Kitchen Sink Books, 2017.
178 páginas, 50 $
EN EL CENTENARIO DE EISNER
Will Eisner no llegó a centenario por apenas una docena de años. Ahora se celebran esos cien años desde su nacimiento, con una expo que recorrerá Europa y los USA.
Pudimos verla en enero en Angouleme y en marzo se desplazará a la Sociedad de Ilustradores de Nueva York. Una buena oportunidad para disfrutar con los originales de uno de los grandes revolucionarios del medio. Alguien que fue mucho más que un gran dibujante, un estupendo guionista, un innovador de la puesta en escena y un competente teórico.
Hay un aspecto sobre el que llamaba la atención Bob Andelman, autor de “El espíritu de una vida”, la excelente biografía oficial de Eisner, que aquí publicó Norma en 2008. Se trata de su vertiente como hombre de negocios, una faceta que al gran creador no le gustaba mencionar pero que marca toda su trayectoria.
Conocemos la culminación de ese rasgo: la invención de la forma más respetable que ha adoptado el comic hasta el presente, la afamada “novela gráfica”. Aunque otros reivindican experimentos similares y previos, fue Eisner quien de forma sistemática buscó y desarrolló un modelo que le permitiera situarse en librerías.
No solo para alcanzar a los lectores de comic habituales, también a aquellos acostumbrados a otras formas narrativas y a quienes podía seducir si les ofrecía un formato parecido al libro “normal”. No solo eso, también acertó con unas temáticas realistas y próximas a la confesión personal, fórmula que todos los autores que le siguieron han repetido hasta la extenuación.
A Eisner, por supuesto, le encantaba discutir los asuntos propios del medio, la narrativa, la puesta en escena, los contenidos… Y luchaba por elevar el prestigio de un arte en el que creía. Por eso prefería no enzarzarse en las habituales discusiones sobre lo mal pagados que estaban los dibujantes o lo mal que les trataban los editores. Pero lo evitaba también por otra razón. Más allá de sus veleidades culturales, Eisner era un hábil negociante. Lamento que suene a estereotipo judío, pero los hechos fueron estos: consiguió una temprana independencia económica evitando tener un jefe, convirtiéndose él en patrón. Ser un empresario le permitía actuar con independencia y aplicar su talento en proyectos cuyas características solo él determinaba.
Se pasó toda la vida quejándose de la ocasión en que le obligaron a ponerle un antifaz a Spirit. Yo le oí contarlo en Gijón, ante un público entregado, entre quienes se contaba Gaiman. Él quería dibujar una serie negra realista, pero los superhéroes estaban de moda. Con un antifaz y unos guantes lo solucionó. Pero no perdonó nunca aquella intromisión.
El Eisner artista se avergonzaba del mercader. Pero uno nunca habría sido posible sin el otro. ¿Cuántos grandes dibujantes han sido llevados a la desesperación por editores ineptos, directores maleducados o empresarios explotadores? Son legión. Eisner en cambio alcanza la grandeza, se siente un artista, porque piensa como un empresario, eso que ahora se llama “emprendedor”. Hay quienes lo tratan de tacaño pero son más los autores agradecidos porque les dio una oportunidad. Casi toda la generación siguiente, los nacidos en el 27, pasaron en algún momento por su estudio. Y muchos hablaron bien de él. Transmitía entusiasmo, la misma energía que todavía emana de sus planchas, tanto las originales como reproducidas en cualquiera de sus muchos volúmenes. ¿Todavía no han leído “La Avenida Dropsie” o “Las reglas del juego”? ¿Y a qué esperan?
El catálogo de la muestra del centenario es de lo más recomendable, gran formato, estupendas reproducciones y textos variados a cargo de Gravett, Kitchen y otros. Sobre todo incluye muchas imágenes, acompañadas por extensos y jugosos comentarios.
De nuevo, viajamos a Angoulema gracias al patrocinio de ILLENC, la institución que se encarga de buscar oportunidades (¡trabajo!) para los autores de cómic de las islas. Este año la cosa pinta bien. Tras el éxito de Fitur, donde la participación de los dibujantes en el stand de las islas se saldó con un premio, se avecina una intervención en un museo de Palma. Este romance institucional tiene sin embargo un punto negro, protagonizado por la Consejería de Educación y Universidad. Los planes de abrir un Ciclo de Comic en Palma se han detenido (ya saben: “lo estamos estudiando”) y no parecen capaces de desatascar la normativa que afecta a los Ciclos de Ilustración y Fotografía.
Después de veinticinco años, unos estudios por los que han pasado muchos de los dibujantes e ilustradores de las islas parecen abocados al cierre. Y no por falta de alumnos. Y es que, pese al tolerante discurso oficial, todavía hay muchos hombres (y mujeres) que odian los tebeos. Ellos se lo pierden.