Edicions UIB. Palma, 2013.
320 páginas. 28,50 euros.
EL FIN DE LOS TIEMPOS
La Universidad de la las Illes Balears rescata la obra magna de Gaspar Meana, anteriormente publicada en bable, y nos la brinda en una excelente edición que ningún aficionado debería perderse.
LA CRÓNICA DE LA CRÓNICA
La historia de este comic es casi tan apasionante y ejemplar como las andanzas que en ella se cuentan. En 1989
Gaspar, que entonces tiene 29 años, se queda en paro tras haber realizado diversas tareas como ilustrador. Aprovechando el dinero que le queda pone en marcha una de las sagas más ambiciosas que se hayan realizado en este país.
La crónica de Leodegundo cuenta la vida una familia a través de tres generaciones. El primero de esos “
Cantares”, dedicado a
Liuva, es el que ahora se publica y comprende seis álbumes. El segundo, el de
Teudán, abarca ocho y el tercero, de
Piniol, once. Lo que arroja la apabullante cifra de más de mil cien páginas, calculando un promedio de 44 páginas por álbum.
En cualquier país europeo “normal”
Gaspar habría tenido un editor que le habría mimado y apoyado, distribuyendo su material y permitiéndole trabajar al habitual ritmo de un álbum por año. Está claro que aunque
Meana sí se encarga de escribir sus historias, dibujarlas y documentarlas con extremo rigor, como veremos, no las colorea. Pero no por propia voluntad sino porque eso suponía encarecer un producto que nadie deseaba comprar. Efectivamente, a lo largo de las más de dos décadas en que él ha estado dedicado a culminar su obra, tan sólo ha conseguido interesar a un editor local, que lo publicaba prácticamente porque las subvenciones al bable rentabilizaban los libros casi desde antes de salir a la calle. Con lo que su distribución y difusión nunca fueron importantes. Por tanto
Gaspar publicaba, sí, pero en una lengua minoritaria y con una difusión mínima, casi marginal.
Ese ha sido su destino mientras iba construyendo un álbum tras otro, sin apenas reconocimientos, más allá de la concesión de varios
Premios Haxtur, que sin duda le llenaron de orgullo pero en absoluto mejoraron su situación económica. Porque lógicamente el paro se le acabó y tuvo que alternar la realización de la
Crónica con la distracción que suponían otros encargos con los que ir sobreviviendo. No sólo eso, su voluntad de realizar el trabajo más realista posible le ha llevado a estar constantemente a la caza de nuevas referencias y fuentes documentales que le permitiesen enriquecer su historia. Hasta el punto de corregirse a sí mismo y corregir la “historia oficial”. Por un lado en el curso de su investigación se topó con datos que confirmaban que algunos elementos que había incluido estaban equivocados y así lo anotó en su momento. Pero, además, descubrió que un determinado personaje, considerado tradicionalmente como legendario, coincidía con uno de los reyes cuya vida él estaba narrando. Hasta concluir que eran el mismo, desdoblado y mitificado con el paso de los años.
Hablamos por tanto de un tebeo culto, riguroso, la labor de un orfebre con muchas cosas que contar y con la firme voluntad de no dejarse nada en el tintero. Así que el lector se enfrenta a planchas saturadas de información en las que es fácil perderse y que exigen toda nuestra atención.
La Crónica ofrece
un panorama completo del mundo bajo medieval, con constantes viajes de occidente a oriente, trayectos que nos llevan a través de tierras devastadas, religiones y culturas diversas, de pasiones más grandes que la vida. Es una obra muy rica en texturas y narrativamente densa.
Por otro lado es un culebrón fascinante, un comic que cualquiera puede disfrutar, ya que antes que la Historia con mayúsculas, lo que le interesa a Gaspar son las historias, las vidas de esos personajes que pueden ser nobles y heroicos, pero también cobardes, viles, ambiciosos y llenos de debilidades. No hay grandes héroes aquí, más bien una visión muy realista y quizás algo deprimente de la condición humana. La ambición y el interés propio determinan la suerte de miles de personas que caen aplastadas por el capricho de reyezuelos o emperadores que tan pronto están en la cima del mundo como arrastrándose por el fango.
UNIVERSIDAD Y TEBEOS
Y ahora, cuando parecía que nadie se atrevería a publicar esta obra realmente maldita del comic español, el servicio de publicaciones de la UIB nos da una maravillosa sorpresa. Según comentaba Gaspar a él le parecía una increíble coincidencia. Hace años, mientras perfilaba los guiones de los primeros álbumes, viajó a las islas acompañado de unos amigos en lo que recuerda como “algunos de los mejores días de mi vida”. Después su relación sentimental con las islas se mantuvo en la distancia. Y ahora de forma casi milagrosa una institución tan arraigada en Mallorca como la Universidad se atreve a publicarle en unas condiciones que le permitirán acceder a un público masivo.
La operación no carece de riesgos para sus promotores. Por un lado la relación de la Universidad con el comic es casi inexistente. De vez en cuando alguien publica una tesis o se permite a algún aficionado que organice unas jornadas sobre el tema. Pero todavía no se considera al medio algo respetable ni culturalmente relevante. Ni mucho menos. ¿Tebeos? ¡Qué asco! Por otro lado está el espinoso asunto del idioma y todo lo relativo a “lo nostro”. Yo creo que ahora mismo es más fácil en cualquier región de España traducir a un congoleño que editar el trabajo de algún miserable de otra comunidad. ¿Y ese quién es? Somos más provincianos que nunca, pero ahora llamamos nación a nuestro pueblo.
El tercer obstáculo se relaciona con lo anterior. La explosión nacionalista favoreció la aparición de historias regionales que en la mayoría de los casos ocultaban los hechos históricos inconvenientes, olvidaban las visiones de conjunto y se centraban en la “construcción nacional”. Así que es fácil atribuir la misma cortedad de miras al trabajo de Gaspar. ¡Es la historia de los reyes asturianos! Y, si me apuran, hasta podría entenderse como una operación españolista, ya que se nos cuenta la historia de la península desde el momento en que el islam empieza a ocupar posiciones apoyándose en las ambiciones de algunos nobles locales.
Afortunadamente se han ignorado todos estos reparos y se ha apostado por un trabajo riguroso que ahora espera la respuesta del público. Serán los lectores quienes decidirán finalmente el destino de Leodegundo. La Universidad puede sentirse bien satisfecha de este volumen, no sólo por la detallada puesta en escena y su apabullante trabajo de reconstrucción histórica. También por su calidad estética y dramática.
EN CONCLUSIÓN
Hay varios aspectos que pueden asustar a un posible lector de la obra. El principal es el movimiento de las figuras y la caracterización de los personajes. Gaspar es enorme en la descripción de edificios y conjuntos arquitectónicos y domina el dibujo de los grandes espacios y los movimientos de masas. Pero resulta más limitado en la articulación de sus figuras. Y a veces algunos personajes se parecen, lo que no ayuda a la narración.
También es cierto que los tres primeros álbumes parecen un poco cargados de tinta. Aconsejado por otros profesionales, Gaspar decidió realizarlos con plumilla, una herramienta con la que nunca se sintió a gusto. Luego volvió al rotring, con el que sí estaba familiarizado. Personalmente, aunque son más irregulares de acabado, la intensidad de esos primeros álbumes no podría decir que me moleste, más bien al contrario. Pero se perciben diferentes respecto a los otros. La caligrafía es otro de los aspectos que ha jugado en su contra. Gaspar tenía mucho que contar y en ocasiones se precipita. Así que quizás su letra podía estar algo más cuidada y contar con menos palabras partidas.
Por supuesto, está la ausencia de color. En un mundo perfecto La Crónica estaría editada en tapa dura y con color. Pero tenemos lo que tenemos y al menos alguien ha sabido reconocer su calidad. Porque le sobra. Con todas las pegas que le podamos poner, Leodegundo es una obra brutal, avasalladora, desbordante, que es imposible leer de un tirón, tal es su intensidad y rigor. Es un tebeo muy respetuoso con el lector, al que recompensa con conocimiento y una distracción inteligente. Se aprende mucho leyéndolo, no sólo datos sobre nuestro pasado, también sobre nuestra condición humana, nos reconocemos en esos personajes que pasean sus ansias y melancolías de un lado al otro del Mediterráneo, sin encontrar nunca un consuelo, alegría o paz definitivas. La Crónica es desoladora pero también terapéutica. Como nos recuerda su autor en el prólogo: “…entonces como hoy cada fin del mundo precede a un mundo nuevo, que no necesariamente ha de ser peor que el que sucumbe”.
¡Corran a comprárselo a la librería más cercana!
La cronica de Leodegundo. Vol.1: El cantar de Liuva [711-772 D.C.] (Còmic)
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