216 páginas, 20 euros
EL ELOGIO DEL BURÓCRATA
Paco Roca une sus fuerzas con el diplomático Guillermo Corral para contarnos cómo fue la batalla legal por los restos del “Cisne Negro”, nombre bajo el que se ocultaba el barco “La Mercedes”, hundido por los ingleses en 1804.
En 2007 la empresa Odyssey anunció haber encontrado un tesoro por valor de 500 millones de dólares. El Ministerio de Cultura se embarcó en un largo proceso judicial, argumentando que lo habían sacado del mar sin los permisos correspondientes. En 2012 las monedas volvieron a España.
Los autores apuestan por una actualización de Hergé. Si en “El secreto del unicornio” y “El tesoro de Rackham el rojo” se adoptaba un tono expansivo y aventurero aquí la acción se traslada a museos, bibliotecas y salas de justicia. Haddock, convertido en Frank Stern, pasa a ser un pirata movido solo por la codicia y sin respeto alguno por el pasado, el patrimonio, la cultura y todas esas cosas tan importantes. Hay una secuencia en la que el álbum podría haberse medido con los clásicos de Hergé, pero hace justamente lo contrario. Como todo lector sabe, uno de los pasajes más fascinantes de la historia del comic es el flash-back del antepasado de Haddock, que el capitán actualiza en pleno delirio alcohólico en “El secreto del Unicornio”. El diálogo entre los sucesos pasados y su interpretación en el presente es cómico y eficaz, tan dramático como conciso y narrativamente perfecto. Cuando Roca llega al momento en que debe contar la historia del barco hundido desiste de enfrentarse a Hergé, adoptando la solución menos visual posible: ilustraciones a toda página acompañadas de gruesos textos. Quizás lo que cuenta es demasiado serio como para explicarlo en forma de comic.
Como siempre, el realismo lo justifica todo. Tintín y compañía son una fantasía. En el mundo real los burócratas se baten en luchas heroicas de las que nadie es testigo. Entiendo la voluntad de actualizar los relatos de piratas, pero esa intención choca con algunos componentes.
Lo primero, el aire propagandístico que recorre la historia: Zapatero hace un cameo, el ministro es un tío muy enrollado, la Junta de Andalucía (cuando todavía era “buena”) se enfrenta a los piratas y, al final, cuando el tesoro vuelve a España, como ha habido cambio de gobierno tal parece que en lugar de conservar las monedas van a fundirlas y hacer lingotes con ellas. Hay más detalles, como lo de las razones de la protagonista para estudiar arqueología. No piensen que fue porque en su infancia vio muchas veces “Quo Vadis” o “Ben Hur”. No, le vino la afición para sacar a su abuelo de una cuneta. Esa reducción de lo real a unos esquemas que dividen el mundo en buenos y malos, con un maniqueísmo muy superior al de los menospreciados tebeos de superhéroes, se aplica también al villano de la historia. Comprendo algunas de la razones que se aportan, como que las empresas cazatesoros destrozan los restos que exploran, que solo les interesa el oro y los objetos de valor y que no respetan el patrimonio. Pero no se discute algo incontestable: que los que investigan y encuentran los restos son ellos, la empresa “Odyssey” en la realidad, “Ithaca” en esta obra. Se hacen loas a la serenísima labor del estado pero es la iniciativa privada la que paga una exploración costosa y llena de incertidumbres. Además el libro modifica de forma llamativa un episodio real del director de “Odissey”, Greg Stemm, Frank Stern en la ficción. Parece ser que en su niñez sobrevivió a un naufragio en el que murió su abuelo. Ese incidente se transforma en otro muy diferente en el que Stern deja morir a un familiar del abogado que lucha con él, James Goold en la realidad, aquí solo Gold. Comprendo que los autores se tomen todas las licencias necesarias para salpimentar su relato. Pero algunas decisiones no dejan de chocarme. Como el ataque con hummers al camión blindado al final, un momento de acción que más parece una ocurrencia que un suceso real. Quizás lo fue, pero tal y como se cuenta resulta bastante increíble. No quiero decir con esto que tendrían que haberle dado la razón a “Odyssey” pero sí que se les presenta desprovistos de matices y se les hace cargar con todos los pecados del universo progre. Hasta se les relaciona con los vuelos de la C.I.A. que paraban en Palma. ¡Malditos yanquis! Al otro lado de la balanza todos los funcionarios son gente trabajadora, cumplidora y servicial y los entes públicos un modelo de eficacia. Risas.
En conclusión, esta es una novela gráfica que puede llegar incluso a disfrutarse, si el lector se abre paso entre los elementos propagandísticos que la recorren. Los juicios y las pesquisas son entretenidos, la relación sentimental entre los protas se presenta con naturalidad y el desarrollo de las diferentes fases del proceso es ameno. Por debajo de la maraña ideológica hay algo parecido a un buen guión. Por si alguien al acabar la lectura se pregunta qué hizo el maléfico gobierno (de derechas, se supone) con las monedas recuperadas, puede respirar tranquilo. Se restauraron, se comprobó que su valor era muy inferior al anunciado por Mr. Stern, se montaron con ellas exposiciones que recorrieron la geografía española y recientemente el Odyssey Explorer, el barco con el que rescataron el tesoro, ha sido malvendido en Letonia.