278 páginas, 21,90 euros
NO SE HABLA DEL CLUB
Si les gustó la película de Fincher, El club de la lucha, supongo que se acercarán a esta novela gráfica. El autor de la novela que dio lugar al film ha querido que su secuela saliera directamente en este formato.
Quienes disfrutaron con el tono psicodélico y apresurado de la criatura de Fincher, con sus mezclas y sus saltos temporales y sus fotogramas insertados y demás, encontrarán una natural continuidad en esta obra donde ya adelanto que para mí lo mejor es el dibujo de Cameron Stewart.
Saca adelante como un campeón un encargo que no es nada sencillo. Desde el principio señala su territorio y no pierde el tiempo intentando que sus personajes se parezcan a los célebres actores de la adaptación cinematográfica. En cambio dispone a varios héroes fácilmente identificables y a quienes no perdemos de vista pese a la infinidad de secundarios que pueblan la historia y los cambios de escenario y los saltos entre secuencias y todas las argucias narrativas que se les ocurran.
El dibujante permanece firme y claro y si hay un responsable de que consigamos acabarnos esta laberíntica obra es sin duda él. Sus caracterizaciones aportan sangre y hueso a las ocurrencias más estrambóticas del guión, como esos niños-viejos, uno de los hallazgos argumentales más divertidos. Otra invención a la que más o menos consigue sobrevivir es la aparición de un segundo plano, sobre las viñetas, por donde se deslizan píldoras, espermatozoides, pétalos de rosas y otras emergencias metatextuales. ¡Qué moderno!
Por supuesto el autor, ese Chuck Palahniuk que algunos de mis alumnos insisten que lea, se introduce en el texto como un personaje más. ¿Eres Dios?, le pregunta otro comparsa. Desde esa posición bromea con las realidades que viven los protagonistas de un relato disparatado y que intenta ofrecer su desquiciada versión de esa realidad que nos desborda.
Supongo que a los jovenzuelos de la generación Nocilla este trabajo plagado de niveles de lectura les enloquecerá, pero a mí me cansa tanto sampleado (¿Se sigue diciendo sampleado?). ¡Señores, que yo me leí lo de las Tostadoras Eléctricas del Sienkiewicz! Y unas cuantas chifladuras más de los ochenta. Esto no es nada en comparación.
Fincher aportaba un tono épico al relato original y el hastío existencial del protagonista era comprensible. Entendíamos su repulsión ante una vida que parecía sacada de un catálogo de Ikea, sólo un psicópata se sentiría a gusto en esos espacios virtuales.
Y de alguna manera narraba con vigor el ascenso de aquella extraña secta que conspiraba para derrumbar el orden establecido. El puntito viril y sadomaso de los intercambios de mamporros entre hombretones semidesnudos también tenía un indudable atractivo y no dudo que haya servido de inspiración para los dirigentes del estado islámico. Pero ahora todo eso ya nos suena a antiguo, esos tratos entre poderes ocultos que dirigen el mundo como los inexistentes sabios de Sión, ese sarcasmo infinito, esa cita dentro de la cita… Al final todo se mantiene a tanta distancia de lo real que deja de afectarnos. Todo es una broma y por tanto ni nos importa ni nos conmueve.