¡ÓRALE!
La muerte alcanzó a Eduardo Humberto del Río García el pasado ocho de agosto. Era el gran representante mexicano del humor gráfico y las reseñas escritas tras su fallecimiento lo sitúan a la altura de creadores como Quino o Mordillo. Su obra, que firmó como Rius para no avergonzar a su familia, es copiosa y alcanzó cierta popularidad por estos lares.
En documentales y prólogos él mismo se encargó de recordarnos los episodios más importantes de su biografía: su nacimiento en Zamora (México) en 1934; sus estudios en un seminario, que abandonó convertido en un ateo convencido de que una buena parte de los males de su país eran culpa de la iglesia católica; su trabajo en una funeraria, de donde lo sacó el director de una revista de humor que le vio dibujar; el iniciático viaje a Cuba, germen de sus primeros libros de divulgación; sus problemas con el gobierno y sus secuaces editoriales, que se tradujeron en la pérdida de derechos sobre sus personajes; la influencia temprana de Abel Quezada y Saul Steinberg; su militancia juvenil en el partido comunista y su posterior distanciamiento, etc.
Rius ha sido un creador complejo y lleno de matices. No puede negarse su importancia en la evolución de eso que ha venido a llamarse novela gráfica. Ya Eisner, antes de contarnos su propia vida, dedicó varias décadas de trabajo a comics divulgativos, extrañas mezclas de imagen y texto en las que largas parrafadas se aligeraban con ilustraciones y pequeñas secuencias.
Ese es el modelo que Rius va a adoptar en sus libros, algunos auténticos bestsellers traducidos a muchos idiomas. Entre los más conocidos su Marx para principiantes, su ABChe o su versión de El manifiesto Comunista. Curiosamente esas obras, que realmente cumplieron su labor de agitar y subvertir a los lectores de aquellos países donde se publicaron, nunca vieron la luz en los paraísos comunistas que en general el autor defendía. Según él mismo explicó, porque no se ajustaban completamente a los rígidos planteamientos doctrinarios del socialismo real. Luego volveré sobre esto.
Aquí sobre todo conocimos esos volúmenes más políticos, pero también abordó otros temas que le interesaban como el naturismo, la marihuana o el feminismo, en su peculiar Machismo, feminismo, homosexualismo.
Escribió siempre de forma llana, directa, buscando ser entendido, sencillez que él achacaba a no haber pasado por la universidad. Era muy consciente de sus responsabilidades como humorista: sus chistes no modificarían el comportamiento de los poderosos pero quizás podía ayudar a la gente a pensar, a ser más crítica.
En algunos casos sí que parece que algunos de sus lectores le hicieron caso, como el Ché, que le recibió en Cuba, o el subcomandante Marcos, que se confesó fiel seguidor de sus historietas. Aunque el Rius de los últimos años descubrió que los cambios, las mejoras, parecían no llegar nunca, más bien al contrario.
En sus series no abandonó esa voluntad pedagógica que presidía sus libros divulgativos. Pero como una parte más de unos relatos donde se nos permitía echar un vistazo a una población tan vulgar y llena de defectos como entrañable y popular, con borrachos, viejas cotillas y terratenientes chuscos y deslenguados.
Sacó a sus protagonistas del contexto urbano en el que los situaban otras series humorísticas, llevándolos a un México profundo y rural tan auténtico como universal, todos podemos reconocernos e identificarnos con sus arquetipos.
Lo primero que llamaba la atención de su serie Los Supermachos (además del título, por supuesto) era el lenguaje, lleno de localismos que inevitablemente recordaban a Cantinflas. Aunque la troupe que componía esa saga se hizo muy popular, como ya he comentado Rius se vio obligado a dejarla. La editorial le impidió seguir usando los héroes que había creado.
Ni corto ni perezoso los transformó en Los Agachados y Calzonzín, el indio filosófico y protagonista, cedió su puesto a su hijo Gumaro, maestro de escuela y tan hablador como aquel. La serie acusó el personal sistema de trabajo de Rius, quien confesó que partía de una escena inicial e iba creando sus historietas sin ningún plan ni propósito, solo enlazando situaciones y dejándose llevar por los personajes. Respecto al dibujo aplicaba un procedimiento similar, con un grafismo directo y sin apenas bocetos. En ocasiones con ese método conseguía episodios tremendamente cómicos pero en otras se notaba la ausencia de una estructura dramática clara y las páginas estiraban escenas de bla-bla-bla sin demasiada comicidad.
No puedo presumir de conocer en profundidad sus sagas, que nunca se publicaron en España. Y una buena parte de sus libros sigue inédita por aquí. Lo que conocemos revela la faceta menos respetable de Rius. Sus justificaciones de la falta de libertad en los países socialistas, de las hambres en la Rusia soviética por los “errores” de unos revolucionarios llenos de buenas intenciones; a Mao, ese tipejo abominable, lo califica de “gran hombre de nuestro tiempo”; su visión de la revolución soviética y la posterior evolución de la URSS da risa y miedo a partes iguales; afirmó que no existía prostitución en los países socialistas ¡Que se lo pregunten a los cubanos! Revisar sus escritos supone enfrentarse a la catarata de mentiras de la izquierda contemporánea y todas sus contradicciones.
Criticó al PRI, argumentando que no se puede ser comunista y millonario, o revolucionario e institucional, pero defendió siempre el papel predominante del estado frente a los abusos y la codicia del individuo. Esto es, no aprendió nada del “ogro filántrópico” en que se convirtió la revolución mexicana, en palabras del gran Octavio Paz. La crítica se volvía despiadada en todo lo referente a los USA (el gran Satán de todo revolucionario sudamericano) en libros como Osama Tío Sam, pero al mismo tiempo muchas de las influencias que respetó y reconoció en su trabajo como humorista y dibujante venían del norte, del citado Steinberg a Groucho Marx pasando por Walt Kelly.
Supongo que su muerte es una buena ocasión para revisar su obra y comprobar que aunque tuvo un indudable talento para el humor y la creación de escenas cómicas y personajes entrañables, también se equivocó a lo grande, defendiendo posiciones que en muchos casos no ayudaron a mejorar la vida de la gente. Más bien al contrario.