La biografía es un género de moda en el mundo del cómic. Abundan los libros de memorias y las novelas gráficas dedicadas a nuestros héroes culturales y famosos de toda clase y condición.
Tras verter las andanzas de Freud en viñetas, el mismo equipo de creadoras, Marx Corinne Maier y Anne Simon, se ha puesto con Marx.
No es esta la primera ocasión en que la vida del viejo Carlitos llega al comic ni sin duda será la última. Algunos recordarán que en las páginas de la revista Troya/Trocha ya se publicó una sucinta biografía de su mujer, Jenny, a través de la cual contemplábamos no pocas de las miserias a las que tuvo que enfrentarse la familia Marx.
Rius firmó una hagiografía “oficial” en su Marx para principiantes, un número más de la interesante colección “For beginners” donde también apareció el Kafka de Crumb. El mexicano ofrecía por un lado unos apuntes biográficos y luego dedicaba la mayor parte del volumen a explicar el pensamiento de Marx. La introducción era especialmente lamentable, atribuyendo el farragoso estilo del alemán a sus inmensos conocimientos y pidiendo disculpas a los lectores por simplificar conceptos tan profundos. Lo cierto es que Rius ha vivido días mejores y no contaría este libro entre sus trabajos más brillantes.
Esta nueva aproximación es algo más crítica y al menos no se salta algunos aspectos desagradables. No oculta del todo La cuestión judía, el arrebato antisemita que en gran medida permite entender los posteriores desarrollos del filósofo alemán. Primero los judíos tienen la culpa de todo y luego, por extensión, la burguesía se convierte en el chivo expiatorio que debe ser liquidado.
Aunque en la contraportada se califica a Marx como el “mayor pensador económico de todos los tiempos” esa es una afirmación tremendamente exagerada. La vigencia de su pensamiento tiene más que ver con los gobiernos totalitarios que han voceado sus profecías apocalípticas, la Unión Soviética y China antes y Venezuela, Cuba y compañía ahora, que con la solidez o claridad de sus ideas. En realidad, Marx tenía más de poeta que de economista y sus veleidades científicas eran poco más que una broma.
Este tebeo apenas se detiene en ciertos aspectos que son relevantes, pero al menos los menciona. Por ejemplo la relación de explotación que el pensador tuvo con quienes le rodearon: Engels, su mujer y su familia. A todos los sableó y exprimió hasta el límite. Como economista, nunca fue capaz de mantenerse ni de administrar el dinero que llegó a conseguir.
Tampoco se interesó por los datos, por los hechos reales y concretos. Cuando se citan los tratados en que muestra su preocupación por los trabajadores de aquí o de allá, no debe olvidarse que su conocimiento siempre fue libresco, en muchos casos empleando información que, o bien estaba desfasada o bien manipuló para que se ajustara a su versión de la realidad. Habló mucho de la opresión de la clase obrera, sí. Pero no dudó en preñar a su criada, a la que además nunca pagó un sueldo. Tampoco reconoció a su hijo ilegítimo. El episodio aparece en este volumen, pero con excesiva discreción. También se pasa de puntillas por otro asunto incómodo: el desprecio que Marx sentía hacia todos aquellos que no eran intelectuales como él. Preocuparse por los proletarios estaba bien en teoría. En la práctica era mejor impedir que participaran en la toma de decisiones. Parte de su carácter snob y manipulador se refleja en algunas de las secuencias de las Internacionales, pero casi de pasada.
En fin, al menos la prosa es ligera, el dibujo funcional y el volumen se deja leer de un tirón. Les aconsejo que completen la información consultando la semblanza de Marx que Johnson ofrece en su libro Intelectuales. No tiene dibujitos pero se disfruta desde la primera línea.Leer más...
Finalmente se publica el segundo Premio Ciudad de Palma de Comic. La obra ha llegado con un enorme retraso y no creo que esa espera haya merecido la pena.
La participación como dibujante de Rubén del Rincón asegura una indudable calidad gráfica. Es un narrador vigoroso y atrevido, que no esquiva los puntos de vista más complejos y que exhibe un trazo veloz y descarado. Caracteriza bien a los personajes y sus escenas de acción son trepidantes, por ejemplo las primeras secuencias en las barricadas o la batalla aérea contra los stukas nazis.
El bitono está bien usado y sus negros se cargan de un adecuado dramatismo. La estructura del guión también es ambiciosa. La historia se cuenta a través de tres miradas, que coinciden en algunos momentos y en otros hacen avanzar el relato en nuevas direcciones. Se supone que cuando esos puntos de vista se solapan nos permiten apreciar matices o hechos que desde la otra posición no se podían advertir, enriqueciendo nuestro conocimiento de lo sucedido.
Las protagonistas son tres mujeres, tres chicas al inicio de la obra, que acaban envejeciendo y reencontrándose al cabo de los años. Sus nombres coinciden con las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Fe, después de un prólogo donde se imagina a Camus en la revolución de Asturias del 34, ocupa el primer capítulo, sin duda el más trepidante y mejor contado. Luego se pasa a Caridad, una suerte de fuerza de la naturaleza que se encama con hombres y mujeres y salta barricadas sin compresas… con sangrantes consecuencias. Luego les explica a sus alumnas que deberían celebrar su primera menstruación. La última parte se dedica a Esperanza, una lesbiana aviadora enamorada de Caridad. El epílogo nos devuelve a las tres amigas, que se reúnen en pleno Mayo del 68.
La tardanza que ha acompañado a la publicación de este libro parece obedecer a una doble causa. Por un lado retrasos en el abono del premio por parte del Ayuntamiento de Palma y, por otra, discrepancias en la elaboración del argumento. Así que sus aciertos y errores no son únicamente atribuibles al guionista, Javier Cosnava. Si el dibujante arregló o arruinó el original, no puedo saberlo, tan sólo juzgar unos resultados que considero muy irregulares. El álbum arranca con cierta fuerza, aunque las ensoñaciones camusianas son excesivamente literarias.
Cierto es que el escritor firmó una obra colectiva sobre la rebelión asturiana pero desde luego el tono general de esta novela gráfica es lo más anti-Camús que se pueda imaginar. No en vano él criticó públicamente los excesos y crímenes del comunismo y aquí se ofrece una visión absolutamente mitificada de la revolución.
Las heroínas son como Los Ángeles de Charlie en progre. Empiezan en el Octubre del 34, siguen en la Guerra Civil, participan en la IIGM y finalmente se unen a los estudiantes en el Mayo del 68. Frente a ellas siempre el mismo enemigo: los fachas, el capitalismo, los reaccionarios, etc. Por supuesto, sin el menor asomo de autocrítica. Que los mineros se alzaron contra un gobierno legítimo se olvida o simplemente se soslaya afirmando que eran “los fascistas de Gil Robles”; se salta por encima del pacto nazi-soviético, definiendo a Francia como “un país de derechas”; y, por supuesto, se mitifica el Mayo del 68 apelando a la unión de obreros y estudiantes, unión que no recuerdo se produjera nunca. En cambio de los coqueteos de los universitarios con el maoísmo no se dice nada. Lo que es aún peor, se justifica todo ese discurso con escenas tan melodramáticas y efectistas como la del camión con los niños que se despeña dejando un reguero de criaturas voladoras.
Hay matices, por supuesto. Convertir a la lesbiana en amante de una oficial nazi tiene cierta gracia. Pero esa y otras anécdotas se diluyen en el conjunto de una narración empapada en ideología y que apenas presta atención a la humanidad de sus protagonistas. Compruebo con sorpresa que cuando el cine español casi había conseguido desprenderse de su obsesión guerra civilista el comic parece dispuesto a tomar el relevo. Pues que se preparen a perder los pocos lectores que todavía les quedan. Leer más...
El Festival de Angoulème alcanzaba este año su edición nº 42, que rindió un merecido homenaje a los dibujantes de la revista Charlie Hebdo asesinados pocas semanas antes.
Acudir a la pequeña villa francesa siempre es una experiencia excitante y abrumadora. Impacta comprobar la sorprendente cantidad de material que se edita en el país vecino. Frente al cada vez más menguado mercado local, muy dependiente de las importaciones y traducciones, maravilla la vitalidad de las casas editoras francesas.
Por cierto, si hace años apenas nos sonaban sus productos, últimamente han sido tantos los que han cruzado la frontera, que casi todo en las estanterías resultaba familiar. Hice el viaje acompañando a varios alumnos, que contaban con una ayuda del gobierno balear. Es muy de agradecer que se apoyen este tipo de actividades, plantando las semillas para futuros desarrollos profesionales. Lógicamente los muchachos alucinaron ante la inmensidad y variedad de las propuestas gráficas que allí se exhibían. Entre los autores se hablaba de una crisis que parece eterna y alguna editorial se negó a asistir porque desplazarse desde París es incómodo y caro. Pero luego regresarán al año siguiente.
Volví a encontrarme con Daniel Torres, que publicaba en Francia tras unos cuantos años de ausencia su novela gráfica Burbujas, aparecida por aquí en 2008. Aunque sigue trabajando para el mercado americano, comentaba que las cosas “ya no son como eran”. También me tropecé con Mitton, el vigoroso dibujante de tebeos históricos, cuyo trabajo siempre me había recordado al de Buscema. Según parece, otros compartían esta misma opinión. En los setenta Stan Lee intentó ficharlo para la Marvel pero el bohemio autor prefirió quedarse en casa, donde comía y (sobre todo) bebía mejor. Un tipo encantador.
Angoulème es ante todo una gran feria donde importan y mucho los aspectos comerciales. Los autores buscan trabajo o intentan vender los derechos de sus obras a otros países. Las editoriales montan gigantescos stands donde exhiben sus músculos, presumiendo de sus fondos y anunciando las novedades. Al contrario que otros festivales donde las actividades se concentran en un paquidérmico espacio, aquí prima la dispersión. Para verlo todo se debe recorrer la ciudad, pasear por sus calles descubriendo pequeñas exposiciones o admirando los escaparates, cargados de alusiones al comic. Se venden tebeos, nuevos y viejos, pero también merchandising de lo más variado. En Francia y Bélgica no se ha perdido la costumbre de imprimir láminas de los autores más populares y hay piezas realmente hermosas. Por supuesto, también venden originales: planchas de Contrato con Dios de Eisner, de historietas para Warren de Corben, de las pesadillas de McCay, muchos Fabrys realmente baratos al lado de páginas de The Walking Dead demasiado caras.
Las exposiciones merecen un comentario más detallado. Es casi imposible recorrerlas todas, aunque obviamente no todas tienen el mismo interés. Pero este año fue especialmente afortunado en cuanto a la selección de muestras. Por cierto, puedo citar el presupuesto de una de ellas: 100.000 euros. Comparen y lloren.
Foto de comixtrip.fr
Empiezo por la dedicada al ganador del gran premio del año pasado, Bill Watterson, creador de Calvin y Hobbes. Era una expo ejemplar, aunque ya adelanto que no soy fan de ese niñato desagradable al que siempre he pensado que le faltaba media torta. Casi tan irritante como él son sus padres, unos memos incapaces de poner coto a los desmanes de la pequeña bestia rubia. Pero lo cierto es que su grafismo es impecable y los originales, que llegaron a Francia desde Ohio, donde descansan en el museoBilly Ireland Cartoon Library & Museum rodeados por piezas de Caniff o Eisner, eran excelentes y contemplarlos fue un verdadero placer.
Para marcar el nivel la exposición se abría con una pared donde se mostraban las influencias de Watterson: originales de Raymond, Herriman, Steadman o Kelly, entre otros. Luego había tiras con los mejores momentos de la saga, un excelente documental y un conjunto de objetos con los que trabajaba el autor, acompañados de comentarios como “si ahora suponen que detallaré qué tipo de plumilla uso les diré que cualquiera que entre en el mango” o “esta es una asombrosa herramienta que los rotulistas emplean para escribir las letras de los bocadillos y que yo he usado cero veces”. En el mismo edificio otra muestra se dedicaba al arte del guionista Fabien Nury. Mi entusiasmo por este autor se ha enfriado bastante tras leer en uno de los paneles donde se citaban sus influencias (entiendo que enumeradas por él mismo), su selección de westerns favoritos. ¡Que no incluían ninguno de Ford ni de Hawks! No olvidaré fácilmente tamaña afrenta.
El manga estaba perfectamente representado por una increíble exposición dedicada a Taniguchi, el más europeo de los dibujantes nipones. Este año el gran premio del Festival se lo llevó un compatriota suyo: Otomo, creador de esa pesadez llamada Akira. En la muestra de Taniguchi sobresalía la selección de acuarelas para su libro sobre Venecia editado por Vuitton. Un trabajo delicado, que va mucho más allá de la reproducción mimética de las fotos que le sirven de base. En el contexto del relato, el color y el detalle con que están realizadas encuentran su sentido y consiguen emocionarnos.
Cruzando el río se llegaba al nuevo Museo del cómic, que ofrecía varias posibilidades a sus visitantes. Destaco la expo dedicada aLos Mumin, la obra maestra de la bohemia creadora Tove Tansson, que Coco Books publicó por aquí el año pasado. Una joyita, tan ingeniosa como original y que no deberían perderse. Contaba con una ambientación a la altura de los juguetones mundos de esta peculiar artista. Al lado, tras pasar varios controles policiales, aguardaba la monumental expo Charlie.
No puede olvidarse la exposición de Kirby, que nos acercaba a los poderosos universos imaginados por el dibujante de Los Cuatro Fantásticos, Thor, El Cuarto Mundo o Los Eternos, que hace poco se reeditaban en un espectacular tomo en España. O la divertida y sorprendente muestra dedicada a Kinky y Cosy y tantas otras.
CHARLIE. AÑO UNO.
En Angoulème abundaban los rótulos con la leyenda Je suis Charlie y en los quioscos muchas revistas lo incluían en sus portadas. Se vendían recopilatorios de los colaboradores de Charlie y el famoso ejemplar publicado después del atentado. El Museo improvisó una muestra que repasaba la historia de la revista, a partir de los abundantes fondos del centro, que impresionaba por su calidad y volumen.
En el principio estuvo Hara-Kiri, fundada en 1960 y con una estética similar a la de Hermano Lobo. Entre sus colaboradores destacan Cavanna, Topor (conocido por su ilustración con el puño golpeando la cara de Nixon), Reiser (uno de los más publicados en España) o Willem, que declaró que muchos de los que habían acudido a los funerales de sus compañeros le daban ganas de vomitar. La revista fue censurada tras burlarse de la muerte de De Gaulle pero volvió a salir con un nombre que homenajeaba al general. Aguantó hasta 1981, renaciendo en 1992 de la mano de Cabu, Val y Gébé.
Sorprende la osadía de algunas de sus portadas y chistes en los sesenta, imitadas aquí más tarde en publicaciones similares como El Papus. La incorrección política es la norma, como nos recuerda el anuncio de Perrier, “lo mejor después de una violación”. En los setenta la revista se estiliza y modificó su aspecto decantándose por unas portadas pop de colores brillantes. Con ese formato saltó a Italia como Linus y aquí llegó como El Globo, que muchos aficionados recordarán. Más adelante vuelven las bromas salvajes, sobre todo las dedicadas al Papa y sus cardenales, a quienes se llega a representar haciendo el “trenecito”. Cuando se habla de ofensas al Islam convendría recordar que los chistes dedicados a Mahoma son casi monjiles al lado de los que la publicación lanzó contra el catolicismo, sin consecuencias hasta el momento.
Próximamente comentaré el libro-homenaje La BD est Charlie que se ha lanzado para apoyar a las familias de las víctimas de los atentados de París. Leer más...
Bárbara Fiore publica cuentos para niños firmados por autores tan interesantes como Shaun Tan o Pablo Amargo. Ha rescatado clásicos infantiles de Paul Rand y recientemente editaba los deliciosos desplegables de Leporello. También está traduciendo una serie de comics protagonizados por la pequeña Hilda.
Ya lleva cuatro volúmenes, todos cuidadosamente producidos, con un papel excelente, bonitas guardas, lomo entelado y barnices varios en las cubiertas. Como objetos gráficos son unos regalos perfectos y es un verdadero placer sencillamente hojearlos y dejarse llevar por los colores suaves y el aroma a fantasía clásica que desprende cada libro.
En los dos primeros, Hilda y el trol y Hilda y el gigante de medianoche, la heroína vive en el campo con su mamá hasta que un gigante antiguo les pisa la casa y deben mudarse a la ciudad. Hay ciertos cambios en el dibujo de un álbum al siguiente, como puede observarse comparando el aspecto de Hilda en las portadas. En los dos siguientes se trasladan a la ciudad pero las aventuras mágicas continúan en Hilda y la cabalgata del pájaro y Hilda y el perro negro.
La maquetación de las planchas es digámoslo así “retromoderna”. Por un lado remite a los clásicos Sundays de la edad de oro del cómic, pero desde un enfoque muy actual. Hay páginas saturadas de pequeñas viñetas al lado de otras con una splash o con varios dibujos sueltos, buscando una constante variedad. La gama de color evita toda estridencia y se mueve siempre en armonías entonadas y agradables, un poco desleídas y con predominio de los cálidos, entre los que salta el azul del pelo de Hilda.
Hay que decirlo ya: leer este comic de Luke Pearson invita a arroparse con una manta mientras en el exterior llueve o nieva y sentimos la madera crepitar en la chimenea. Yo no tengo chimenea pero seguro que me entienden. Se evitan las estridencias pero la narrativa clásica se anima con un grafismo con toda la frescura de la modernidad.
Las influencias manga y los arrebatos indie son más evidentes en los dos primeros volúmenes y luego se diluyen en un estilo muy personal, ligero e integrador. Tanto en el terreno argumental como visual las referencias japonesas son constantes, sobre todo al maestro Miyazaki. Como ocurre en muchas de sus películas, la protagonista es una niña que se enfrenta a sucesos extraordinarios y pasea con naturalidad entre la realidad y universos alternativos llenos de magia y tipos raros. Al principio se nota más el tufillo alternativo-panteísta, con la naturaleza y sus fuerzas como nueva religión, pero luego el autor se olvida de esas veleidades y convierte la serie en una gran aventura fantástica. Además, su ritmo es perfecto y sus páginas se cargan con soluciones visuales ingeniosas.
El guión, al contrario que muchos tebeos “para niños”, evita las ñoñerías y los arrebatos pedagógicos, aunque por supuesto hay cosas que podemos aprender con Hilda, una niña tan compasiva como curiosa y atrevida. Como a no fiarnos de las apariencias y a no hacer lo que hacen todos los demás.
Quizás el primer álbum es el más flojo, donde se notan los tanteos del autor en busca del tono adecuado, pero el segundo ya es perfecto y encantador y luego la calidad ya no baja. Más allá del aire Totoro de las aventuras, resulta muy original, encuentra un camino propio y muy entretenido de leer. A los niños les gustará pero los padres también pueden disfrutarlo y no sólo por la evidente calidad de su grafismo. Está escrito con humor y ganas, es tierno y misterioso y nos recuerda que el comic infantil puede y debe reinventarse si queremos que el medio sobreviva al aluvión de tablets, móviles, aipads, güii-us y lo que se les ocurra, que asedian a nuestros hijos con alternativas en muchos casos de gran calidad y que les exigen muchos menos esfuerzos de los que conlleva leer un comic.
¡Leer! ¿A quién se le ocurre?