SUEÑOS DEL FUTURO PASADO
1. Vida en otro planeta.
Will Eisner.
Norma Editorial. Barcelona, 2011.
Hace lo que parecen mil años se publicó por entregas en la revista Creepy. Desde entonces nadie se había decidido a reeditarlo. Y es tan bueno como recordábamos. Es cierto que Eisner se maneja mejor en terrenos más cercanos, hablándonos de sus familiares y vecinos. Pero sale bastante bien librado de esta interesantísima trama de alcance internacional. Dictadores tercermundistas, multinacionales, agentes de la CIA, espías del KGB, presidentes corruptos, sectarios y un montón de personajes más se dan la mano en un impresionante fresco que responde a la pregunta ¿qué ocurrirá cuando un día recibamos un mensaje desde otro planeta? Imprescindible.
2. La marcha del cangrejo.
Arthur de Pins.
Dib.buks. Madrid, 2011.
El autor sigue sorprendiéndonos. Convierte su corto de animación en una inesperada novela gráfica. Tan raro como bonito. No le pierdan la pista.
3. Nocilla experience. La novela gráfica.
Pere Joan.
Ediciones Santillana. Madrid, 2011.
Sólo Pere Joan podía haberse atrevido a realizar esta adaptación. Si a usted le gustó la novela original de Fernández Mallo, corra a comprársela. Si, como es mi caso, hace años que se pasó a la Nutella, corra en dirección contraria. “¡El horror, el horror…!”. Apocalypse Now, Francis Ford Coppola.
4. Cristina y sus amigas.
Manel Cuyás y Antonio Turnes.
Ediciones B. Barcelona, 2011.
Recordaba a Cuyás por Astroman, donde llamaba la atención lo sucio de su trazo, más cercano a las ilustraciones inglesas para los libros de Enid Blyton que a otras series de Bruguera. Ahora nos lo devuelven con la reedición de una serie ideada para Lili, aquella revista “para niñas”. El dibujo sigue siendo bonito y especial, pero los guiones no son nada del otro mundo.
5. Los muertos vivientes.
Robert Kirkman y Charlie Adlard.
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2011.
La emisión de la más que correcta adaptación televisiva ha facilitado la aparición de un grueso volumen que aglutina los primeros episodios. Si aún no lo tienen, recomiendo su adquisición. Para los ya enganchados a la saga, recordarles que siguen publicándose nuevas entregas, cada una mejor que la anterior. Del mismo guionista, sigue en marcha Invencible, un tebeo de superhéroes muy refrescante.
6. Blazing Combat.
Norma Editorial. Barcelona, 2011.
Ahora que los tomos de Creepy empiezan a cargarse de material de segunda, constituye una buena noticia la recuperación de la revista bélica de Warren. Archie Goodwin firma unos excelentes guiones dibujados por los más grandes. Sólo duró cuatro números ¡pero qué números!
7. Hellblazer.
Jaime Delano, John Ridgway y otros.
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2011.
Reedición de la etapa de Delano en la serie de terror protagonizada por Sting. Tan abominable como recordábamos. Un dibujo inglés más que correcto para arropar unas historias imaginativas y tremebundas.
8. Tóxico.
Charles Burns.
Random House Mondadori. Barcelona, 2011.
Burns vuelve reencarnado en Tintín. Tapa dura, interior a color y lomo entelado acogen la última ocurrencia del genio de Filadelfia. Es sólo un primer episodio pero la cosa promete. Neuras universitarias y aventuras en un Kandahar alternativo. ¡Que el difunto Bin Laden te inspire desde el fondo del mar, Charles!
9. Largo Winch. Mar Negro.
Van Hamme y Francq.
Norma Editorial. Barcelona, 2011.
Vuelven Van Hamme, inspirado por la última crisis del capitalismo. Su millonario en vaqueros nos explica como sortearla… o lo intenta. Como siempre, servido por el espectacular dibujo de Francq. ¡Abróchense los cinturones!
10. Conan Rey.
Roy Thomas y John Buscema.
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2011.
Si en su momento no compraron los tebeos de grapa, esta es su oportunidad de recuperar la saga más familiar de Conan. Con Thomas y Buscema en su mejor momento, acompañados del habitual pelotón de filipinos. Grandes aventuras servidas con un dibujo fresco y poderoso.
11. Lobezno, el viejo Logan.
Mark Millar y Steve McNiven.
Panini Comics. Barcelona, 2011.
Se reedita este homenaje de Mark Millar al Sin Perdón de Eastwood. Si lo dejaron escapar en su primera edición, como confieso que fue mi error, es su momento de recuperar esta salvajada en un estupendo tomito recopilatorio. No voy a molestarme ni en alabarlo. Léanlo y disfruten. Y descubran cómo derrotar a Hulk… desde dentro. ¡Vaya, he “destripado” el final! Oh, he vuelto a hacerlo, disculpen.
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viernes, 27 de mayo de 2011
viernes, 20 de mayo de 2011
Historias cortas. N.Urasawa
TERNURA Y HUMOR
Historias cortas
Naoki Urasawa
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2011.
572 páginas, 22 euros
Hace años Naoki Urasawa nos deslumbró con la sobrecogedora Monster. Ahora llega un recopilatorio con sus primeras incursiones en el comic.
Lo cierto es que llevaba meses a dieta de productos japoneses, con la saludable excepción de Taniguchi. Sin duda me estoy perdiendo algo bueno, pero no llego a descubrir qué. Urasawa al menos ofrece cierta garantía de calidad. Digo cierta porque tras la agradable Pineapple Army, donde le descubrimos, y la irreprochable Monster, volvió a impresionarnos con Twenty Century Boys, pero el excesivo estiramiento de la serie acabó resultando cansino. Así que cuando inició Pluto, su nueva saga, ya me pilló un poco harto. Leí el primer episodio, que era correcto, y lo dejé. No quería volver a enfrentarme a otra historia innecesariamente alargada y verla acabar como el rosario de la aurora. Hay gente que me dice que no está mal, pero no consigo sobreponerme a la pereza heredada de sus Boys.
Este volumen de viejos relatos parecía en cambio muy apetecible. Un Urasawa despojado de la longitud sin medida, su principal problema, no podía ser malo. Y efectivamente no lo es. Encontramos representadas todas sus virtudes, empezando por una habilidad narrativa poco habitual. El dibujo es irregular, como por otro lado era de esperar en lo que son trabajos de formación. Pero la calidad media es muy alta. En ocasiones resulta un poco frustrante ver como algunas historias arrancan y apenas tienen desarrollo, se quedan en esbozos de lo que podrían haber sido. Pero como Urasawa tiende a pasarse de frenada, estos pequeños y delicados abortos son preferibles a sus criaturas engordadas e hinchadas sin control.
Todos los episodios que dedica a ese policía cantante son muy divertidos y en ellos descubrimos ese humor connatural al autor, menos evidente en sus obras más dramáticas pero que aquí fluye con naturalidad, permitiéndole poner en escena esos chistes tan japoneses sobre chicas, braguitas y demás. Casi nos sentimos en una película de Landa de los setenta. NASA, el relato de los aspirantes a astronautas, también se queda en esbozo de lo que podía haber sido, pero está lleno de ternura y emoción. Algunas de sus historias más cortas resultan igualmente satisfactorias, sobre todo la de la abuela del Oeste o la del delincuente disfrazado de conejo que finalmente encuentra su propio camino de redención.
Su esbozo de detective en el Japón de la era Taisho es convincente, en un estilo más serio, y no defraudan los episodios dedicados a ese aspirante a actor al que todo parece salirle mal. El autor se siente a gusto dibujando persecuciones y nos ofrece varias realmente trepidantes. Como la de los atracadores que se suben a un coche y convencen a su ocupante para que les haga de chofer. O el tronchante episodio de los enfermos de un hospital que intentan escaparse para comprar comida en la calle y son detenidos por un furibundo grupo de enfermeras.
En fin, es este un Urasawa menor, muy poco solemne, ligero, divertido y arrollador, también ingenuo y emocionante si se lo propone. Son los comienzos de un gran autor y no desmerecen en absoluto de sus trabajos posteriores, en una clave más humilde. Leer más...
Historias cortas
Naoki Urasawa
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2011.
572 páginas, 22 euros
Hace años Naoki Urasawa nos deslumbró con la sobrecogedora Monster. Ahora llega un recopilatorio con sus primeras incursiones en el comic.
Lo cierto es que llevaba meses a dieta de productos japoneses, con la saludable excepción de Taniguchi. Sin duda me estoy perdiendo algo bueno, pero no llego a descubrir qué. Urasawa al menos ofrece cierta garantía de calidad. Digo cierta porque tras la agradable Pineapple Army, donde le descubrimos, y la irreprochable Monster, volvió a impresionarnos con Twenty Century Boys, pero el excesivo estiramiento de la serie acabó resultando cansino. Así que cuando inició Pluto, su nueva saga, ya me pilló un poco harto. Leí el primer episodio, que era correcto, y lo dejé. No quería volver a enfrentarme a otra historia innecesariamente alargada y verla acabar como el rosario de la aurora. Hay gente que me dice que no está mal, pero no consigo sobreponerme a la pereza heredada de sus Boys.
Este volumen de viejos relatos parecía en cambio muy apetecible. Un Urasawa despojado de la longitud sin medida, su principal problema, no podía ser malo. Y efectivamente no lo es. Encontramos representadas todas sus virtudes, empezando por una habilidad narrativa poco habitual. El dibujo es irregular, como por otro lado era de esperar en lo que son trabajos de formación. Pero la calidad media es muy alta. En ocasiones resulta un poco frustrante ver como algunas historias arrancan y apenas tienen desarrollo, se quedan en esbozos de lo que podrían haber sido. Pero como Urasawa tiende a pasarse de frenada, estos pequeños y delicados abortos son preferibles a sus criaturas engordadas e hinchadas sin control.
Todos los episodios que dedica a ese policía cantante son muy divertidos y en ellos descubrimos ese humor connatural al autor, menos evidente en sus obras más dramáticas pero que aquí fluye con naturalidad, permitiéndole poner en escena esos chistes tan japoneses sobre chicas, braguitas y demás. Casi nos sentimos en una película de Landa de los setenta. NASA, el relato de los aspirantes a astronautas, también se queda en esbozo de lo que podía haber sido, pero está lleno de ternura y emoción. Algunas de sus historias más cortas resultan igualmente satisfactorias, sobre todo la de la abuela del Oeste o la del delincuente disfrazado de conejo que finalmente encuentra su propio camino de redención.
Su esbozo de detective en el Japón de la era Taisho es convincente, en un estilo más serio, y no defraudan los episodios dedicados a ese aspirante a actor al que todo parece salirle mal. El autor se siente a gusto dibujando persecuciones y nos ofrece varias realmente trepidantes. Como la de los atracadores que se suben a un coche y convencen a su ocupante para que les haga de chofer. O el tronchante episodio de los enfermos de un hospital que intentan escaparse para comprar comida en la calle y son detenidos por un furibundo grupo de enfermeras.
En fin, es este un Urasawa menor, muy poco solemne, ligero, divertido y arrollador, también ingenuo y emocionante si se lo propone. Son los comienzos de un gran autor y no desmerecen en absoluto de sus trabajos posteriores, en una clave más humilde. Leer más...
viernes, 13 de mayo de 2011
Four color fear.
MIEDO EN CUATRICOMÍA
Four color fear
Editado por Greg Sadowski
Diábolo Ediciones. Madrid, 2011.
320 páginas. 34,95 euros
A inicios de los 50 reinaban el horror y los tebeos subidos de tono, justo antes de que el Comics Code acabara con ellos. Ahora este delicioso volumen nos permite recordar aquellos salvajes tiempos.
En resumen el Comics Code fue la respuesta que la industria dio a mediados de los cincuenta a la creciente preocupación en torno a los comics. Se suponía que sus contenidos poco edificantes estaban detrás de la delincuencia juvenil y la drogadicción, entre otras lacras sociales. Así que los editores decidieron autocensurarse. En los setenta se deshicieron de esas normas y ya está. Pero mientras, ciertos temas habían sido expulsados de las viñetas. Géneros como el horror se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Muy al contrario, habían gozado de muy buena salud y eran tremendamente populares, como este recopilatorio demuestra.
No hablamos precisamente de obras respetables. Son el producto de una nueva generación que se incorporaba a los tebeos, recién licenciados de la Segunda Guerra Mundial y con tremendas ganas de llamar la atención y divertirse. Los resultados eran tan irregulares como sorprendentes. El material es crudo, directo y muy populachero, sin lugar para las sutilezas. Han sido extraídos de la enorme marea de publicaciones de inicios de los cincuenta, un momento en que aparentemente cualquiera podía ser editor. No había apenas selección ni dinero para sueldos. Se llenaban páginas con entusiasmo y poco criterio y fueron el perfecto campo de entrenamiento para aquellos capaces de soportar semejantes condiciones laborales. Al final no fueron tantos.
En el terreno de la escritura son relatos cortos donde cuenta más la sorpresa, el golpe brutal, el final sorprendente, que la sutileza o el equilibrado desarrollo dramático. En general cargan con textos excesivos y su lectura no es especialmente agradable. Planteamientos muy básicos que provocan más risas que miedo. Atendiendo a cómo discurren algunas historias resulta difícil creer que alguien se las haya tomado en serio alguna vez. El repertorio de temas es el habitual: pactos con el diablo, maldiciones, asesinatos, vampiros, etc.
Por supuesto la gran baza es el dibujo. Aquí sí encontramos tipos capaces de generar ambientes y un montón de sorpresas agradables. O de confirmaciones respecto al valor de autores cuya obra inicial ya permite adivinar la calidad que luego alcanzarán. Es el caso de todos los que pronto colaborarán con la E.C. abandonando esas otras editoriales más populares. Pienso en Wood, perfectamente representado con una sugestiva historia. O Crandall, con un relato donde hasta el guión llega a parecer bueno. O de Evans, con dos episodios excelentes, o de Williamson o Kubert, que pronto iniciaría una brillante carrera en la D.C.
En otro apartado señalar a los tipos raros, esos que se hacen notar hagan lo que hagan. Aquí destaca por supuesto el gran Wolverton, bizarro entre los bizarros, con uno de los dibujos más peculiares y diferentes que se hayan visto jamás. Pero hay bastantes dibujantes con una marcada personalidad, como Manny Stallman, Nostrand o Powell. También llama la atención el estilo de algunos relatos que nos recuerda al de otros autores. Como el de Sid Check, muy a lo Wood, o Nostrand, que se parece mucho a Jack Davis.
En fin, hay muchas páginas y abundante material para disfrutar. Como broche de oro el volumen se completa con unas interesantísimas notas que nos permiten contextualizar el material. No se puede pedir más.
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Four color fear
Editado por Greg Sadowski
Diábolo Ediciones. Madrid, 2011.
320 páginas. 34,95 euros
A inicios de los 50 reinaban el horror y los tebeos subidos de tono, justo antes de que el Comics Code acabara con ellos. Ahora este delicioso volumen nos permite recordar aquellos salvajes tiempos.
En resumen el Comics Code fue la respuesta que la industria dio a mediados de los cincuenta a la creciente preocupación en torno a los comics. Se suponía que sus contenidos poco edificantes estaban detrás de la delincuencia juvenil y la drogadicción, entre otras lacras sociales. Así que los editores decidieron autocensurarse. En los setenta se deshicieron de esas normas y ya está. Pero mientras, ciertos temas habían sido expulsados de las viñetas. Géneros como el horror se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Muy al contrario, habían gozado de muy buena salud y eran tremendamente populares, como este recopilatorio demuestra.
No hablamos precisamente de obras respetables. Son el producto de una nueva generación que se incorporaba a los tebeos, recién licenciados de la Segunda Guerra Mundial y con tremendas ganas de llamar la atención y divertirse. Los resultados eran tan irregulares como sorprendentes. El material es crudo, directo y muy populachero, sin lugar para las sutilezas. Han sido extraídos de la enorme marea de publicaciones de inicios de los cincuenta, un momento en que aparentemente cualquiera podía ser editor. No había apenas selección ni dinero para sueldos. Se llenaban páginas con entusiasmo y poco criterio y fueron el perfecto campo de entrenamiento para aquellos capaces de soportar semejantes condiciones laborales. Al final no fueron tantos.
En el terreno de la escritura son relatos cortos donde cuenta más la sorpresa, el golpe brutal, el final sorprendente, que la sutileza o el equilibrado desarrollo dramático. En general cargan con textos excesivos y su lectura no es especialmente agradable. Planteamientos muy básicos que provocan más risas que miedo. Atendiendo a cómo discurren algunas historias resulta difícil creer que alguien se las haya tomado en serio alguna vez. El repertorio de temas es el habitual: pactos con el diablo, maldiciones, asesinatos, vampiros, etc.
Por supuesto la gran baza es el dibujo. Aquí sí encontramos tipos capaces de generar ambientes y un montón de sorpresas agradables. O de confirmaciones respecto al valor de autores cuya obra inicial ya permite adivinar la calidad que luego alcanzarán. Es el caso de todos los que pronto colaborarán con la E.C. abandonando esas otras editoriales más populares. Pienso en Wood, perfectamente representado con una sugestiva historia. O Crandall, con un relato donde hasta el guión llega a parecer bueno. O de Evans, con dos episodios excelentes, o de Williamson o Kubert, que pronto iniciaría una brillante carrera en la D.C.
En otro apartado señalar a los tipos raros, esos que se hacen notar hagan lo que hagan. Aquí destaca por supuesto el gran Wolverton, bizarro entre los bizarros, con uno de los dibujos más peculiares y diferentes que se hayan visto jamás. Pero hay bastantes dibujantes con una marcada personalidad, como Manny Stallman, Nostrand o Powell. También llama la atención el estilo de algunos relatos que nos recuerda al de otros autores. Como el de Sid Check, muy a lo Wood, o Nostrand, que se parece mucho a Jack Davis.
En fin, hay muchas páginas y abundante material para disfrutar. Como broche de oro el volumen se completa con unas interesantísimas notas que nos permiten contextualizar el material. No se puede pedir más.
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viernes, 6 de mayo de 2011
La Odisea de la Metamorfosis. Starlin
EL FIN DEL PRINCIPIO
La Odisea de la Metamorfosis
Jim Starlin
Planeta DeAgostini.
Barcelona, 2011.
Allá por los ochenta empezó a publicarse esta extraña saga de Jim Starlin, un tipo al que le gusta jugar con la idea del Apocalipsis y el final de toda realidad conocida.
Ya apreciábamos a Starlin tras su paso por El Capitán Marvel, donde había firmado la espectacular saga protagonizada por Thanos y el cubo cósmico, un instrumento que permitía al villano adquirir los poderes de un dios. Esas elucubraciones con lo sagrado y la búsqueda metafísica se acentuaban en Warlock, otro desquiciado encargo, con muchos toques lisérgicos y de trayecto más irregular. Finalmente el autor nos convencía plenamente con la emocional Muerte del Capitán Marvel, una novela gráfica donde dejaba entrever sus sentimientos tras la muerte de su padre y que marcaba su madurez creativa.
A partir de ahí casi todo lo que ha hecho ha tenido interés, aunque él siempre ha sabido mantenerse en el filo que separa el puro entretenimiento comercial de las especulaciones filosóficas más personales e intransferibles. En ocasiones ha brindado su talento como escritor a otros dibujantes y en otras se ha comportado como el creador completo que es. Con este último registro nos ofreció a principios de los ochenta la serie Dreadstar, una arrolladora reflexión sobre la religión y el poder envuelta con los ropajes de una space-opera. Un trabajo intenso y más que recomendable, que también ha sido recientemente reeditado.
Por esa época aparecía la revista Epic, un intento de acercar los niveles de publicación americanos a los estándares europeos, con buen color, acabados pictóricos y temas más adultos. Allí se incluyeron un montón de experimentos curiosos, entre los que se cuenta La Odisea de la Metamorfosis de Starlin. En ella figuraba un tipo que se parecía a Dreadstar, pero cuya articulación con la saga posterior nunca quedo clara, ya que Epic dejó de publicarse en España tras sólo tres números. Así que nos quedamos preguntándonos cual era la relación entre los personajes de una y otra serie.
Ahora nos llegan todas las respuestas. La Odisea se sitúa en un tiempo anterior y sus protagonistas son responsables del fin de su realidad, algo por otro lado habitual en los tebeos de Starlin. Sólo Dreadstar y otro personaje sobreviven y después se van presentando quienes serán los héroes en la saga de Dreadstar: su amigo cabeza de gato, la chica con poderes telepáticos o, sobre todo, el mago guerrero. Aquí encontramos sus orígenes, ya que los editores han unido todos los episodios que componían La Odisea con los relatos sueltos que hacían de bisagra con Dreadstar. También se puede comprobar la influencia de Star Wars, que se había estrenado unos pocos años antes, en escenarios y personajes.
Esta recuperación nos permite volver a disfrutar del Starlin más pictórico ya que en Epic se les invitaba a experimentar con las técnicas, así que toda La Odisea es un despliegue de diferentes modalidades de color, no todas fáciles de reproducir. El autor consigue aportar unidad a pesar de esas peculiares variaciones en el acabado gracias a su reconocida habilidad con los guiones. Da igual de qué esté hablando, siempre resulta interesante y socarrón. Y sabe qué teclas tocar para conmovernos, como ocurre con ese personaje de la monja que apenas tiene diálogos pero al que sin embargo carga de humanidad con muy pocas líneas. Starlin siempre ha sido tan genial como irregular y este tomo nos lo devuelve en uno de sus mejores momentos. No se lo pueden perder.
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La Odisea de la Metamorfosis
Jim Starlin
Planeta DeAgostini.
Barcelona, 2011.
Allá por los ochenta empezó a publicarse esta extraña saga de Jim Starlin, un tipo al que le gusta jugar con la idea del Apocalipsis y el final de toda realidad conocida.
Ya apreciábamos a Starlin tras su paso por El Capitán Marvel, donde había firmado la espectacular saga protagonizada por Thanos y el cubo cósmico, un instrumento que permitía al villano adquirir los poderes de un dios. Esas elucubraciones con lo sagrado y la búsqueda metafísica se acentuaban en Warlock, otro desquiciado encargo, con muchos toques lisérgicos y de trayecto más irregular. Finalmente el autor nos convencía plenamente con la emocional Muerte del Capitán Marvel, una novela gráfica donde dejaba entrever sus sentimientos tras la muerte de su padre y que marcaba su madurez creativa.
A partir de ahí casi todo lo que ha hecho ha tenido interés, aunque él siempre ha sabido mantenerse en el filo que separa el puro entretenimiento comercial de las especulaciones filosóficas más personales e intransferibles. En ocasiones ha brindado su talento como escritor a otros dibujantes y en otras se ha comportado como el creador completo que es. Con este último registro nos ofreció a principios de los ochenta la serie Dreadstar, una arrolladora reflexión sobre la religión y el poder envuelta con los ropajes de una space-opera. Un trabajo intenso y más que recomendable, que también ha sido recientemente reeditado.
Por esa época aparecía la revista Epic, un intento de acercar los niveles de publicación americanos a los estándares europeos, con buen color, acabados pictóricos y temas más adultos. Allí se incluyeron un montón de experimentos curiosos, entre los que se cuenta La Odisea de la Metamorfosis de Starlin. En ella figuraba un tipo que se parecía a Dreadstar, pero cuya articulación con la saga posterior nunca quedo clara, ya que Epic dejó de publicarse en España tras sólo tres números. Así que nos quedamos preguntándonos cual era la relación entre los personajes de una y otra serie.
Ahora nos llegan todas las respuestas. La Odisea se sitúa en un tiempo anterior y sus protagonistas son responsables del fin de su realidad, algo por otro lado habitual en los tebeos de Starlin. Sólo Dreadstar y otro personaje sobreviven y después se van presentando quienes serán los héroes en la saga de Dreadstar: su amigo cabeza de gato, la chica con poderes telepáticos o, sobre todo, el mago guerrero. Aquí encontramos sus orígenes, ya que los editores han unido todos los episodios que componían La Odisea con los relatos sueltos que hacían de bisagra con Dreadstar. También se puede comprobar la influencia de Star Wars, que se había estrenado unos pocos años antes, en escenarios y personajes.
Esta recuperación nos permite volver a disfrutar del Starlin más pictórico ya que en Epic se les invitaba a experimentar con las técnicas, así que toda La Odisea es un despliegue de diferentes modalidades de color, no todas fáciles de reproducir. El autor consigue aportar unidad a pesar de esas peculiares variaciones en el acabado gracias a su reconocida habilidad con los guiones. Da igual de qué esté hablando, siempre resulta interesante y socarrón. Y sabe qué teclas tocar para conmovernos, como ocurre con ese personaje de la monja que apenas tiene diálogos pero al que sin embargo carga de humanidad con muy pocas líneas. Starlin siempre ha sido tan genial como irregular y este tomo nos lo devuelve en uno de sus mejores momentos. No se lo pueden perder.
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