192 páginas, 32 euros.
¿COSAS DE NIÑOS?
¿Qué dirección están tomando los tebeos para niños? El segundo Integral de Jules nos brinda algunas claves.
El volumen aborda asuntos como la muerte, la genética, la existencia de Dios, la ecología y la supervivencia de la especie. Yo comentaba cuando se publicó el primer tomo que Emile Bravo partía de Hergé para renovarlo con frescura e imaginación. Eso es cierto en el terreno de la puesta en escena y la fantasía. La realidad deja de ser una limitación y las aventuras se llenan de extraterrestres, viajes con alteraciones temporales, clonaciones sorprendentes y otros disparates. Pero su narrativa nunca flaquea, sabe cómo resultar entretenido, conjuga a la perfección la comedia con el drama y no tiene complejos a la hora de entrar en materias espinosas, que resuelve con insolencia y una desfachatez argumental que nos desarma. Creo que Bravo es uno de los grandes y este segundo libro lo confirma.
Pero también nos demuestra cómo el mundo de valores en el que Tintín cobraba sentido ha sido demolido prácticamente en su totalidad. Tomemos por ejemplo la “cuestión del padre”, cita lacaniana que da título al segundo episodio. Estaba casi ausente en los tebeos clásicos. El Príncipe Valiente tenía uno y todos recordamos cómo funcionaba la estricta genealogía del Hombre Enmascarado. Pero en la mayoría de personajes, de Flash Gordon a Asterix, los padres directamente no existían. Bravo utiliza un planteamiento que se remonta a Edipo y pervive en Harry Potter: estos señores que me han educado y en quienes no me reconozco no pueden ser mis progenitores. A partir de ahí se produce una lucha contra el propio destino, una primera rebelión relacionada con el proceso de maduración y crecimiento. También se conecta a este asunto el complicado noviazgo de Jules con su más que amiga Janet, otra rareza en el terreno de los comics para niños. Las mujeres estaban casi excluidas del universo de Hergé, aunque en los últimos años personajes como El pequeño Spirou ya habían marcado la tendencia de llevar el sexo al primer plano de los relatos, en la medida en que ello es posible en tebeos para niños. La inocencia se perdió hace tiempo.
Más complicado resulta citar la religión. Bravo pone a Jules a debatir la existencia de Dios con diferentes curas y cada vez que dibuja uno es para reírse de él. De nuevo, la diferencia con Hergé es abismal. Bien conocido es el ámbito católico en que creó a Tintín, pero, más importante que eso, el creador belga apenas permitió que sus convicciones ocuparan la primera línea de la narración. Cuestionó la codicia o la envidia y atacó prácticas muy concretas como el tráfico de armas, personas o drogas. Pero las críticas que recibe se relacionan más con sus silencios que con pronunciamientos más explícitos. Bravo no tiene esos miramientos. Así que cuestiona sin reparos ciertas creencias mientras nos bombardea con ideología. Para muchos serán argumentos irrebatibles, pura ciencia, pero como lector me siento como si contemplara una sustitución: muerto dios debemos depositar nuestra confianza en la especie, cuidar el planeta y perseguir a los millonarios del petróleo, la encarnación del mal absoluto. Y Bravo no está solo, como demuestra el segundo álbum de Pau para el mercado francés. Dedica bastantes páginas a una explicación y defensa de la teoría de la evolución y a una poco velada crítica de la depredadora relación de los occidentales con su entorno.
Supongo que es una cuestión generacional. Como ocurre siempre, se proclama una doctrina oficial y los autores intentan ajustarse a ella, son hijos de su tiempo. Pero nunca conviene que los discursos le roben protagonismo al relato.