viernes, 18 de diciembre de 2020

CATORCE DE JULIO DE VIVÈS y QUENEHEN

catorce de julio de Bastien Vivès y Martin Quenehen - Diabolo Ediciones

Diabolo Ediciones. Madrid, 2020.
252 páginas, 23,95 euros.

AMENAZADOS
La actualidad se ha sincronizado para coincidir con la última obra de Bastien Vivès y Martin Quenehen, que aborda el tema del terrorismo. Lo hace desde su peculiar estilo, visual y sugerente, dejando que cada lector extraiga sus propias conclusiones.


La historia trata sobre un héroe incierto, un policía de pueblo cuyo padre acaba de morir. En el cementerio el desconsolado hijo se culpa por no haber estado en el momento en que su progenitor lo necesitaba. A lo largo de la presentación el tono recuerda un poco al de la película de Eastwood El francotirador” (2015). Ya saben que es una de las tres que ha dedicado a héroes imposibles y que una buena parte de la crítica ha despreciado con entusiasmo. Las tres retrataban a personajes reales. En el caso de “15:17 tren a París” (2016) incluso actuaban los verdaderos protagonistas, interpretando lo que habían vivido. La tercera fue “Richard Jewel” (2019), una obra maestra a la que la prensa machacó. La cuestión es que las tres tenían como personajes principales a palurdos, tipos de pueblo no demasiado listos y muy alejados de los cínicos estereotipos actuales. A estos héroes sin brillo solo les movía un instinto: el de ayudar, el de servir y proteger. Y lo hacían como buenamente podían. En el caso de “El francotirador” matando a los enemigos desde la distancia que le permitía su rifle de largo alcance. Su mayor angustia no era saber a cuántos había liquidado sino a cuántos de sus compañeros no había podido salvar. Esa voluntad de proteger, de defender las vidas de los inocentes, es lo que parece caracterizar al obsesivo protagonista de Vivès. Pronto la cosa se complica.

catorce de julio de Bastien Vivès y Martin Quenehen - Diabolo Ediciones
Entra en escena un parisino y su hija, que vienen al pueblo a recuperarse. La mujer de él ha sido asesinada en un atentado terrorista. Esto, unido al silencioso encanto de la niña, despierta el interés de Jimmy, el policía. En una secuencia espléndida sigue al padre y descubre que ha puesto una bomba en una zona donde residen inmigrantes magrebíes. La desactiva pero lo descubren y todo se lía un poco más. El padre confiesa sus deseos de venganza y el policía le dice que él se encargará. Mientras, su mirada se dirige hacia la seductora menor, que ha establecido una turbia relación con unos moteros locales. Como en casi todo relato de Vivès, nada es lo que parece. La paranoia policial provoca verdaderas desgracias. El supuesto flirteo con la niña no deja de ser una vaporosa tensión sexual que nos distrae de otras pistas del argumento. El personaje más ambiguo es el del policía. ¿Es un voyeur, un fanático que imagina desastres imposibles, un maniaco que ha perdido todo contacto con la realidad? ¿O un verdadero héroe, que impide un atentado que nadie había previsto? El guión está lleno de sutilezas que pueden acabar siendo fastidiosas. También de pasajes brillantes y viñetas increíbles en las que el tiempo parece detenerse. En esos casos sorprende la capacidad de Vivès para atrapar nuestra mirada con dibujos tan despojados como los suyos. Como en el momento de la chica a caballo, una escena sexy e inquietante, o el del disparo a la furgoneta, una auténtica cámara lenta, un instante épico y arrebatador. Es esta una historia llena de silencios y malentendidos, que incomoda un tanto en la situación actual.

Hace unas semanas yo recordaba aquí las desmesuradas reacciones que la publicación de las caricaturas de Mahoma había provocado hace años en diversos países. En aquel momento ignoraba que esas algaradas iban a volver a producirse, ahora orquestadas por el presidente de un país que casi entró en la Comunidad Económica Europea. Mientras Erdogan insulta a Macron la gente muere y las acciones terroristas se suceden en diversos países europeos. Y se pierde de vista el intercambio real que se está produciendo: unos cuentan chistes y los otros cortan cuellos.

Si el relato de Vivès parece sugerir que una buena parte de los enemigos a quienes persiguen las fuerzas del orden son fruto de un celo excesivo, que bordea la paranoia, los hechos parecen empeñados en desmentir esa tesis. Escenas que antes asociábamos con El Líbano ahora ocurren en Viena. “¡Europa ha muerto!”, decía la canción.