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sábado, 30 de octubre de 2010
PREMIOS HAXTUR 2010
Ya se puede consultar los ganadores de los premios HAXTUR 2010 en elwendigo.net. Los premios se han ido entregando desde 1984, paralelamente al Salón Internacional del cómic del Princincipado de Asturias, e intentan reconocer las mejores obras publicadas en España cada año y en diferentes apartados:
viernes, 29 de octubre de 2010
Jonah Hex. Lansadle, Truman y Glanzman
EL OESTE MÁS SUCIO
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
232 páginas, 22 euros.
Tras publicar diversos recopilatorios más o menos prescindibles de Jonah Hex, finalmente se han animado a traducir los episodios dibujados por Truman en los noventa. Nunca es tarde si la dicha es buena. Ya saben que cuento a este autor entre mis favoritos, a pesar de que generalmente se le considera un artesano, una figura menor frente a astros más rutilantes.
Lo cierto es que todo lo que hace está bien y, en muchos casos, muy bien. Este exalumno de Kubert, cuya influencia se aprecia con facilidad en su fluida narrativa, nos sorprendió con una serie tosca y mal dibujada, un western postapocalíptico llamado Scout, que nadie se ha atrevido a reeditar, mientras nos castigan, por ejemplo, con nuevos tomos de Nexus, Bone y hasta ¡horror! de Cerebus. Sobre la marcha, aprovecho para confesarles que tras haberme comprado el primer volumen de la obra magna de Sim, traducido por ver primera al español, aún no he sido capaz de completar su lectura. Así que admitamos lo evidente y enviemos las aventuras del cerdo hormiguero más citado y menos leído de la historia del comic al baúl de los tebeos para vender. Seguro que alguien pica. Respecto a Nexus y Bone, qué les voy a contar que no sepan. Van en la misma saca que los comics de Chris Ware y algunos más. Se puede dibujar muy bien y ser un pésimo dibujante de tebeos. Lo primero es tener algo que contar.
Y Truman lo tiene, como demostró en Grimjack o con su obra maestra Hawkworld que, esta sí, ha sido recientemente reeditada. Échenle un vistazo. O a su entrega sobre Conan, personaje para cuya serie regular está ahora escribiendo unos espléndidos guiones. En Conan y las canciones de los muertos el argumento corría a cargo de Lansdale, que es el mismo que le acompaña en sus episodios para Jonah Hex. Allí probaron que hacían buena pareja y que el guionista se ajustaba con perfección a los mundos y la filosofía vital de Truman.
En el fondo, sus historias se parecen mucho a sus dibujos. Su aspecto es más bien tosco y hasta desagradable, de tebeo barato y si me apuran hasta vulgar. Pero pronto su habilidad narrativa consigue que nos olvidemos de su torpe carcasa y nos concentremos en la historia. Sus relatos están llenos de tipos duros y al tiempo nobles, sazonado siempre con grandes dosis de humor muy grueso y acción trepidante. El resultado es arrollador.
Es casi imposible resumir las andanzas en que mete al vaquero medio muerto de la DC, con zombies, imitadores de Buffalo Bill, niños con cabeza de oso, espectáculos de fenómenos y otros tantos disparates que caben en las historias de Lansdale, dibujadas con entusiasmo por Truman. Pero les brindo un fragmento de diálogo, para que aprecien el tono. Jonah se encuentra con un viejo amigo indio. “¡Huevos moteados!”. “Aquí me conocen como mano moteada”. “Pero tú no tienes motas en las manos”. Interviene entonces un vaquero enano: “¿Y tú cómo sabes que tiene motas en otro lado?”. “¡Mira este! Yo no le puse el nombre”. Y siguen así durante un buen rato.
No se lo pierdan ni dejen que su aspecto de obra menor les engañe. Leer más...
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
232 páginas, 22 euros.
Tras publicar diversos recopilatorios más o menos prescindibles de Jonah Hex, finalmente se han animado a traducir los episodios dibujados por Truman en los noventa. Nunca es tarde si la dicha es buena. Ya saben que cuento a este autor entre mis favoritos, a pesar de que generalmente se le considera un artesano, una figura menor frente a astros más rutilantes.
Lo cierto es que todo lo que hace está bien y, en muchos casos, muy bien. Este exalumno de Kubert, cuya influencia se aprecia con facilidad en su fluida narrativa, nos sorprendió con una serie tosca y mal dibujada, un western postapocalíptico llamado Scout, que nadie se ha atrevido a reeditar, mientras nos castigan, por ejemplo, con nuevos tomos de Nexus, Bone y hasta ¡horror! de Cerebus. Sobre la marcha, aprovecho para confesarles que tras haberme comprado el primer volumen de la obra magna de Sim, traducido por ver primera al español, aún no he sido capaz de completar su lectura. Así que admitamos lo evidente y enviemos las aventuras del cerdo hormiguero más citado y menos leído de la historia del comic al baúl de los tebeos para vender. Seguro que alguien pica. Respecto a Nexus y Bone, qué les voy a contar que no sepan. Van en la misma saca que los comics de Chris Ware y algunos más. Se puede dibujar muy bien y ser un pésimo dibujante de tebeos. Lo primero es tener algo que contar.
Y Truman lo tiene, como demostró en Grimjack o con su obra maestra Hawkworld que, esta sí, ha sido recientemente reeditada. Échenle un vistazo. O a su entrega sobre Conan, personaje para cuya serie regular está ahora escribiendo unos espléndidos guiones. En Conan y las canciones de los muertos el argumento corría a cargo de Lansdale, que es el mismo que le acompaña en sus episodios para Jonah Hex. Allí probaron que hacían buena pareja y que el guionista se ajustaba con perfección a los mundos y la filosofía vital de Truman.
En el fondo, sus historias se parecen mucho a sus dibujos. Su aspecto es más bien tosco y hasta desagradable, de tebeo barato y si me apuran hasta vulgar. Pero pronto su habilidad narrativa consigue que nos olvidemos de su torpe carcasa y nos concentremos en la historia. Sus relatos están llenos de tipos duros y al tiempo nobles, sazonado siempre con grandes dosis de humor muy grueso y acción trepidante. El resultado es arrollador.
Es casi imposible resumir las andanzas en que mete al vaquero medio muerto de la DC, con zombies, imitadores de Buffalo Bill, niños con cabeza de oso, espectáculos de fenómenos y otros tantos disparates que caben en las historias de Lansdale, dibujadas con entusiasmo por Truman. Pero les brindo un fragmento de diálogo, para que aprecien el tono. Jonah se encuentra con un viejo amigo indio. “¡Huevos moteados!”. “Aquí me conocen como mano moteada”. “Pero tú no tienes motas en las manos”. Interviene entonces un vaquero enano: “¿Y tú cómo sabes que tiene motas en otro lado?”. “¡Mira este! Yo no le puse el nombre”. Y siguen así durante un buen rato.
No se lo pierdan ni dejen que su aspecto de obra menor les engañe. Leer más...
viernes, 22 de octubre de 2010
Zarpa de Acero.Tom Tully y Jesús Blasco
¡ESOS DEPRIMENTES TEBEOS INGLESES!
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
112 páginas, 14,95 euros
Desde que hace unos años la editorial Planeta perdió los derechos para publicar en España los tebeos de la Marvel, los aficionados apenas podemos salir de nuestro asombro. Lo que en principio era una mala noticia, que hacía peligrar la continuidad de determinadas series, acabó siendo una nueva demostración de las virtudes del mercado y la libre competencia. Panini no lo hace nada mal con los superhéroes marvelianos y Planeta tuvo que espabilarse, dirigiendo su mirada en otras direcciones. Los resultados han sido espectaculares. Primero, recuperación de las colecciones DC, muchas de las cuales por fin hemos podido leer completas, después intentos varios con personajes y series europeas, lo que también es de agradecer. Ya he demostrado mi entusiasmo ante la reedición de clásicos tan imprescindibles como Julieta Jones. Y, por si todo esto no fuera suficiente, ahora le han hincado el diente al tebeo inglés.
No es la primera vez, ya se hicieron cargo de dos imprescindibles ediciones de James Bond y Modesty Blaise. Pero para el lector de mi edad, decir tebeos ingleses significa sobre todo un conjunto difuso de aventuras mal editadas en su momento por Vértice, cargadas de masas negras y una fantasía más bien bizarra. Encima, los protagonistas eran eso que ahora llamaríamos antihéroes, cuando tal término ni siquiera existía. Spider, Mitek el poderoso, Kelly Ojo Mágico, Zarpa de Acero… la lista es tremenda y a ella debemos añadir otra recuperación, la del Imperio de Trigán, al que me referiré en otro momento. Una de las sorpresas que nos llevamos con los años fue comprobar que muchos de esos tebeos de aspecto Dickensiano estaban dibujados por emigrantes españoles o sudamericanos, caso de Solano en Ojo Mágico, o el gran Jesús Blasco en Zarpa de Acero.
Ahora resulta casi habitual la ambigüedad moral en los comics y es inevitable que los héroes se columpien en una zona gris en la que caben ciertos excesos como la violencia y la anarquía. Pero en su momento que el protagonista de un tebeo fuera un ladrón o coqueteara con actividades delictivas era más que chocante. Más cuando entonces empezaban a llegar a los quioscos el reverso luminoso de esas series, los superhéroes de la Marvel que, tanto gráfica como conceptualmente, se situaban en el extremo opuesto de esas locuras ingleses. Siempre recordaré al director del Salón Internacional del Comic de Gijón, Faustino Rodríguez Arbesú, mi maestro en esto de los tebeos, confesándome su aversión a estos productos ¡en el curso de un viaje a Londres! Casi consiguieron que dejara de leer tebeos, ¡eran tan deprimentes!, decía. Y es cierto: el clima visual que transmiten es opresivo y como de posguerra. Y los relatos en general carecen de profundidad, más allá de lo insólito de ciertas premisas.
Mientras Spider empleaba su brillante inteligencia en los robos más disparatados, Ditko hablaba a través de Spiderman, enunciando los principios que luego se volverían explícitos en su Mr. A. No hay grises en la frontera entre el bien y el mal. Dura lex sed lex. Por supuesto, nos enganchamos a los productos americanos, olvidando las densas viñetas inglesas que, sin embargo, seguían latiendo en los rincones más salvajes de nuestro subconsciente. Ahora han vuelto. Las historias no son para tanto. Pero Blasco sigue siendo tan brillante como lo recordábamos. No es extraño que dibujantes tan extraordinarios como Bolland hayan reconocido su influencia y expresado su admiración hacia su trabajo. Blasco es uno de los grandes ilustradores realistas y su blanco y negro es espectacular. No se lo pierdan. Leer más...
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
112 páginas, 14,95 euros
Desde que hace unos años la editorial Planeta perdió los derechos para publicar en España los tebeos de la Marvel, los aficionados apenas podemos salir de nuestro asombro. Lo que en principio era una mala noticia, que hacía peligrar la continuidad de determinadas series, acabó siendo una nueva demostración de las virtudes del mercado y la libre competencia. Panini no lo hace nada mal con los superhéroes marvelianos y Planeta tuvo que espabilarse, dirigiendo su mirada en otras direcciones. Los resultados han sido espectaculares. Primero, recuperación de las colecciones DC, muchas de las cuales por fin hemos podido leer completas, después intentos varios con personajes y series europeas, lo que también es de agradecer. Ya he demostrado mi entusiasmo ante la reedición de clásicos tan imprescindibles como Julieta Jones. Y, por si todo esto no fuera suficiente, ahora le han hincado el diente al tebeo inglés.
No es la primera vez, ya se hicieron cargo de dos imprescindibles ediciones de James Bond y Modesty Blaise. Pero para el lector de mi edad, decir tebeos ingleses significa sobre todo un conjunto difuso de aventuras mal editadas en su momento por Vértice, cargadas de masas negras y una fantasía más bien bizarra. Encima, los protagonistas eran eso que ahora llamaríamos antihéroes, cuando tal término ni siquiera existía. Spider, Mitek el poderoso, Kelly Ojo Mágico, Zarpa de Acero… la lista es tremenda y a ella debemos añadir otra recuperación, la del Imperio de Trigán, al que me referiré en otro momento. Una de las sorpresas que nos llevamos con los años fue comprobar que muchos de esos tebeos de aspecto Dickensiano estaban dibujados por emigrantes españoles o sudamericanos, caso de Solano en Ojo Mágico, o el gran Jesús Blasco en Zarpa de Acero.
Ahora resulta casi habitual la ambigüedad moral en los comics y es inevitable que los héroes se columpien en una zona gris en la que caben ciertos excesos como la violencia y la anarquía. Pero en su momento que el protagonista de un tebeo fuera un ladrón o coqueteara con actividades delictivas era más que chocante. Más cuando entonces empezaban a llegar a los quioscos el reverso luminoso de esas series, los superhéroes de la Marvel que, tanto gráfica como conceptualmente, se situaban en el extremo opuesto de esas locuras ingleses. Siempre recordaré al director del Salón Internacional del Comic de Gijón, Faustino Rodríguez Arbesú, mi maestro en esto de los tebeos, confesándome su aversión a estos productos ¡en el curso de un viaje a Londres! Casi consiguieron que dejara de leer tebeos, ¡eran tan deprimentes!, decía. Y es cierto: el clima visual que transmiten es opresivo y como de posguerra. Y los relatos en general carecen de profundidad, más allá de lo insólito de ciertas premisas.
Mientras Spider empleaba su brillante inteligencia en los robos más disparatados, Ditko hablaba a través de Spiderman, enunciando los principios que luego se volverían explícitos en su Mr. A. No hay grises en la frontera entre el bien y el mal. Dura lex sed lex. Por supuesto, nos enganchamos a los productos americanos, olvidando las densas viñetas inglesas que, sin embargo, seguían latiendo en los rincones más salvajes de nuestro subconsciente. Ahora han vuelto. Las historias no son para tanto. Pero Blasco sigue siendo tan brillante como lo recordábamos. No es extraño que dibujantes tan extraordinarios como Bolland hayan reconocido su influencia y expresado su admiración hacia su trabajo. Blasco es uno de los grandes ilustradores realistas y su blanco y negro es espectacular. No se lo pierdan. Leer más...
viernes, 15 de octubre de 2010
Marzi. 1984-1987
UNA INFANCIA POLACA
Sylvain Savoia-Marzela Sowa
Norma Editorial. Barcelona, 2010.
224 páginas, 24 euros.
Podría pensarse que los creadores de historietas son cada vez más perezosos ya que, cuando se interesan por la realidad, en muchos casos prefieren contar sus propias historias. Abundan las autobiografías y los relatos en los que incontables dibujantes nos explican circunstancias que van de lo chusco a lo dramático, pasando por la denuncia del maltrato al descubrimiento del sexo, entre otros misterios vitales. Si el género autobiográfico ha explotado en numerosas direcciones, fruto de la política de autor que ha dominado el mundo del comic en las últimas décadas, también encontramos otra vía documental, otra forma de alejarse de la fantasía que dominó el medio durante tantos años. Este segundo camino está menos transitado. Buenos representantes serían Delisle y Sacco, o Crumb con su Kafka. Pero, más allá de ciertas experiencias aisladas, algunas tan notables como el brillante ensayo visual de Talbot, Alicia en Sunderland, el comic evita en general competir con prensa y televisión en el análisis y la descripción de lo real.
Lo más curioso en este caso es que Savoia y Sowa intentan mezclar ambos géneros, el autobiográfico y el documental, para ofrecernos una visión de Polonia en los últimos días del comunismo, a través de la mirada de una niña, esa Marzi que da título al volumen. El enfoque es correcto, primando la interpretación de la niña y evitando esclarecer aquellos temas que ella no entendía. Así, se nos permite asistir a la histórica visita del Papa a Polonia o a los primeros enfrentamientos de Walesa con el régimen, pero sin profusión de datos ni insistir mucho en ello. Más importantes resultan las colas del supermercado, las vacaciones en casa de los abuelos o cualquier otra anécdota, relevante solo para la protagonista.
Anteponer lo particular a lo general es una buena elección, que aporta vida y verdad a un relato presidido por un dibujo delicado y eficaz, servido con un bonito bitono. Todo lo que se nos cuenta respecto a las miserias que constituían el día a día en aquel paraíso socialista tiene interés. También somos testigos de la pervivencia de una fe católica muy arraigada en las tradiciones populares y que tanta importancia tendrá en los cambios que se sucedieron. Tanto gráfica como argumentalmente Marzi resulta agradable y curiosa y se constituye en una lectura recomendable, si nos quedamos en esos aspectos.
Lamentablemente, falla estrepitosamente en el terreno de la puesta en escena. Constantes textos de apoyo van desarrollando la historia, de manera pausada en exceso y ralentizando lo que ya vemos en las imágenes. No es un absoluto desastre, pero nos distanciamos de los personajes y la información que se oculta en los textos acaba pesando demasiado, arruinando el ritmo de la narración. Todo lo que cuenta Marzi despierta nuestra curiosidad, los niños se comportan como tales, los protagonistas son pintorescos, pero apenas nos preocupa lo que hacen, todo es monocorde y algo plomizo y cuesta completar la lectura. Con todo, su contenido es interesante y recomendable. ¿Quién sabe? Quizás a ustedes no les resulte tan pesado, les animo a que lo intenten. Es lo que llamo un fracaso digno. Tenían todos los elementos para un gran tebeo, lo han intentado con ganas y el resultado tiene calidad. Pero a veces todo eso no es suficiente. Leer más...
Sylvain Savoia-Marzela Sowa
Norma Editorial. Barcelona, 2010.
224 páginas, 24 euros.
Podría pensarse que los creadores de historietas son cada vez más perezosos ya que, cuando se interesan por la realidad, en muchos casos prefieren contar sus propias historias. Abundan las autobiografías y los relatos en los que incontables dibujantes nos explican circunstancias que van de lo chusco a lo dramático, pasando por la denuncia del maltrato al descubrimiento del sexo, entre otros misterios vitales. Si el género autobiográfico ha explotado en numerosas direcciones, fruto de la política de autor que ha dominado el mundo del comic en las últimas décadas, también encontramos otra vía documental, otra forma de alejarse de la fantasía que dominó el medio durante tantos años. Este segundo camino está menos transitado. Buenos representantes serían Delisle y Sacco, o Crumb con su Kafka. Pero, más allá de ciertas experiencias aisladas, algunas tan notables como el brillante ensayo visual de Talbot, Alicia en Sunderland, el comic evita en general competir con prensa y televisión en el análisis y la descripción de lo real.
Lo más curioso en este caso es que Savoia y Sowa intentan mezclar ambos géneros, el autobiográfico y el documental, para ofrecernos una visión de Polonia en los últimos días del comunismo, a través de la mirada de una niña, esa Marzi que da título al volumen. El enfoque es correcto, primando la interpretación de la niña y evitando esclarecer aquellos temas que ella no entendía. Así, se nos permite asistir a la histórica visita del Papa a Polonia o a los primeros enfrentamientos de Walesa con el régimen, pero sin profusión de datos ni insistir mucho en ello. Más importantes resultan las colas del supermercado, las vacaciones en casa de los abuelos o cualquier otra anécdota, relevante solo para la protagonista.
Anteponer lo particular a lo general es una buena elección, que aporta vida y verdad a un relato presidido por un dibujo delicado y eficaz, servido con un bonito bitono. Todo lo que se nos cuenta respecto a las miserias que constituían el día a día en aquel paraíso socialista tiene interés. También somos testigos de la pervivencia de una fe católica muy arraigada en las tradiciones populares y que tanta importancia tendrá en los cambios que se sucedieron. Tanto gráfica como argumentalmente Marzi resulta agradable y curiosa y se constituye en una lectura recomendable, si nos quedamos en esos aspectos.
Lamentablemente, falla estrepitosamente en el terreno de la puesta en escena. Constantes textos de apoyo van desarrollando la historia, de manera pausada en exceso y ralentizando lo que ya vemos en las imágenes. No es un absoluto desastre, pero nos distanciamos de los personajes y la información que se oculta en los textos acaba pesando demasiado, arruinando el ritmo de la narración. Todo lo que cuenta Marzi despierta nuestra curiosidad, los niños se comportan como tales, los protagonistas son pintorescos, pero apenas nos preocupa lo que hacen, todo es monocorde y algo plomizo y cuesta completar la lectura. Con todo, su contenido es interesante y recomendable. ¿Quién sabe? Quizás a ustedes no les resulte tan pesado, les animo a que lo intenten. Es lo que llamo un fracaso digno. Tenían todos los elementos para un gran tebeo, lo han intentado con ganas y el resultado tiene calidad. Pero a veces todo eso no es suficiente. Leer más...
¡Gracias, Vargas Llosa!
La obra de Vargas Llosa contiene algo que excede el puro placer literario o el divertimento estético. Por supuesto, no ha evitado ciertos artificios propios de su oficio. El más conocido es su juego con las estructuras narrativas, aquellos procedimientos mediante los cuales la historia se fragmenta y se cuenta de forma no lineal. En ocasiones adopta múltiples puntos de vista, con secuencias en tiempos sincrónicos pero en espacios y con personajes diversos. En otras la travesura narrativa incluye al tiempo y es entonces cuando nos topamos con el Vargas Llosa más difícil y árido. En el cine estos saltos espacio-temporales son relativamente sencillos de dar, ya que vemos el aspecto de los personajes y su contexto. En una novela el resultado es más discutible y en no pocas ocasiones al lector le cuesta situarse, lo que afecta a su relación con el relato y le distancia.
Desde ese punto de vista podemos hablar de dos etapas. Una primera en que lleva al extremo esos malabarismos narrativos, con, a mi entender, excesos como “La casa verde” (1965), y trabajos más afortunados como “Conversaciones en La catedral” (1969), que estos días se cita mucho entre sus obras maestras. Podría serlo por su construcción de personajes, uno de los puntos fuertes del autor. Pero se resiente del encaje de bolillos al que acaba reducido el hilo argumental. De hecho, en trabajos posteriores lo que notamos es una mayor contención y un dominio de los recursos que conlleva no traspasar ciertos límites.
Por ejemplo, en “El paraíso en la otra esquina” (2003) los saltos entre la vida de Gauguin y de su abuela Flora Tristán están claramente separados en el tiempo y no provocan confusión alguna. Procedimiento similar al que emplea en “La fiesta del chivo” (2000), con la visita en paralelo al Santo Domingo de la actualidad y una mirada al país gobernado por Trujillo en los sesenta. En “La guerra del fin del mundo” (1981) la complejidad se consigue por la multiplicidad de voces, un auténtico océano de personajes que ofrecen una visión global de un fascinante episodio brasileño. Ni siquiera en su autobiográfica “El pez en el agua” (1993) evita estos artificios, alternando la historia de su agridulce carrera política con el relato de sus diversos acontecimientos vitales.
En “La tía Julia y el escribidor” (1977) salta con ironía de la narración central a un conjunto de pastiches en los que homenajea el estilo de Corín Tellado, la célebre escritora de folletines. Es una de las escasas ocasiones en que intenta resultar más ligero, casi frívolo. Supongo que es su admiración por la cultura francesa la que le lleva a explorar el erotismo en novelas como “Elogio de la madrastra” (1988). Pero casi podemos notar su apuro y envaramiento. Jodorowsky contaba que había participado en una orgía con Vargas Llosa y que este último ni siquiera se había desvestido. Sea cierto o no, hay algo muy formal en él y sus aproximaciones más sicalípticas nunca son del todo satisfactorias. Con todo, los seguidores de Schiele pueden disfrutar del estudio que se realiza del pintor, mientras los protagonistas de “Los cuadernos de don Rigoberto” (1997) intentan reproducir algunas de las poses de sus cuadros.
Explora el género policiaco en “¿Quién mató a Palomino Molero?” (1986) en la que el crimen sirve como excusa para mostrar un contexto social donde reinan la corrupción y la hipocresía. Allí volvemos a encontrarnos con el cabo Lituma, un personaje que ya había aparecido en novelas anteriores. Su denuncia de ciertas lacras sociales no es una novedad, toda su obra tiene una marcada voluntad reformista. La descripción del machismo y la violencia de “Los jefes” (1959) y “Los cachorros” (1967) o de la rigurosa disciplina militar en “La ciudad y los perros” (1962), demuestran que comparte la idea de que la literatura puede ayudarnos a transformar la sociedad o, al menos, corregir algunos de sus defectos.
Estos días se menciona mucho “La fiesta del chivo” que es, sin duda, una gran novela. Pero también porque se ajusta a los temas que se esperan de todo intelectual sudamericano: una dictadura bananera de derechas que se entrega a todo tipo de torturas y violaciones, auspiciada por la torpe política exterior norteamericana. Otras denuncias no se ajustan tan correctamente al guión. Sus reflexiones sobre el autoritarismo y la utopía quedan compendiadas en tres libros extraordinarios. El primero es “Historia de Mayta” (1984) un retrato compasivo y patético del revolucionario profesional. Mayta es un personaje triste y lamentable, un izquierdista de salón con una preocupación real por los más desfavorecidos, pero incapaz de encajar en la realidad. Cuando de acuerdo a las doctrinas del gran timonel intenta poner en marcha una revuelta campesina, su fracaso es estrepitoso.
En “Lituma en los Andes” (1993) el tono cambia. Sendero Luminoso ya estaba haciendo de las suyas y el subcomandante Marcos pronto se haría célebre en México. Ya no se nos muestran intelectuales equivocados pero bienintencionados. Vargas Llosa reflexiona con crudeza sobre el origen de la violencia y su permanencia muy real en nuestros días. Las andanzas de los jóvenes maoístas se relacionan de forma pertinente con ancestrales y sanguinarios sacrificios humanos. La monumental “Guerra del fin del mundo” es más extensa y rica en secuencias arrolladoras, pero quizás no más compleja. Llaman la atención su amplia galería de personajes marginales, tipos acabados a quienes la presencia del santurrón protagonista transforma en algo mejor. Política y religión se entremezclan y, si el misticismo extremo del Consejero provoca revoluciones, la respuesta que ofrece un gobierno corrupto no es mejor. Entre opuestas manifestaciones de locura sobrevive un conjunto de individuos aislados que se esfuerza por mantener el orden y limitar las brutalidades.
Vargas Llosa nos ha ayudado a entender la barbarie y, así, hacerle frente.
Leer más...
Desde ese punto de vista podemos hablar de dos etapas. Una primera en que lleva al extremo esos malabarismos narrativos, con, a mi entender, excesos como “La casa verde” (1965), y trabajos más afortunados como “Conversaciones en La catedral” (1969), que estos días se cita mucho entre sus obras maestras. Podría serlo por su construcción de personajes, uno de los puntos fuertes del autor. Pero se resiente del encaje de bolillos al que acaba reducido el hilo argumental. De hecho, en trabajos posteriores lo que notamos es una mayor contención y un dominio de los recursos que conlleva no traspasar ciertos límites.
Por ejemplo, en “El paraíso en la otra esquina” (2003) los saltos entre la vida de Gauguin y de su abuela Flora Tristán están claramente separados en el tiempo y no provocan confusión alguna. Procedimiento similar al que emplea en “La fiesta del chivo” (2000), con la visita en paralelo al Santo Domingo de la actualidad y una mirada al país gobernado por Trujillo en los sesenta. En “La guerra del fin del mundo” (1981) la complejidad se consigue por la multiplicidad de voces, un auténtico océano de personajes que ofrecen una visión global de un fascinante episodio brasileño. Ni siquiera en su autobiográfica “El pez en el agua” (1993) evita estos artificios, alternando la historia de su agridulce carrera política con el relato de sus diversos acontecimientos vitales.
En “La tía Julia y el escribidor” (1977) salta con ironía de la narración central a un conjunto de pastiches en los que homenajea el estilo de Corín Tellado, la célebre escritora de folletines. Es una de las escasas ocasiones en que intenta resultar más ligero, casi frívolo. Supongo que es su admiración por la cultura francesa la que le lleva a explorar el erotismo en novelas como “Elogio de la madrastra” (1988). Pero casi podemos notar su apuro y envaramiento. Jodorowsky contaba que había participado en una orgía con Vargas Llosa y que este último ni siquiera se había desvestido. Sea cierto o no, hay algo muy formal en él y sus aproximaciones más sicalípticas nunca son del todo satisfactorias. Con todo, los seguidores de Schiele pueden disfrutar del estudio que se realiza del pintor, mientras los protagonistas de “Los cuadernos de don Rigoberto” (1997) intentan reproducir algunas de las poses de sus cuadros.
Explora el género policiaco en “¿Quién mató a Palomino Molero?” (1986) en la que el crimen sirve como excusa para mostrar un contexto social donde reinan la corrupción y la hipocresía. Allí volvemos a encontrarnos con el cabo Lituma, un personaje que ya había aparecido en novelas anteriores. Su denuncia de ciertas lacras sociales no es una novedad, toda su obra tiene una marcada voluntad reformista. La descripción del machismo y la violencia de “Los jefes” (1959) y “Los cachorros” (1967) o de la rigurosa disciplina militar en “La ciudad y los perros” (1962), demuestran que comparte la idea de que la literatura puede ayudarnos a transformar la sociedad o, al menos, corregir algunos de sus defectos.
Estos días se menciona mucho “La fiesta del chivo” que es, sin duda, una gran novela. Pero también porque se ajusta a los temas que se esperan de todo intelectual sudamericano: una dictadura bananera de derechas que se entrega a todo tipo de torturas y violaciones, auspiciada por la torpe política exterior norteamericana. Otras denuncias no se ajustan tan correctamente al guión. Sus reflexiones sobre el autoritarismo y la utopía quedan compendiadas en tres libros extraordinarios. El primero es “Historia de Mayta” (1984) un retrato compasivo y patético del revolucionario profesional. Mayta es un personaje triste y lamentable, un izquierdista de salón con una preocupación real por los más desfavorecidos, pero incapaz de encajar en la realidad. Cuando de acuerdo a las doctrinas del gran timonel intenta poner en marcha una revuelta campesina, su fracaso es estrepitoso.
En “Lituma en los Andes” (1993) el tono cambia. Sendero Luminoso ya estaba haciendo de las suyas y el subcomandante Marcos pronto se haría célebre en México. Ya no se nos muestran intelectuales equivocados pero bienintencionados. Vargas Llosa reflexiona con crudeza sobre el origen de la violencia y su permanencia muy real en nuestros días. Las andanzas de los jóvenes maoístas se relacionan de forma pertinente con ancestrales y sanguinarios sacrificios humanos. La monumental “Guerra del fin del mundo” es más extensa y rica en secuencias arrolladoras, pero quizás no más compleja. Llaman la atención su amplia galería de personajes marginales, tipos acabados a quienes la presencia del santurrón protagonista transforma en algo mejor. Política y religión se entremezclan y, si el misticismo extremo del Consejero provoca revoluciones, la respuesta que ofrece un gobierno corrupto no es mejor. Entre opuestas manifestaciones de locura sobrevive un conjunto de individuos aislados que se esfuerza por mantener el orden y limitar las brutalidades.
Vargas Llosa nos ha ayudado a entender la barbarie y, así, hacerle frente.
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sábado, 9 de octubre de 2010
Batman confidencial: La tumba del rey Tut
PEQUEÑO GRAN GARCÍA LÓPEZ
DeFilippis, Weir, García López y Nowlan
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
130 páginas, 10,95 euros
En 1993 tuvimos la fortuna de contar en el Salón Internacional del Comic de Gijón con José Luis García López. Este dibujante de origen español emigró de niño a la Argentina, donde inició su carrera profesional. A mediados de los setenta se instaló en los USA, donde muy pronto empezó a colaborar en exclusiva para la editorial DC. Debido a que su ritmo de trabajo no se ajusta a los exigentes estándares norteamericanos, se decantó por las miniseries, los encargos especiales y los dibujos de promoción. García López ha sido uno de los pocos dibujantes encargados de fijar la imagen de los superhéroes de la DC, de cara a su inclusión en productos comerciales, de las fiambreras a las mochilas, pasando por cromos, carpetas, chicles o lo que se les ocurra.
De aquella primera estancia en Gijón yo recordaba su aspecto frágil, que contrastaba de manera divertida con la fortaleza que emana de cualquiera de sus figuras. Iba asociado a una aparente timidez y a una gran amabilidad, que se hacía evidente en el trato que dispensaba a su mujer, de la que estaba siempre pendiente. Todos quedamos prendados de su dulzura y humildad y sentimos mucho que diversas circunstancias familiares le impidieran repetir su viaje a España. Por eso fue especialmente placentero tener ocasión de saludarlo de nuevo, el pasado año en Nueva York. Estaba tal cual lo recordaba, como si el tiempo no hubiera transcurrido para él. Y lo mismo ocurría con su trabajo.
Aunque como ya he explicado dedica casi todos sus esfuerzos a tareas de promoción de la compañía, de vez en cuando nos sorprende con alguna historieta. ¡Y son siempre brillantes! García López mejora con los años y sus virtudes gráficas consiguen dejarnos boquiabiertos. Se ha dicho que es un dibujante de dibujantes, que su arte sólo gusta a sus colegas y sin embargo no convence al público. No encuentro una razón que justifique esto, porque lo cierto es que ahora mismo son ya muy pocos los autores realistas que alcanzan su calidad. Domina la figura humana, dibuja tan bien a hombres como mujeres, no hay encuadre que se le resista, sus personajes actúan con gran expresividad y es un narrador excelente, con una puesta en escena siempre espectacular. Como ya he dicho, sus patronos sólo pueden ponerle una pega, su lentitud.
En este caso lo han emparejado con otro creador exigente y característico, Kevin Nowlan, que tampoco se distingue por su rapidez. Ya habían coincidido en aquella extraña aventura que amalgamaba héroes de Marvel y DC, donde demostraban que formaban un buen matrimonio. Aquí la magia vuelve a producirse y sus tintas enaltecen los lápices de García López con una delicadeza no exenta de vigor. Pero, como nos explicaba el propio José Luis, “si yo soy lerdo, Kevin es re-lerdo”. Lo que quería decir era que Nowlan iba tan despacio que García López tuvo que entintarse en una parte. Cuando vio lo que el entintador ya había hecho, se sintió incapaz de alcanzar sus cuidadosos acabados y, de hecho, su fragmento resulta más “torpe” en comparación.
Dicho lo cual sólo cabe alegrarse por la aparición de este tebeo, una aventura más de Batman, con un guión entretenido y un increíble trabajo de García López, secundado por el siempre especial Kevin Nowlan. Para rematar la faena, los editores españoles han tenido la feliz idea de incluir trabajos anteriores del español, entre los que sobresale ese soberbio episodio ambientado en la guerra civil americana. No se lo pueden perder. Leer más...
DeFilippis, Weir, García López y Nowlan
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
130 páginas, 10,95 euros
En 1993 tuvimos la fortuna de contar en el Salón Internacional del Comic de Gijón con José Luis García López. Este dibujante de origen español emigró de niño a la Argentina, donde inició su carrera profesional. A mediados de los setenta se instaló en los USA, donde muy pronto empezó a colaborar en exclusiva para la editorial DC. Debido a que su ritmo de trabajo no se ajusta a los exigentes estándares norteamericanos, se decantó por las miniseries, los encargos especiales y los dibujos de promoción. García López ha sido uno de los pocos dibujantes encargados de fijar la imagen de los superhéroes de la DC, de cara a su inclusión en productos comerciales, de las fiambreras a las mochilas, pasando por cromos, carpetas, chicles o lo que se les ocurra.
De aquella primera estancia en Gijón yo recordaba su aspecto frágil, que contrastaba de manera divertida con la fortaleza que emana de cualquiera de sus figuras. Iba asociado a una aparente timidez y a una gran amabilidad, que se hacía evidente en el trato que dispensaba a su mujer, de la que estaba siempre pendiente. Todos quedamos prendados de su dulzura y humildad y sentimos mucho que diversas circunstancias familiares le impidieran repetir su viaje a España. Por eso fue especialmente placentero tener ocasión de saludarlo de nuevo, el pasado año en Nueva York. Estaba tal cual lo recordaba, como si el tiempo no hubiera transcurrido para él. Y lo mismo ocurría con su trabajo.
Aunque como ya he explicado dedica casi todos sus esfuerzos a tareas de promoción de la compañía, de vez en cuando nos sorprende con alguna historieta. ¡Y son siempre brillantes! García López mejora con los años y sus virtudes gráficas consiguen dejarnos boquiabiertos. Se ha dicho que es un dibujante de dibujantes, que su arte sólo gusta a sus colegas y sin embargo no convence al público. No encuentro una razón que justifique esto, porque lo cierto es que ahora mismo son ya muy pocos los autores realistas que alcanzan su calidad. Domina la figura humana, dibuja tan bien a hombres como mujeres, no hay encuadre que se le resista, sus personajes actúan con gran expresividad y es un narrador excelente, con una puesta en escena siempre espectacular. Como ya he dicho, sus patronos sólo pueden ponerle una pega, su lentitud.
En este caso lo han emparejado con otro creador exigente y característico, Kevin Nowlan, que tampoco se distingue por su rapidez. Ya habían coincidido en aquella extraña aventura que amalgamaba héroes de Marvel y DC, donde demostraban que formaban un buen matrimonio. Aquí la magia vuelve a producirse y sus tintas enaltecen los lápices de García López con una delicadeza no exenta de vigor. Pero, como nos explicaba el propio José Luis, “si yo soy lerdo, Kevin es re-lerdo”. Lo que quería decir era que Nowlan iba tan despacio que García López tuvo que entintarse en una parte. Cuando vio lo que el entintador ya había hecho, se sintió incapaz de alcanzar sus cuidadosos acabados y, de hecho, su fragmento resulta más “torpe” en comparación.
Dicho lo cual sólo cabe alegrarse por la aparición de este tebeo, una aventura más de Batman, con un guión entretenido y un increíble trabajo de García López, secundado por el siempre especial Kevin Nowlan. Para rematar la faena, los editores españoles han tenido la feliz idea de incluir trabajos anteriores del español, entre los que sobresale ese soberbio episodio ambientado en la guerra civil americana. No se lo pueden perder. Leer más...
sábado, 2 de octubre de 2010
Superman: Kryptonita nunca más. O’Neil, Swan y Anderson
VUELVE EL HOMBRE DE ARENA
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
242 páginas, 22 euros.
Si la semana pasada comentaba la afortunada recuperación de Juliet Jones, en esta ocasión debo celebrar otra reedición que, además, resulta totalmente inesperada. Me refiero a los episodios escritos por Dennis O’Neil en los setenta en los que mermaba los poderes del superhéroe por antonomasia: Superman. En su momento pudimos disfrutarlos a la desordenada manera de Novaro. Con algunos huecos, todavía conservo aquella versión, que me impactó por lo sorprendente de la historia y el refinado dibujo de Swan y Anderson. Luego Neal Adams se encargaría de hacernos olvidar esas otras miradas realistas al género, pero lo cierto es que estamos ante un trabajo sólido y contundente, cuya revisión siempre es conveniente.
En todo caso Adams tiene mucho que ver en este relato. No sólo porque aportó sus espléndidas portadas a la serie, también debido a que su dibujo ayudó a que los guiones de O’Neil para series como Batman o Linterna Verde y Flecha Verde se convirtieran en éxitos. Lo que facilitó que los editores de la DC se fijaran en el radical guionista y le confiaran el personaje estrella de la casa. O’Neil enseguida comprendió que el mayor problema de Superman era su carácter todopoderoso, semidivino. Por eso su primera decisión consistió en reducir esos poderes.
Dicho y hecho, de una tacada anuló los efectos de la kryptonita, tradicionalmente el único talón de Aquiles del personaje, y rebajó sus tradicionales superpoderes. Para ello se inventó un doble de arena, una figura misteriosa que, episodio a episodio, iba pareciéndose cada vez más al nativo de Krypton, al tiempo que le restaba poderes. El resultado es un curioso tebeo, a mitad de camino entre dos épocas. Conserva no poca de la ingenuidad del primer Superman, pero se dirige ya con firmeza hacia el “realismo” y la complejidad que posteriores autores le aportarán, sobre todo a partir de los ochenta. Y aquí es donde conviene recordar dos o tres nombres, sobre todo Byrne pero también Moore y Gibbons y más tarde Sale y Loeb.
En fin, este volumen es sobre todo un buen entretenimiento, una pieza histórica de importancia, en tanto en cuanto marca un momento de transición, clave en la evolución del personaje, un disfrute visual gracias al refinado, sólido y tradicional trabajo de Swan y Anderson y que, además, cuenta con algunos extras de interés. Uno ya lo he citado: las portadas de Adams. Pero alguien ha tenido la afortunada idea de incluir la nueva versión que Simonson realizó de la historia en los noventa y que aquí se publicó en el Superman nº 100, si la memoria no me engaña. Como casi todo lo que dibuja Walter es un tebeo formidable, espléndidamente narrado, un complemento de auténtico lujo.
Hay una pega no menor en esta edición. Me refiero a la reproducción de los originales. No puede hablarse de un trabajo de calidad. En muchas planchas la línea está comida y resulta irregular y en todas el color está lavado, muy bajo de intensidad. Por supuesto, prefiero el tono vintage que esto último aporta al volumen, a esas reediciones en las que se ha optado por un color digital, para “actualizar” el original. En muchos casos sólo consiguen cargarse lo que ya había, empastarlo y degradar trabajos muy pensados para colores simples y planos. Pero aquí las gamas son tan suaves que nos hacen añorar la versión de Novaro. Una pena. Leer más...
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2010.
242 páginas, 22 euros.
Si la semana pasada comentaba la afortunada recuperación de Juliet Jones, en esta ocasión debo celebrar otra reedición que, además, resulta totalmente inesperada. Me refiero a los episodios escritos por Dennis O’Neil en los setenta en los que mermaba los poderes del superhéroe por antonomasia: Superman. En su momento pudimos disfrutarlos a la desordenada manera de Novaro. Con algunos huecos, todavía conservo aquella versión, que me impactó por lo sorprendente de la historia y el refinado dibujo de Swan y Anderson. Luego Neal Adams se encargaría de hacernos olvidar esas otras miradas realistas al género, pero lo cierto es que estamos ante un trabajo sólido y contundente, cuya revisión siempre es conveniente.
En todo caso Adams tiene mucho que ver en este relato. No sólo porque aportó sus espléndidas portadas a la serie, también debido a que su dibujo ayudó a que los guiones de O’Neil para series como Batman o Linterna Verde y Flecha Verde se convirtieran en éxitos. Lo que facilitó que los editores de la DC se fijaran en el radical guionista y le confiaran el personaje estrella de la casa. O’Neil enseguida comprendió que el mayor problema de Superman era su carácter todopoderoso, semidivino. Por eso su primera decisión consistió en reducir esos poderes.
Dicho y hecho, de una tacada anuló los efectos de la kryptonita, tradicionalmente el único talón de Aquiles del personaje, y rebajó sus tradicionales superpoderes. Para ello se inventó un doble de arena, una figura misteriosa que, episodio a episodio, iba pareciéndose cada vez más al nativo de Krypton, al tiempo que le restaba poderes. El resultado es un curioso tebeo, a mitad de camino entre dos épocas. Conserva no poca de la ingenuidad del primer Superman, pero se dirige ya con firmeza hacia el “realismo” y la complejidad que posteriores autores le aportarán, sobre todo a partir de los ochenta. Y aquí es donde conviene recordar dos o tres nombres, sobre todo Byrne pero también Moore y Gibbons y más tarde Sale y Loeb.
En fin, este volumen es sobre todo un buen entretenimiento, una pieza histórica de importancia, en tanto en cuanto marca un momento de transición, clave en la evolución del personaje, un disfrute visual gracias al refinado, sólido y tradicional trabajo de Swan y Anderson y que, además, cuenta con algunos extras de interés. Uno ya lo he citado: las portadas de Adams. Pero alguien ha tenido la afortunada idea de incluir la nueva versión que Simonson realizó de la historia en los noventa y que aquí se publicó en el Superman nº 100, si la memoria no me engaña. Como casi todo lo que dibuja Walter es un tebeo formidable, espléndidamente narrado, un complemento de auténtico lujo.
Hay una pega no menor en esta edición. Me refiero a la reproducción de los originales. No puede hablarse de un trabajo de calidad. En muchas planchas la línea está comida y resulta irregular y en todas el color está lavado, muy bajo de intensidad. Por supuesto, prefiero el tono vintage que esto último aporta al volumen, a esas reediciones en las que se ha optado por un color digital, para “actualizar” el original. En muchos casos sólo consiguen cargarse lo que ya había, empastarlo y degradar trabajos muy pensados para colores simples y planos. Pero aquí las gamas son tan suaves que nos hacen añorar la versión de Novaro. Una pena. Leer más...
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