200 páginas, 38 euros.
SUCIO REALISMO
Se suele afirmar que aunque son los dibujos lo que primero nos atrae de un cómic, es el guión el que nos mantiene leyendo. Hablamos de una forma artística narrativa y al final lo importante es lo que se nos está contando. Obviamente, ese “lo que se nos está contando” está muy mediatizado por la puesta en escena.
La misma historia interpretada por dos dibujantes diferentes se encarnará en un relato trivial en un caso y en una narración que nos engancha en el otro. Es por eso que, aun admitiendo la importancia del guión como motor inicial, todos asociamos a determinadas series con dibujantes concretos.
Modesty Blaise no es la misma tras la muerte de Holdaway. Ken Parker no se disfrutaba igual cuando los lápices (¡y las tintas!) no eran de Milazzo. Ahora nos llega un último Integral de Bernard Prince. Y en él comprobamos por partida doble que el orden de los factores sí altera el producto.
Si no conocen la serie les recomiendo que comiencen por el segundo tomo, donde se incluyen algunos de los mejores episodios de este clásico de Greg y Hermann: “La ley del huracán”, “El soplido del Moloch” y, sobre todo, el extraordinario “La isla en llamas”, una indiscutible obra maestra. A finales de los setenta Hermann se largó para hacerse cargo de sus propios argumentos. “Si sabes dibujar, sabes escribir” afirmaba con arrogancia desde la contraportada de su serie Jeremiah. Al leerlo se podía comprobar cuán equivocado estaba.
El marino imaginado por Greg no permaneció huérfano mucho tiempo. La editorial decidió probar suerte con otros dibujantes. Dany primero en dos álbumes y Aidans después en un tercero. No son autores mediocres pero los resultados sí lo son. Con el paso de los años sentimos los esfuerzos del guionista por mantenerse al día, incluyendo asuntos de actualidad como una revolución en un país africano. En la serie abundaban los golpes de estado y las luchas por el poder. Pero siempre desde una perspectiva muy estilizada en la que el héroe marcaba la diferencia. Esa especie de Quijote y Sancho que eran Prince y Barney, repetían un esquema tradicional.
El protagonista siempre se ajustaba a unas inflexibles reglas morales, que incluían un alejamiento estricto de la violencia. Prince no mataba, tan solo se defendía cuando era estrictamente necesario.
Los malos sí, banalizaban el asesinato y se reían del héroe cuando mostraba su repugnancia hacia brutalidades sin sentido. Barney era algo más pragmático y aportaba un punto de vista más realista. Pero eso dejó de ser así en los ochenta. Ese Prince crepuscular ya no es un corderito sino un hombre de acción dispuesto a coger una metralleta y llevarse por delante a quien sea necesario. Ese cambio de tono, unido a unos grafismos no tan inspirados como los de Hermann, consigue que no disfrutemos tanto de unos álbumes que permanecían inéditos en España.
Al final del volumen vuelve el dibujante original, acompañado de su hijo Yves al guión. Llevan años fabricando historias juntos, hasta ahora sin demasiada fortuna. Treinta años después de abandonar la serie, Hermann nos ofrece la versión más realista y cruda del personaje, aunque en el fondo no hace sino seguir los pasos que ya había dado Greg en sus últimos álbumes. El resultado no es bueno. Primero porque realiza su trabajo con color directo. Con las acuarelas tiende a saturar de blanco las páginas y a mantener unas sensaciones muy monocordes, que dificultan la lectura. Y después el argumento incide en abordar asuntos que no le pegan al personaje.
De nuevo empuña la metralleta para actuar sin piedad y además se añade una irrelevante comparsa femenina. Tradicionalmente la presencia de la mujer en los tebeos franco-belgas no ha sido gran cosa. Y Prince no era una excepción. Pero al menos cuando salían tenían más carácter y no se veían obligadas a mostrar sus tetas enarbolando el rótulo “esto es un tebeo serio y para adultos”. Porque se consigue más bien el efecto contrario. Esa voluntad de endurecer un producto que nació estilizado, de convertir al recto héroe en una suerte de Rambo de segunda, tan sólo logra provocar un firme rechazo en los lectores. Ese no es Bernard Prince.
Para quitar el mal sabor de boca aconsejo adquirir el catálogo de la expo que le dedicaron este año a Hermann en Angouleme: “Hermann, le naturaliste de la bande dessinee”. La muestra era impresionante y nos reconciliaba con un autor de carrera errática. Ya lo he dicho anteriormente. Admiro mucho sus colaboraciones con Greg, el citado Prince y Comanche. Pero cuando se pone a dibujar sus propios guiones es más irregular. Hay episodios excelentes en Bois-Maury y Jeremiah, junto a otros muchos irrelevantes.
Lo que ocurre es que si el Hermann escritor acierta a veces, el dibujante no falla nunca. Y eso se comprueba al admirar sus originales. ¡Qué planos generales, qué paisajes, qué tramados, qué iluminación! Y también ¡qué producción! Es un trabajador infatigable y un artista tremendo y nunca se le debe subestimar.