SD Distribuciones
368 páginas, 27 euros.
LA SANGRE DE LOS PRÍNCIPES DE LA TIERRA
Puntual a su cita, nos llega el último volumen de La Crónica de Leodegundo. Concluye así la publicación en castellano de una serie que hasta ahora solo había conocido una edición anterior en bable.
Esa versión no obedecía a un empeño nacionalista de su autor sino a razones meramente económicas. En Asturias, como en tantas otras regiones de España, la lengua local recibe subvenciones que le permiten competir con la lengua común y aparentemente imperial.
Ningún editor en el resto del país había mostrado interés por su obra así que gracias a esas subvenciones pudo Gaspar ir publicando su Crónica. Aunque su sueldo era magro, soñó con concluir primero su epopeya y buscar más tarde quien se la editara en mejores condiciones y sobre todo, apuntando a públicos más amplios.
Décadas después ese sueño se ha hecho realidad de la manera más inesperada. Una Universidad en la otra punta de España decide producir cinco Integrales que recogen los veinticinco álbumes que componen La Crónica de Leodegundo.
Están agrupados por Cantares, cada uno dedicado a un descendiente del primer Leodegundo, un imaginario miembro de la monarquía asturiana. A través de sus aventuras Meana nos cuenta un drama tremendo, que culmina en el último tomo con la aparente eliminación de todos los pelágidas.
Es innecesario recordar cómo mejora el trabajo desde el primer al último libro. Aconsejado por Chiqui de la Fuente, Meana abordó los primeros álbumes armado con una plumilla, herramienta con la que no se sentía cómodo. En el segundo ciclo cambió a los rotuladores a los que estaba acostumbrado y todo fue diferente. No sólo sus acabados expresan una progresiva confianza, también su narrativa, llena de recursos cinematográficos, y sus perspectivas, visiones espectaculares al alcance de muy pocos. Y es que el autor une a su natural facilidad para el dibujo de espacios complejos, un profundo conocimiento histórico y arqueológico, de manera tal que puede desplegar impresionantes reconstrucciones históricas sin despeinarse. Vean si no las viñetas romanas del episodio XXIV y tantas otras.
Este último tomo nos depara además una agradable sorpresa como es la aparición del color en un pasaje del episodio XXIII.
Es la forma que ha tenido el autor de subrayar la importancia de ese holocausto que pone fin a una dinastía.
También emplea otro recurso como son las apostillas. El libro viene cargado de anotaciones, todas ellas escritas por Meana de su puño y letra. No ha permitido que se sustituyeran por letra de máquina para mantener el carácter de Códice, de manuscrito, de la obra.
En esas disquisiciones insiste en uno de los temas centrales: la legitimidad. Cómo los enemigos políticos pelean no solo en el plano militar, digamos real, también en el ideológico, de la propaganda. Así que el vencedor se asegura de reescribir la historia para que se ajuste a sus designios.
Dentro de esos planes aparece uno de los edificios más populares del prerrománico asturiano, cuyo estatus religioso Meana discute. Al contrario supone que actuó más bien como marco y telón de fondo de una pavorosa representación. Palacio de Justicia lo llama él. Una justicia pervertida y en manos de un tirano, que se asegura de eliminar a aquellos que no le demuestran una fidelidad perruna. Si la secuencia es tremenda, yo les aconsejo que se armen de paciencia y estudien las notas, en ellas da sobradas explicaciones de cómo ha llegado a esas conclusiones, de las pistas que ha seguido, también de las dificultades que ha encontrado en su camino.
Toda la Crónica, ya lo he comentado en anteriores ocasiones, supone un gran fresco medieval. Al contrario que otras historias locales, el autor nunca se detuvo en su geografía más cercana. En este último tomo seguimos a los vikingos en una razzia por el sur, cabalgamos con los agarenos por Roma y nos desplazamos con los personajes de una punta a otra del mundo conocido.
La Crónica nos permite asomarnos a los primeros tiempos de la Reconquista y sentir la frustración de los desplazados por el Islam. También comprobar las flaquezas y la villanía que abundaban a un lado y otro de una frontera siempre movediza.
En el texto final, cuando el autor enumera los logros que esperaba alcanzar con su obra, concluye afirmando: “…de corazón renunciaría gustoso a todo ello si a cambio hubiera conseguido un canto de fraternidad inquebrantable entre los pueblos de la Península Ibérica y de sus islas, un canto capaz de superar el odio y la cizaña que las egoístas élites políticas y locales siembran entre hermanos. Acaso el recuerdo aquí reverdecido de que la desunión y la insolidaridad atrajeron en el pasado sobre esta familia mal avenida las mayores desgracias lleve a la reflexión". Que así sea.