344 páginas, 28,50 euros.
ECOS DEL APOCALIPSIS
Fiel a su cita anual, la UIB ha lanzado un nuevo volumen de La Crónica de Leodegundo, el ambicioso cómic histórico que mejor ha retratado nuestra realidad medieval.
El cuarto tomo agrupa seis álbumes, como ya hacía el primero. Se alcanzan así los veinte capítulos de una serie de la que ya sólo nos restan por conocer sus cinco últimos episodios. Los lectores de la saga constatarán las continuas mejoras en el dibujo de Gaspar Meana, con algunos paisajes impresionantes y sus tremendas panorámicas donde anidan ejércitos, fabulosas ruinas o cielos cargados de dioses incapaces de dejar a los hombres en paz. Sus rayados recuerdan la saturación de los ilustradores clásicos y su talento artístico brilla de forma especial en la representación de telas y otras texturas, como nubes, piedras o vegetación. Es, en fin, un extraordinario narrador y tan sólo por el aspecto de las planchas ya sería recomendable la adquisición de esta obra.
Pero hay mucho más, empezando por la variedad de los álbumes que componen el tomo. Como en anteriores entregas, el autor disfruta trasladando a sus protagonistas de una parte a otra del mundo. Además, en este caso, cada episodio no sólo implica un vertiginoso desplazamiento geográfico, también un cambio de tono, protagonistas y tema, aunque por supuesto cada uno de ellos ayuda a componer ese inmenso tapiz que constituye La Crónica. Se nos habla de la muerte del rey Alfonso II y de los peligros que le acecharon. Y que, a la postre, concluirían con la eliminación de todos sus seguidores y la usurpación de su poder. Para explicar esos hechos Meana da un largo rodeo.
Dedica el primer álbum a describir algunas de las amenazas a las que se enfrentaba el monarca y las razones por las que eligió a su heredero.
En el segundo viajamos a Córdoba para asistir a una rebelión que acaba con la expulsión de todos los infieles de la ciudad.
El tercero es especialmente aventurero y narra un episodio de nuestra historia no muy conocido. Seguimos a esos refugiados en su huida por el Mediterráneo, mar que se dedican a asolar cuando descubren su talento para la piratería.
El cuarto capítulo es de transición, un emotivo y nostálgico pasaje en Francia, donde viejos conocidos de juventud se reencuentran, mientras varios aspirantes a la corona de los francos se pelean, con algunas secuencias especialmente patéticas, como la del rey desnudo.
Se recupera un tono más político y épico en el quinto, con Alfonso percibiendo cómo las costuras de su reino se hacen pedazos sin que apenas pueda hacer nada para impedirlo.
Por el camino se suceden un conjunto de peripecias más cotidianas, que aportan una dimensión humana y emocional a un relato que, aunque sigue el curso de acontecimientos históricos “mayores”, nunca pierde de vista a sus ocupantes, esas hormigas humanas que con frecuencia se ven golpeadas por los caprichos de los escasos privilegiados que mueven esas grandes corrientes históricas. Hay muchos momentos destacables, como el cómico asunto de las monjas embarazadas, o el reencuentro de Piniol con la viuda de su hermano en Córdoba, o la relación a distancia entre Alfonso y la princesa franca, ahora en su vejez, y tantos otros.
El álbum donde se aplasta la rebelión lucense es especialmente intenso porque en él Gaspar plantea la que es una de las tesis centrales de su obra. También uno de los aspectos más difíciles de asumir por el lector inexperto, que observa con estupefacción cómo se acompañan numerosos pasajes con crípticas citas bíblicas cuya relación con las imágenes cuesta establecer. Pero finalmente las piezas van encajando hasta construir un discurso que sorprende por su actualidad. Cuando los aspirantes al trono de Alfonso intentan minar su poder, saben que no basta con derrotarlo en el plano militar, también deben mermar su prestigio y poner en cuestión su legitimidad.
Ese es un terreno escurridizo donde entra en juego la interpretación tergiversada del Apocalipsis del Beato de Liébana, que en La Crónica es considerado prácticamente un libelo. Como hoy en día, no se alcanza el poder si no se conquista antes una cierta superioridad moral, ya sea ésta real o, como suele ocurrir, ficticia. Alfonso se hace poco a poco consciente de los peligros que acechan su trono pero muere antes de poder hacer algo al respecto. Quema a unos cuantos rebeldes, pero con ello sólo consigue ganarse más enemigos, incapaces de asumir su justicia y dispuestos a venderse al mejor postor compartiendo las manipulaciones y mentiras más increíbles. Los hechos apenas cuentan ante la fuerza de determinados relatos que al final imponen su presencia en la realidad.
Según comprobamos en el último capítulo del volumen, sus sucesores pagarán muy caros sus descuidos. Se narra el principio del fin. Todo concluirá en el próximo volumen, que ya esperamos con impaciencia.