jueves, 28 de diciembre de 2017

PARACUELLOS - LAS MADRES NO TIENEN LA CULPA - GIMÉNEZ

Comic Paracuellos Carlos Giménez Las madres no tienen la culpa - reservoir books - TBO BD
Reservoir Books. Barcelona, 2017
82 páginas. 17,90 euros.

GANAS DE LLORAR

Aparentemente Giménez deseaba dedicar su último (hasta el momento) libro de Paracuellos a las madres. Según explica en su introducción siempre había prestado atención a los sufrimientos de los niños. Pero sin duda sus madres eran más conscientes y padecían con mayor intensidad aquella forzosa separación.

Ya saben que esta es la obra de su vida. Él fue uno de aquellos críos condenado a vivir en un “Hogar”, lejos de su familia. Lleva una buena parte de su carrera profesional contándolo, describiendo la maldad de unas cuidadoras más atentas al adoctrinamiento y a sus propias necesidades y frustraciones, que a las carencias de unos chavales sometidos a unas condiciones de vida inhumanas.

Si algo nos ha enseñado Giménez es que con los niños no se juega. Cuando alguien antepone su ideología, religión o codicia al bienestar de sus hijos, cuando cree que puedo usarlos como barrera o moneda de cambio, toda razón se ha perdido, ya sabemos que nos encontramos frente a un desalmado capaz de cualquier desatino. Por supuesto hay otros Giménez más allá de Paracuellos: Hom, Koolau, Barrio… Su obra es ingente y magistral, ha sido el Autor con mayúsculas del cómic español. Y pasarán muchos años antes de que nadie pueda sustituirlo. Porque además su voz fue la de toda una generación. Fue la voz de un pueblo que se alzaba y recordaba. Y al tiempo construía y se mostraba dispuesto a avanzar… sin olvidar. Creo que pocos creadores como Giménez pueden presumir de haber sabido, en un determinado momento histórico, expresar los deseos, los miedos, los atrevimientos de una sociedad. Pocos entre quienes le antecedieron o sucedieron lo han vuelto a conseguir. Pero Giménez sí: hace años, él habló por todos nosotros.

Ya saben que últimamente me cuesta seguirlo. Pero creo que con este último trabajo lo ha vuelto a conseguir. Por un lado uno espera una mayor presencia de las madres, de acuerdo al título que propone y a su introducción. No es exactamente así. Sobre todo el último episodio subraya su posición. Él sigue contando desde su experiencia, que es la de un niño maltratado, abandonado.

Desde esa sensación de pérdida explica la ausencia de la madre, ese espacio de amor y calor que los niños echan especialmente en falta. Como comenta el autor los críos se adaptan con más facilidad que los adultos. Las madres sufrían sin tregua mientras los niños se ajustaban a la nueva realidad, pero a veces no era tan fácil. Y ahí está Giménez para contarnos la historia de ese niño que se sube a un banco en espera de que aparezca una madre que no acaba de llegar nunca. Con ese zoom al rostro de Peribáñez nos explica que lo peor es no tener una madre a la que abrazar cuando llegan las ganas de llorar. Alguien lo calificará de sensiblero. Yo no, creo que Giménez ha vuelto a contar lo que mejor conoce y lo ha vuelto a hacer bien.

Otra sorpresa es la dedicatoria del álbum y el epílogo donde nos relata la existencia de ese personaje que les ponía películas. Un funcionario que de forma desinteresada ayudó a los niños sin familia tanto como pudo, a lo largo de toda su vida. Una figura heroica a la que apenas dedica unas viñetas en un episodio. Pero si Giménez no se atreve a desarrollar más la figura de ese santo laico, parece servirle de inspiración para el primer episodio, en mi opinión el mejor del libro y una pequeña joya. El relato es uno más en el conjunto de Paracuellos: niños que padecen, en este caso por sed ya que en el verano el agua se reducía a un vaso al día. Pero aparece un señor, el jardinero, que marca la diferencia.
Como vivimos en un universo donde reina la sospecha, lo primero que vemos planear es la sombra de la pederastia, algo que curiosamente apenas asoma en esta saga. Hay constantes brutalidades, golpes, bofetadas, palizas, pero apenas se alude a tocamientos u otros abusos sexuales. Pero en este caso, cuando los niños han bebido el agua del botijo del jardinero y deciden sustituirla por orina, el momento en que uno de ellos se la saca dispuesto a dar el cambiazo y se ven interrumpidos por el trabajador, uno supone que cualquier cosa puede pasar. Y lo que sucede es lo más inesperado. En medio de sus penalidades los niños descubren a un buen hombre que se hace amigo suyo y los ayuda cuanto puede.
Giménez lo cuenta con una sencillez y naturalidad pasmosas, todo resulta conmovedor. Sobre todo porque nos recuerda algo no muy habitual en la serie: que queda bien en el mundo y que esa bondad suele deberse a una decisión personal. El jardinero podía ser un bicho, frustrado por las limitaciones de su existencia. Pero como el hombre del cine, la señorita Ester Alvar o hasta el señor delegado, ha decidido ser bueno. Y eso es ya de lo poco que podemos esperar y agradecer en esta vida. ¡Feliz Navidad a todos los hombres de buena voluntad!