viernes, 16 de marzo de 2012

Obituario: Muntañola, Severin & Moebius

SÓLIDO, LÍQUIDO Y GASEOSO


En los últimos días, tres célebres autores de comic nos han dejado. La fama de uno de ellos podría llevarnos a olvidar a los otros, una injusticia que les aseguro no cometeré. El americano John Severin moría el 12 de febrero, el español Joaquim Muntañola el 5 de marzo y el francés Jean Giraud el 11 de marzo.

Severin, con poco más de 90 años, fue un trabajador inagotable. El adjetivo que mejor califica su labor es “sólido”. Da igual que dibujase historietas de guerra, westerns, humor, superhéroes o espada y brujería. Su detallismo y fuerte estructura gráfica siempre aportaban verdad al tema tratado. Para la EC realizó incontables historietas de guerra, realzando los guiones de Kurtzman y apoyado en muchas ocasiones por el vigoroso entintado de su colega Bill Elder. Luego, cuando aparece Mad, también supo adaptar su estilo a las parodias que le solicitaban. En las historietas históricas era conocido por su rigurosa documentación, que le llevaba a estudiar los patrones de la ropa militar para asegurarse de dónde estaban las costuras. Sin duda era uno de los grandes y así debe ser recordado. Nunca desfalleció, nunca ofreció una obra menor o descuidada. Sus personajes son profundamente humanos y reales.

Su estilo se caracterizaba por un minucioso rallado que no le abandonaría. Lo mantuvo cuando tras el cierre de EC se puso a colaborar con Marvel. Allí lo encontramos como dibujante a lápiz o entintador. Por ejemplo puso tinta a su hermana Marie, también dibujante y colorista, en varios episodios del Rey Kull. También recordamos su paso por The Hulk o Nick Fury, entre tantos otros. Menos conocidas por aquí son sus parodias para la revista humorística de Marvel, Cracked. Como muchos compañeros de generación colaboró con entusiasmo en las publicaciones de Warren, para las que facturó unas espléndidas historias de fantasía y terror. También realizó montones de episodios bélicos para los “Big Five”, las colecciones de guerra de la DC.

Posiblemente su última gran aparición fue en The Rawhide Kid en 2003. Allí volvía a uno de sus temas favoritos, el western, para actualizar de forma brillante un viejo vaquero de la Marvel, que siempre se había distinguido por sus atildadas vestimentas. El guión jugaba con inteligencia con su orientación sexual y Severin realizaba un espléndido trabajo con este cowboy gay. Una divertida despedida.

Muntañola es justo lo contrario. Su trazo es fluído, ligero, veloz, apresurado. Será recordado como colaborador del TBO y dibujante de personajes tan conocidos como Doña Exagerancia y, sobre todo, Josechu el vasco. Pero fue mucho más: guionista radiofónico, colaborador de diversos periódicos, ilustrador y un largo etcétera. Entre otros muchos libros escribió una autobiografía en 2007: La memòria fa pessigolles. Un año después se le dedicaba una muy merecida exposición conmemorativa en Barcelona. Si desean conocer más sobre la vida y obra de Muntañola les recomiendo el amplio artículo que Jaume Capdevila le dedica en Tebeosfera: “Joaquim Muntañola. Fabricante de sonrisas”.

Este creador lleno de vitalidad que casi alcanzó los cien años empleaba el estilo más ligero y despreocupado del TBO, una revista que se caracterizaba por la limpieza de los acabados. No es casual que se la asocie con los movimientos linea-claristas, aunque la expresividad de la plumilla de Muntañola encajaría con dificultad en tan austera tendencia. Lo suyo está más cerca de la aparente despreocupación de un Sempé o un Steinberg. Nunca intentó dibujar “bien” en un sentido convencional. Pero no olvidaremos las irresistibles historias de Josechu el vasco. Por cierto, algunos medios ya se han apresurado a enterrarlo como “último dibujante del TBO”. Se olvidan de que algunos como Josep Mª Blanco Ibarz siguen bien vivos, como su antológica de 2011 en el Solleric se encargó de demostrar.

Por último tenemos a un dibujante que vale por dos: Jean Giraud, también conocido como Moebius. Era el más joven de los tres, nos ha dejado con 74 años. Posiblemente también el más influyente, aunque en su valoración pesa mucho su posición central en el comic europeo. Siempre fue un dibujante milagroso, como atestiguaba su compañero en la Escuela de Arte Mezieres, que casi dejó el medio asustado por su talento.

Giraud colabora e imita al genial Jijé en sus primeros trabajos. Como en el inicio del Teniente Blueberry, serie del oeste que aparece en las páginas de Pilote en 1964. Como muchos de sus compañeros en la revista pasó por un periodo americano, en su caso mexicano al casarse su madre con un oriundo de ese país. Allí descubrió la marihuana y el sexo, en una experiencia personal que demostraría ser una influencia permanente a lo largo de toda su carrera. Con Charlier al guión firma muchos álbumes cargados de homenajes a los clásicos films del oeste. Todos los aficionados recuerdan algunos títulos concretos, de El general cabellos rubios a La mina del alemán perdido. Pero con los setenta empiezan los cambios. Su dibujo abandona progresivamente las masas de tinta heredadas de Jijé, que son sustituidas por evanescentes tramados, delirios barrocos fruto del cruce entre Doré y unos cuantos porros, según propia confesión.

En 1974 monta con otros colegas la revista Metal Hurlant y allí da la campanada con Arzak. La cosa no iba de cocineros sino de episodios sin apenas argumento donde Giraud, ahora ya Moebius, deja volar su imaginación. El resultado es fenomenal y los lectores quedan deslumbrados por su talento y fantasía. Vuelve habitualmente a Blueberry, con un grafismo cada vez más meticuloso y saturado, mientras pasa de todo en delirios como El Garaje Hermético. Las escasas ocasiones en que lo acompañaba un guionista, como la brillante The long Tomorrow, son inolvidables. Allí dibujaba una historia de Dan O’Bannon ¡y el resultado era espectacular!

Muy importante fue su colaboración con el chileno Jodorowsky. Según este contaba lo fichó para su fracasado proyecto de adaptación cinematográfica de Dune. A partir de esa primera aventura los estudios se fijaron en el talento del francés y tuvo ocasión de participar en innumerables producciones, de Abyss al Quinto Elemento. En todas dejaba su impronta con imágenes retro-futuristas. Si las escafandras de Alien nos recordaban inevitablemente a Verne, también conseguía extrañas mezclas en las que predominaban los cristales, las amebas y otros objetos blandos de difícil clasificación.

Se embarcó en la realizaciónde álbumes con Jodorowsky. Quedaban en un café, el escritor inventaba el argumento sobre la marcha, Moebius volvía a su estudio y lo dibujaba. Cuando se le acababa la historia volvían a verse. Así fabricaron varios álbumes donde se entrecruzaba violencia y misticismo en una fórmula que ha resultado inimitable. De alguna manera el chileno resultó el guionista adecuado para Giraud y gracias a esta afortunada unión los mejores dibujantes del mundo hicieron cola para trabajar con él.

Moebius era un tipo tan especial en lo privado como sus maravillosos mundos gráficos podían hacernos sospechar. Pasó por temporadas entregado a las más extrañas dietas, se largó a una isla acompañando a un gurú que anunciaba el fin del mundo, volvió cuando vio que el Apocalipsis no llegaba, etc. Estuvo en el Salón de Asturias en dos ocasiones, en Oviedo en 1988 y en Gijón en 2003 donde recibió el Premio Haxtur al Autor que Amamos en compañía de Sydney Jordan. En ese momento ya era una suerte de figura casi divina, con derecho a hacer lo que le viniera en gana. Casado con una nueva mujer más joven se había distanciado de Jodorowsky, aunque antes de separarse habían completado La Loca del Sacre Coeur cuyo tercer álbum ya evidenciaba las crecientes discrepancias entre ambos.
En fin, Moebius vivió mucho y trajo una mayor libertad al medio, algo que él mismo aprovechó con intensidad. Sus ilustraciones nos alcanzan por su belleza, originalidad y fantasía. Nunca dibujó bien a las chicas y eso que confesaba que el dibujo era lo que le había permitido ligar. Descanse en paz.