234 páginas, 22 euros.
PADRES VS ASESINOS
La lectura del entretenido New Deal me puso sobre aviso del trabajo de Jonathan Case. Queriendo descubrir anteriores obras suyas, me topé con este volumen del año pasado que había dejado escapar. Gran error.
Stephen King nos avisa desde la portada de que la escena inicial de esta novela gráfica es la más terrorífica que ha leído en años. Estoy de acuerdo con él. Sin embargo, es necesario añadir que el tono del resto de la historia no se corresponde en absoluto con ese abrumador arranque. Lo cual demuestra la inteligencia de sus autores.
Es el relato real de la cacería de un depredador que asesinó a innumerables víctimas. Aunque él tarda en aparecer como protagonista, lo que queda en la memoria de todo lector es esa feroz descripción de su maldad que marca la introducción, ese “quería saber qué se siente al matar a alguien”. La escena resulta todavía más eficaz porque quien padece su brutalidad es un niño, que se queda solo en el bosque pidiendo una ayuda que le es negada. Todo servido con el primoroso dibujo de Cape, que se confirma como un talento a seguir y nos deslumbra a lo largo de toda la obra con sus contrastes de blanco y negro, las expresiones de sus personajes, su sencilla y clara narrativa y la facilidad con que resuelve pruebas especialmente arduas como que reconozcamos a personajes que van envejeciendo a través de diferentes épocas, algo para nada sencillo.
Si en el terreno gráfico el álbum es impecable, no afloja en lo argumental. La primera sorpresa es que el guionista, Jeff Jensen, es hijo del auténtico policía que resolvió el caso. Así que no sólo está hablando de sucesos terribles que ocurrieron en el pasado sino de su familia y lo que pasaba en su casa cada vez que su padre daba con una prueba o perdía un rastro. Hablamos de una investigación terriblemente compleja y que se extendió durante décadas. Un caso en el que a las muertes oficiales deben sumarse decenas de desaparecidas que era difícil atribuir al mismo asesino. Esa voluntad de cerrar expedientes abiertos llevó a los inspectores a la necesidad de llegar a acuerdos con el asesino, lo que les permitió localizar algunos de los cuerpos que no habían sido capaces de encontrar previamente.
Esos diálogos finales con el criminal no fueron plato de buen gusto para aquellos que durante años le habían dado caza, siguiendo las huellas de sus “hazañas”. En ese sentido conviene recordar que el relato abandona casi desde el principio al malo y se centra en sus perseguidores. A través de ellos vemos los cadáveres de las víctimas y la desesperación de aquellas familias que habían perdido a uno de sus componentes y vivían sin saber si estaba muerto o no.
También se refleja con una profunda sensibilidad cómo esa cercanía con el mal afectaba a quienes lo combatían. En True Detective, una ficción televisiva con no pocos puntos en común con este trabajo, los policías eran unos desechos morales contaminados por la corrupción que intentaban evitar. Por el contrario, la normalidad preside las vidas de los polis que persiguen al asesino de Green River.
Tienen hijos, intentan mantenerse en su puesto y si es posible ascender y, sobre todo, capturar al malo. Asistimos a un cierto cambio generacional, marcado por la aparición de los ordenadores primero y la mejora en los análisis de ADN después. Pero al final lo que cuenta es el factor humano, ese detective obsesionado con Sherlock Holmes y que tiene una foto de su hijo interpretando “El hombre de la Mancha” en su escritorio. Ese hijo que luego será el que escriba este sentido elogio de la labor de su padre. Ese sueño imposible al que se alude en el musical sobre Don Quijote le sirve de guía y da pie a una de las escenas más emotivas de una obra llena de momentos significativos, perfectamente escrita y mejor dibujada.
No deben perderse el que sin duda es un trabajo magistral.