272 páginas. 17,90 euros
SANTAS Y PUTAS
Si en su último libro Chester Brown contaba su experiencia con las putas y explicaba que no le provocaba ningún problema moral obtener sexo a cambio de dinero, aquí va un paso más allá.
En el epílogo se define como cristiano (aunque de una clase muy particular) y argumenta que Jesús defendió siempre a las rameras, que muy probablemente María, su madre, ejerció la prostitución y que sólo a posteriori se impusieron sobre su doctrina original otras ideas más conservadoras y tradicionales, menos permisivas con “el oficio más viejo del mundo”.
Obviamente todo el asunto sigue en discusión, hoy ya no bajo el prisma de la decencia y la contención sexual, sino desde la dialéctica del abuso de poder y de la imposición de unos comportamientos a partir de la fuerza, una variante más de la violencia machista que como tal debe ser erradicada. Brown, como acostumbra, va a su aire.
Es imprescindible leer su obra anterior, Pagando por ello, para comprender en qué mundo estamos. Su visión se circunscribía a un espacio muy reducido donde, por supuesto, no cabía la trata de blancas. Digamos que hablaba de la prostitución como una decisión personal, no forzada, lo cual reducía la actividad a una relación entre adultos en la que había un intercambio de dinero y servicios. Atendiendo a esos simples parámetros el autor adoptaba una posición moral que consistía en considerar ese trabajo como la cosa más normal del mundo, algo que solo puede molestar a los extremistas religiosos o a reprimidos con ganas de fastidiarle la vida a los demás. De hecho confesaba mantener una relación estable con una exprostituta.
Ahora va un paso más allá. Su nuevo libro es lo que llamaríamos un ensayo gráfico. Tiene una tesis y la explica desarrollándola en pequeños relatos. Las historias son fragmentos de la Biblia, algunos tan populares como el de Job, lo que sucedió entre Caín y Abel o entre David y Betsabé o la parábola del hijo pródigo, entre otras. Aunque el protagonismo de las fulanas propicia la parte más escandalosa del volumen, en realidad su discurso es algo más amplio, no afecta solo a la moral sexual y tiene que ver con lo que se supone que Dios espera de nosotros.
El trabajo de Brown tiene la gran virtud de recordarnos algo que ya sospechábamos: la Biblia no es un libro más. Y su grandeza se aprecia en cada nueva interpretación. El autor toma los textos originales y los lleva a su terreno enfatizando aquello que considera probado. En esencia, que la parte del cristianismo que insiste en unos determinados comportamientos, que predica la moderación y la contención y que señala al pecador como culpable, indigno a los ojos del Señor, no se corresponde con la lectura de Brown. Al contrario, quienes desobedecen los dictados del Altísimo son premiados, el hijo pródigo es bienvenido no porque se arrepienta sino porque se lo pasó ¡de puta madre! En el sentido más literal de la expresión. David peca al encamarse con Betsabé, pero ella es libre de hacerlo ya que su marido no la satisface. Etc.
Se equivocaría quien se escandalizase con este trabajo y lo considerase blasfemo o antirreligioso. El propio autor se confiesa ya no solo cristiano, como he comentado, sino religioso. Pero es que su prodigioso dibujo transmite siempre la misma idea, con esos hombrecitos contemplados desde un lugar muy elevado, tan frágiles y tiernos al tiempo. La vida es fugaz y no podemos perder el tiempo con bobadas, conviene disfrutar de las pocas diversiones que la existencia pone a nuestra disposición. Para él el sexo entre adultos es siempre placentero, una bendición que debe ser tratada casi como un acto sagrado. Y ese es el mensaje que encuentra en La Biblia. La recompensa es para los vividores, Dios no ama a los sosos.