80 páginas, 14 euros.
TIEMPOS RAROS
No es la primera vez que Miguel Gallardo construye una obra partiendo de la realidad. Lo había hecho con las memorias de su padre y al explicar su relación con su hija autista, María, a la que ya le ha dedicado dos novelas gráficas.
También nos contó en sus cuadernos de viaje algunas de sus experiencias por el mundo. Y ahora vuelve para describir un recorrido mucho más personal. Justo antes de iniciarse el confinamiento le descubrieron un cáncer que tuvieron que operar de urgencia. A la mayoría una experiencia de este tipo nos habría paralizado, meses después y en pleno proceso de recuperación muchos todavía estaríamos temblando y reflexionando sobre el sentido de la vida. Gallardo no, él dibuja. Dibuja todo lo que le pasa y algunas cosas más. Dibuja para entender y para explicar, para quejarse y para dar las gracias. Como comprenderán, este no es un trabajo normal, sino excepcional en el más amplio sentido del término.
El autor se hizo popular en los ochenta en la revista El Víbora con un personaje que dio nombre a bares, librerías y canciones: Makoki, un “drogadito” escapado del frenopático que encarnaba las fantasías punkis más salvajes. Pronto Gallardo demostró que esa era solo una de sus máscaras y que sus destrezas gráficas le permitían saltar de un estilo a otro casi sin despeinarse. Recientemente se reeditaba “Perro Nick”, un delirio pop donde rendía homenaje al mundo en technicolor de los dibujos animados de su infancia. Más interés tenía “Un largo silencio”, un cuidado volumen donde recogía los recuerdos de la Guerra Civil de su padre, una de las aproximaciones más equilibradas que se han hecho a nuestra manoseada contienda.
Y ahora la vida lo ha sometido a otra dura prueba.