200 páginas, 14 euros.
LAS HUELLAS DEL CRIMEN
El nuevo trabajo de Zapico surge a raíz de una entrevista, la que le realiza Eduardo Madina a Fermín Muguruza para la revista Jot Down. Allí acudió Zapico en calidad de ilustrador.
Se le ocurrió que trazando las vidas paralelas de aquellas dos personas, músico y militante abertzale uno, socialista y víctima de ETA el otro, podía construirse un reportaje, un panorama del actual país vasco.
La novela gráfica se abre con una advertencia, parafraseando a Magritte: este no es un libro sobre ETA o el PSOE. Se nos da a entender que lo que se cuentan son dos historias personales, sin intención de ofrecer una visión completa de los hechos. Son, pues, dos verdades subjetivas.
Se nos brindan algunas pinceladas de la guerra civil, para situar a los padres de los protagonistas. Después Zapico establece cuál es su relación con cada uno de ellos y ya encontramos una primera mención a La pelota vasca, la cinta de Medem de 2003.
De ahí salta a la juventud de Madina y luego a un intento de atentado contra el grupo de Muguruza en Barcelona. La bomba les estalla en las manos y los aprendices de terroristas son detenidos. En el mismo apartado se narra el atentado contra Madina, que le costó la mitad de la pierna izquierda. Cierra el episodio repitiendo las declaraciones de Muguruza en La pelota vasca, que ya había incluido al principio: “Me pareció un tremendo error volver a las armas”. Ahora acompañadas por las de Madina, hablando de la enorme tragedia que se vive en el mundo de Batasuna.
Corte a… la entrevista. En el piso de Muguruza, él y el socialista conversan sobre música. Además, se narra un atentado del GAL de 1985, que se salda con la muerte de tres miembros de ETA. Luego se comenta la corrupción de Galindo y el caso Yoyes.
Corte a… Madina de niño. Zapico se pregunta por qué atentaron precisamente contra él… Pero renuncia a encontrar una explicación a algo que considera absurdo. Así que avanzamos.
Corte a… Egunkaria. Muguruza comenta su cierre, que considera “tremendo”. Curiosamente no se alude a Baltasar Garzón, a cargo de la instrucción. Se menciona la AVT, que calificó uno de los temas del cantante de “apología del terrorismo”. Nueva cita a La pelota vasca.
Corte a… Chiapas. Muguruza se va de turismo con el subcomandante Marcos y Danielle Mitterand. “Estoy en contra de la violencia de ETA y a favor de la lucha indígena del EZLN”, declara. En las últimas secuencias salen sus hijos, se van todos juntos a comer y celebran lo bien que se vive en el país vasco. Y fin.
Hace unas semanas el ilustrador Alex Fito presentaba en Palma unos murales que había pintado para un restaurante mexicano. Iba comentando cada uno de los elementos que los componían cuando le tocó el turno a un monigote que representaba al subcomandante. En palabras de Fito, un luchador por la libertad de los pueblos. Uno de los mexicanos presentes le corrigió con sorna: “Sí, pero antes se lo quedaba todo para él”. Me pareció un buen recordatorio de lo fácil que nos resulta justificar ciertas formas de violencia política. Porque al fin y al cabo de eso es de lo que va esta última obra de Zapico.
No me extraña que La pelota vasca se cite tanto porque participaba del mismo espíritu conciliador. Medem realizaba un primoroso montaje en paralelo comparando los sufrimientos de los familiares de presos, recorriendo los caminos de España, con las declaraciones de parientes de los asesinados por ETA.
Zapico no se despega de ese modelo. Revisen los pasajes donde la violencia surge: intento de atentado contra Muguruza, la bomba contra Madina, asesinato de etarras a manos del GAL, Galindo y Yoyes (“Lo de Yoyes nos dejó muy tocados”), la ensoñación sobre lo enredados que están los odios y finalmente la gloriosa revolución zapatista. Todo muy equilibrado para transmitir el previsible mensaje final: hay que perdonar y olvidar… o algo así. Pero dos cosas chirrían.
La primera, los rastros del crimen. No aparecen. Más allá del caso Madina, ¿qué vemos? La panoplia completa del argumentario etarra: nosotros también sufrimos, nos atacó el GAL, nos cerraron los periódicos, la policía estaba corrupta y nos persiguieron… Y hasta estamos a punto de la lagrimita con el caso Yoyes, al fin y al cabo era “uno de los nuestros”. No voy a discutir cuántos muertos habría sido necesario mostrar para equilibrar los argumentos, porque no creo en tal equilibrio.
La comparación con los zapatistas es la clave. Hay momentos en que es moral que la lucha política se vuelva violenta. Hay momentos en que hay una violencia justa. Para que esto sea así es necesario acumular “razones”. Que son las que Zapico se esfuerza en mostrar. Pero olvida algo, muy elemental: en democracia cuando la discusión pasa de las palabras a las manos primero y a las pistolas después, abandonamos el territorio de la política. Y saltamos a zonas propias de toda mafia. O estás con nosotros o contra nosotros. Como recordaba el maestro Gustavo Bueno, todas las personas son respetables, pero no todas las ideas son respetables. Algunas ideas nos llevan al sacrificio de seres humanos.
Ya que se cita el caso de Egunkaria quizás convenga acordarse de otro periódico muy popular y de uno de sus titulares más ingeniosos. Cuando Ortega Lara, funcionario de prisiones secuestrado por ETA, fue rescatado del agujero donde lo habían dejado para que se muriera, tras casi dos años de tortura, Egin lo contó así: “Ortega vuelve a la cárcel”. ¡Qué graciosos que son estos muchachos!
¡Camarero, otra de gambas!