136 páginas, 15 euros.
UTOPÍA O MUERTE
El pasado noviembre fallecía el maestro René Girard. Había explicado a Shakespeare a través de su teoría mimética. También los superhéroes saben lo que es la envidia.
Así lo demuestra la última obra de Mark Millar. Describe toda una nueva generación de cruzados con capa, cuyos orígenes se van desvelando poco a poco. El primer tomo se centra en los hijos de esos dioses de la edad dorada, una pandilla de inútiles, inadaptados y decadentes drogatas.
También en los celos poco disimulados del hermano de Júpiter, el líder de los superhéroes. Aparentemente Millar recorre sendas ya muy trilladas, mostrando la corrupción y las malas costumbres que adoptan personajes todopoderosos, a la manera de Moore, Morrison y tantos otros revisionistas. Pronto descubrimos que su visión es otra, más estimulante.
Desde que allá por los setenta el compañero adolescente de Green Arrow culpara a los mayores de su adicción al jaco, en el clásico comic de O’Neill, nos hemos acostumbrado a personajes especializados en descargar sus responsabilidades sobre otros. Ya saben, víctimas del sistema, del colegio, de los padres o del género. Y así es como se nos presenta a Brandon y a Chloe, los perdidos hijos de Jupiter Utopian. Ambos achacan sus errores a su cansado padre, a quien acusan de no prestarles atención por estar demasiado ocupado salvando la Tierra.
Pero luego Millar dirige el relato en una dirección bien distinta, lo que nos aproxima a Girard. Como es sabido, el antropólogo supuso que toda cultura surge de la imitación, que el deseo no era individual sino siempre gregario, queremos lo que quieren los otros. Y que al final todos los deseos se dirigían en la misma dirección, provocando lo que denominó “crisis mimética”. De ahí la abundancia de fábulas y mitos sobre hermanos que se pelean, de Thor y Loki a Rómulo y Remo, pasando por Caín y Abel. Cuanto más parecidos, más probabilidades existen de que se produzca una competición por los mismos objetivos. Girard trasladó su teoría a un plano religioso y moral y en uno de sus últimos libros, sobre Clausewitz, especuló con el Apocalipsis. Y también lo aplicó a la lectura e interpretación de Shakespeare. En él abundaron las dobles figuras y un componente esencial en sus dramas, la envidia. También el desear lo que desean otros, la mímesis del deseo, como le ocurre a Macbeth con su mujer.
El asunto es universal y aparentemente intercultural, así que una vez que se entienden esas claves miméticas, tal y como las enunció Girard, resulta casi imposible sustraerse de ellas. Vemos el mecanismo por todas partes. Como en este humilde tebeo de superhéroes que sin embargo vuela muy alto cuándo comprobamos la precisión con que el guionista activa las pasiones de sus personajes. El tío desliza medias verdades al oído de su sobrino, hasta que ambos perpetran la infamia definitiva, el asesinato del padre (y hermano). Luego asistimos a las terribles consecuencias de ese acto, con esa utopía prometida por el hombre más listo del mundo, que nunca llega. En su lugar los problemas aumentan y con ellos la presión de un estado que suprime progresivamente las decisiones individuales, por el bien de esos mismos individuos. En medio de esa nueva dictadura se alzan algunas voces.
Y aquí es donde debe citarse al portentoso compañero de Millar, el excelente dibujante Frank Quitely, que cumple con su nervio característico. Se mantiene en sus viñetas panorámicas y su línea cada vez nos recuerda más a la de Kaluta. Su trabajo es sobresaliente, aportando la dimensión épica que el relato precisa. La segunda parte, en la que los malos intentan dar caza a la parte de la familia que se resiste al nuevo orden, es espectacular e impactante. Hay drama, sí, pero también diversión a raudales, sobre todo cuando entra en acción la supermadre. Ya saben, “…mamá lo oye todo”. No se lo pueden perder.