Biblioteca Robin Wood.
Editorial ECC.
Barcelona, 2012.
122 páginas, 9,95 euros.
DRÁCULA, MÁS EMPALADOR QUE NUNCA
En ocasiones resulta refrescante olvidar la ficción literaria y comprobar cómo la realidad puede superar toda fantasía.
Se suceden las versiones en torno al personaje de Bram Stoker, el conde que ya ha tenido una larga vida en viñetas. Su encarnación más conocida es la escrita por Wolfman y dibujada por el enérgico Colan, esa Tumba de Drácula que ha sido reeditada en tantas ocasiones.
Tampoco estuvo mal la adaptación de Mignola de la terrible película de Coppola, de la que tan sólo deseo recordar la breve aparición de la Bellucci. Si la aproximación del sobrevalorado director al eterno mito del vampiro era lamentable, algo parecido podría afirmarse de la versión paródica que firmaba el argentino Breccia, una obra menor que también preferimos olvidar. Recientemente Busiek traía al conde a la actualidad y la hija de Alan Moore nos brindaba la refinitiva versión fidelísima al original. Sin duda habrá más hasta que se pase esta fiebre gótico-crepuscular.
La versión más interesante que he podido leer en los últimos meses pertenece a otra pareja de argentinos, el guionista Robin Wood y el hijo de Salinas, Alberto. Es un tebeo de principios de los noventa que ahora recupera la Biblioteca Robin Wood. Un primer vistazo puede asustarnos. El dibujo peca de rigidez y sus planos generales son torpes, algo imperdonable en una obra preñada de batallas como ésta. Los textos abundan, tanto en forma de diálogos como en los cartuchos de apoyo. Además, el guionista proclama su firme voluntad de alejarse de las fantasías literarias y cinematográficas que han hecho célebre al personaje para centrarse en el original histórico que inspiró a Stoker. Normalmente este tipo de declaraciones tan sólo delatan la falta de imaginación del autor, que enuncia datos que jamás tendrán la fuerza de la imaginativa obra original que repudia. Pero no es el caso.
Wood toma esa verdad histórica como punto de partida desde el que construir un personaje tan odioso como arrebatador. Sólo conozco a otro creador, el chileno Jodorowsky, que haya conseguido algo similar. Lo que ocurre es que este último suele aliviar la brutalidad de sus tramas con el bálsamo del humor y Wood apenas se permite tal respiro. No sólo nos ofrece un muy interesante relato de la construcción de esa Europa que tendemos a olvidar, con sus peleas intestinas y su eterna lucha contra los turcos. También un retrato increíble de un líder ansioso de poder, cuya moral está únicamente determinada por sus necesidades políticas. Es cruel y carece de escrúpulos, pero su extrema coherencia acaba resultando casi convincente. Asistimos a su educación con los turcos, que le enseñan algunas prácticas que luego le resultarán muy útiles, como la brutalidad como estilo de gobierno y el empalamiento como única forma de castigo.
También es inteligente el contraste que el guionista establece entre Drácula y su hermano, un chico guapo que vive confortablemente bajo las alas del sultán. Esa diferencia no se emplea para justificar al futuro vampiro y presentarlo como un justiciero, por ejemplo. Al contrario, Wood insiste en que son azares del destino. Un hermano nace manso y el otro es una fiera. En el caso de Drácula, tan sólo hay un momento en que se muestra como una suerte de nacionalista sentimental y expresa que su ferocidad obedece a su amor por las tierras de sus antepasados. Pero la ternura se desvanece con rapidez. Léanlo y si luego les entran ganas de empalar a alguien no me echen a mi la culpa. Es brillante cómo el guionista consigue que lleguemos a respetar y hasta admirar a un personaje tan repugnante.