80 páginas, 17,80 euros.
ALTO, GUAPO... ¡Y MALO!
¿Qué mejor manera de empezar 2020 que leyendo un tebeo de Carlos Giménez? El autor vuelve a territorios conocidos para ofrecernos nuevas y emocionantes historias.
Sobresale la que cuenta con un argumento de Josep Mª Beà y que da título al álbum, “Mi amigo Luis”. En todos los episodios el autor vuelve sobre personajes que ya había presentado en anteriores álbumes, aportándoles nuevos matices. Como la novia de la juventud que recupera en “Crepúsculo”. Si en la primera versión se nos contaba el arco completo de la protagonista, de su gloriosa juventud a su terrible decadencia, en esta ocasión se le da una nueva vuelta de tuerca, mostrando que aun se puede caer más bajo. Esa mujer vapuleada por la vida confiesa que su mejor etapa fue cuando se dedicó a la prostitución en Portugal. El dibujante lleva años transmitiendo la desesperación del que está al final de un camino ya demasiado largo. Así que sus personajes más desgarradores acaban siendo los más creíbles. Ese encuentro entre la mujer acabada de hoy y su novio del pasado, que la recuerda como en la foto que se intercambian, con la lozanía de su espléndida juventud, resulta tan emotivo como desolador.
Mucho más ligeros son los otros dos capítulos, dedicados a las andanzas del joven dibujante. Giménez ha dedicado muchas páginas a sus compañeros artistas, “Los profesionales”. En general son un conjunto de anécdotas entretenidas y que describen muy bien cual era el ambiente y las costumbres cuando se inició en el oficio. Estas se ajustan a la norma, están bien contadas y poco más.
Pero la primera es algo diferente. Como el propio autor comenta en la introducción él acostumbra a desarrollar historietas que sus amigos le cuentan. En el caso de Beà, también dibujante, no solo le explica el relato con todo lujo de detalles, también le aporta documentación y le facilita bastante la tarea. Con ese material Giménez se lanza a lo que mejor sabe hacer: duplicar la mirada de un niño. Lo demostró con brillantez en “Paracuellos”, también en “Barrio”. Ahora quizás se toma más tiempo que entonces y su narrativa es en general más pausada, pero aun mantiene la magia con la que siempre nos conmueve. Se describe la relación entre un niño y un mozo de almacén, un tipo alto y fuerte al que el chaval adora. Estamos casi ante el reverso de aquel otro episodio que incluyó en uno de los últimos volúmenes de “Paracuellos” y que tuve ocasión de comentar en las Navidades de 2017. Allí aparecía un jardinero que se portaba bien con unos niños acostumbrados a ser maltratados por sus mayores. Aquí a esa amistad entre niño y adulto se le da un giro tenebroso. El asunto tiene miga tratándose de Giménez, uno de los autores más comprometidos de este país. Sus diferentes obras siempre reflejan su ideología y su preocupación por los débiles, por los que trabajan y son explotados, por los que padecen humillaciones que no se merecen. Si alguien ha idealizado a la clase trabajadora ese es Giménez. Pero además lo ha hecho desde dentro. Ahora muchos autores parecen hijos de papá que vienen a perdonarnos la vida y a redimir las culpas de sus progenitores ayudando a los necesitados, o eso nos dicen. Nunca fue así en el caso de Giménez, él nunca jugó a ser pobre. Nos contó las miserias de su infancia y su ascenso social, pero cuando hablaba de la construcción de una chabola en una noche lo hacía desde dentro, desde la verdad. Sus héroes eran perdedores con dignidad y orgullo. Por eso sorprende más lo que ocurre en “Mi amigo Luis”. Cuando la amistad entre el niño y ese “primo de Zumosol” alto y rubio, ese trabajador capaz y honrado queda establecida, se dispone la siguiente pieza del drama: en el almacén donde trabaja empiezan a producirse robos. Él colabora en su resolución. O eso parece.
Ya he contado demasiado. Solo Giménez se atreve a día de hoy a firmar unas páginas como las que cierran esta historia. Ya mayor el niño de ayer vuelve a encontrarse con su viejo amigo el gigante rubio. El cruce de emociones que se describe a continuación será calificado por muchos como sensiblero y hasta empalagoso. Yo creo simplemente que el autor vuelve a demostrarnos que no teme expresar sentimientos y que sigue siendo el más grande.
Entrevista con Carlos Giménez