196 páginas, 32 euros.
POR TIERRA, MAR Y AIRE
La política de recuperación de personajes clásicos del tebeo franco-belga nos brindó dos nuevas alegrías en 2016. Dos volúmenes que mejoran nuestro conocimiento de ese genio del comic que fue Joseph Gillain, Jijé.
En 2011 yo saludaba con entusiasmo la publicación de Jerry Spring, uno de los más grandes westerns que se hayan realizado jamás. A los cinco gruesos volúmenes del héroe del Oeste se sumaron después los correspondientes a Tanguy, el piloto de Mirage que había sido inicialmente dibujado por Uderzo. Ya han aparecido dos, siempre con guión de Charlier. El mismo escritor acompañó a Jijé en la que sería su última obra y que recientemente también se ha traducido por aquí.
Se trataba de una aventura de Barbarroja dividida en dos álbumes. Lamentablemente Jijé falleció y no pudo concluirla. Hay casi una década de diferencia entre el integral de Tanguy y el de Barbarroja, pero eso apenas se percibe en su trazo y en la energía que emana de sus viñetas. En ambos casos el autor tuvo que “adaptarse” al estilo de quienes le precedieron. Hubinon, en la clásica serie de piratas, era más contenido y estático y sus planchas se derrumbaban bajo el peso de los textos de Charlier. Digamos que Jijé hace lo que puede para mantener a raya la logorrea de su compañero.
En Tanguy y Laverdure sucedió a un autor mucho más capacitado, por entonces ya totalmente concentrado en su exitoso Asterix. Pero la popularidad de la serie de televisión derivada de los álbumes permitió a Jijé ir imponiendo su estilo al tiempo que aplicaba a los protagonistas los rostros de los actores televisivos, dejando atrás las referencias y el tono marcados por Uderzo.
Los dos integrales vienen como es habitual cargados de información y entrevistas.
Muy interesante resulta la dedicada a Benoit, hijo de Jijé. En ella cuenta el viaje al que se lanzaron por México y USA, en un momento en que el autor supuso que los americanos apreciarían su arte. En América coincidió con Goscinny, Franquin y Morris. Al final acabó mandando planchas por correo a Dupuis. También comenta Benoit Gillain la inefable generosidad de su padre, que regaló o traspasó personajes que había creado a otros amigos dibujantes. Muchos se enriquecieron con ellos y Jijé no cobró ni un duro en derechos. Le pasó Spirou a Franquin y también había dibujado El teniente Blueberry antes de cedérselo a un principiante Giraud. Este último ya le había echado una mano en un episodio de Jerry Spring. La posición de Jijé como figura central del comic franco belga ha sido reconocida por muchos de sus colegas y amigos, empezando por el propio Giraud, pero también por Hermann o Mezieres, otro habitual en su casa.
Lo que la combinación Jijé-Charlier nos ofrece es una buena dosis de aventuras. Algo más parsimoniosas en el caso de Barbarroja y trepidantes en Tanguy y Laverdure. Al dibujante no le interesaban los aviones pero se desquitaba en secuencias como las cabalgatas por el desierto. Abundan en una saga que transcurre en un imaginario país árabe con ecos de Jordania. Entretenido, muy aventurero y servido con el trazo de un indiscutible genio. Ya esperamos por el siguiente.