360 páginas, 30 euros.
¡ADAMS DESENCADENADO!
Neal Adams, una auténtica leyenda del comic americano, vuelve con una nueva aventura de Batman que sin duda sorprenderá a sus seguidores.
Hace tiempo que no teníamos noticias suyas, más allá de las constantes reediciones en formato gigante de sus historietas sobre Green Lantern, Green Arrow, Deadman y, sobre todo, Batman. Su firma vende así que a esos tochos pueden añadir los recopilatorios con sus incursiones en el terror, su impresionante Superman vs. Mohammed Ali o su espectacular recorrido por la Marvel, con algunos episodios memorables en la Tierra Salvaje, entre otros. Adams ha sido un autor muy imitado y no exento de polémica. Fue quien reivindicó a los verdaderos creadores de Superman cuando se estrenó la película de Reeve, consiguiendo que se les pagaran parte de sus derechos. Desde su estudio Continuity lleva toda su carrera luchando por un trato más justo entre editores y autores y eso no puede ni negarse ni olvidarse. Como decía Larry Hama, que trabajó muchos años a su lado: “Neal suele caer muy mal pero se ha portado bien con todo el mundo”.
En el trato directo es un personaje muy especial, obsesionado con temas diversos. Lleva años defendiendo que al principio de los tiempos todos los continentes encajaban y que lo que ha ocurrido (sigue ocurriendo en la actualidad) es que la Tierra está creciendo. Eso explica las costas muy alejadas entre sí cuyos perfiles casan. Excentricidades aparte, Adams llevó al comic-book un extra de realismo, un toque de ilustración fotográfica poco habitual. Iba unido a unos acabados sutiles en los que furiosos golpes de pincel se conciliaban con suaves tramados de plumilla. Con el tiempo, según confesó a Eisner, sustituyó esas herramientas por los rotuladores, con los que simulaba las transiciones que antes conseguía de manera natural. Eso es lo primero que se aprecia en esta nueva entrega de Batman, personaje al que vuelve tras muchos años de ausencia. Sus acabados han perdido parte de la perfección que recordábamos. Se ha acentuado su apariencia barroca, exagerando tramados y descuidando las modulaciones. Si a ello se suma el pastoso color digital que viene a sustituir los antiguos tonos planos que tan bien se zambullían en los porosos papeles, lo que nos queda es un tebeo lleno de ruido y brillos, de oscuridades saturadas y confusión. Además el dibujante se recrea en los primeros planos lo que añade un extra de asfixia a una apariencia general ya en sí agobiante, recargada en exceso.
Pero es que firma también el guión. Todos los episodios arrancan con situaciones en marcha, cuyas claves debemos descubrir según vamos leyendo. Para resumir lo que ha ocurrido en capítulos anteriores recurre a monólogos de sus personajes que se dirigen al lector durante varias viñetas, haciendo gala de esa gestualidad enfática y desmesurada que siempre ha caracterizado al peor Adams. En el relato se incluyen todos los tópicos que rodean a Batman y más, hasta la extenuación. Es como si el dibujante se hubiera creído sus propias palabras respecto a que los guionistas son artistas frustrados, fácilmente sustituibles por cualquiera con un poco de imaginación. Como él. Así que nos brinda una ración doble (y hasta triple) de sus mejores esencias. Todo es acelerado y confuso, revolucionado, salpimentado con peroratas que intentan demostrar que estamos ante un auténtico hombre del Renacimiento. Para no perderse sus explicaciones sobre los coches de hidrógeno, entre otras. Está constantemente sacando músculo, presumiendo de su buena forma.
Y lo cierto es que los resultados no son para tirar cohetes. Ya digo: todo va tan rápido que se echan en falta momentos de auténtico relax que nos permitan disfrutar de la acción. En lugar de eso se acumula un suceso emocionante sobre otro… hasta que todo lo que pasa nos da lo mismo. Si al concluir la lectura acaban tan hartos como yo, les recomiendo “Scottish Connection”, un episodio de Batman que ahora se ha reeditado.
Alan Grant firma un guión tranquilo y que se entiende. Y los dibujos son de un primerizo pero ya buenísimo y muy limpio Frank Quitely. Es como una bocanada de aire fresco, un tebeo sencillo y efectivo, no un ruidoso armatoste como el que se monta Adams.