320 páginas, 30 euros.
SINGA ¿QUÉ?
Entre los galardonados con los Premios Eisner de este año destacaba este volumen de Sonny Liew.
Ganó en tres categorías: mejor edición americana de un material internacional (sección asiática), mejor diseño de publicación y mejor guionista-dibujante.
A pesar de que su tema y procedencia son bastante exóticos, Dib•Buks acababa de publicarlo en España. Así que me lancé sobre el volumen para disfrutar de sus virtudes, que debían ser numerosas. La decepción fue mayúscula. Reconozco las bondades de la edición, que imita una suerte de libro-catálogo que describiría toda la trayectoria de un imaginario dibujante de comics de Singapur, el Charlie Chan del título.
Se mezclan las historietas que habría dibujado a lo largo de su carrera, con constantes cambios de estilo, se incluyen pequeños episodios donde asistimos a momentos de su vida “real” o se simulan entrevistas, y se complementa todo con abundante material gráfico, portadas, ilustraciones, bocetos y otros. Visualmente el libro es rico y variado, con saltos constantes del color al B/N. A priori siempre son bien recibidos los relatos que nos permiten asomarnos a temas que desconocemos. Mi ignorancia sobre la historia de Singapur es monumental, hasta me costaría situarla en un mapa. Tengo cierta idea de que vive una gran prosperidad económica pero que le queda un largo camino por recorrer en temas de derechos civiles. Suponía que leyendo este libro me enteraría mejor de lo que pasa por allí. Me equivoqué. Después de leerlo me he quedado como estaba, si no peor.
No es un problema de dibujo. El arte de Liew es agradable y firme, imitando con seguridad los estilos de otros autores, de Walt Kelly a Frank Miller pasando por Frank Hampson, Carl Barks y otros muchos. El protagonista va descubriendo tebeos occidentales y los incorpora a su obra, saltando de formas más realistas a otras más satíricas y estilizadas, según van transcurriendo los años y las modas. No solo cambia de estilo, además se mueve de la realidad histórico-política de Singapur a su traslación-estilización en las distintas series que dibuja Charlie Chan.
Si ya es difícil seguir los vaivenes sociales de la ciudad-estado, imagínense si además hay que interpretarlos a través de sofisticadas fábulas que transforman a unos en animales y a los otros en invasores alienígenas. En resumen: la puesta en escena no es que sea complicada es que acaba resultando ininteligible. Perderse el trasfondo cultural del relato podría ser un problema menor si el héroe estuviera bien construido y nos preocupáramos por sus desdichas.
Pero ocurre que también falla por ahí. Pronto descubrimos que el verdadero centro de la narración es el fondo, no la figura. Y que esta no deja de ser poco más que una excusa para ir enhebrando sucesos históricos que se desea comentar. Así que a la confusión del fondo debe sumarse un protagonista desenfocado, a quien apenas le preocupa nada más que dibujar. No dudo que autores así han existido, y muchos. La edad de oro está llena de mulas de carga a las que el sistema explotó y luego olvidó. Pero para que eso nos interese como lectores hay que contarlo bien.
Charlie Chan acaba siendo algo así como un Pepito Grillo que irrita por sus constantes comentarios, capaz de arreglarlo todo salvo su propia y miserable vida. En general provoca indiferencia. Lo cual no deja de ser paradójico en un comic donde se supone que constantemente se abordan asuntos “relevantes”. Lamentablemente no consigue que lo parezcan. Las discusiones sobre raza, idioma, clase y desigualdades sociales acaban siendo tan liosas que nos dan igual. No dudo del talento de Sonny Liew pero a veces los listos se pasan de listos.