Rasquera, 2008.
224 páginas, 11 €
UN MANGA ÉPICO
Sus contenidos pueden interesarnos más o menos, el dibujo tendrá mayor o menor calidad, pero si hay un terreno donde los mangas no fallan nunca es el de la narrativa. Así que no se extrañarán si les digo que los once volúmenes que componen la saga de Bokko, de unas doscientas páginas cada uno, se leen de un tirón. Disponer las secuencias de manera tal que nos resulte prácticamente imposible dejar de leer es algo habitual en los tebeos nipones. Pero es que a esa habilidad natural se unen en Bokko otras virtudes que lo convierten en un manga más que estimable.
Su asunto describe una paradoja, debido a la profesión del protagonista. Ge Li es un monje dedicado a acabar con las guerras, aunque para ello deba combatir con todas sus fuerzas y ser un maestro de las artes marciales. Es una contradicción habitual en no pocas historias de kung-fu, donde el héroe conoce innumerables formas de matar a otras personas con sus manos desnudas, pero continuamente expresa su rechazo hacia toda forma de violencia. Aquí pasa un poco lo mismo, pero el protagonista tiene un temperamento más práctico y pierde poco tiempo en discursos. Se enfrenta prácticamente solo a ejércitos bien armados y gran parte de las páginas se emplean en organizar pueblos inicialmente indefensos, que acaban convertidos en auténticas máquinas de guerra.
Más allá de una premisa moral bienintencionada, Bokko sobresale por sus personajes, variados, sorprendentes y bien construidos. Desde el pétreo Ge Li hasta sus incondicionales amigos, el gigantón forzudo y el gracioso (¿les suena?), además de la inevitable chica, por supuesto. El autor se eleva más allá de los estereotipos y construye figuras con auténtica personalidad, consiguiendo que nos preocupemos por ellos, que nos angustien sus penalidades, que no son pocas, y nos alegremos con sus momentos de felicidad. La panoplia de enemigos también es interesante, empezando por ese reverso tenebroso del bueno, que ya les adelanto recibe su justo y merecido castigo. O ese amigo dedicado a la investigación agrícola, que protagoniza las impresionantes planchas de las langostas.
Y es que Bokko, además de un guión trepidante, tiene una puesta en escena que nos recuerda constantemente el poder de las imágenes. A veces el autor se pierde en ciertas digresiones narrativas, con textos de apoyo que ralentizan un relato básicamente de acción. Pero casi siempre son los hechos desnudos los que definen y construyen a los personajes. No sólo eso, el dibujante demuestra un dominio inusual de su oficio, sobre todo en lo que se refiera a escenas de acción y al movimiento de las figuras. Nos regala de forma continua viñetas y planchas en las que parece detener la historia para que nos recreemos con la fuerza y belleza de las imágenes. El impacto emocional y estético está asegurado y, tras unos momentos de contemplación, seguimos con la lectura sin apenas habernos recuperado de la sensación que acaba de transmitirnos. El efecto que así se consigue es curioso. Como lector, deduzco que esa gran atmósfera de poderoso drama épico que transmite Bokko, se debe por igual a su ingenioso y trágico guión como a su espectacular planteamiento de las secuencias.
Pero aquí la espectacularidad no ahorra profundidad. Pienso por ejemplo en toda la parte en que describe la situación de los barrios más pobres de una ciudad a punto de ser atacada. El enemigo introduce agitadores que convencen a esos marginados de que deben entregarse para mejorar su situación. El drama social que se describe no es sencillo ni fácil de imaginar y el autor lo resuelve con firmeza y habilidad. Recuerden además que no se habla de cualquier cosa, sino de la guerra, con una generosa colección de muertos, brutalidades y excesos bélicos.
En resumen, un manga absorbente y de calidad, un comic popular que no podrán abandonar y que sorprende por la fuerza de su dibujo. Leer más...