312 páginas. 24,95 euros.
FASCINANTE Y TERRIBLE
Basil Wolverton es un autor tan peculiar como querido por sus lectores. La publicación de su monumental esfuerzo ilustrando el Antiguo Testamento es sin duda una gran noticia.
Este creador, conocido sobre todo por su participación en revistas de humor como Plop! o Mad, nos deslumbró también en fantasías de ciencia-ficción donde llaman la atención sus extraños monstruos y sus acabados siempre tan elaborados como personales. No extraña que se le considere un antecedente del underground ni que reconozcamos su influencia en dibujantes como Crumb, Shelton o Sacco. Cuando contemplamos su trabajo más serio, como el que encontramos en esta Biblia, nos recuerda también las abigarradas viñetas del primer Nazario. Ambos comparten una entrañable torpeza, evidente de manera especial en las figuras, que los emparenta. Aunque obviamente los temas de uno y otro se sitúen a galaxias de distancia.
Wolverton es el rey de la distorsión, el adalid de los tramados heterodoxos, el emperador del humor bizarro. Siempre es raro, incluso cuando se esfuerza por parecer normal, y eso es lo que le da un toque de modernidad incomparable. Da igual lo que cuente, consigue llevarlo a su terreno y ofrecernos su visión, tan personal e intransferible como sería posible. Como en esas páginas en las que recrea la lista de animales “puros” e “impuros” para los israelitas. No son más que un conjunto de dibujos adecuados para ser incluidos en la Enciclopedia Álvarez, con una línea aparentemente neutra y una apariencia objetiva, casi vulgar. Pero en cuanto los miramos dos veces ya comprobamos que incluso aquí Wolverton es capaz de conseguir algo más. Si no me creen revisen el cerdo o la siniestra monumentalidad de la vaca.
Esta Biblia fue un encargo de un amigo del dibujante que lo mantuvo ocupado durante años, según explica el apasionante prólogo escrito por el hijo del artista. Al contrario que la reciente versión de Crumb del Génesis, no se emplea un formato de comic. Hablamos por tanto de una versión profusamente ilustrada y decididamente formal. Sus patronos no se andaban con bromas, todo era muy serio, los temas a ilustrar eran sagrados y su interpretación debía ser muy rigurosa. Aunque, como vemos al final del libro, sí permitieron que Wolverton enseñara su cara más humorística en algunas de sus colaboraciones para el periódico de la congregación.
Pero como ya he dicho es muy difícil para el dibujante mantenerse neutral así que su contribución oscila entre la naif imaginaría propia de los panfletos de grupos como los Testigos de Jehová y similares y algo muy personal, emocionante y terrible, fruto de su talento diferenciado y anómalo. Sumen a eso algunos recursos tomados de ilustradores de ciencia-ficción como Virgil Finlay, cuya presencia notamos sobre todo en la excelente serie del Apocalipsis, y el balance final es tan divertido como sobrecogedor.
Wolverton en estado puro, interpretando un tema universal con absoluto respeto y, al tiempo, con una libertad que le permite ofrecernos una versión muy fresca de la Biblia y que todavía nos alcanza por su intensidad, aunque ya haya transcurrido más de medio siglo desde que la realizó. Leer más...