176 páginas, 24 euros.
ADIEU, GRANDVILLE!
La serie de Bryan Talbot es un gran canto de amor. Amor a la cultura francesa, a las novelas de detectives, a los tebeos de animalitos, a las películas de gángsters... Pero todo lo bueno se acaba.
Así lo anuncia el autor en el epílogo. Le lleva demasiado trabajo para resultar rentable. Menciona la posibilidad de una adaptación cinematográfica que obviamente relanzaría la serie. Pero como esos asuntos siempre son improbables, por ahora ¡hasta aquí hemos llegado!
Esa es la mala noticia. El resto es todo bueno, pata negra. Talbot demuestra su poder desde la primera secuencia, una brutal matanza en una refinada marisquería. En el mundo de Grandville las personas son animales y el héroe un tejón así que en el restaurante se dan situaciones próximas al canibalismo, con langostas de cuerpo humano zampándose gambas y cosas así. Pero en dos minutos Talbot le ha dado la vuelta a todo y nos sumerge en una aventura trepidante en la que el protagonista, ese Lebrock duro como un pedernal, debe luchar por salvar a su familia de las garras del malo malísimo, una suerte de dinosaurio con muy mala baba.
Por el camino nos adentramos en la educación del inspector, a cargo de un evidente homenaje a Sherlock Holmes con aspecto de águila. Talbot entrelaza con habilidad los flashback y las numerosas acciones en paralelo y la estructura del relato permanece firme pese a los constantes vaivenes espacio-temporales. Tiene ocasión de volver a demostrar su maestría en la persecución por las calles de París. La novia del héroe, que tiene muy poco de delicada damisela, se enfrenta a un ejército de villanos que la persiguen en un antológico conjunto de planchas. Ella no solo sabe correr, también liquida a un buen número de mastuerzos en una secuencia con claras resonancias tarantinianas. Ocho páginas que son un absoluto libro de texto de narrativa visual.
Sumen a ello otro tema que siempre ha interesado a Talbot y a los ingleses en general, la lucha de clases. Lebrock es un héroe de la clase trabajadora, un currante que comienza como policía de a pié y que a fuerza de tenacidad y talento va escalando posiciones en el cuerpo hasta alcanzar la cima del escalafón, el lugar ocupado antes por su mentor. Su esfuerzo le lleva a convertirse en una persona mejor, en el perfecto investigador, a quien no se le escapa ningún detalle y cuya memoria parece capaz de albergar todos los datos conocidos por hombres y bestias. Por supuesto sus superiores son unos idiotas incapaces que prosperan gracias a sus contactos y amistades ¿Les suena?
La tensión se acumula sin desmayo hasta el clímax final en la guarida del malo, ese "Infierno" lleno de resonancias y que, como todo en Grandville, esconde capas y capas de alusiones, homenajes y significados. Talbot ha acumulado en este trabajo todo lo que le emociona y le hace vibrar y al lector no le cuesta ir reconociendo los incontables guiños que se agolpan en las viñetas.
De hecho esos juegos de espejos forman parte del placer de leer esta enorme serie. No se dejen amedrentar por su saturada textura visual y sus chirriantes colores digitales. En cuanto nos ponemos a leerlo nos olvidamos de todo y nos percatamos de que no podía estar mejor contado. Los diálogos son ingeniosos y ágiles y los dibujos son minuciosos y están perfecta y laboriosamente construidos.
En fin, después de cinco brillantes números, que ya me dispongo a repasar con placer, Talbot parece dispuesto a interrumpir su serie. Todo lo bueno se acaba ¡maldita sea!