Barcelona, 2013. 17,90 euros.
UN GRAN PODER
Daniel Clowes aborda el problema moral que subyace en todo tebeo de superhéroes: ¿qué hacer cuando se nos otorga un poder que nos sitúa por encima de los demás?
Ya saben cual es la respuesta clásica de Lee y Ditko: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Todas las revisiones contemporáneas de esa afirmación han tendido a burlarse de ella, cuando no a negarla directamente. Si Ditko había llevado la premisa hasta sus últimas consecuencias, en personajes como Mr. A o sus héroes para la Charlton, la siguiente generación de creadores opinó justo lo contrario. El poder conlleva corrupción y cuando el poder es absoluto también la corrupción lo es. Esa es la evidente premisa en Watchmen, que no por casualidad nació como una actualización de las criaturas de Ditko. Lo que en principio iba a ser una puesta a punto acabó convertido en algo muy diferente, una gran farsa en la que la inversión de valores era casi completa. Pasábamos del mundo en blanco y negro del creador de Spiderman al universo plagado de matices de gris de Moore, donde la ambigüedad moral era la regla.
A Moore le siguieron otros escritores que demostraron que ambos puntos de vista podían convivir en el mercado. Morrison y muchos otros investigaron los diferentes tonos del gris, mientras que creadores como Ennis o Millar nos traían de vuelta a héroes clásicos, que debían enfrentarse a un mundo ya no tan simple como el de sus ancestros. Pero las bases se mantenían. En Kick-Ass, por ejemplo, el protagonista puede ser un desgraciado a quien su novia desprecia y todo el mundo da palos, pero eso no disminuye su coherencia moral ni la firmeza de sus convicciones. En todo caso, este era un debato del que el comic alternativo en general parecía bastante apartado. ¿Qué interés pueden tener estas discusiones sobre el bien y el mal cuando nos entregamos a la parodia más enloquecida o reflexionamos sobre el (sin) sentido de la vida?
Hasta ahora Clowes apenas había rozado estos asuntos. Sus héroes se mueven en unos territorios devastados, donde es el azar (y no nuestro libre albedrío) quien realmente causa unos cambios que siempre escapan a nuestro control. Ese protagonismo del absurdo provoca que sus relatos tiendan a avanzar sin rumbo, como si la atención del autor se desplazara del desarrollo de la historia hacia los ambientes. Con todo, su talento es indudable y se ha ido volviendo más refinado y sofisticado con los años. En sus últimas obras le ha dado un mayor protagonismo al color y ha depurado sus juegos con los diferentes registros del lenguaje del comic, incorporándolos a su discurso no siempre de forma afortunada.
Pero en este caso construye una historia sorprendentemente rotunda. Parte de un argumento clásico, como ya he indicado. Su “héroe”, el eterno perdedor adolescente, consigue una pistola que lanza ese rayo mortal que indica el título. Y lo usa con sus enemigos. Lógicamente, nada es lo mismo tras un asesinato y Clowes explica con mucha inteligencia esas consecuencias atroces que la violencia siempre provoca. Lo hace a su manera elíptica y retorcida, pero toda la estructura narrativa se pone al servicio de la idea central y no pierde nunca ese rumbo. El resultado es un tebeo sólido e inteligente, sin concesiones y con la frialdad y distancia que caracterizan al autor. No se lo pierdan.