A finales de octubre nos dejaba Steve Dillon, dibujante inglés popular sobre todo por su participación en la saga Predicador.
ADIÓS A UN GRAN NARRADOR
Para muchos era un dibujante normalito, sin la carga decorativa que parece necesaria para conseguir la denominación de “artista”. Dillon era todo lo contrario, por eso se le consideraba un artesano. Sus acabados y planificación eran funcionales y parcos, no perdía más tiempo del necesario en los fondos y sus planchas siempre parecían resueltas en diez minutos.
Entre sus colegas su velocidad era legendaria. Talbot nos explicó que Dillon había apostado con un compañero que podía resolver un comic-book en dos días. De acuerdo al relato de Talbot, Dillon se habría pasado todo un mes visitando pubs y en un último fin de semana frenético habría dibujado sus veinte páginas sin pestañear.
Yo le vi realizar dibujos para sus numerosos fans sin apenas encaje. Sacaba el rotulador, empezaba por una esquina y acababa por la otra sin equivocarse. Así le hizo una bonita vista de una carretera de Arizona con el Predicador en primer término a Paul Gulacy, que quería conservar un recuerdo de un compañero tan talentoso.
Ambos fueron invitados del Salón Internacional del Comic del Principado de Asturias en 1998 en Gijón. Les acompañaban Don Rosa, Dennis O’Neil, Kevin Nowlan, Tim Sale y otros. Pero entre todos destacó Steve por su amabilidad y generosidad. Le gustaba beber, algo aparentemente habitual entre los creadores ingleses. Pero jamás se ponía borde o agresivo con quienes le rodeaban. Al contrario, siempre se adelantaba a pagar la siguiente ronda y al amanecer se contaban historias de cómo Dillon había cerrado el último bar abierto de Gijón. Todo sin perder la sonrisa y desde una tranquilidad acogedora.
Reconocía a Barry Winsor Smith como una gran influencia. “El dibujante más importante de nuestra generación”, decía. A veces asomaban sus ecos en algunos de los tramados que adornaban los rostros y el pelo de sus personajes en Hellblazer. Pero con el tiempo fue abandonando sus tramas, buscando un grafismo cada vez más despojado. También era un gran aficionado al cine, sobre todo cuando todavía se podía fumar y beber en las salas. Ese amor por las películas clásicas se filtraba en su narrativa, donde nunca se quebraba el eje visual y con conversaciones que eran constantes lecciones de puesta en escena.
Dillon parecía tener prisa y dibujó miles de páginas con un estilo seco y directo pero muy eficaz. Aquí lo descubrimos en una serie de Milligan, Skreemer. Pero con lo que realmente dio la campanada fue con Predicador. Su éxito permitió que recuperáramos una colaboración anterior con su amigo y guionista Garth Ennis: Hellblazer. Allí se curtió y maduró como autor. Rellenaba los huecos entre viñetas de negro para enfatizar el carácter terrorífico de la serie. Pero cuando se pasó a Predicador abandonó una costumbre que le robaba demasiado tiempo. En cambio dibujó los bordes de las viñetas a mano alzada. Quedaban más expresivos y sobre todo era más rápido. La pareja Ennis-Dillon permaneció unida más allá del bombazo de Predicador y firmaron varias sagas de Punisher, con un tono tan divertido como salvaje.
En fin, yo creo que nos ha dejado uno de los grandes. Basta repasar su serie estrella, esa saga impactante y arrolladora que es Predicador. Dillon entendía muy bien los guiones de Ennis, su humanidad y humor. Y los servía con una economía de medios magistral, pendiente de las necesidades del lector, cuidando las elipsis y atento siempre a los matices faciales de sus “actores”. Todo eso puede confundirse con la artesanía, ya que él no permitía que lo decorativo entorpeciese el ritmo de la narración. Pero les aseguro que lo que hacía era arte. Con mayúsculas. Fue uno de los grandes narradores del siglo pasado y le echaremos de menos. Mucho.