Este año coinciden dos efemérides del mundo del cómic, la del primer Tintín y la del primer Astérix.
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Las interpretaciones sobre el pequeño héroe se suceden. Éste nos explica las razones por las que se puede deducir, sin ningún género de dudas, que Tintín es homosexual. Aquel le acusa de crueldad con los animales, citando como prueba la secuencia de los antílopes de “Tintín en el Congo”. El otro tilda a Hergé de racista por sus caricaturas de judíos en “La estrella misteriosa”, de colonialista por su visión del Congo en su segundo álbum, de misógino por la Castafiore y prácticamente todas las (escasas) señoras que aparecen en la serie. Se discute sobre prohibir la venta y distribución de los álbumes de Tintín o de comercializarlos con una advertencia donde se destaquen los perniciosos y desfasados valores que se filtran a través de sus viñetas.
De fondo, siempre los rumores sobre su primer álbum y la colaboración con los nazis. Como saben Hergé realizó versiones actualizadas de todas las aventuras de Tintín. En esas puestas al día aprovechaba para corregir aspectos de narrativa o clichés que resultaban intolerables con el paso de los años. En “Tintín en el Congo” una lección sobre la monarquía belga se convertía en una clase de aritmética. Pero el autor nunca quiso volver a “Tintín en el país de los soviets”. Tardó mucho en reeditarse y cuando lo hizo fue en forma de facsímil, con toda la crudeza del dibujo original. Su álbum soviético podrá ser acusado de torpe, desde un punto de vista técnico. Pero no de que mienta sobre la tiranía comunista. Como descripción de una realidad, se acercaba bastante. Respecto al comportamiento de Hergé durante la ocupación, no fue muy diferente al de Sartre. Tan solo permaneció dibujando en el mismo periódico en el que trabajaba desde antes de la guerra. Se le podrá acusar de cobarde, pero me cuesta verlo como amigo de los nazis. Ya lo he comentado con anterioridad: pagó el gran pecado de cuestionar la superioridad moral de la izquierda.
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Hergé es un padre fundador, un gran creador de lenguaje, un generador de formas que otros imitarán. Su dibujo primero presenta la limpieza de algunos dibujantes americanos pero luego engendra su propio modelo, con unas figuras muy estilizadas pero realistas y unos fondos cada vez mejor documentados.
Su capacidad para mezclar humor y drama, la variedad de sus personajes, la claridad de su puesta en escena… Todos los aspectos de su trabajo son sobresalientes, dignos de estudio si se quiere narrar con sencillez y eficacia. Sus historias son emotivas y arrebatadoras y le aseguran un lugar en la historia del comic europeo y mundial.
Evitando la pura evasión, Hergé se inclinó hacia el realismo. Sus viñetas, por muy estilizado que fuera el dibujo, reflejaban un mundo que podíamos reconocer. Si su viaje a la Luna es atractivo es porque continúa siendo verosímil, las cosas podían haber sido tal y como él las contó. Supo denunciar los prejuicios europeos sobre China en “El loto azul”, trabajo a partir del cual se instala en una nueva disciplina, obsesionado por la representación creíble de los hechos. En “El cetro de Ottokar” y más tarde en “El asunto Tornasol”, captó con acierto las tendencias totalitarias que recorrían Europa.
Siempre se menciona su relación con los scout y la iglesia católica, que le apoyaron en sus inicios. Pero luego quedan muy pocos rastros del catolicismo en Tintín, a menos que se considere la ausencia de sexo como una prueba de sus convicciones.
Por toda Europa había leyes que protegían a los niños contra la obscenidad y que tardaron años en desaparecer. Si la ausencia femenina era una anomalía, estaba muy extendida. Pocos curas salen en la serie y escasas son las alusiones a la fe que podríamos recordar.
Lo que todo lector sí tiene presente es la actitud general del héroe, siempre dispuesto a ayudar a los débiles. De forma impulsiva, sin darle muchas vueltas. Se llame Tchang o Zorrino, en cualquier rincón del mundo donde alguien necesita ayuda, allí está Tintín para echarle una mano. A pesar de sus coqueteos con la realidad Hergé es muy consciente de ser un dios en su propio universo, él controla todo lo que ocurre con una precisión de relojero. Sabemos que sus tramas se desenvolverán con exactitud milimétrica, que el final será satisfactorio, que el trayecto será emocionante y a ratos divertido y que aprenderemos cosas sobre nuestros semejantes. Había algo en Tintín que, aunque enclavado en una fantasía infantil, nos proyectaba hacia la madurez. Hergé manejó como nadie esa ambigüedad, construyendo para nosotros un mundo atractivo y desafiante.
Son muchos quienes confunden esa fantasía con lo real. No es un periodista, ni está filmando documentales ni escribiendo ensayos sociológicos. Es un artista que emplea determinados aspectos de la realidad en su trabajo. Lógicamente, si defendiera la pederastia o el sexo con focas no miraríamos sus viñetas de la misma manera. Pero me cuesta ver en sus páginas esas aberraciones que otros localizan con aparente facilidad.
Pongo un ejemplo real. En un grupo de internet se comentaba un eclipse solar cuando alguien tuvo la feliz idea de insertar la viñeta de Tintín en la que la desaparición del sol provocaba el pánico entre los nativos y conseguía que el héroe y sus amigos se salvaran. Todos celebrábamos la oportuna imagen cuando un comentario nos hizo callar. En él se recordaba el conocimiento de los incas de los ciclos estelares y el evidente racismo de Hergé en una escena que contradecía todo rigor documental. Por supuesto la cita terminaba afirmando que los europeos siempre se creían superiores a otras culturas. Como digo, todos nos quedamos mudos. En plan: “Llevo toda la vida disfrutando con estereotipos racistas”. ¡Glups!
Sin embargo, si alejamos un poco el foco de un pasaje que no deja de ser una argucia del guión, si atendemos al conjunto de la historia ¿qué encontramos? “Las siete bolas de cristal” y su continuación “El templo del Sol” recrean un suceso muy popular: la maldición de la tumba de Tutankhamon. En su primera parte se insiste en cómo la curiosidad y la codicia de los investigadores blancos provocan una serie de extraños sucesos que acercan el tono del relato al género del terror. La escena en que todos los científicos se convulsionan al mismo tiempo es antológica, casi surrealista.
En la segunda parte encontramos otro de los temas recurrentes en Tintín: viaja a la otra punta del globo para ayudar a su amigo Tornasol. Y una vez allí echa una mano a un joven desconocido, simplemente porque no soporta a los abusones.
La serie está llena de mensajes de tolerancia y respeto hacia otras culturas. Supongo que también de algunos deslices, pero no creo que Hergé sea el único racista del universo. Ni entonces ni ahora. Al menos su obra nos señala la dirección correcta. Creernos más listos que los demás puede ser un error, los prejuicios deben ser siempre cuestionados. ¿Cuál era la alternativa a la escena del eclipse? ¿Que los amables nativos sacrificaran a los héroes? Quizás es lo que algunos desean. Que las víctimas vuelvan a comportarse como verdugos. Pero ese nunca ha sido el mensaje de Tintín. ¡Gracias a Dios!
TO ER MUNDO E GÜENO
En 1959 se publicaban en Pilote las primeras planchas de Astérix, que serían recopiladas en el álbum “Astérix el galo” en 1961. En la actualidad la serie sigue en marcha, confeccionada por unos autores que no son los originales.
En el libro de ensayos de Goscinny editado por Libros del Zorzal, el guionista se queja amargamente de su éxito. Declara que él se esfuerza por ser un incomprendido, por escribir de forma ininteligible, pero que no lo consigue. Con amarga ironía insiste en que pese a sus intentos, todo lo que factura es aceptado con regocijo por sus lectores, asegurándole fama y fortuna.
Su compañero de viaje, el dibujante Uderzo, podría esgrimir un planteamiento semejante. Es un conocido coleccionista de Ferraris, lo que nos da la medida de su situación económica.
Astérix se convirtió en un fenómeno global, traducido a decenas de países y con adaptaciones cinematográficas, parques temáticos y todo tipo de productos derivados. Goscinny murió en 1977 y tras su fallecimiento Uderzo se hizo cargo de las historias. Hace años el dibujante decidió dejar los lápices y le pasó el testigo a otros creadores. Podía haber hecho como Hergé y acabar con la serie al abandonarla sus creadores originales. Pero han decidido mantenerla en marcha. Como recientemente también hacía Van Hamme con sus personajes o siempre han hecho las editoras y sindicatos estadounidenses.
Los autores vienen y van, el personaje, la marca, permanece. Lo que conlleva ventajas y desventajas. Si los autores que abordan la serie son buenos, pueden mejorar el original. Como recientemente ocurría con Senté y Juillard y su versión de “Blake y Mortimer”. Con Astérix, hasta el momento no he visto nada que superase los primeros álbumes. Pero ya en su momento se notó la ausencia de Goscinny, un genio del humor difícil de sustituir.
Astérix, como Tintín, tiene una conexión con los USA. Goscinny trató a la plana mayor de la revista Mad, empezando por el dibujante y guionista Harvey Kurtzman. Su forma de abordar el humor debe mucho a aquella nueva visión que la última publicación de la EC aportó.
Todo podía ser blanco de las bromas, el cómico era como un huracán, por donde pasaba nada volvía a ser lo mismo. Pese a su sistemática desmitificación de la realidad, Astérix nunca ha sido tan polémico como Tintín. Creo que sobre todo debido a su marcado sesgo humorístico y a su ubicación temporal. Se recomendaba su lectura como complemento de los libros de historia o de latín y no fueron pocos los datos que aprendimos a través de sus viñetas, sobre gladiadores, Cleopatra, Alesia o el sistema financiero helvético. Tintín ganaba en el terreno del prestigio cultural. En comparación Astérix era poco serio.
Si Tintín se dirigía al jovencito que se enfrentaba a una incipiente madurez, el pequeño galo apelaba a sectores más infantiles, cautivándolos con su humor absurdo y salvaje y sus divertidos juegos de palabras. Esa apariencia un tanto descerebrada escondía no obstante un producto perfectamente realizado, con un dibujante superdotado al frente, que saltaba con insultante facilidad del realismo de “Michel Vaillant” a la cómica plasticidad del galo y sus amigos. Tendemos a menospreciar el humor y Astérix no es una excepción. Pero también late una cosmovisión tras su fachada ligera y bromista.
En su momento se insistió en la comparación con la actualidad. Roma serían los USA y la pequeña aldea gala Francia o Europa por extensión. La defensa de lo individual, lo particular, frente a la voluntad normalizadora del imperio.
Otro de los grandes ejes temáticos es, como en Tintín, el intercambio cultural. Astérix conecta, episodio tras episodio, con otras culturas. Hay un cachondeo evidente con los matices más exóticos que los nativos exhiben, pero siempre unido a un respeto hacia lo diferente. Cuando Obélix repite por enésima vez lo de “están locos estos… (lo que sea)” ya sabemos que todos estamos locos, que todos tenemos manías, gestos, costumbres, actitudes, que resultan extrañas a los otros, los forasteros. Pero que con un poco de tiempo y buena voluntad hasta el ritual más peculiar resulta comprensible.
El mensaje, reiterado una y otra vez con simpatía y un evidente tono de farsa es que “todo el mundo es bueno”. Y es precisamente el establecimiento de ese lugar común el que permite a la serie reírse de todo y de todos. De la manía suiza con la limpieza (frente a la suciedad romana), de la obsesión hispana por el cante y el baile, de la arrogancia y susceptibilidad de los corsos y de lo que se les ocurra.
Evoco con especial cariño el álbum “La vuelta a la Galia con Astérix”. Me llamaba la atención la profunda variedad de sabores locales que la vieja Francia podía contener, los acentos, las comidas, las costumbres, todo un festival que sin embargo se reconocía unido en aquella entidad superior, la Galia. La historia de Europa parece ahora avanzar en dirección contraria, de regreso a la tribu. Rota Yugoslavia en jirones, identidades cada vez más localizadas buscan su lugar bajo el sol, avivando atávicos desencuentros e imperdonables ofensas del pasado. Quizás Astérix debería de visitarlos a todos, recordarles que las diferencias no son tan importantes y animarles a que no se tomen tan en serio.