jueves, 3 de febrero de 2011

El cielo sobre el Louvre. Yslaire y Carrière.

MUERTE EN PARÍS

El cielo sobre el Louvre
J. C. Carrière y B. Yslaire
001 Ediciones. Torino 2010
66 páginas, 19,90 euros.

Yslaire vuelve acompañado de Carrière, un guionista de prestigio que ha colaborado con directores como Buñuel o Saura. Ambientan su historia en los días de la Revolución Francesa.

A finales de los noventa el dibujante nos sorprendía con una saga excelente, Sambre. Un drama romántico ambientado en los tiempos de la Comuna de París, pleno de recursos narrativos y dibujado con peculiar delicadeza. Era una obra tan rara como exquisita y que se mantiene como una de las mejores muestras del comic europeo del siglo pasado. Con el nuevo milenio el autor pareció despistarse un poco y perpetró varios productos confusos donde el salto a los medios digitales conseguía que su extraordinario dibujo nos recordara a Bilal (y esto no es un elogio). La claridad y languidez de sus acuarelas daban paso a una extraña mezcla donde dibujos muy abocetados se entrecruzaban con efectos de ordenador para ilustrar una historia no especialmente atractiva.

En su nueva obra emplea para situarnos en el tiempo los meses que inventaron los insurrectos para renombrar los ya existentes. Ya saben: termidor, fructidor, vendimiario, brumario, etc. Realmente el tebeo habla de eso: de una sustitución, pero no de algo tan banal como los meses sino de la idea misma de Dios. Robespierre deduce que el pueblo no podrá vivir sin religión y decide crear una nueva. Para ello encarga una imagen de ese nuevo ser supremo al pintor David.

En mi niñez vi una película sobre este periodo, “Historia de dos ciudades” o alguna parecida, que me impactó. Retuve una idea: la sustitución revolucionaria de una tiranía sólo provoca nuevas formas de violencia, ahora ya no dirigidas por un único individuo o su familia sino por la chusma, una masa informe que sólo encuentra satisfacción en el correr de la sangre. Además ese poder “popular” no tarda en ser usurpado por algún iluminado, en una pauta que nos lleva de Napoleón a Castro, pasando por Lenin y tantos otros. Ya Revel nos avisaba de los riesgos de la Revolución y de su endeble posición como mito fundador. Girard enuncia con claridad los procesos que agrupan a las masas siempre en torno a un chivo expiatorio. Sólo nos juntamos para hacerle el pasillo o el ruedo a alguien. Y ya se pueden imaginar cómo acaba ese alguien.

Dicho lo cual, añado que la Revolución Francesa me cautiva con la siniestra fascinación que provoca todo horror. Carriere e Yslaire aciertan en la elección de su escenario y por las páginas de su historia desfilan personajes que todos podemos reconocer. Su visión no es amable ni con los héroes revolucionarios ni con el propio David. Nos lo presentan como un artista tan sólo pendiente de su obra, que emplea la revolución como una plataforma para medrar y que luego con la misma frialdad pondrá su arte al servicio de Napoleón. Por el camino ese encargo de representar al Ser Supremo, encargo en el que falla ya que se obsesiona con un joven modelo al que sitúa en el papel de un soldado mártir, un hecho más concreto y ajustado a su sensibilidad.

A pesar del interés de todo lo que se nos cuenta, el volumen falla al no encontrar el equilibrio entre el drama histórico y el conflicto personal del pintor. En un determinado momento el argumento se convierte en una versión perversa de “Muerte en Venecia”, con David obsesionado por su joven efebo rubio. Hasta el punto de recuperar su cadáver cuando por un azar el muchacho acaba en la guillotina. Pero ni esa relación ni la que tiene con Robespierre acaban de dibujarse bien y se quedan en algo parecido al estilo adoptado por Yslaire: zonas claramente definidas al lado de dibujos apenas abocetados. Sin ser un trabajo redondo, puede recomendarse por su ambición y por su reconstrucción de un momento histórico apasionante.