264 páginas, 29 euros.
UN MUCHACHO EN PORTUGAL
En Tres sombras Cyril Pedrosa se reveló como un autor digno de ser tenido en cuenta. Ahora nos abruma con un intenso viaje a Portugal.
Lo primero que llama la atención es la cuidada edición en la que no resulta irrelevante el detalle del marcador de página. La travesía que se nos propone es tan fatigosa que aconsejo realizarla en pequeños tramos, más o menos como su esforzado protagonista. Adelanto que no me parece un tebeo arrebatador o de obligada lectura, pero sí fascinante, sobre todo en sus aspectos gráficos, con un color maravilloso y un dibujo tan interesante como delicioso. Ahora bien, para disfrutar de ambos elementos deben superarse ciertas dificultades. Respecto a los tonos Pedrosa corre no pocos riesgos así que algunas de sus gamas son demasiado oscuras y pueden entorpecer el seguimiento de lo que pasa. Lo mismo la línea, muy atractiva por su distorsión de lo real y sus juegos con las transparencias de personajes y fondos, pero que juguetea constantemente con los grosores mínimos, algo que asociado a las cargadas masas de color tampoco favorece la lectura.
En pocas palabras, la visualización que propone el autor exige ciertos esfuerzos por parte del lector que, eso sí, se ve compensado con secuencias realmente deliciosas, por la expresividad de la línea y el sugerente color. Podría emplear similares argumentos respecto a la historia. Podemos dejarnos llevar por las idas y venidas que se proponen y pasar las páginas como quien ve pasar el tiempo en vacaciones, disfrutando de cada momento y sin pensar en qué nos deparará la siguiente hora. En ese sentido el álbum brinda no pocas satisfacciones, contiene muchos pasajes auténticos, donde las discusiones o la conversación alrededor de una buena comida regada con un mejor vino hacen que nos sintamos como en casa. Es innegable la capacidad de Pedrosa para transmitir sensaciones, no todas nostálgicas o negativas. En ocasiones su luminoso dibujo y sus argumentos se juntan para contagiar una joie de vivre que complacería al mejor Matisse, que parece inspirar ciertos pasajes.
Cuando se pone profundo, cuando revisamos esa excusa que pone en marcha el relato es cuando el álbum resulta más débil. Se supone que estamos ante una gran reflexión sobre las consecuencias de la emigración, un retrato de los que se van, los que se quedan, los que vuelven, los que se olvidan de su hogar y aquellos que sueñan con recuperar una infancia soñada y perdida. Esa problemática se nos muestra a través de los ojos del protagonista, un alter ego del autor, dibujante y con problemas de comunicación. Su incomodidad en su país de adopción, Francia, parece disiparse cuando retorna a Portugal, la tierra de sus padres. Pedrosa desarrolla esta complicada búsqueda de identidades perdidas como un acercamiento progresivo que acaba adoptando un cariz casi detectivesco, cuando el héroe descubre finalmente de dónde procede su extraño apellido. Pero no consigue redondear el relato, acertando más en la puesta en escena de determinadas secuencias que en la estructura general de la obra, estirada y laberíntica en exceso. Un trabajo si quieren fallido pero cargado de momentos encantadores.