168 páginas. 12,95 euros.
Stan Sakai retoma a su héroe samurai para enfrentarlo a unos villanos clásicos, los malvados marcianos de La guerra de los mundos. No es su primera incursión en el género de la ciencia-ficción, pero sí la más emotiva.
A priori no sonaba muy apetecible asistir a la enésima revisión de la obra de Wells. Moore lo había hecho con humor en su Liga de los hombres extraordinarios y Spielberg la había convertido en una reflexión sobre el 11 de septiembre en su última versión cinematográfica. Tras la caída de las Torres Gemelas cabía sospechar que si había algo ahí afuera quizás no fuera tan amable como el cándido E.T. que él había imaginado.
Sakai se mantiene fiel al original y simplemente traslada la acción de sus escenarios habituales al Japón feudal en el que transcurren las aventuras de Usagi. En principio parece que va a jugar la baza de la gran aventura, con la nave marciana cayendo en mitad de una batalla y liquidando a cientos de samuráis. Pero luego, sin abandonar un tono épico, se centra en las reacciones emocionales de sus personajes construyendo una apasionante historia cargada de matices y situaciones dramáticas.
En el plano colectivo, Sakai presta especial atención a los héroes anónimos, personajes que deben sacrificarse por el bien de los demás y para defender la pervivencia de la raza humana. Para ello emplea a secundarios que han ido apareciendo a lo largo de su ya extensa saga y los pone a pelear contra los pulposos invasores en luchas sin apenas esperanza. Todo el volumen tiene un aire de clausura, de gran final para un universo que sin duda el autor continuará desarrollando en los próximos años, pero que se ha asegurado de cerrar, antes de que le muerte le impida facturar una conclusión a la altura de sus exigencias artísticas. Teniendo en cuenta que en los últimos años se ha despedido de algunos familiares muy queridos, incluyendo a su mujer y su nieta, no extraña que sea más consciente que nunca de la transitoriedad de la existencia. Así que parece decirnos: “así es como se acaba todo esto”. Pero eso no supone ni mucho menos el final de la saga.
No entiendan tampoco que el volumen es un drama tremendo de mucho llorar. Aunque obviamente abundan las escenas trágicas, el autor se encarga de equilibrarlas con sabiduría con momentos de humor y fantasía desbordada. Lo que llama mucho la atención es la imposible mezcla. Primero parte de un argumento ajeno, que se apropia sin que apenas nos demos cuenta de ello. Luego lo deriva hacia un drama bélico con muchos pasajes heroicos, pero también sentimental, profundizando en la relación entre Usagi y la mujer de la que siempre ha estado enamorado, casada con otro hombre. También juega un importante papel su hijo, que desconoce quién es su verdadero padre. Usagi siempre está a punto de confesarlo, pero las complicadas reglas del honor se lo impiden. Sin embargo, después de bascular todo el peso de la narración hacia una clave aparentemente más seria, Sakai busca un contrapeso fascinante al final, donde pone en escena una pirueta argumental que supone un fenomenal homenaje a un tradicional y muy característico género cinematográfico japonés, y le permite restar gravedad y añadir unos toques épicos a su impresionante conclusión.
En fin, no se dejen engañar por su apariencia ligera y casi infantil. Usagi es una obra mayor, un clásico que releeremos con placer y atención, el trabajo de un gran maestro.