152 páginas, 18,95 euros
EL CONAN DE TRUMAN
Después de publicar unos cuantos números “con grapa”, Planeta rectifica y nos ofrece ahora un bonito tomo con otra adaptación de una historia de Conan realizada por Truman: Villanos en la casa.
Lo cierto es que molesta tener que ir pagando por cuatro páginas al mes para poder disfrutar con el talento de creadores como Truman o el gran Corben. Más cuando no cabe duda de que en pocos meses lo volverán a sacar retapado. ¿Y entonces qué? Tengo la casa llena de comic-books que no me decido a tirar cada vez que alguien los reedita perfectamente encuadernados y con extras. Entiendo la lógica comercial del asunto, pero les aseguro que resulta muy irritante.
Dicho esto, lo que esta adaptación nos brinda es más de lo mismo. Es un relato que todos recordamos en la gran versión de Thomas y Smith, también en la fabulosa portada de Frazetta que el mismo Truman rememora en su introducción, y que inspiró una de las secuencias más impactantes de Conan el Destructor, la secuela de Fleischer que nadie cita, a pesar de ser una gran película de aventuras.
El guionista se asegura de transmitir fielmente el espíritu de Howard y eso es lo mejor que puede decirse de un tebeo donde lo que resulta más frío es el dibujo. Con Conan siempre nos pasa lo mismo. Por él han pasado algunos de los más grandes: Kane, Adams, Smith o el grandísimo Buscema. Creadores enérgicos y narrativos, capaces de transmitir vida con sus personajes.
Aquí el dibujante parece como si tuviera prisa. Encuadres enfáticos y narrativamente ineficaces, fondos perroneros, actuaciones deficientes… Todo está resuelto con precipitación y sin ganas y es claramente mejorable. Una pena, ya que Truman siempre cumple y en este caso sus compañeros no están a la altura. Aparte de eso, hay otro aspecto débil en esta aventura, como es la presencia femenina o más bien su ausencia. Esa fulana de papel mínimo apenas llega a la altura de los tobillos de otras heroínas que pueblan las aventuras de Conan. Los aficionados recordarán a las más guerreras, de Sonja a Belit pasando por Valeria. Pero yo quisiera aquí citar a las que protagonizan su ciclo más conocido, el que apareció en Relatos salvajes (Savage Tales en el original) y que ha sido repetidamente reeditado. Cuando revisamos aquellas historias comprobamos cómo Thomas repetidamente entrega las riendas del relato a un conjunto de mujeres realmente extraordinarias. Se nos cuentan los hechos desde su perspectiva y Conan transita esas narraciones casi como un personaje más. La mujer tiene una importancia cardinal en estas historias. Recuerden a la princesa Yasmela de El coloso negro, Olivia, “la hija de la confusión” de Sombras de hierro en la Luna, la reina Taramis de Khauran (y su gemela la malvada Salomé) de Nacerá una bruja, la enérgica Mellani “de los muchos hombres” de La morada de los condenados, la sensual Zuleika de Los fantasmas del Castillo Carmesí o la atormentada Yasmina de El pueblo del círculo negro. Son todas ellas personalidades fuertes, mujeres que luchan en un mundo de hombres donde en general son tratadas con desprecio. Contra todo pronóstico sobreviven y ganan sus batallas imponiéndose a su propia debilidad y consiguiendo con su astucia, valor e inteligencia lo que no alcanzarían por la fuerza.
Con estos retratos femeninos Thomas no hacía sino continuar una tradición que Foster había instaurado en su Prince Valiant. Esta serie medieval se despega definitivamente de sus antecedentes caballerescos cuando su creador decide aportarle un mayor protagonismo a Aleta, la mujer del héroe. Primero lo cuida como a un niño, luego lo manipula a su antojo, también lo cura y mima cuando es necesario. Como reina de las Islas Brumosas es mucho más que un ama de casa que espera pacientemente la llegada de su maridito. Pero también actúa como madre y esposa, en un giro familiar que de alguna forma equilibraba y redefinía la épica del héroe. Desde Aleta la mujer ya no podía ser simplemente la novia del prota, todo empezó a ser más complejo y maravilloso, como las chicas de Conan nos recuerdan. Debemos alegrarnos por ello.