Norma Editorial. Barcelona, 2019.
86 páginas, 14,95 euros.
EL ORIGEN DE CORTO MALTÉS
Díaz Canales y Pellejero continúan narrando las aventuras de Corto Maltés, un personaje a quien descubríamos en “La balada del mar salado” flotando en medio del océano y amarrado a unas tablas.
Su creador, el difunto Hugo Pratt, nunca explicó cómo había llegado allí. A partir de esa anécdota se construye esta tercera colaboración entre el guionista Díaz Canales y el dibujante Rubén Pellejero. Sus anteriores entregas han constituido un éxito tanto entre los lectores tradicionales como entre aficionados más jóvenes, que se convierten en seguidores de Corto tras descubrirlo en estas nuevas aventuras. No participo del entusiasmo generacional hacia un héroe que siempre me ha parecido demasiado listillo y distante. Con todo, puedo reconocer que esa frialdad y la contención narrativa de Pratt agraden a muchos, que parecen disfrutar con una saga llena de referencias literarias y de ritmo característico. De nuevo destaca el trabajo de Pellejero. Podría considerarse que en su voluntad de permanecer fiel al original traiciona su propio estilo, ofreciendo un producto por debajo de sus capacidades. Su punto de vista es otro. Con otros rasgos Corto dejaría de ser reconocible. Lo mismo pasaría si no empleara algunos de los recursos narrativos clásicos de la serie, como esas panorámicas contemplativas con las que cierra casi todas las planchas. O ese tiempo de más que notamos en los conversaciones y los cruces de miradas. El dibujante no siente que le estén forzando a adoptar un estilo con el que no se identifica. Al contrario, afirma estar disfrutando con un trabajo que además de permitirle reconciliarse con sus orígenes gráficos, es el más rentable de su ya larga carrera. En realidad repasar su versión de Corto es como enfrentarse a un Pratt mejorado. Permanece fiel al modelo en los personajes principales y se toma algunas libertades con los fondos. En todo momento notamos las capacidades de un dibujante que puede ofrecer claves más realistas pero que aquí adopta una esquematización que mantiene al héroe en sus coordenadas gráficas habituales.
Si la calidad de Pellejero queda fuera de toda discusión, Díaz Canales es más irregular. En sus entregas anteriores de nuevo la fidelidad al modelo Pratt pasaba factura al conjunto. Esa fragmentación narrativa que acumula relatos dentro de otros relatos y pequeños cuentos en el corazón de cada historia, acababa pasando factura a unos álbumes donde la unidad se sacrificaba en aras de lo anecdótico, lo ingenioso. No ocurre así en este caso. Aunque hay alguna pequeña distracción, el argumento principal es claro y tira con mano firme del resto. Unos personajes cuyo destino adivinamos trágico casi desde ese inicio a lo “El hombre de la máscara de hierro”, protagonizan una historia que fluye con naturalidad hasta su conocido final, con Corto abandonado en medio del mar. Tiene aires que a mí me recuerdan la clásica película de Roy Hill, “Hawai” (1966), que me traumatizó en mi niñez cuando la pasaron por la tele. Estamos en otros archipiélagos pero los sórdidos juegos de poder son similares y hasta se percibe el aire incestuoso que viciaba las corruptas dinastías locales. Ahí están Rasputín y el monje, convertido aquí casi en una franquicia. Y los paisajes con las reconocibles palmeras y gaviotas. Pero al mismo tiempo se siente el peso de una amenaza ancestral, una violencia contenida que apenas se sugería en la obra original de Pratt, donde la ironía tendía a diluir cualquier emoción. En conclusión, puede afirmarse que este marinero va con buen rumbo.