176 páginas, 18 euros
CREER EN LA MAGIA
Mark Millar lo ha vuelto a hacer. Con The Magic Order propone un nuevo concepto, un universo mágico tan coherente como narrativamente efectivo.
No todas sus propuestas son tan exitosas. Se ha publicado la segunda parte de Jupiter’s Circle y seguimos echando de menos a Quitely, el maravilloso dibujante de Jupiter’s Legacy, la serie de partida. También algo más de inspiración en los guiones que, siendo correctos, no alcanzan las cotas de otras entregas del prolífico creador.
Pero en su propuesta mágica todo son buenas noticias. Primero, la presencia del dibujante francés Olivier Coipel, un profesional con una larga experiencia en los comics de superhéroes. Tiene un elegante diseño de página, unos acabados precisos y delicados y los rostros de sus personajes son siempre encantadores. Le acompaña Dave Stewart con un color que aporta atmósferas y gamas tan contenidas como sugerentes. Satisfacen con creces las exigencias gráficas del guión.
Si la visualización es correcta y hasta muy inspirada por momentos, el argumento es arrebatador. Como suele ocurrir con Millar la primera sensación es que nos traslada a un terreno conocido. En este caso se trata de una versión adulta de Harry Potter.
Un universo en el que un grupo de magos defiende a los humanos de los terrores que les acechan desde otras dimensiones. Todas sus hazañas permanecen ocultas para no provocar el pánico y la locura entre los confiados terrestres.
También hay unos villanos, una escisión de la familia de hechiceros buenos, adecuadamente vestida de cuero y de aspecto más macarra y “rebelde”. La acción se inicia con un asesinato, a cargo de un tipo que oculta su identidad bajo una de esas siniestras máscaras del carnaval veneciano. A medida que avanza la trama vamos conociendo a los diferentes miembros de esa dinastía de magos, sus vicios y sus virtudes, sus miedos y sus osadías.
Los asesinatos se suceden hasta que el heredero de la casa mágica, retirado por una gran tragedia familiar, se ve obligado a usar su varita mágica, que había prometido no volver a tocar. Como verán, hasta aquí no hay nada que nos sorprenda mucho. Es un planteamiento que serviría como resumen para varias películas, series y hasta novelas, resulta familiar.
Pero Millar se las apaña para retorcer sus premisas y conseguir dos grandes momentos en el último tramo del relato, firmando uno de los finales más satisfactorios de los últimos años. Juega muy bien con algo crucial en un buen guión, como son las expectativas del lector. ¿Qué esperamos de tal personaje? Si se nos ha indicado que ese elemento aparentemente banal tiene importancia, esperamos que en algún momento la pista se concrete en algo que premie nuestra atención. En la reciente “Érase una vez en Hollywood”• encontramos un ejemplo de libro de lo que comento. Me refiero a la escena del perro. Se pierde un montón de tiempo en una secuencia aparentemente inocua: cómo el personaje de Brad Pitt alimenta a su perro. Luego, en el catártico final, comprobamos que aquella parsimonia obedecía a una lógica narrativa cuyo brutal sentido se desvela más tarde, para satisfacción del espectador.
Las expectativas pueden emplearse en dos sentidos. En el positivo el lector obtiene lo que espera. Del personaje, de una situación… Planteadas las premisas el relato debe satisfacerlas o se traiciona a sí mismo. Pero cabe un uso negativo cada vez que el lector espera un determinado desarrollo de los acontecimientos. El guionista puede jugar con eso, que es exactamente lo que ensaya Millar. Así que de repente uno de sus personajes ¡hace lo contrario de lo que se esperaba de él! Cuando apenas nos hemos recuperado de esa maniobra aparentemente absurda, activa a otro de sus personajes, llevándolo a una posición inesperada. Pero, al mismo tiempo, de una forma absolutamente coherente con su carácter, tal y como ha sido descrito de manera sutil pero sostenida a lo largo de toda la narración. El resultado, lo he dicho y lo repito, es increíblemente satisfactorio. Millar supera nuestras expectativas pero no nos decepciona, al contrario, nos brinda algo que va mucho más allá de lo que habíamos anticipado.
En resumen: un cómic para pasárselo en grande.