viernes, 18 de septiembre de 2020

BUÑUEL EN EL LABERINTO DE LAS TORTUGAS de SOLÍS

Buñuel en el laberinto de las tortugas comic novela gráfica Fermín Solís Goya
Penguin Random House. Barcelona, 2019.
152 páginas, 17,90 euros.


BUÑUEL CONTRA PAPÁ NOEL
Un viejo chiste cuenta la historia de unas cabras que se encuentran en el campo. Una de ellas mordisquea un trozo de película y una compañera le pregunta: “¿Qué tal la peli?”. A lo que la primera responde “La novela era mejor”.


En este caso el origen de “Buñuel en el laberinto de las tortugas” no es una novela sino una novela gráfica, escrita y dibujada por Fermín Solís. Y no puede decirse que las viñetas originales fueran mejores que su adaptación cinematográfica. La presencia del también dibujante de comics José Luis Ágreda, en este caso como director de arte, aporta una estilización a los personajes principales de la película que rebaja agradablemente el grotesco tono del original. También se han suavizado las gamas de color y se ha reorientado el argumento. Por supuesto la historia inicial se mantiene. 

Se cuentan los pormenores del rodaje de Las Hurdes. Tierra sin pan”, el famoso documental que Buñuel rodó entre su primera etapa, surrealista y parisina, la de “El perro andaluz” y “La edad de oro”, y la mexicana comenzando con “Los Olvidados”, que rodaría muchos años después. La pregunta que subyace es porqué el director pasó del formalismo inicial a la agitación social que en teoría suponen “Las Hurdes”. 


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Lógicamente, la presencia del documental adquiere más importancia en el filme que en el cómic. Se entremezclan fragmentos de la película de Buñuel con recreaciones de su rodaje. Algunas se corresponden con las escenas más salvajes de la cinta, sobre todo aquellas que no serán del agrado de los animalistas, como la del burro masacrado por las abejas o la de las cabras. 

Por el camino se dibuja un retrato del genial aragonés, a medio camino entre la sofisticación y la brutalidad. Hay una reflexión general sobre el papel del arte, dando por supuesto que su función es la transformación social, la mejora de una realidad siempre despreciable. Como buen “ingeniero de almas”, el Buñuel que imagina Solís no ve diferencia entre agitar a través del delirio surrealista o hacerlo con tomas reales pero debidamente manipuladas. Lo de que el arte sirva para otras cosas y no esté simplemente al servicio de una ideología queda para pequeños-burgueses, que apenas encuentran sitio en esta historia. Ya digo, la película es algo mejor que la novela gráfica pero ambas tiene problemas de ritmo y de expresividad. Y las escenas oníricas, abundantes, tienden a ser letales para cualquier argumento.

Como ya sabrán “Buñuel y el laberinto…” ganó el Goya al Mejor Largo de Animación este año. Una de las cintas contra las que competía era “Klaus”, que fue candidata a los Oscar y llegó a ganar el Bafta en la misma categoría. Frente al argumento de “Buñuel…”, con ecos de la Guerra Civil, surrealismo, pobreza y provocación anticlerical, “Klaus” proponía un relato de redención personal (la del protagonista) y social (la del pueblo que aprende a convivir), también revisaba el mito de Santa Claus, hablaba de la familia y algunas cosas más, todas sin importancia. Al menos para los académicos que debieron considerarla una frivolidad, sin la seriedad del “Laberinto…”. 

De nuevo, la agitación gana al entretenimiento. O esa será la versión oficial. A mí me hace pensar mucho más el trepidante guión de “Klaus” que el archisabido argumento de “Buñuel…”. Si a eso le añadimos la factura las diferencias pueden ser odiosas. Y es que “Klaus” es una producción española que se mide, en condiciones de igualdad, con los mejores largos americanos, algo que hasta la fecha solo Miyazaki parecía capaz de lograr. Estudien su animación hiper-expresiva, analicen y disfruten su color, heredero de los mejores trabajos de Eyvind Earle, déjense llevar por su ritmo trepidante y al mismo tiempo conmovedor. Estamos ante el mejor trabajo del cine español en décadas, una obra maestra realmente prodigiosa. Pero nadie parece dispuesto a reconocerlo.