160 páginas, 16,90 euros
¡SOY MINERO!
Nueva entrega de Max, en la línea de sus últimas obras. En este caso la excusa para sus devaneos gráficos es un viejo cuento griego sobre el origen de la pintura.
Me llama la atención que haya coincidido en su título con el elegido por un creador que se encuentra en sus antípodas. Mark Schultz llevaba años publicando recopilatorios con sus pulidos dibujos en Flesk bajo el prosaico rótulo de “Dibujos varios”. Cuando llegó al quinto volumen decidió cambiar y optó por “Carbón”.
Lo explicaba recordando que era el elemento que formaba parte de muchas de sus herramientas, tinta, lápiz, carboncillo… Si es negro, seguramente llevará carbón.
Además, es el componente clave de la vida sobre la tierra, lo que lo mantiene todo unido ¡Y además es un nombre muy chulo! El material que Schultz agrupa en “Carbon” no podría ser más lejano al que encontramos en el “Rey Carbón” de Max. El primero es clásico y realista, el segundo poético y despojado.
Uno nos transporta a los mundos de la aventura y los grandes relatos, el otro a un desierto helado donde reina el ascetismo y el dibujo se conforma con ser, sin necesidad de contar. Curiosamente ambos fabrican esos universos tan enfrentados con materiales similares: el grafito, la tinta y sus huellas sobre el papel.
El cuento que Max emplea en el centro de su obra ha sido comentado y citado por numerosos autores, es una de las fábulas más populares sobre el inicio del arte. En una publicación denominada Comercial de la pintura el brillante Ángel González (el poeta no, el otro) le dedicaba un artículo titulado “A propósito de algunos cuentos sobre pintura entre los antiguos” (1984). En él pasaba revista no solo a la versión de la que parte Max sino a cuentos similares y hasta a atribuciones diversas de la misma historia.
Se consideraba que aquella despedida entre los amantes era el origen no del dibujo sino de la cerámica. Y que lo que había hecho ella era modelar a su amor en lugar de trazar su retrato sobre la pared. González también citaba una de las interpretaciones más famosas de un cuento similar, el de las tres líneas a cargo de Gombrich. Como saben esa historia se consideraba una alusión a la destreza, al virtuosismo, hasta que el historiador del arte lo relacionó con los secretos de los pintores para crear la ilusión de volumen. Tendríamos la sombra, la zona de luz y la tercera línea sería el brillo, la parte cegadora. Luego González pasaba a reflexionar sobre el concepto y el trazo, la línea y el diseño y todos esos matices que suelen manejarse en el mundo del dibujo. Concluía con un apunte sobre la luz y la sombra aplicado a la moralidad. La línea correcta separaría lo bueno de lo malo. Zip!
Hay algo de todo eso en el “Rey Carbón”. Vuelve a aparecer la urraca que ha acompañado los últimos trabajos del dibujante, una especie de yeti blanco y narigudo y otro personaje negro. La línea se estiliza hasta la perfección en los contornos y se duplica con insistencia en tramas muy regulares. Hacia el final ya nada queda del argumento.
El autor se deja ir y los rallados invaden las planchas sin intención narrativa alguna, tan solo dibujos hablando con dibujos. Hay una transformación en la que se nos recuerda la importante presencia del carbón en las modernas revoluciones industriales, pero al fin y al cabo todo son trazos en la pared, parece decir Max. Creo que tras muchos años transitando los mundos del cómic y la ilustración el autor ha decidido que lo que le gusta es acumular dibujos. Si luego esos conjuntos de imágenes fascinantes acaban construyendo una narración coherente bien. Y si no, también.