216 páginas, 9,95 euros.
UN TERROR MUY VISUAL
Junji Ito lleva décadas aterrorizando a lectores de todo el mundo. Crea imágenes tan desasosegantes como atractivas. Y eso no es fácil.
Pero el cómic es un medio secuencial. No basta con tener un fotograma (en su caso, una viñeta) impactante. Debe funcionar en el conjunto de un relato bien estructurado y fluido. Y eso no siempre lo consigue. Hacía tiempo le había echado un vistazo a algunas de sus historias, llenas de cuerpos alterados y con una estética de la degeneración que recordaba al primer Cronenberg. Lo enfermo asusta, por cercano. Rara vez nos toparemos con un vampiro, pero un tumor es una amenaza próxima y creíble. Más allá de esas viñetas que resulta difícil dejar de mirar, entre el asco y la fascinación, las historias que las cobijaban no eran tan poderosas. Recientemente volví a probar suerte con su adaptación de “Frankenstein” y de nuevo me sentí decepcionado. Aunque contenía algunas ideas ingeniosas el ritmo fallaba y el conjunto no era estimulante. Sin embargo esta nueva recopilación de relatos consigue ese delicado equilibrio entre lo visual y lo dramático, aunque no en todos. “La cuesta de las plañideras” es sin duda el más logrado, seguido por “La corriente espectral de Aokigahara”. “La Madona” es inquietante, pero el final falla. “El duermevela”, el último episodio, es también el más flojo, con una estructura confusa y mal desarrollada.
El mecanismo narrativo de Ito es similar en todos los casos. Se parte de una situación verosímil, “real”, como un entierro, un internado, un intento de suicidio o lo que sea, que se ve alterado por sucesos que poco tienen de normales. Ese salto al otro mundo es siempre lo más delicado y el momento del guión en que fácilmente puede perderse la confianza del lector. Una pequeña dosis de fantasía en un relato naturalista es atractiva, si se aumenta esa presencia la receta se indigesta. Algo así ocurre en “La Madona”, una historia que arranca muy bien, con detalles tan sugerentes como esa arena o sal que cae de las orejas de los estudiantes o esa relación morbosa del director con su profesoras y alumnas, pero que luego se remata con un delirio gore realmente excesivo. Se puede disfrutar pero hay un evidente desequilibrio entre las sutilezas del planteamiento y el precipitado final. En ese sentido el paso de lo real a lo irreal está mucho mejor planteado en la primera historia, además de contar con una angustia de fondo que añade una dimensión extra al puro horror. Notamos esa aceleración que algunos guionistas aconsejan, según avanza la acción. Ito comienza despacio y al final coge tal velocidad que nos sentimos más que dispuestos a creer en ese lago de lágrimas ¡Hasta un mar nos habríamos tragado, tal es la eficacia de su puesta en escena! Mención aparte para sus impresionantes imágenes, que aquí encuentran el marco adecuado para brillar y apabullarnos con un horror que podemos comprender y que nos invade de forma convincente.
En “La corriente...” lo mejor es el concepto inicial, ese río de espectros que arrasa un sector del bosque donde el protagonista tenía pensado suicidarse. Es un gran guión de sorpresas, van pasando cosas, cada una más llamativa que la anterior, hasta desembocar en un final a la altura. Ito nos ofrece otra buena muestra de su capacidad para visualizar desviaciones de la norma muy intranquilizadoras. Sus cuerpos alargados están muy lejos de los terrores clásicos pero al tiempo contienen ese toque sutil que indica que “pasa algo”. Algo que no es bueno, lo único que queda claro en la mente del intranquilizado lector. Sigue así, Junji.