204 páginas, 21,95 euros
LA BLUSA MANCHADA
Una nueva entrega de Vivès. Sin la profundidad de “Polina” o “Una hermana” ni la desvergüenza de “Los melones de la ira”. Se exploran nuevos caminos con una fábula erótico-dramática llena de desconcertantes giros.
Vaya por delante que Vivès vuelve a demostrar su maestría. Con su dibujo mínimo y despojado nos sitúa en medio de la acción desde la primera viñeta. Y ya no podemos soltar el álbum. La heroína, Séverine, es una apocada estudiante de literatura a la que nadie parece prestar atención. Su timidez la convierte en invisible a ojos de su novio, su profesor y sus amigos. Todo cambia cuando la niña a la que cuida le mancha la ropa que lleva puesta. Entonces el padre para el que trabaja de canguro le presta una blusa. Hasta ese momento podemos anticipar que estamos ante un cómic de seducción adolescente, con el progenitor que va a caer rendido ante la Lolita de turno. Pero con Vivès nada es tan sencillo.
A partir de ahí empezamos a ser conscientes de que algo ocurre. Algo relacionado con la blusa. Las miradas hacia Séverine cambian. Ahora sí se fijan en ella, especialmente los varones. El autor no explica nada así que podemos suponer que de alguna forma la prenda realza sus formas femeninas. Pero todo mantiene tal grado de ambigüedad que acabamos creyendo que la blusa tiene algún tipo de poder mágico. Porque las transformaciones se suceden. El profesor le declara su amor, los chicos se pelean por ella, planta cara al sabihondo de su novio, vive un apasionado romance con un policía… Ella también cambia, aceptando con naturalidad ser el centro de un torbellino de sensaciones que la embargan y desplazan de un punto al siguiente, sin rumbo. Su anodina vida se convierte en una fiesta cargada de sensualidad y sucesos excitantes.
El inesperado y rotundo final vuelve a demostrarnos que Vivès es capaz de piruetas imposibles. A mi sobre todo me sorprende su habilidad para extraer ternura de las más tórridas escenas sexuales. En esa última secuencia hay un diálogo sobre el divorcio y la soledad que de repente se transforma en un momento de pura lujuria con elegancia y naturalidad. Y no es el único en el volumen. Vivès trasmite muy bien la mirada masculina hacia la mujer, esa sensación de pérdida, de abandono hacia el objeto de deseo, esa atracción hacia una belleza siempre esquiva. El amor es triste y está representado con adecuada solemnidad, se quiere con desesperación porque cada momento puede ser el último.
Un último apunte: el autor no se pone límites. Pese a la mojigatería que nos rodea no evita escenas arriesgadas. Y no pienso en los polvos que sazonan la obra sino sobre todo en la secuencia en la que Séverine se queda a solas con la niña. De repente la pequeña le enseña su “mariposa” para desazón de la canguro, que no sabe cómo reaccionar. Esa inocente procacidad infantil ayuda al tono del relato, marcado por la inicial timidez de la protagonista. Luego ella también descubrirá qué hacer con su “mariposa”. Y esencialmente ese es el sentido de toda la historia: transformación y florecimiento. “La blusa” acaba siendo una muy lúcida metáfora sobre el poder de una mujer para trastornar a los hombres que la rodean. Esto sí que es empoderamiento del bueno. Con todo, no deja de ser un divertimento, variaciones sobre el eterno juego de la seducción, un relato de fantasía erótica. Pero desde su superficialidad y su aparente falta de pretensiones se crece y acaba resultando más interesante de lo que suponíamos al inicio. No hay Vivès menor y esta es otra buena prueba de ello.