los pobres, a todo color y con una saturación que anticipaba las locuras cromáticas del Robin Hood de Curtiz y Flynn. Película que presidía el conjunto de espléndidas cintas que Hollywood dedicó al tema y la época. Un año antes de su estreno, en 1937, Foster había abandonado Tarzán para hacerse cargo de sus propias historias en El Príncipe Valiente, ofreciendo unos contenidos que resultaban muy familiares a los lectores.
La ambientación histórica es poco más que una excusa para el autor. Desde ella nos muestra su visión del mundo. Un mundo en el que los más justos gobiernan y en el que, sin importar el origen o la condición, lo que cuenta es el valor, la inteligencia y un conjunto de valores que caracterizan a la civilización frente a la barbarie. Como señala Faustino Rodríguez Arbesú ese carácter metáfórico del relato se hace evidente en pasajes como el de la lucha contra los hunos. Dibujado durante la IIGM, expresa con claridad la posición del creador: cuando los bárbaros, un reflejo de los nazis, han sido vencidos el héroe se niega a participar en nuevas guerras de conquista. Su deseo, como el de tantos americanos, era evitar el conflicto. Intervenir cuando no queda otro remedio y retirarse con la llegada de la paz.
Más allá de esas metáforas sociales y políticas, lo que engancha de esta serie son dos aspectos, uno evidente, quizás el otro no tanto. El primero es por supuesto, el dibujo. Foster sobrevive a cualquier edición. He leído la versión remontada en B/N de Dólar, la recoloreada de Buru-Lan, la pastosa de Ediciones B y algunas otras también en B/N, pero supuestamente más respetuosas. Planeta, después de un primer intento fallido nos brinda ahora una edición bastante decente y ajustada de precio. Sí, lo que están sacando los americanos es algo más grande, pero no seré yo el que se queje. En cualquier formato Foster se muestra como lo que es: un dibujante formidable, un maestro de maestros. Sus mujeres son maravillosas, sus figuras tienen movimiento, domina el claroscuro y sus sombras son elegantemente limpias, su entintado y sus tramas son muy modernos, sus telas y plegados excelentes, su ambientación perfecta, etc. Todo lo hace bien, todo parece real y hermoso en sus manos. Pero es que a ese fenomenal talento gráfico debemos sumar unos guiones impecables. La apariencia anticuada de sus planchas, la ausencia de bocadillos que son sustituidos por textos a los pies de las viñetas, no deben engañarnos. Su narración es trepidante y enérgica, sus personajes dignos de aparecer en cualquier drama clásico. Combina a la perfección el humor y la aventura, la descripción psicológica y el apunte social, es un feminista avant la lettre y nos cuenta una historia familiar, con niños que van creciendo ante nuestros ojos, como no volverá a verse en un cómic. Es uno de los grandes y para mi será siempre el mejor. Leer más...
Príncipe Valiente.
Hal Foster.
Planeta DeAgostini.
No han abundado las historietas medievales, sin embargo las pocas que se han dibujado se cuentan entre lo mejor del medio. Ahora mismo asistimos a la enésima reedición de El Príncipe Valiente, la obra maestra de Foster.
Cuando alguien decide dedicar sus esfuerzos a la Edad Media el resultado suele ser abrumador, enormes sagas que sorprenden por su volumen y ambición. Es el caso de Las torres de Bois Maury, el monumental trabajo de Hermann. O La crónica de Leodegundo, obra maldita del cómic español, una historia que cuenta ya con docenas de álbumes a sus espaldas y que no ha conseguido salir del estrecho ámbito en que ha sido publicada. Con una reducida tirada en bable, Gaspar Meana no ha encontrado un editor que se anime a editar sus historietas en un idioma que le permita alcanzar públicos más amplios. Así que permanece enterrado en encargos que apenas le permiten sobrevivir mientras que una de las colecciones más interesantes que se han creado en España es ignorada por la mayoría. Una muestra más de la cortedad de nuestros editores que marginan un trabajo muy bien documentado y convincente en el plano dramático, una saga que se inicia con la entrada del Islam en España y que viaja desde Asturias hasta los confines más lejanos del imperio árabe, ofreciéndonos una visión completa y compleja de un apasionante momento histórico.
Foster compartía el amor por el detalle de los autores citados pero sus fuentes no eran tan fiables como las actuales y sus licencias, por tanto, mayores. En todo caso eso preocupa bien poco a sus lectores, que enseguida se dejan llevar por el brío de sus historias y la vitalidad de sus personajes. El creador de El Príncipe Valiente participaba de una tradición fascinada por los mundos del medievo, que se remonta al siglo XIX. De Morris a Viollet le Duc la mitificación de una época más bien desconocida servía a un diverso y paradójico conjunto de intenciones. Su idealización nos brindaba un paraíso en el que todo era realizado con cuidado y mimo y las relaciones entre clases eran más justas y humanas, una sociedad jerarquizaba en la que los dirigentes servían de espejo a imitar para los más desfavorecidos.
Esa fábula pasó de forma natural al mundo de la pintura. Howard Pyle, uno de los padres de la moderna ilustración, dio vida a las aventuras del rey Arturo y sus mariachis en un espléndido conjunto de láminas con elaborados tramados en B/N. Su alumno predilecto, N. C. Wyeth, ilustró las andanzas del sonriente bribón que robaba a los ricos para ayudar a los pobres, a todo color y con una saturación que anticipaba las locuras cromáticas del Robin Hood de Curtiz y Flynn. Película que presidía el conjunto de espléndidas cintas que Hollywood dedicó al tema y la época. Un año antes de su estreno, en 1937, Foster había abandonado Tarzán para hacerse cargo de sus propias historias en El Príncipe Valiente, ofreciendo unos contenidos que resultaban muy familiares a los lectores.
La ambientación histórica es poco más que una excusa para el autor. Desde ella nos muestra su visión del mundo. Un mundo en el que los más justos gobiernan y en el que, sin importar el origen o la condición, lo que cuenta es el valor, la inteligencia y un conjunto de valores que caracterizan a la civilización frente a la barbarie. Como señala Faustino Rodríguez Arbesú ese carácter metáfórico del relato se hace evidente en pasajes como el de la lucha contra los hunos. Dibujado durante la IIGM, expresa con claridad la posición del creador: cuando los bárbaros, un reflejo de los nazis, han sido vencidos el héroe se niega a participar en nuevas guerras de conquista. Su deseo, como el de tantos americanos, era evitar el conflicto. Intervenir cuando no queda otro remedio y retirarse con la llegada de la paz.
Más allá de esas metáforas sociales y políticas, lo que engancha de esta serie son dos aspectos, uno evidente, quizás el otro no tanto. El primero es por supuesto, el dibujo. Foster sobrevive a cualquier edición. He leído la versión remontada en B/N de Dólar, la recoloreada de Buru-Lan, la pastosa de Ediciones B y algunas otras también en B/N, pero supuestamente más respetuosas. Planeta, después de un primer intento fallido nos brinda ahora una edición bastante decente y ajustada de precio. Sí, lo que están sacando los americanos es algo más grande, pero no seré yo el que se queje. En cualquier formato Foster se muestra como lo que es: un dibujante formidable, un maestro de maestros. Sus mujeres son maravillosas, sus figuras tienen movimiento, domina el claroscuro y sus sombras son elegantemente limpias, su entintado y sus tramas son muy modernos, sus telas y plegados excelentes, su ambientación perfecta, etc. Todo lo hace bien, todo parece real y hermoso en sus manos. Pero es que a ese fenomenal talento gráfico debemos sumar unos guiones impecables. La apariencia anticuada de sus planchas, la ausencia de bocadillos que son sustituidos por textos a los pies de las viñetas, no deben engañarnos. Su narración es trepidante y enérgica, sus personajes dignos de aparecer en cualquier drama clásico. Combina a la perfección el humor y la aventura, la descripción psicológica y el apunte social, es un feminista avant la lettre y nos cuenta una historia familiar, con niños que van creciendo ante nuestros ojos, como no volverá a verse en un cómic. Es uno de los grandes y para mi será siempre el mejor. Leer más...
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viernes, 6 de enero de 2012
EL BOSQUE DE LOS SUICIDAS de EL TORRES y G. HERNÁNDEZ
Dib•Buks.
104 páginas, 16 euros.
Tras unos esforzados comienzos en el campo de los comics de bárbaros, hacía tiempo que le había perdido la pista a este personaje realmente curioso en el mundo de la historieta española. Desde el principio queda clara su voluntad de transitar los géneros más populares, de la fantasía heroica a, en la actualidad, el terror. Ha tenido la suerte y el talento de entrar en la industria americana, para la que ha escrito, entre otros encargos, dos obras en colaboración con el también español Gabriel Hernández. Ahora Dib•Buks las ha traducido y constituyen una muy agradable sorpresa.
Primero fue El velo y ahora El bosque de los suicidas, dos historias llenas de atmósferas lúgubres y sugerencias cromáticas. Comenzando por el dibujo, es adecuado a lo que se nos cuenta. Recuerda al Vince Locke de Una historia de violencia, con las texturas y el tratamiento digital necesarios para ensuciar el ambiente enfermizo que retratan los relatos de El Torres. En ocasiones sus deudas con Egon Schiele nos remiten a otro deudor del pintor expresionista, Ashley Wood, que por cierto firma las portadas. En general Hernández es un narrador correcto y aporta el tono siniestro que estos tebeos precisan.
Si el trabajo del dibujante es interesante, el guionista consigue ir algo más allá. Parte aparentemente de algunos lugares comunes. En El Velo reconocemos enseguida ciertos pasajes de El sexto sentido o de Entre fantasmas, que además se citan con evidente ironía. En El bosque de los suicidas se recorren sin pudor escenarios propios de modernos terrores japoneses como The ring y compañía. Más las inevitables citas a King, el moderno emperador del horror. Pero pronto El Torres demuestra su dominio del medio desembarazándose de esas deudas y transitando territorios realmente originales, apropiándose con autoridad de esos contextos terroríficos para descubrirnos nuevos miedos y asegurarnos diferentes escalofríos.
Estas dos novelas gráficas cumplen con las expectativas de todo amante del género. No sólo contamos con protagonistas que cargan con pasados conflictivos y cuya salud mental siempre está a un paso del desmoronamiento definitivo, además no se ahorran los necesarios clímax de sangre y destrucción que todo tebeo de poseídos, fantasmas y hombres-babosa requiere. Pero además El Torres se atreve con algo que comienza a ser casi inaudito, como es culminar estos relatos con algo parecido a un final feliz. Explora los archipiélagos de la culpa, sí, pero también los océanos de la expiación. Hay redención para los justos y para los que, más allá de toda esperanza, se mantienen firmes frente a la corrupción o se compadecen de quienes sufren. En ese sentido el discurso del guionista es tan sorprendente como bienvenido. El héroe duda y padece pero finalmente consigue cerrar las compuertas que permitían la extensión del mal.
Un gran trabajo que nos obliga a revisar anteriores obras de este autor. Leer más...
104 páginas, 16 euros.
ESPERANZA Y MIEDO
Empieza a resultar habitual que dibujantes españoles trabajen para el mercado americano. Mucho más extraño es que un guionista lo consiga. Es el caso de Juan Antonio Torres, que firma como El Torres.
Tras unos esforzados comienzos en el campo de los comics de bárbaros, hacía tiempo que le había perdido la pista a este personaje realmente curioso en el mundo de la historieta española. Desde el principio queda clara su voluntad de transitar los géneros más populares, de la fantasía heroica a, en la actualidad, el terror. Ha tenido la suerte y el talento de entrar en la industria americana, para la que ha escrito, entre otros encargos, dos obras en colaboración con el también español Gabriel Hernández. Ahora Dib•Buks las ha traducido y constituyen una muy agradable sorpresa.
Primero fue El velo y ahora El bosque de los suicidas, dos historias llenas de atmósferas lúgubres y sugerencias cromáticas. Comenzando por el dibujo, es adecuado a lo que se nos cuenta. Recuerda al Vince Locke de Una historia de violencia, con las texturas y el tratamiento digital necesarios para ensuciar el ambiente enfermizo que retratan los relatos de El Torres. En ocasiones sus deudas con Egon Schiele nos remiten a otro deudor del pintor expresionista, Ashley Wood, que por cierto firma las portadas. En general Hernández es un narrador correcto y aporta el tono siniestro que estos tebeos precisan.
Si el trabajo del dibujante es interesante, el guionista consigue ir algo más allá. Parte aparentemente de algunos lugares comunes. En El Velo reconocemos enseguida ciertos pasajes de El sexto sentido o de Entre fantasmas, que además se citan con evidente ironía. En El bosque de los suicidas se recorren sin pudor escenarios propios de modernos terrores japoneses como The ring y compañía. Más las inevitables citas a King, el moderno emperador del horror. Pero pronto El Torres demuestra su dominio del medio desembarazándose de esas deudas y transitando territorios realmente originales, apropiándose con autoridad de esos contextos terroríficos para descubrirnos nuevos miedos y asegurarnos diferentes escalofríos.
Estas dos novelas gráficas cumplen con las expectativas de todo amante del género. No sólo contamos con protagonistas que cargan con pasados conflictivos y cuya salud mental siempre está a un paso del desmoronamiento definitivo, además no se ahorran los necesarios clímax de sangre y destrucción que todo tebeo de poseídos, fantasmas y hombres-babosa requiere. Pero además El Torres se atreve con algo que comienza a ser casi inaudito, como es culminar estos relatos con algo parecido a un final feliz. Explora los archipiélagos de la culpa, sí, pero también los océanos de la expiación. Hay redención para los justos y para los que, más allá de toda esperanza, se mantienen firmes frente a la corrupción o se compadecen de quienes sufren. En ese sentido el discurso del guionista es tan sorprendente como bienvenido. El héroe duda y padece pero finalmente consigue cerrar las compuertas que permitían la extensión del mal.
Un gran trabajo que nos obliga a revisar anteriores obras de este autor. Leer más...
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