284 páginas, 17,90 euros
PRÍNCIPE Y PRINCESA
Jen Wang, dibujante afincada en Los Angeles, firma un cuento con grafismo de película de Disney pero que esconde tras sus amables acabados uno de los guiones más brillantes que he leído en mucho tiempo.
Todo es sorprendente en esta novela gráfica. Empezando por el dibujo, que es tan encantador como expresivo. Las fuentes clásicas de las que bebe saltan a la vista, con citas no solo al mundo de la animación sino a los grafismos de ese fin de siglo en el que transcurre la acción. Pero al mismo tiempo se nota que han sido asimiladas e integradas en un estilo propio, personal y muy efectivo en el que destacan una perfecta línea de contorno y un color cálido y embriagador. Sumen a eso una narrativa arrolladora y una estructura de página abierta y cambiante.
Todo es luminoso y bonito, cada centímetro está resuelto con primor y dedicación, sin perder frescura y sin que nada en el delicioso dibujo estorbe a la narración. Pero si la parte gráfica no defrauda las expectativas creadas al hojear el volumen, las verdaderas sorpresas se encuentran en el terreno argumental.
La dulce carcasa esconde profundidades insospechadas, un cuento de hadas moderno, adulto y que pone en el centro de lo narrado la movediza identidad sexual de los protagonistas. Sumen a eso una segunda línea de interés de carácter aparentemente más tradicional: la historia del desclasamiento, del ascenso social de la modista del título. Pero incluso a eso Jen Wang sabe cómo darle la vuelta.
El título nos remite al clásico de la Monroe, “El príncipe y la corista”, aunque en realidad quizás tenga más que ver con “Príncipe y mendigo”. O con ninguno de los dos.
Como fuera, la autora desvela pronto sus intenciones. Se nos cuenta la historia de Frances, una modistilla a la que se brinda la oportunidad de salir del taller donde es explotada, para ir a crear modelos para un misterioso cliente. Ella cree que va a trabajar para una princesa cuando descubre que en realidad se trata de un príncipe.
A partir de esa primera sorpresa descubrimos que el relato no cede a la tentación de la farsa o de la reivindicación sexual. El protagonista no es exactamente un gay, tan solo le gusta travestirse de vez en cuando. Pero por supuesto eso resulta inaceptable para un miembro de la familia real. Si la figura del príncipe Sebastian está llena de matices, no todos divertidos, Wang se preocupa por no descuidar a su modista.
Nos mostrará no solo su crecimiento profesional y creativo, también sentimental y emocional. No se detiene solo en las tradicionales barreras de clase sino también en las aspiraciones creativas de Frances, que ella misma debe descubrir, y en la compleja psicología del príncipe, que es al tiempo hombre y mujer, lo que dificulta un posible acercamiento afectivo.
A pesar de su ambiente decimonónico, esta novela gráfica es rematadamente moderna. Como en el Moulin Rouge de Baz Luhrmann, el París de Lautrec y Riviere se emplea como telón de fondo de preocupaciones más actuales.
Frente a una sociedad donde los roles sexuales se remarcan hasta la saturación visual, la obra reflexiona sobre el papel de la ropa a la hora de definirnos, cómo nuestras elecciones determinan la mirada de los otros. Y cómo es posible jugar con esos roles, casi a voluntad. Es muy complicado el tono que se mantiene a lo largo de toda la narración, oscilando entre la comedia sentimental y el más puro drama. Hay que ser realmente bueno para manipular materiales tan delicados sin bajar el listón ni perder la atención del lector.
Es un verdadero festín que no deberían perderse.