LA CANCIÓN DE CIARA
Este volumen entrelaza las vidas de tres generaciones de irlandeses con destinos muy diversos.
El guión de Derek McCulloch juega con habilidad con todos los tópicos del sueño americano y también con su reverso. No evita mostrar la dureza de las calles plagadas de desgraciados provenientes de toda Europa pero también participamos de los cambios de costumbres y de la mayor libertad que los Estados Unidos ofrecieron a muchos de ellos. En realidad, aunque la historia está trufada de situaciones dramáticas, de las traiciones amorosas al asesinato y el robo, los finales tienden a proporcionar cierto alivio al sufrido lector. Tras las desgracias no nos espera una calamidad aún mayor, quedando un espacio para la lealtad y la buena fortuna.
La historia actual sirve sencillamente para guiarnos a través de los dos episodios pasados. A finales del siglo XIX la joven Ciara llega a Nueva York con su pequeña hija. Su esperanza reside en
que su marido, retenido en Irlanda por razones políticas, acuda pronto a reunirse con ella. El panorama que descubre al desembarcar es desalentador: prostitutas, explotación, suciedad, hacinamiento… Una situación ante la que se abrirá paso con determinación y sorteando no pocos peligros. La vida de Johnny, un joven irlandés aspirante a actor que llega en 1960, no es menos azarosa. En su caso al complicado ambiente bohemio en que se introduce se le añade alguna dificultad más, relacionada con su tendencia sexual. En un determinado pasaje se encuentra con un fantasma del pasado, que unirá esos personajes separados por las décadas a través de una balada. Por el camino aparecen en el relato todos los lugares comunes que asociamos con la verde Irlanda. Borracheras, canciones sentimentales, cuentos de luchas contra los perros británicos, pobreza y determinación, Johnny Dru, Brendan Behan y Kennedy. Pero, por si alguien duda de que la voluntad del guionista es distanciarse de los estereotipos, el irlandés que narra la historia en el presente es un millonario muy alejado de las preocupaciones que atenazaron a sus antepasados.
Si esta novela gráfica se sigue con interés y resulta por momentos interesante y emotiva, el dibujo aporta un extra al conjunto. No puedo decir que el trabajo de Collen Doran, la artista encargada de esta obra, me resulte familiar. Había admirado el tomo Una tierra lejana, que se llegó a publicar por aquí, aunque apenas recuerdo su participación en series como Sandman. En esta saga irlandesa realiza una labor tan peculiar como excelente. Su entintado tiene aspectos que pueden recordar a Kaluta o a Barry Smith aunque la mezcla es absolutamente personal. A veces algunos gestos y posturas le quedan un poco amanerados. Es el precio a pagar cuando se evitan las fórmulas habituales, explorando nuevos territorios en las actuaciones de los personajes. Su grafismo es tan blando como recargado en ocasiones pero la media es interesante y diferenciada y transmite muy bien las esperanzas, los temores, los desengaños y los miedos de sus héroes. No es sólo buena como ilustradora, es que además su narrativa es poderosa y su estructura de página muy curiosa y variada, adoptando soluciones que la emparentan con maestros como Eisner. Es una obra mayor y deberían darle una oportunidad.