Astiberri, España, 2021.
104 páginas, 18 euros.
TIEMPO VELOZ
Lo último de Frederick Peeters viene acompañado por un aviso donde se nos informa de que su cómic ha sido adaptado a la gran pantalla por Shyamalan, cambiando el título original por el de “Old”.
La cinta nos ha llegado como “Tiempo” y confieso que todavía no he tenido ocasión de verla. Pero sí que he leído la obra original de Peeters y su compañero Pierre Oscar Lévy. Según se explica al final del libro, el segundo escribió el guión original pensando en una película. Después hizo el álbum con Peeters y finalmente la adaptación cinematográfica llegó desde Hollywood. El dibujante tiene ya una larga trayectoria y me he topado con sus cómics a menudo en las librerías especializadas. En España su obra ha sido editada por Astiberri y lo más reciente es “Saqueo”, que viene tras “Oleg”, “Píldoras azules”, “Lupus”, “Dándole vueltas” y muchas más. Nunca antes me había animado a leerlo y, según afirma la crítica, debo de estar perdiéndome a uno de los mejores talentos europeos. No puedo juzgar el resto de su obra, ya que, insisto, no he tenido oportunidad de leerla. Pero sí este “Castillo de arena”.
Se trata de una obra en B/N donde se emplea la clásica estructura de 3x3, que se rompe ocasionalmente para introducir alguna horizontal o saltar en algunas páginas al 2x3. En cuanto al dibujo, Peeters se relaciona con cierta nueva ola europea empeñada en recuperar una estética feísta, con un trazo no tan controlado, con líneas muy expresivas y acabados que a mí a veces me recuerdan a Jean-Claude Forest. Aunque el trabajo tiende a ser muy lineal, el autor aumenta la dosis de manchas negras en algunas páginas, consiguiendo así los mejores resultados, cargando las viñetas de sombras o jugando con la oscuridad de la noche. Es un trabajo correcto y en general vigoroso, directo.
En cuanto al argumento, si vieron el trailer en televisión se harán una idea bastante exacta del tema. Un grupo de personajes llega a una playa donde sin razón aparente empiezan a envejecer a toda velocidad. Pronto nos damos cuenta de que a ese ritmo muchos de ellos no llegarán a la noche. Una premisa intrigante y que precisa de un desarrollo a la altura de las expectativas que crea. Las primeras planchas plantean una introducción muy cinematográfica, con la “cámara” surgiendo del fondo del mar y recorriendo el reducido paisaje donde tiene lugar la acción. Luego se presenta a uno de los personajes, un argelino que contempla cómo una rubia se desnuda y se mete en el mar. Este debe ser el “toque europeo” ya que la buena mujer no tiene más papel que enseñar el potorro un momento y luego morirse, sin mayores explicaciones. Pronto aparece el resto del elenco: una familia de clase media, otra encabezada por un médico cabreado y racista y una tercera con un peculiar escritor de ciencia-ficción. En seguida empiezan a pasar cosas. No es solo que los niños crecen a ojos vista. Además, los protagonistas son incapaces de abandonar el lugar, como en “El ángel exterminador”, la mítica cinta de Buñuel. Allí como aquí esa sensación de no poder escapar provoca conflictos y numerosos incidentes. También ocurre que los jóvenes disponen de sus cuerpos recientemente desarrollados y hasta asistimos a un rápido embarazo. Uno de los problemas es que al sumar esa fuerza misteriosa, que acelera el tiempo, con esa otra fuerza, aún más misteriosa, que impide dejar la playa, se provoca lo que Blake Snyder llamaba “doble camelo”. Lo definía como “una acumulación de situaciones mágicas que ensucia la trama”. Como lector puedo creerme que algo me hace envejecer, pero añadir a eso otro “factor mágico” resulta excesivo. Si además tenemos al escritor que ofrece diversas explicaciones de lo sucedido la cosa ya se vuelve realmente difícil de tragar.
Las reseñas dan mucha importancia a los apuntes sobre el racismo, la lucha de clases o el descubrimiento del sexo. Temas que se esbozan en un conjunto muy poco memorable. No encontramos esa gran reflexión sobre la fugacidad de la existencia humana que algunos han querido ver. En absoluto. Los personajes están tan desdibujados que apenas nos importa lo que les pase. Todos mueren ¿y qué?