Salamandra. España, 2020.
94 páginas, 21 euros.
UNA INESPERADA HEROÍNA
La dibujante británica Posy Simmonds tiene dos obras traducidas en España. “Cassandra Darke” es su tercera entrega y posiblemente la mejor. Y eso es mucho decir.
Posy lleva años colaborando en prensa, lo que explica sus extraños formatos. Como el alargado vertical de “Gemma Bovery” o las proporciones casi cuadradas de “Tamara Drewe”, que vuelve a usar en su nueva entrega (23 x 26 cm). Son los espacios que le permiten en el suplemento para el que trabaja.
También ha heredado de la prensa una llamativa densidad tipográfica, una auténtica selva de letras. Cuando se entra en sus historias la relación entre imágenes y textos resulta equilibrada, a su delicado dibujo se suma una escritura aún más precisa. Nos arrastra llevándonos de una sorpresa a la siguiente mientras nos permite descubrir y disfrutar con sus vívidos protagonistas.
En “Cassandra Darke” abandona a esa élite literaria y universitaria que protagonizaba sus libros anteriores y desplaza su mirada hacia el universo del arte. Su heroína es tan inapropiada como incorrecta, una vieja solitaria y mezquina, incapaz de hacerle un favor a nadie. Pronto la encontramos en la cárcel, acusada de un delito de estafa que ni se molesta en negar. Esa voluntad para sobreponerse con entereza y frialdad a todo revés del destino es el primer elemento que provoca cierta simpatía hacia un personaje decididamente incómodo. Luego la historia bascula hacia el género negro cuando Cassandra descubre una pistola oculta en su casa. Para explicar ese misterio un conjunto de flash-backs describe las relaciones de su hijastra con unos tipos de mala reputación. Los sucesos se van entrelazando con maestría de una forma que todo lector de Posy Simmonds ya reconoce. Importa tanto lo que sabemos como lo que ignoramos. En ocasiones nos adelantamos a los protagonistas y en otras ellos saben cosas que el lector desconoce. La escritura es inteligente y sofisticada, tanto como la puesta en escena, donde se intercalan grandes ilustraciones, pequeñas series de viñetas y elaboradas estructuras tipográficas.
Una de las sub-tramas Nicky, la hijastra con pretensiones artísticas, le muestra uno de sus proyectos a Cassandra, dueña de una galería y experta en arte. Lo ha titulado “La Casita marrón” y se trata de un conjunto de fotografías de cajas de cartón que los sintecho emplean como refugio. Ella comenta que hay miles por Londres y que nadie les hace caso. Cassandra, todo cinismo, le pregunta si con ese proyecto piensa que va a mejorarles la vida. El asunto queda ahí, no es la primera ni la única vez que la galerista se burla de la chica. Pero unas escenas más allá a Cassandra le roban la cartera en un barrio chungo y ella misma acaba sintiéndose como un sintecho. Un poco después refunfuña sobre los efectos del proyecto de su hijastra. Piensa que cuando va por la calle ya no ve a los vagabundos, solo a sus cartones. Todo esto apenas se indica, solo se deja caer en medio de un relato donde no dejan de pasar cosas. Mucho más adelante se nos cuenta que Cassandra ha decidido dejar parte de su herencia para una fundación que cuida de la gente sin hogar. En muy pocas páginas Simmonds completa un brillante circuito. Primero critica el mundo del arte contemporáneo y sus pretensiones transformadoras. Luego desvía su mirada hacia esos desgraciados de los que nadie se acuerda y consiente que sí, en ocasiones el arte nos ayuda a mirar.
El final de ese proceso coincide con la transformación de Cassandra, un personaje tan poco habitual como fascinante, una bruja que con toda su mala leche consigue que nos apiademos de ella. Para recordar escenas tan increíbles como la de la hijastra haciendo el amor con su novio y el efecto que sus sonidos provocan en la vieja. Todo es delicado y sensible y al tiempo preciso y realista. Una obra mayor de una de las mejores creadoras de la actualidad.